sábado, marzo 25, 2006

La soledad herida (Intermedio)

Al salir de la clínica donde la has dejado, hoy no puedes quedarte a dormir con ella porque está en la UCI, te has ido a cenar con tu hija. Habeis hablado de Ana, os habeis reido, ella la llama madrecita, habeis recordado viejas historias que siempre tienen su punto de truculencia, para hacernos reir y luego ella se ha ido. Ha venido de lejos y duerme en la capital en casa de una amiga para aliviarte los traslados. "No te preocupes por mi, tú a lo tuyo"Ha venido para estar con Ana y para estar contigo. La verdad es que la ves tan poco que cuando la miras parece que bebes con sed, y no te sacías. Así que os dejais, subes al coche y enfilas la carretera hacia el norte. Solamente son treinta kilómetros y decides no ir por el puerto sino coger la autovía, algo más larga, pero en línea recta. No tienes ganas de curvas subiendo la montaña. Pasarás a través de ella. como una flecha dirigida a casa.
Llegas a y el bosque está cerrado por su oscuridad. Llegas y las luces están apagadas tal y como las dejaste. Llegas y no se vislumbra la silueta de Cabeza Reina porque la luna está cubierta por nubes. Llegas y el único ruido es el tuyo, que no percibes y alrededor te rodea un silencio universal. Para estas entradas haría falta una banda sonora "made in hollywood", pero no está programada en nuestras vidas cotidianas: nunca suena la música cuando debe. Llegas a casa y abres la puerta con el llavín, desconectas los sistemas de seguridad a los que te obliga el vivir prácticamente solo en medio de nadie y entras. A la derecha el interruptor de la luz y al encenderse ves el espacio abierto que diseñasteis, el amplio vuelo de una escalera que flota peldaño por peldaño, sin otra sujección que el muro de ladrillo castellano; de manera mecánica cierras la puerta con el culo empujando hacia atrás y dejas la bolsa y el neceser en el suelo. No sale tu amigo perro a recibirte, porque no está: lo has llevado a casa de amigos para que lo tengan a recaudo unos días. Algo sospechaba, el último día estaba mohino. No sale Ana porque la acabas de dejar en la UCI, bien, está bien, la has dejado bien con el aspecto derrotado que tienen los cuerpos heridos después de la batalla, pero no sale Ana y te encuentras solo; no están los sonidos familiares y te diagnosticas: soledad, ahora toca soledad.
Será por el cansancio, la fatiga de los últimos meses, las primeras incertidumbres, los miedos acumulados en los primeros días, la angustía de ser solo compañía (¿que se puede hacer cuando eres compañía y no está en tu mano otro remedio que las palabras, carentes de valor?) y sobre todo por la tensión de las últimas horas, esperando que entre en la habitación el equipo médico y tengas que decirle, como en los aeropuertos, "venga, hasta ahora mismo". Eso nunca funciona, las esperas son desoladoras y la marcha del otro un desgajo. Será por todo eso que tu ánimo, que debiera estar exultante (¿no te han dicho que todo ha sido de manual, perfecto, medido, recuperador?), no lo está y subes la escalera hasta llegar a la biblioteca y te quedas ahí sin saber que hacer. Tus libros no te dicen, el pecé tampoco, ni los objetos alrededor. Miras hacia la mesa de ella, ves sus gafasm sus lápices, su portátil abierto y la sientos, es un mirada como un aroma de presencia. Que buena marca, pienso ahora, para una colonía fresca; "aroma de presencia". ¿Acostarte? Es pronto. ¿Leer algo? No tienes ánimo. ¿Tomarte un wisky y fumarte una pipa? Peliculero, no tiene objeto aunque el cuerpo te lo pida; es alimentar la sensiblería, fuera. Y entonces, siempre hay un momento en que se produce el acto justo, el necesario, que debiera estar en el guión de la película si esto lo fuera, suena el teléfono y es tu hijo. "¿Cómo estás? Quería saber como estabas?" Miras el reloj, es la una de la madrugada, la una en punto en todos los relojes. "Tengo mucho trabajo y me voy a dormir, pero quería saber como estabas..." Y le dices la verdad: "estaba esperando que llamaras aunque no sabía quien, gracias, ahora estoy muy bien." No digais que no vivimos buenos tiempos: desde setecientos kilómetros, en un instante, ha llegado la voz que te ha sacado de la incertidumbre. Hay momentos en que la soledad, aún admitiéndola y construyéndola por ti mismo con lucidez, la soledad, repito, no es buena compañía. Gracias, Ariadna, por haber venido. Gracias David, por haberme llamado. Gracias Ana, por estar viva. Y te vas a dormir. Todo está bien.

miércoles, marzo 22, 2006

La soledad herida: las cosas mínimas


Estamos solos pero tenemos muchas cosas; lo solemos decir a menudo, como criticándonos en lo medular, a nusetra especie de egoista avaricia. Nos referimos a las muchas cosas que hacen nuestra vida segura, las cosas materiales que se reconocen en el estatus. Las tenemos en nuestra soledad y las compartimos. Después de todo somo animales sociales que buscamos protección y protejer: ¿porque no compartir? Mientras tengamos esas cosas tendremos seguro un trozo del mañana. En realidad, hoy, esas cosas no se tienen del todo, se pagan en largos plazos; se renuevan constantemente. Son las cosas grandes que nos aportan seguridad y que de no tenerlas su ausencia nos mece en el vacío. Primates que somos necesitamos pensar que el día inmediato de mañana, y el otro, y el siguiente, la siguiente estación del frío y el hambre, podrán ser todos superados hasta que vuelva el sol cálido y el murmullo del arroyo y rebosen de nuevo de frutos y de caza los bosques y los prados. grandes. Y están las crías, no debe faltar su día de mañana. Una caverna, un palo, una piedra labrada, un coche, un empleo, un chalé, son esas, que cada cual haga su lista en completa tranquilidad y asegurada inocencia. Nada que criticar, las cosas son así y ciertamente podrían ser de otra manera. Para otras gentes lo son: una choza de barro y una piel de camello, sin agua y sin grano. Sin día de mañana. Confieso mi ignorancia sobre los sentimientos de propiedad en la miseria más absoluta, no hablo de pobreza. La angustia del hombre se basa en la más primitiva inseguridad; la tragedia en la muerte: somos trágicos porque sabemos que vamos a morir; nos angustiamos porque nos falta el pan nuestro de cada día por anticipado, en la cuenta del banco. Hablo de nosotros y de nuestras cosas grandes que no tienen porque serlo, un reloj no es grande pero es lo que yo llamo una cosa grande si es que en su naturaleza (o en la nuestra) palpita e l ansia de exhibición: oro o marca, o ambos. Añado que las cosas grandes son cosas bonitas sobre todo, para cada cual en su medida de lo bonito: con estilo; a cada cual en su justa visión del estilo.
Creo que hay dos tipos de cosas: las grandes y las pequeñas. Me interesan las segundas. Las cosas pequeñas acompañan a las grandes vestidas de capricho, de casualidad: son las cosas que pinta Vermer en sus cuadros y que brillan bajo la mágica luz que entra por la ventana, enfocadas hasta casi romper su coherencia. Objetos que brillan por el suave frotar de las miradas y los paños cariñosos con que se envuelven y guardan. No aportan seguridad, si compañía. Adquiridas para el lujo y para determinarnos ante la mirada embobada de los demás, pasan de mano en mano, se heredan y se disuelven con el tiempo. Van sobreflotando por circunstancias diversas y llegan a nosotros de manera incidental a gravés de la presencia. Esas pequeñas cosas acaban convertidas en las cosas mínimas que ocupan su lugar derivadas por el tiempo y el acomodo. Esas son las que me interesan porque tienen mucho que ver con la soledad.
Yo quiero escribir sobre las cosas que no compartimos más que por la presencia, están cerca de nosotros y de quienes nos acompañan, pero el hilo sentimental es nuestro, solo nuestro. Un día las encontramos y han acabado cubriendo un lugar de nuestra piel ambiental. Basta abrir un cajón para encontrarlas. Vivas como están, no nos piden más que las dejemos desvanecerse en la penumbra y vivas como están les reconocemos el derecho a vivir en nosotros: ¿que daño podríamos hacerlas si en buena medida dependemos de ellas? Tengo muchas cosas mínimas, si, que solamente sirven a mi respiración de paquidermo cuando camino entre ellas y las reconozco. Como yo, se han convertido en minerales y están en su lugar fosilizándose para pasar más desapercibidas. Nunca las tiraré por mi propia mano porque llevan en mi compañía largo tiempo y porque parten de una experiencia común, vivida conmigo, sentida en mi piel. Me reconbozco en ellas y no podría ser de otra manera aún huyendo de mi a otro lugar. O perdiéndolas. Habitados por un extraño animismo de estar por casa les otorgamos vida, presencia, aliento, olvidando que es nuestra vida, su presencia, nuestro aliento, el rastro de lo que fuimos y el hecho de lo que somos. Siempre en su añoranza estará su presencia. Me refiero a un pequeño volumen publicado por Aguilar en 1947, de papel biblia en el que leí con 14 ó 15 años Jane Eyre, de Charlotte Bronté; o un daguerrotipo de un señor al que desconozco pero cuya eternidad, en mi ámbito familiar, depende de seguir estando en un anaquel entre mis libros, no creo que nadie le recuerde ya; o un pequeño abrirdor en forma de pierna femenina que me regaló Ana hace muchos años; o una piedra que parece una cabeza de simio y que me trajeron mis hijos, muy niños en una playa de Almería; y unas estampas viejas que compré hace cuarenta años en los encantes de Barcelona y cuelgan enmarcadas en la pared de la biblioteca de las casas en que he vivido desde entonces; o un ejemplar de El Criterio de Jaime Balmes que pertenecía a la biblioteca de mi padre. Ni hablo de fotografías ni de nostalgías, que son ambas estados del ánimo guardadas en las caja álbum de la memoria. Hablo de trozos de vida emocionada que han mineralizado en nuestro propio cuerpo hasta ser el envoltorio que nos lleva, que es el alma que muere con el hombre. Ocupan su lugar y si faltaran, si alguien desconsideradamente las cambiara de sitio, percibiríamos el hueco en nuestra propia esencia. No vivimos desnudos sino que protejemos esa intimidad con las cosas mínimas de siempre, acariciándolas con nuestras respiración y mirada. Muy nuestras están donde deben estar; cuando nos vayamos ya se encargará alguien de rescatarlas y probablemente pasen a ser las cosas que seguirán mineralizando con nuestros hijos. Ladinas como son, tienen el arte de sobrevivir a sus muertos porque son su memoria.
Solo piden un buen lugar para acomodarse en desapercimiento.

martes, marzo 21, 2006

Los buenos y los Malos


Los buenos y los malos eran adjetivos del cine de mi infancia; como el chico y la chica. Hoy, en tiempos de sociología para torpes y de antropología de mesa de noche, no queda bien decir buenos o malos o bonito o feo. Esos adjetivos quedan ramplones y se prefieren las complejidades linguísticas. Está bien así, pero puesto que existe el mal y lo sabemos y el bien también o lo imaginamos, por una vez escribiré sobre los buenos y los malos.
¿Cómo saberlos? ¿Cómo identificar a unos y a otros? ¿Cómo separarlos? Himmler entraba de puntillas en su casa para no despertar al gato. El entorno de los tiranos les aprecia; creen que saben más de ellos que el grueso de la gente que soporta la tiranía. Hablan de sus ternuras o de sus gestos humanos. Se tiende a exculparlos: la maldad está en el entorno; al malo le ocultan la verdad. Si por el malo fuera todo iría mejor, los sinverguenzas son los otros.Todo es una conspiración. Los buenos es otra cosa, lo son casi siempre y hay cosas que los buenos no harían nunca hasta que las hacen. Tirar napalm o agente naranja sobre una población de seres humanos que corren despavoridos por una carretera; vaciar un banco del dinero de los otros, apropiarse de un terreno, recalificar una parcela; envenenar el entorno. ¿Que sabe uno cuantas cosas puede hacer un malo sin serlo o un bueno que hace de malo? Jugar a dioses y matar o perdonar la vida. Traicionar. Mentir. Estafar. Torturar. Mentir otra vez. Los buenos de una pieza no hacen esas cosas, son enteros, sanos, bondadosos. Los malos si. Cuando era niño, en el cine, el malo estaba siempre identificado; era malo porque quería a la chica que no le quería, mataba a quien no debía y trataba de acabar con el bueno. Para ser bueno bastaba con actuar como negativo, a la inversa en todo. Por eso jugábamos a buenos y malos. También jugábamos a polis y ladrones o a indios y americanos. Existía una clara ambiguedad: si nos tocaba ser malos dignificábamos el papel y tratábamos de ganar la batalla. En realidad practicábamos un transformismo que nos debía preparar para la vida: asignado el papel de malo lo asumíamos y con fervor. Pasar de bueno a malo es un paso, el cruce de una línea. Que poco es. Esos juegos fueron aprendizaje de banalidades, preparación para el mañana. Mucha gente nos cuenta que tuvo que fusilar y lo pasó mal y otra mucha no cuenta que tuvo que fusilar y no le pasó nada, en su conciencia quiero decir. ¿Qué iba a hacer? Da un motivo y nacerán los malos. En la Roma republicana, las proscripciones de los enemigos del triunvirato podían ser denunciados por ley, por cualquiera que así obtenía la mitad de sus propiedades; el resto pasaba al estado. Centenares de buenas personas encontraron motivo para denunciar a sus vecimos. A veces para identificar al malo basta con hacer un ejercicio: en la escala de maldades vamos a identificar al ejemplo de todo, aquel que concreta enm si la maldad pública. Cuando no quiero identificar al malo empiezo por centrarme en culpable de todo. Se sabe que siempre hay un culpable, o es un don nadie o es el todopoderoso mandamás, El Teniente Calley en Viet Nam o Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Y ya está. Cuando el insignificante hace algo malo y le pescan, sive para dar un escarmiento., Que no se diga nunca que no se castiga al malo. A Calley le tocó aunque sospecho que poco y que deberá haber vivido una vida cómoda pensando en la maldita conspiración que descubrió que habia violado y permitido que su patrulla violara y asesinara a una pobre muchacha vietnamita, (pobre aunque fuera combatiente del viet cong). Los insignificantes están de carceleros, hoy, distribuidos por todo el mundo y a veces bromean y se divierten con su maldad, como el que tiene una pelota de goma y la bota en el pasillo de casa; se hacen fotos con cámaras digitales torturando, o haciendo que torturan o con cadáveres torturados y las reparten entre ellos. Es lógico que los chicos graben una paliza a un compañero, ¿no se divierten así los mayores? Y todo el mundo sabe que los mayores hacen las cosas bien.
Otros han cumplidos las órdenes del todopoderoso. Esos insignificantes han llenado el mundo de tragedias, han desgraciado a la humanidad amparados en la inconsciencia, exactamente esa es la palabra, y en anestesiante cumplimiento de la orden. "Las órdenes de Hitler eran leyes, aunque no se escribieran" dijo Eichman en su juicio en Jerusalen. Hacer bien el trabajo fué para él trasladar a millones de judios al este, a los campos de exterminio. Buena persona, indiscutiblemente, con método y rigor, aplicado, puso en marcha un sistema de transportes que funcionó a las mil maravillas. El presidente de un banco se vistió arrogante la toga ante los jueces que trataban de entender como toda aquella arrogancia chulesca escondía a un ladrón vulgar. Malo también, Y dosctor honoris causa y modelo para la juventud. Una conspiración para que no llegara al poder, él que iba a arreglar los problemas de todos. Y el alcalde de una ciudad turística, rica entre las ricas, lujosa entre las lujosas, a la que se le quedan en las manos algunos millones comisionandos para él. Son malos que aprovecharon la oportunidad; las oportunidades existen y esperan a su malo. A toda opoprtunidad le corresponde uno. ¿Es ser malo aprovechar los millones que pasan por tus manos? ¿Es ser malo poner tu firma, un garabato ininteligible para poseer más triunfo? ¿Para dorar el aura? La respuesta está clara: si, pero... Un paranoico alcanza el poder y los demás le siguen, lúcidamente, y justifican sus pasos con racionalidad absoluta. ¿Es eso malo? Si, pero...La línea trazada en el espacio invisible que separa al bueno del malo, al bien del mal, es también invisible. Y el mal no es tan malo, todos podemos serlo. Tenemos ela rgumento salvador, el que nos regenera cuando llegan los tiempos de expiación de la culpa: si, pero... Lo terrorífico es la banalidad del mal, su insignificancia, su habitualidad. Por eso es difícil ser malo de verdad, que malo circunstancial es muy sencillo. Si consigues recalificar una zona rústica no eres malo, listo si. No importa que se enfaden los veinte vecinos afectados, porque ellos harían lo mismo. Y si eres malo, eres poco malo que también existe la gradación. Y si arrojas un bebé a la basura, parido en la oscuridad de la tragedia, misería y soledad se juntan muchas veces, no eres malo, horrorizas, pero no eres malo porque las circunstancias son las circunstancias. La verdad es que vivimos rodeados de banales actos de maldad y el bueno es áquel que no está dispuesto a ser banal, nunca, pero ¿cómo saber cuando ese nunca es ahora? Los malos son inductores, actores y cómplices. Un conocido mío, del pueblo en que vivo, franquista de pro, amante del orden en los otros, me definía el otro día al presidente del gobierno con el apelativo de "carnicero sanguinanrio" y se fué tan ancho. Yo no hablo de política con quien no conzco y esta pincelada de ahora es por pura ejemplaridad. ¿Porqué dices eso? le pregunté y me contestó que porque era así. Los malos definen las cosas, les ponen nombres y calificatiivos, se los aprenden, los repiten y acaban haciendo realidad una falacia. Libertad sobre libertinaje, orden sobre caos, unidad sobre disentimiento, beneficio sobre solidaridad, dios sobre la nada, dioses sobre toda la nada que se pueda imaginar. El mal banal es individual, social, colectivo, político. El médico que recomienda el dopaje al deportista es malo y el que se deja dopar es cómplice y entonces ¿que es? Los cómplices lo llenan todo, repiten insistentemente que la guerra fué justa, que la pena de muerte es a veces necesaria, que la fuerza es la ley, que somos ingorbenables, que la miseria es necesaria, que los otros son los malos y los señala, que siempre ha habido vesanía, que siempre ha habido indecencia. Estos cómplices siempre saben donde está la maldad y a veces te perdonan, por voluble y ligero, que les lleves la contraria: ya saben que tu eres así. Convencidos del bien practican el mal, que lo confunden uno con el otro. Hay un párrafo de castellano limpio de Dionisio Ridruejo, contenido en "Las muertes del Rey don Pedro del Canciller López de Ayala", en que el prologuista y seleccionandor de los textos, escribe: Es la vida del hombre, en su aspecto más crudamente humano, lo que principalmente nos ha interesado: los rasgos de su vesanía homicida, de su veleidad erótica, de su incurable rencor. Rasgos todos ellos contrastantes con su pronta sentimentalidad, el cálculo racional de su empresa, su ambición levantada, que hacen el drama más patente" Olvida uno que añado yo: la banalidad, el sentido de lo mínimo, el sin sentido. Con ese equipaje, poco camino se puede hacer para no ser el malo o el cómplice, si fervientemente uno no se lo propone. Camus define al hombre rebelde como aquel que sabe decir no. Es el mismo no que necesita aquel que quiere no ser malo.

domingo, marzo 19, 2006

Camino


Ayer llovió; y antes de ayer. Esta mañana al despertar he visto el sol radiante por la ventana, pero al acercarme al cristal, era un sol engañoso: lluvia torrencial, de gotitas brillantes como puntos de luz, desparramándose por el prado. Por el Noroeste un tímido arco iris sobre una masa de nubes que finalmente no ha llegado; vientos del oesta las han llevado al este. Vivir en el campo tiene esto, te acostumbras a los puntos cardinales, a las referencias naturales; cuando el hombre del tiempo habla, a veces comprendes. Como he nacido y vivido en ciudad durante la mayor parte de mi vida, debo confesar mi ignorancia y pereza anteriores. Ni sabía ni quería saber, ¿para qué? Al final todo se resume en nombrar una avenida o una plaza y el espacio queda delimitado. No es que la gente de pueblo sepa más, es que no hay placas indicadoras, ni números. Si vienen nubes del oeste pasará lo que tenga que pasar.
Hoy está todo el mundo contento, "esta lluvia es buena" dicen. Y también lo fué la nieve de hace unas semanas, que al no llegar a helar se fué tierra adentro hasta econtrar sus capas freáticas y recorrer oscuros y tenebrosos caminos bajo tierra como buscando el Hades. Además han venido excursionistas en sus coches, con niños y sus anoraks de colores brillantes. Los restaurantes hacen su agosto, los corderos no. Cuando nieva y llegan los visitantes en sus coches, y entran en la Forestal, que es carretera que discurre a 1300 metros de altura bajo un pìnar inmenso, trazada en la ladera, sabes que es mejor no ir por ahí, porque al final vas a tener que ayudar a alguien a salir de la nieve empujando el coche, sacando nieve de bajo de sus ruedas. Sientes un ligero desprecio por ellos y luego te arrepientes. ¿Qué culpa tienen de ser tan inútiles? Eufórico porque vives ahí abajo, en el prado, los dejas agradecidos circulando por la trampa de hielo, sabiendo que a los pocos metros volverán a lo mismo. Les has tenido que soltar aquello de "pero hombre, ¿cómo se mete usted por aquí con este coche?" y ellos balbucean excusas, como si fueran culpables, que lo son.
Baja el arroyo por Aguas Vertientes con fuerza y caudal. De ida con mi amigo perro hemos cruzado el puentecillo de piedra que está adosado a la Cerca de Las Monjas, que nadie sabe porque se llamá así hasta llegar al Prado Largo. Es paso que verdea siempre de musgos y líquenes, pleno de humedades umbrías. A poco más de un metro, bajo los pies, borbonea el agua en un hervor frio de blancos radiantes. Llamar Aguas Vertientes a estas laderas tiene un acierto de castellano bien construido: no puede llamarse de otra manera más corta, somera y descriptiva. Veníamos de camino entre los restos de la tala, amontonado el ramaje, dispersas las astillas. Cuando acaben las lluvias, todo ello se agrupará en los claros y arderá controladamente con llama corta e intensa y espeso humo; los forestales, saben lo que hacen. Mi amigo y yo salimos al sendero que baja desde la Peña del Águila y girando a la izquierda tomamos de nuevo el camino para casa. Aquí nos cruzamos un día con un corzo que nos dejó de un aire, verlo aparecer y desaparecer y quedarnos con la imagen en los pensamientos como una fotografia perdida. El vado está imposible a no ser que nos metamos con agua hasta media pierna: el caudal es intenso, la fuerza del agua mucha: podemos caer y empaparnos. Mi amigo el perro corre de un lado a otro por la orilla nuestra y me mira. El sabe que podría ser arrastrado. Debe pensar que he sido yo el que le he metido en este lío y que debo ser yo quien le saque de él. Cómo lo se le propongo volver sobre nuestros pasos, subir hacia el portón y girando de nuevo a la izquierda tratar de saltar un arroyo que confluye con el Mayor, que es más angosto, de mucho caudal, pero más hondo en cauce y muy estrecho. Hay que saltar, le digo al pequeño y él, que lo sabe, se mueve inquieto a base de pasitos cortos. Tú primero, le digo, pero hace que no me entiende. Busca el sitio mejor y no lo encuentra. Además, el caudal está preñado de aguas oscuras y plenas que parece que van a reventar. De acuerdo, iré yo primero, pero no veo como hacerlo llevándole en brazos, así que ensayaré el salto yo desde una roca plana que se adentra un poco. Calculo que saltando con fuerza alcanzaré la otra orilla y que de mojarme, será un pie o una pierna y podré, tendré ocasión, de asirme a una rama de roble que me ofrece su ayuda. Lo hago y salgo bien librado, ni una gota me alcanza. He dejado a mi amigo atrás y él ahora está más nervisoo que nunca porque yo estoy ya al otro lado y tiene él que ser quien decida lugar y momento. Debe pensar que el caudal puede arrastralo, podría sin duda, aunque yo se que saltaría tras él y acabaría todo en mojadina de ambos, pero no se lo digo. Le animo, le jaleo, venga, hombre, venga (le llamo hombre y a él no parece importarle) y viene de un salto prodigioso, que a sus diez años está como yo, con inseguridades. Las patas de atrás le fallan y su cuerpo resbala hacia el caudal de agua pero clava las de delante e hinca las posteriores y encorvando el lomo se convierte en músculo de metal, ballesta, que se dispara a lo alto. A salvo ya, mientras le felicito a voces, sacude de su cuerpo el agua que le ha salpicado y me ladra dos veces irritado. De inmediato toma la delantera y marcha para casa. Diríase que quiere mostrarme su enfado. Deberé darle la razón: soy demasiado osado.
Ya hemos cruzado al afluente y ahora podemos cruzar por el bosque hacia la carretera que sube o baja el puerto, según se vaya en una u otra dirección; ella cruza por encima del Arroyo Mayor que sigue torrencial hacia la ermita y la autopista. Caminamos por el arcén izquierdo de la misma, unos cientos de metros, viendo de frente la inacabable hilera de faros de los coches que vuelven a la capital después de haber pasado una o dos jornadas en la sierra. A mi amigo perro le digo que camine detrás mío y lo hace con precisión militar. No necesita correa, ya es mayor para esas cosas. Ellos vuelven a casa; llegaré yo antes a la mía. Está anocheciendo y hace frío. Subimos las escaleras y en ese momento empieza a lloviznar de nuevo. Ahora, cuando una hora después escribo esto, vuelve a llover con furia y es ya noche cerrada.

viernes, marzo 17, 2006

La soledad herida


Cuando estás en el bosque, estás solo. Cuando paseas a pie travesías inútiles, estás solo. Cuando bebes los años como días, estás solo. Cuando vives, estás solo. El tiempo es tu caja para guardar tus cosas: tu vida. Es elástico, a veces correr desvergonzadamente te resulta corto y a veces lento, deseas que pase, despreocupado y absurdo, y sientes la inquietud del aburrimiento. Miro a mi alrededor y me preocupo, no por los demás sino por mi; encerrado en la cápsula de mi tiempo trato de sentirlo tictac a tictac. Un día descubrí que cuando no tienes que hacer y estás esperando que algo suceda, en vez de desear que el tiempo pase, lo mejor es disfrutar de su espaciosidad, no hacer nada pensando hacia dentro o mirado hacia fuera, sabiendo lo que se piensa o lo que se mira. Años atrás dejé pasar el tiempo, lo perdí, escurridizo entre las manos; todos los jóvenes lo hacen y no hay nada que objetar; en la abundancia se derrocha el caudal y se empieza a ahorrar cuando la bolsa se ve medio vacía.
Vuelvo a la soledad. estamos solos con nuestra propia vida, dejando a un lado compañías felices, complicidades y amistades profundas. En la vida, estamos solos, viviendo solos, caminando solos con nuestra conciencia en diálogo con nosotros mismos; nuestra conciencia reflejo que es la única que nos habla en cualquier momento, que tiene licencia para interrumpir los pensamientos y acceso libre. Que nadie se equivoque, estamos solos y eso es tan cierto como que la sociedad que nos prepara para afrontar el mañana con juici, pretende cubrir nuestra soledad con preceptos y normas que nos ahorren la decisión individual y por ende peligrosa. Todos quieren ahorranos el descubrimiento de la angustia, como si supieran como hacerlo. Nacimos, vivimos y morimos en soledad y en su ámbito descubrimos el valor de una o varias compañías. Nuestra soledad no es una tragedia, es una evidencia. ¿Quien puede sentir por nosotros? Sólo aconsejarnos. ¿Quien puede ahorarnos el dolor? Sólo acariciarnos. ¿Quien puede evitarnos el desconsuelo? Sólo sonreirnos. La mano que nos tiende el amigo y que cogemos ávidos de su tacto es un asidero para amarrar la barca: una anestesia. Pero el dolor y la tormenta siguen su curso, están y son. ¿Quien puede negarlo? ¿Quien puede evitarlos?
En un relato cuya lectura hiere, de Camus, un pintor se encierra en un altillo para pintar en soledad y allí pasa los días olvidando a familia y amigos y al fin, de sustentarse con lo esencial; no baja pese a las súplicas de los suyos, no prueba comida ni bebida y acaba expirando. Cuando suben y le encuentran, todo es oscuridad en el espacio y al mirar el lienzo que intentaba cubrir de pintura, una palabra torpemente escrita desde la oscuridad, revela un dilema que no pueden descifrar, ya que no saben leer con claridad si ha escrito "solitaire" o "solidaire".
El absurdo de la existencia, que es la imposibilidad de unir destino y vocación, realidad y aspiración, se muestra con una dramática claridad a quien quiere mirarlo frente a frente. El círculo protector no existe más que en una proyección de nosotros mismos. En los más íntimos momentos de compañía, cuando no puedes discernir tu existencia y la del otro, como actos individuales y singulares, late una ápice de soledad que no reconoces: el miedo a perderlo, al desgajarte. Estamos solos porque sentimos lo que sentimos desde nuestra esencialidad y desde nuestra conciencia y eso se puede narrar pero no compartir. Somos uña y carne, pero sentimos la carne nuestra y la uña es el otro, y él lo mismo. Quien dice "nosotros" en su cotidianeidad formando grupo, dice un yo acobardado: ha perdido su singularidad como referencia, ya nunca má será. Cuando eso sucede aperece el miedo a la soledad, olvidando que la soledad es la esencia primera de la existencia. Cuando más usamos el plural como desidentificación de nuestra singularidad, más anestesiamos en vano la soledad. ¿porque la soledad duele o porque tememos que la soledad nos duela? Cuando llegue el momento de morir les va a doler a los otros que nos aman en su propia soledad; perderán una molécula de su compañía. Nuestra muerte a quien no va a doler es a nosotros salvo en la forma, y esa es breve y física. Lo irónico es que morir, como acto esencial, debería importarnos nada. Que les importe a los demás que van a descubnrir un poco má su soledad sin nuestra compañía.
En esta soledad confundimos el amar con el querer: lo primero es dar y lo segundo poseer. Lo primero es sentir desde la soledad hacia la solidaridad; lo segundo es ambicionar desde la soledad a la voluntad de tener, a la propiedad. Te quiero equivale a cautivar. Te amo equivale a liberar. Te quiero no resuelve las soledades del alma pero anestesia llenando del objeto deseado la pirámide de la existencia; cómo los antiguos egipcios atesoramos para el viaje largo y en soledad objetos preciados y necesarios, se supone. El cruce pagano de la laguna Estigia es más sincero y democrático. Uno, en su soledad y desnudez (ligero de equipaje en machadiana expresión) , no sabe a quien va a encontrar en la barca de Caronte: asesinos y virtuosos le acompañarán en nueva singladura; muchas veces he pensando en dramatizar ese viaje en un relato y sigo pensando en ello, no se si sabré.
Anestesiados como estamos, contra la soledad, no percibimos su realidad que es gozosa. Desde su trágica singularidad percibimos un entorno de amistades, compañías y fraternidades, que motivan nuestra actitud y activan el comportamiento. Buscamos al amigo y al amado (en términos del Cantar de los Cantares) con místico deseo y carnal envoltura. Amigo y amiga, amado y amada y el círculo de la solidaridad, en capas de cebolla de luminosa transparencia. No estamos solos porque están los hijos, no estamos solos porque están los amigos, no estamos solos porque está la pareja, el otro, el complementario, las parejas, los otros, los complementarios... Es tan cierto como descubrir que el miedo a la ausencia de uno de ellos nos va a herir, vulnerables cual somos, hasta la propia médula de nuestra soledad. En la misma medida en que no estamos solos la ausencia de una compañía nos reconvierte de nuevo en solitarios, mermados del otro. ¿Cuanto tiempo ha durado el espejismo de la compañía? Lo cantaba Becaud en una balada, L'absent, que siempre me ha impresionado y considero su mejor poema. Intentaré versionar una traducción parcial:

"Que dura es de llevar
la ausencia del amigo;
aquel que cada noche
volvía a esta mesa.
Ya no volverá más:
la muerte es miserable,
apuñala en el corazón
y te deconstuye.
El dejó dicho una día,
"cuando me haya de ir,
hacia el lejano pais
más allá de la tierra,
no lloreis más vosotros,
levantad vuestros vasos
y bebed por, por mi eternidad"

Sigue la canción y es una hermosa lección de filosofía que recomiendo buscar en Emule o en discografías viejas. A mi, con veinte años, me hirió y todavía me acompaña. Al compás de Becaud dulcifiqué soledades juveniles y con Et Maintenant , Le jour de la pluie, Natalie y tantas otras hermosas canciones, besé a quien me besó. "La solitude" fué para mi un manifieston existencial, con sus cuatro primeros versos repitiendo airadamente "la solitude, ça n'existe pas". Luego descubres que es una canción a la anestesia y un manifiesto de afirmación personal. Sí existe la soledad y es nuestro bien más preciado.
En la cuarteta 20 de las Robbaiyat, Jayyan escribe:
"Aunque sea tu vida feliz junto a tu amada
y disfrutes de todos los placeres del mundo,
lo cierto es que al final te tendrás que marchar:
todo habrá sido un sueño, duró toda la vida.

En la 38:

Sin excepción perdemos a los amigos íntimos,
uno a uno la muerte los cubrió de desprecio;
la fiesta de la vida nos brindó el mismo vino,
ellos se emborracharon algo antes que nosotros.

Y en la 106:

Ya que no es cuanto existe sino viento en la mano,
ya que hay en cuanto existe defectos y fracasos,
supón que cuanto no existe en el mundo, existe,
cree que cuanto existe en el mundo, no existe.

Recomendación: después de leer esta columna, brindar con una copa de vino, a la manera de Jayyan, por nuestra soledad y esperar amena y grata compañía sin olvidar que el sueño duró toda la vida..

martes, marzo 14, 2006

¿De donde salgo?


¿Estaba escribiendo otro texto cuando esta pregunta ha irrumpido en el teclado; pasa así con las mejores palabras, que se fijan en un espacio imaginario al que nuestro pensamiento tiene acceso. Y vistas y repetidamente vistas, acaban apoderándose de la voluntad. Es como cantar una canción de moda que suena y suena; yo no se si ahora hay canciones de moda porque no las oigo . Pero las palabras suben a la pasarela y desfilan ante nosotros. Debo volver atrás unas horas: estaba en los pasillos de una clínica esperando, sentado en una butaquita de cretona alineada con otras butaquitas de la misma cretona. Llevaba mi bloc de notas de tapas negras que me regalaron mis hijos para mi cumpleaños el pasado 5 de enero, y escribía una nota sobre un párrafo de Hanna Arendt leido horas antes ; el resumen era algo así como "si te acusa el poder de ser algo que no eres, acabarás defendiéndote con la naturaleza de ese algo". Una señora, a mi lado, hablaba con alguien por teléfono mientras otras dos señoras, acompañándola, escuchaban. Sorpresivamente una pregunta al aire: "¿Que año empezó la Segunda Guerra Mundial? Una de ellas responde: 1940. No, no, dice otra, fué el 39. Dudan, levanto la cabeza y casi sin mirarlas, (no negaré haber estudiado el efecto) digo en voz alta "1 de septiembre de 1939, a las 5,45 de la mañana". Sorprendidas me dan las gracias. Dice una: parece que estaba usted allí. No, no, les digo yo. No estaba allí todavía. La que habla por teléfono repite la fecha. Escucha. Pregunta. ¿Alguna miscelánea de 1945? La bomba atómica, digo yo. Ah, si, claro. Y lo dice por teléfono. Y yo añado. Ya estaba allí yo. Una de ellas me pregunta ¿Estaba usted allí? Ya había nacido, señora. En 1944. Ah, claro. Hemos reido un poco y el enfermo a quien esperaban las tres ha llegado y se han ido por el pasillo buscando la cafetería. Yo he seguido esperando. Se trataba de las preguntas de un examen de miscelanea histórica que le habían puesto al hijo de la que hablaba por teléfono. Yo he seguido esperando con la esperanza de que las noticias fueran buenas o relativamente buenas He cerrado el bloc de tapas negras con gomas, he cerrado la pluma cojn la que siempre escribo y me he quedado mirando el techo. La punta del pie iba de un lado a otro en un arco pequeño y nervioso. Los hospitales deprimen cuando no es tu vida la que está en juego.
Al llegar a casa, una pregunta malentendida por correo, una pregunta mía a una persona casi desconocida, "¿de donde sales tú?" ha sido respondida con un automático "¿Y de donde sales tú?" No se de donde salgo, no desde luego de la respuesta seria a las tres peguntas del millón que la filosofía ramplona se empeña en poner en la pizarra, con una sonrisa torva. "Quien soy? ¿De donde vengo? ¿A donde voy? Ahí es nada echando mano de Aristóteles, Platón o Kant o Marx. Ahi es nada tratando de hacerse uno amigo de Spinoza o de Nietsche. ¿Cómo se puede contestar a eso y conseguir no perder los pocos amigos que le van quedando a uno? Claro que ¿de donde sales tú? simplifica la cuestión. ¿Del lugar? ¿Del tiempo? ¿De la ocasión? ¿De la circunstancia? Cualquier respuesta me niega el conocimiento.¿Salgo del amor de mis padres o del encuentro circunstancial de una noche de fin de semana? ¿Salgo de la alegria o de la tristeza? ¿De la miseria? Yo nací el 5 de enero de 1944 y la portada de La Vanguardia (Española) de aquel día es la que está arriba, señora del blog. Había guerra, los rusos atacaban y los alemanes encontraban amargas las victorias de los primeros años. Sembraban la nieve de samgre, odio, miseria y el más repugnante de los fanatismos que haya conocido la historia. No cito al soviético porque ese fué terror y en la guerra, defendiendo su espacio y su vida, esfuerzo y coraje. Salgo no de, sino a, un mundo en guerra, que seguirá en guerra durante toda mi vida, de un mundo de miseria y hambre, que seguirá en misería y hambre durante toda mi vida, salgo al año en que se empieza a experimentar la bomba atómica, (en la que confiaban sus padres creadores que iba a acabar con todas las guerras) y sobrevivo año tras año en un mundo gris en el que el único color esperanzador era el blanco y negro de las películas americanas; recuerdo a mi primera películka vista en el cine Gloria de la GranVía: Ingrid Bergman y Bing Crosby (monja y cura condenados a desamarse) en Las Campanas de Santa María. Salgo de Barcelona, una hermosa ciudad en una esquina del Mediterráneo y paseo años y años por el puerto viendo a los barcos que han llegado: "Excalibur" , procedente de Manchester, lo recuerdo negro con dos chimeneas. El" Independence", gemelo del "Constitution", el más grande trasatlántico de su época, que al amarar en el muelle de la Estación Marítima, sobresalía por ambos extremos, proa y popa. Una réplica de la Santa María flotaba en sus aguas y las golondrinas de gasoil recorren la anchura saliendo de la Puerta de la Paz y llegando al Rompeolas donde flotan las plataformas cangrejeras. Salgo de ver a emigrantes despidiéndose de sus familiares en la cubierta del Cabo de Hornos o el Cabo de Buena Esperanza rumbo a la Argentina. Cantaban El Emigrante, pero no la de Juanito Valderrama, que compuso para los exilados republicanos y que Franco confundió dedicada a los emigrantes de la miseria hacia Europa; tanto le gustaba al dictador aquella canción que no vió el sentido de la letra. Salgo de unos guardapolvos que se llamaban babys, a rayas blancas y azules, salgo de sweters tejidos a manos y destejidos y vueltos a tejer por la maternal economía familiar, salgo de la presencia del silencio nimio y banal, "Lo que se habla en casa no lo comenteis en la calle", salgo de las excursiones dominicales por la montaña, entre rosales y árboles, con estanques y parterres de flores de la antigua Exposición, salgo de la dignidad de la pobreza, del latín mal aprendido, de la literatura bien aprendida, y de la historia maravillosa, de la aritmética hostil, de las redacciones de los jueves, territorio íntimo y propio de cada semana. Salgo de las noches de San Juan en la que las hogueras encendidas en medio de la calle devolvían a la ciudad el fulgor pagano que no debió perderse nunca y en la que adolescentes empezábamos a admirar la morbidez en los cuerpos cubiertos de verano de nuestras compañeras de juego. ¡Cómo huelen las noches de San Juan! Salgo de una academia cutre y de un instituto con movimiento nacional y gimnasia en bombachos sobre adoquines. Salgo de un estante con libros, con todos los libros que opudiera soñar. Salgo de Mark Twain, de Julio Verne, de Zane Grey, de Robert Louis Stvenson, de las Aventuras de Bufalo Bill en ocho tomas encuadernados, y a su lado, enigmáticos y crípticos, Utopia de Tomás Moro, Ella y Ayesha de Ryder Hagard, Crimen y Castigo, Cuerpos y Almas, Mientras la ciudad duerme. "Esos no debeis leerlos todavía". Salgo de Pulgarcito, del TBO. De Life, de Paris March, de mecánica Popular, de Selecciones del Readerst Digest, de La Gaceta Ilustrada, de la revista Destino, cuando ya no era falangista o cuando el falangismo ya no era lo que había sido, salgo de escuchar teatro por la radio, y retransmisiones de películas, salgo de de mirar por la ventana y de leer, leer, leer y siempre leer. Salgo y sobrevivo y me acompañan los libros. Conocí el aburrimiento en implacables Semanas Santas en las que todo cerraba menos churrerías ambulante e iglesias. A visitar monumentos y a caminar entre muros de cirios encendidos que luego he visto en el cine de Visconti. En la radio El Sermón de las Siete Palabras y música religiosa. Amén. La rabia viene ahora, de adulto, que los niños sobreviven felices.
A los niños de mi época no nos robaron la felicidad, sí las oportunidades de integrar la libertad, la alegría y la espontaneidad. Para los niños no hay mundo gris, pero una tela que lo difulmina todo acaba produciendo en la vida un decorado que falta a la realidad. Miramos en un espejo de medidas concretas pero si movemos nuestra vista a derecha e izquierda vemos espejos mucho más amplios y definidos que nos atraen más. Creemos unas palabras que nos repiten pero oimos en la lejanía otras palabras que nos gustan. Nos dicen que no necesitamos ser libres pero oímos ecos de palabras de libertad en las que querríamos habitar. Toda nuestra sociedad tuvo, en su momento que desaprender lo que ya sabían que era, de dejar de disimular y aceptar que el espejo en que nos mirábamos era viejo y no reflejaba nada, mantenía una foto fija. El mundo de la infancia no fue infeliz, fue falso. Y los falsarios se han disuelto con su propio cristal; aquel tiempo, como escribiría Cervantes en su soneto a Felipe II "fuese y no hubo nada".
Ahora, en el bosque, estoy trabajando gracias a este blog, en contestar a la pregunta "¿de donde sales?" vaciándola de sin sentido y llenándola de claridad. Para eso escribo estas columnas y vuelco en ellas lo que he aprendido que vale la pena y me olvido de lo que no. Y ahora puedo contestar a las tres preguntas primordiales. Soy Luis Rivera. Vengo del 5 de enero de 1944. Voy a morir (citando al poeta) en un día de lluvia del que ya tengo recuerdo, aunque lo mismo dará que luzca el sol.

lunes, marzo 13, 2006

Ulises en la encrucijada



Hoy no he subido al bosque a pesar de que el tiempo invitaba. El frío ha cedido, también el viento y en su lugar un sol esplendoroso ha llenado el espacio de luz limpia, como de cristal. Cabeza Líjar, en el Sureste se recorta nítidamente contra el azul encendido; las laderas descienden cargadas de pinos y en los claros todávía se ven muchas manchas de nieve; las torrenteras trazan heridas en el pinar. El verano pasado salí a pasear una tarde y sin proponérmelo subí hasta arriba, y desde allí pude ver mi casa y contemplarla. Luego bajé por el otro camino, el que bordea por lo alto la calzada y va dando rodeos hasta salir al puerto. Desde allí a pie por la carretera, de cara a los camiones, hasta llegar al llano y al prado; cuatro horas estuve. Todo el trayecto se puede seguir mirando a lo alto desde el jardín o detrás de las cristaleras. Lo que tiene mi paisaje, que es pequeño, es que es abarcable con girar la cabeza. En su espaciosidad tan grande no parece lo que es, un valle entre tres sierras. Yo alcanzo a percibir el aroma de mi pais (no el que nací ni otros en los que he vivido) sino el íntimo y pequeño que uno alcanza a recorrer en un cuarto de jornada y eso tratando de acomodar el paso sin prisas. El pais en que vivo. Pienso que para muchas personas, el pais debiera ser una calle llena de tiendas y vecinos, probablemente así les cabría más mundo dentro. Un día lo dejaré, volveré al mar, al mismo Mediterráneo que sí me reclama cuando es tiempo de nostalgias. En mi jardín planté, en un círculo formado por cantos de piedra un ciprés; mira al Este. Unas matas de boj lo rodean y frente a él una retama espera a crecer desde su actual nimiedad: tendrá que darme la flor amarilla, silvevstre y descarada cuando el verano le marque su tiempo de floración. En el este un ciprés mirando al Mediterráneo y en el lado contrario, junto a la puerta de entrada, una pila bautismal de granito cargada de años (me dijeron que mil pero me conformo con la mitad y aún con menos) reposa sobre dos tocones de madera. Granito herido por un tiempo sin memoria, que en cada estación, con lluvias y nieve, se llena de agua bendecida por la naturaleza; de noche hiela y de día, cuando la alcanza el sol de la tarde recupera la transparencia cristalina a través de la cual el granito verdea. Es el Noroeste. Si el ciprés me recuerda el Mediterráneo luminoso y pagano al cual retorno siempre, el granito al noroeste anticipa la tierra de piedra labrada y de atlantidades que es Galicia. San Brandán y el apostol varan sus barcas de piedra en la entrada de mi casaen su navegar por mares de tierra. Por la parte posterior Ulises sigue en su laberinto demorando el retorno a Itaca. Tiempo habrá de volver. De momento le retiene Circe.
Mi abuelo era gallego, de Sarria, provincia de Lugo. No fué un abuelo bueno, ni simpático, ni agradable. En una familia parca como la mía, la figura de este abuelo se desdibujaba en silencios. Yo creo que nadie le quería y era mejor así, eso facilitaba su aislamiento, porque él tampoco quería a nadie. Se de él pocas cosas: emigró de niño solo, por los montes, tal vez siguiendo el camino del lobosomi; sentó plaza en un regimiento en Madrid; ingresó en la Guardia Civil; lo destacaron a Cuba y allí estuvo en la guerra; mi padre contaba del miedo que todos le tenían en su casa y murió solo, dejando de lado a su familia. Cosas hubieron de las que es mejor no hablar. Miserias. Cómo nunca habló conmigo nunca supe de sus melancolías, si es que las tuvo; tampoco de sus caricias o de sus ternuras; se supone que el hombre más encallecido tiene un punto de ella, pero será para otros.
Yo tuve por la tierra del Noroeste un cariño que consideré propio y heredado. Aún lo tengo. Viajé allí menos de lo que hubiera querido, pero bastante y recorrí sus carreteras demorando al máximo el retorno. En el 83, organizando conciertos dimos uno en Coruña en el que el agua hecha gotitas diminutas, flotaba en el aire: tuvimos que vaciar un almacén de productos de marinería llevándonos todos los impermeables que encontramos. El concierto fué mágico. Otra vez un buen amigo de Betanzos me contestó, al preguntarle yo por teléfono por el tiempo que hacía, ya que iba a coger un avión para ir allí: en vez de decirme si bueno, ventoso o lluvioso, me dijo "¿Y que le vamos a hacer?" Visité en Negreira un pazo de piedra con un salón galería que cruza como puente la carretera de acceso al lugar, encristaladas las ventanas a cada lado del mismo sobre el suelo de tarima: del pazo a la iglesia. En Vigo descubrí un universo de arte y de modernidad que ponía las cosas en su sitio al que llegaba creyendo que del obligo del mundo. Una noche de brumas, cerca de Sarria, en un parador, nos dejaron de dormir a Ana y a mi en un cuarto de criados porque no había otro sitio y ella no quería seguir en coche adonde íbamos, porque era noche de brujas y miedos por la carretera.
Así es que en mi casa en el prado, hay trazado un eje que va del paganismo mediterráneo al cristianismo arriano que se supone que se esconde en el subsuelo de la catedral de Santiago. Siempre me ha gustado pensar que detrás de todas las simulaciones ortodoxas se esconden verdades heterodoxas: ¿Realmente recorrerá el botafumeiro su camino mistificador por encima del cuerpo del primer hereje?Ese eje piedra-ciprés es para mi vital, razón de vida y vivo equidistante, posado en un pais pequeño, que es solamente un valle y al que no quiero amar, (me niego a amar a paises organizados, dicho sea de paso, en patrias comunes) porque algún día lo dejaré. Como Ulises volveré a Itaca, aunque de momento lo que me viene importando más es este puerto; tengo varada mi barca en el prado y hay mucho que hacer antes de volver al mar.

domingo, marzo 12, 2006

Cabeza Reina desde la ventana


Cuando subes a Cabeza Reina (puede hacerse en coche con la condición de que este se adapte al camino, que es abrupto y quebrado) te encuentras con una torre de piedras que es observatorio sobre la sierra para prevención de fuegos y con una antena de telefonía. Allá arriba hace frío porque es cruce de vientos y nada te resguarda; aunque sea verano. La cima está, como posición avanzada, en la parte norte de la sierra de Guadarrama, emergiendo del terreno. Esta sierra, que corre de Suroesta a Noreste, tiene por la cara septentrional dos sierras que la hacen de contrafuertes: Malagón y La Mujer Muerta. Hay muchas sierras o montes que se llaman así, no conozco ninguna con denominación del otro género, pienso que es por causa de que en la silueta tumbada se le notan los pechos, lo que es razonable si hablamos de sierras que están formadas por cimas, y la cabellera que suele ser a fin de cuentas una ladera de inclinanción larga y suave.
En elc entro del sistema Cabeza Reina se levanta con placidez. Ni es tan alta como la sierra principal ni siquiera como los contrafuertes, pero está en el centro, entre ambas. De perfil redondeado y suave, se planta con rotundidad en su espacio. Arbolada hasta poco antes de la cima por causa de repoblación con pinar serrano, hoy la adornan las estelas blancas de dos aviones que han pasado hace poco.
Yo la veo desde mi mesa, en la biblioteca, y sus colores ocres y verdes forman, enmarcados por la ventana, un cuadro de pared por el que penetra la luz. Cuando diseñamos esta casa tuvimos buen cuidado de cuidar la orientación de las aberturas para que la vista del exterior complementara el calmo ambiente que pretendíamos conseguir en el interior. Seguimos el modelo de luz japonés en el que la luz de fuera debe llegar matizada para acariciar los objetos que nos acompañan. Hay un librito de Tanizaki, publicado por Siruela, que se llama "El Elogio de la Sombra". Lo recomiendo a quienes aman la pintura, la ejerzan o no. Transcribo un párrafo: "A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien, esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás". La luz como objeto. En las casas japonesas, y en los templos espaciosos y amplios, la luz no llega nunca directamente a las aberturas, sino que se detiene y es filtrada por galerías de madera cubiertas, que producen una frontera sombreada que actúan de filtro.
Cabeza Reina está bajo la luz en toda su realidad. No tiene forma de escapar, en su soledad, del sol que gira en torno a ella, de este a oeste, giro que en verano abarca más arco y es más largo. Un atardecer, más bien un crepúsculo, fotografié la antena con la luna; realmente la foto mostraba más, pero compuse el encuadre para producir ese efecto de soledad que a mi se me antoja dramático; el retoque hace mucho, es la verdad, pero el retoque lo llevamos en el ánimo aún sin disponer de las herramientas precisas. Ahí arriba hace frío, todos los fríos del mundo, que no son solamente los de la escala centígrada.
Cabeza Reina es, en toda su amplitud, un mirador universal. Por el norte se ensancha la vista hacia un amplio valle que se convierte ya en meseta. Malagón a la izquierda y La Mujer Muerta a la derecha, encierran con abundante amplitud esa extensión que acabando las sierras, ya sin contenerse se abre como avenida para los vientos norteños, cargados de borrascas y de fríos. Aquí llegan todos, y en el rincón que forman las tres sierras se amontonan nieves, chubascos, nubes y nieblas de todas intensidades y colores. En los mapas meteorógicos, en los programas del tiempo en televisión, toda borrasca que entra por el norte termina aquí. El enclave, se diría, que es punto de destino de tormentas y cabría bien en los paisajes de Tolkien.
A esta zona del norte de la sierra de Guadarrama, se la llamaba en las crónicas guerreras y en los libros de viajes de la Castilla Medieval y Moderna, Antepuertos, que es nombre bonito y sugerente; no es lo mismo vivir antepuertos que paspuertos. Este antepuertos sugiere la frontera entre norte y sur, entre cristianos y musulmanes. Sugiere una natural muralla de Adriano; sugiere la existencia de otro paisaje más allá; la existencia de un camino hacia el sur, luminoso y llano por el que descendemos hacia paraisos por descubrir; sugiere la división entre dos mundos que se unen por los cordones umbilicales de los puertos: cerrados en invierno y expeditos a partir de la primavera. Encastillados entre sierra, viviendo en los fríos llanos de la meseta al norte, la cadena de montañas, es verdad que de no demasiada altura ni abruptidad, forma una natural diferenciación perceptible. Cuando en días nublos y lluviosos, cruzas el puerto desde el norte, la meseta hacia el sur aparece ante tus ojos luminosa y abierta a los aires limpios que pintó Velazquez, del que dicen que "pintaba el aire" y mucha gente repite sin saber lo que quiere decir. De repente, hecha la luz, vuelve el ánimo al que la melancolía lluviosa había dealentado un poco.
Se me antoja que la antena de telefonía, en Cabeza Reina, es un puerto tecnológico que salva las alturas, los inviernos y los veranos, las nieves y las lluvias, las nieblas y el frío. Ahí está, en medio del paisaje.

sábado, marzo 11, 2006

A Rosa y a Gonzalo. Por cuando éramos comunistas.



Ya estábamos en el bosque cuando me enteré de su muerte; no la había visto en los últimos veinte años. Mi hija la quería mucho, tenían relación continua porque era muy amiga de su hijo, y lo sigue siendo; ahora él anda por África y ella se dedica a sus diseños y a mil cosas más que la llenan: su compañero, sus dibujos, sus bolsos, sus amigos, su caravana, su casita, sus amigos otra vez, siempre sus amigos... El día que me llamó para decirme que Rosa tenía cáncer y que se moría, lloraba por teléfono. No pude consolarla. Yo también lo sentí, pero sin lágrimas. Pocos años antes había muerto Gonzalo de repente y la noticia me llegó a la casa de la playa; ahí si que me afloraron unas lágrimas. Gonzalo y yo habíamos estado muy juntos entre el 65 y el 70. Fuimos inseparables. Antes de casarnos y después. Militábamos juntos, íbamos al cine juntos, leíamos y criticábamos juntos y nos reimos juntos. Pero Rosa, Gonzalo, yo y algunos otros estábamos además en otras cosas: en aprender a vivir y en ser militantes antifranquistas. Éramos medio burgueses, éramos de izquierdas y acabamos siendo comunistas. En circunstancias normales eso último no hubiera sucedido, tal vez no, pero aquí había una dictadura de derechas muy derechas y ya se sabe que el péndulo suele apuntar siempre hacia el lado contrario. Nos gustaba el cine, la literatura, los primeros viajes a Londres, el aroma de Italia y el PCI, lo pronunciábamos PiCci. Veníamos de la literatura frances de Duras, de Robbé-Grillé, de Sartre (que rechazó el Premio Nobel), del reflujo anterior del 68 que de tan lejano no lo entendíamos bien, pero nos gustaba aquello de "prohibido prohibir" y aquello otro de "que paren el mundo que me bajo". Y todo eso nos mostraba un mundo que aquí veíamos deformado, como en los espejos del callejón del Gato de Madrid. Veíamos el cine de Antonioni y de Fellini y de Bolognoni. Habíamos digerido la nueva ola francesa y recelábamos del cine americano aunque aceptábamos el de autor, fuera de donde fuera. Recorríamos por las noches los drugstores y comprábamos libros y revistas. Nos hicimos comunistas por decencia juvenil, porque queríamos hacer algo, ser de algo que significara un movimiento hacia la luz y poco se podía ser. De comunistas para la izquierda se podía escoger si es que te dejaban entrar. La gente del PT era muy excluyente y Rosa lo era. Gonzalo también, pero no se conocían todavía. Yo no, yo era del comunismo tradicional, del PSUC en Barcelona. Éramos comunistas y aprendimos algunas cosas a base de leer y discutir: nos manifestábamos el 30 de abrir por la noche porque el 1º de Mayo la clase obrera se iba a pasar el día al campo; corríamos delante de la policia y corríamos más que ellos; no sabíamos lo que era la guerrilla urbana ni nada por el estilo. De vez en cuando detenían a uno de nosotros y los demás vivíamos algunos días en zozobra; los más comprometidos desaparecían unos días. Aprendimos el marxismo crítico, aprendimos del cristianismo progresista, de la organización obrera, del sindicalismo de clase, de la interpretación de la historia, del análisis de los hechos, de la teoría marxista de las contradicciones que nunca dió resultado y de la necesidad de estar ahí. Fuimos vanidosos, egoistas y despreocupados y creímos que estábamos empujando un muro al que haríamos caer por la fuerza de nuestra vocación y de nuestra convicción. A Gonzalo lo detuvieron repartiendo octavillas y pasó dos años en un regimiento de artillería en Rosas. Allí se echó una novia y luego rompió con ella. Allí paso días muy negros, pero volvió. Cuando yo conocí a Rosa, estábamos ya los tres casados y ellos dos aún no se conocían, faltaba el mecanismo de la historia pequeña que creara el encuentro. Llegará. Tuvimos hijos. Yo me fuí a vivir a un pueblo cercano a Barcelona porque la ciudad nunca ha sido mi paisaje preferido; Rosa vivía allí y yo la conocí a través de amigos comunes. Ella y su marido eran PeTes, el puritanismo de izquierdas llevado al extremo más árido, pero eran heterodoxos. Vivían en una casa vieja con un salón enorme, un jardín enorme y chimenea grandiosa de metal. La casa estaba siempre llena de gente de todas las clases, amigos en fiesta. Gonzalo vino a vivir al mismo pueblo con su mujer. De la relación de la mili forzada le había quedado un hijo al que veía de vez en cuando. La historia de aquella chica, se llamaba Deli, es otra historia y aquí no me cabe porque se convertiría en otro sendero que a su vez se bifurcaría. Murió franco, murió una noche sin que estuviéramos asaltando el Palacio de Invierno, y lo celebramos; es mejor, lo afirmo, beber cava que pegar tiros. Sinceramente nos alegramos de ello, y no lo siento todavía. No creo que lo sienta nunca. Me duelen todas las muertes menos algunas; hay un pequeño catálogo de personajes históricos a los que guardo rencor. El marido de Rosa (no entiendo porque decimos mujer y marido, esposo y esposa: será porque la mujer debe tener marido y no importa que el hombre tenga solamente mujer, será...) se marchó con otra, trágicamente, duramente, yo estaba allí y lo se, pero esa es también otra historia. El verano en que muerto franco toda la estabilidad entre parejas saltó por lo aires, empezaban las crisis a asomar en términos de relación entre sexos; empezamos a pensar que no pasaba nada por tener amigos y amigas no comunes y por salir a cenar con la pareja de otro para intercambiar opiniones. Quisimos recuperar el tiempo de libertad que habíamos perdido en la españa de franco (lo escribo con minúsculas con toda la inteción y no pienso corregirlo). La verdad es que nuestros matrimonios no funcionaban porque el mundo había cambiado y el aire, entrando por las ventanas nos había devuelto la vía a las experiencias perdidas. Tal vez no nos dimos cuentas, pero el final del franquismo coincidió con el tiempo de la juventud y a punto estuvimos de momificarnos, de perder los reflejos de la vida. Nos habíamos emparejado demasiado pronto, demasiado inexpertamente, nos habíamos, como titularía Marsé una de sus mejores novelas de la época, encerrados con un solo juguete y eso nos pasó factura. Muerto franco todo empezó a normalizarse dentro del caos incial y fuimos poco a poco dejando al partido. Las viejas lealtades se perdieron poco a poco. Un día, cenando entre amigos, Rosa me dijo, "¿te acuerdas Luis, cuando éramos comunistas?" Claro que me acordaba. la verdad es que yo no había dejado de serlo en términos conscientes. ¿Cuando éramos comunistas? ¿Cuando dejamos de serlo? Rosa y yo salimos una noche a cenar (aún estábamos casados con nuestras respectivas parejas) y descubrimos a los diez minutos de estar sentados frente a frente en un restaurante que aquello no nos iba, no sabíamos de que hablar. No se trataba de flirteo, ni de aventuras extramatrimoniales (nustras parejas nos esperaban en casa a una hora discreta) ni de intercambio de opiniones intelectuales. No íbamos a hablar de nuestros hijos ni de nuestra economía. Mi vida no le interesaba y a mi tampoco la suya. ¿Qué hacíamos allí? Ya no éramos comunistas, por lo menos Rosa, y yo no sabía lo que era. No podíamos hablar ni siquiera del pasado reciente. Pasó el verano y llegó el invierno. Se rompieron muchas cosas y tuvimos que aprender a vivir cada cual por su lado. Era la época de los acuerdos ante notario y la espera a que saliera la Ley del Divorcio. Rosa y mi exmujer se hicieron íntimas amigas, yo me había quedado sin partido y sin trabajo, Gonzalo también rompió su matrimonio con Pilar. Citaría muchos más, pero no vienen a cuento. Cogí un día un avión y cambié de mundo. Hacía años que no veía a Gonzalo, ni a Rosa y este apareció un día en mi nuevo lugar; no era el bosque todavía, ni siquiera existía, pero aún y trabajando en la ciudad, Ana y yo vivíamos ya en el campo. Fuimos los tres a cenar; Gonzalo había heredado por razones extrañas un negocio de cine pornográfico, lo que era una paradoja dado su pasado purista y ascético de militante del PT y le divertía la situación porque le avergonzaba un poco. Ganaba dinero y eso anestesiaba una cierta sensación de indignidad. Nos confesó a Ana y a mi que estaba solo, que veía a chicas pero que estaba solo. Añoraba una pareja entrañable con sentido del humor. Veía de vez en cuando a mi ex mujer, seguían viviendo en el mismo pueblo; yo creo que ella siempre le había atraído. En la copa de sobremesa hablamos brevemente de lo que quedaba de los que éramos cuando éramos comunistas. Yo tenía un punto de vista que había extraído del la experiencia, el análisis y el recuerdo. Como compañero de viaje, la dictadura del proletariado nunca me había interesado lo más mínimo, también es cierto que nunca se hablaba de ella y estaba arrumbada en un desván al que no se entraba del marxismo crítico había aprendido a leer la historia y sacar consecuencias; no era nacionalista y si internacionalista, en términos muy amplios, en eso había encontrado en Camus muchos asideros; me parecía que la solidaridad era la herramienta del futuro, también Camus; los mitos de la lucha anticolonialista se desmoronaban y los mitos del imperialismo (prefiero llamarlo así) no me motivaban ni emocionaban lo más mínimo; había empezado a generar una violenta aversión hacia las dictaduras, no solamente las de derechas: hacia todas. Sentía que empezaba a ver surgir de mi un individuo, que por vez primera crecía. Había empezado una vida nueva en otra ciudad, con otra mujer a mi lado, con mis hijos muy cerca en la distancia y empezando a llenar un estante de biblioteca, empezado a leer de nuevo. Era marxista, ya no era comunista , los tiempos cambían y nosotros con ellos. Caí en la cuenta de que Marx tampoco había sido comunista, al estilo de lo que nosotros conocíamos como tal, y me llevé una alegría. Al despedirnos le dije a Gonzalo, "oye, llama a mi ex y dile que te presente a Rosa, por lo que sé está sola y es una chica estupenda" o a lo mejor le dije "es muy buena tía".
Vivieron separados, cada cual en su casa, cada cual en lo suyo, pero con un territorio de afectos común del que no supe nada en concreto salvo que tenían una relación, hasta que un día en la playa me comunicó mi ex mujer por teléfono que Gonzalo había muerto. Tenía la voz de haber llorado. Gonzalo, entrañable, era un buen chico para todos: se hacía querer, era muy fácil. Me senté en la terraza y me tomé un wisky. ¿qué más se puede hacer? Cuando el recuerdo es nostalgia hay que ser cuidadoso en convocarlo. Mi ex mujer se casó de nuevo y tuvo una niña, mis hijos crecieron, pasaron tiempos conmigo, viajaban y mi hija siempre quiso a Rosa y Rosa siempre la quiso a ella. Ella y Pau, el hijo de aquella, siempre fueron amigos. Y un día, hace poco, ya estábamos en el bosque, me llamó para decirme que Rosa había muerto de un cancer. Me acordé, repentinamente, de la pregunta de Rosa en aquella cena entre amigos más de veinte años antes. Prometo que fué eso lo que me vino a la cabeza, seguramente por no pensar en rosa muerta y los demás un poco más solos. "¿Te acuerdas Luis, cuando éramos comunistas?
Cuando éramos comunistas teníamos las cosas mucho más claras porque éramos mucho más jóvenes. Ahora nuestras vidas son paradojas que igual no sirven para enseñar nada a nadie. Me niego a tirar a la basura del olvido a la crítica marxista, a Sartre, a Camus, a Arendt, a Berlin, a Benjamin. Sigo sin ser nacionalista, sigo con mi necesidad sin satisfacer de internancionalismo y de solidaridad mundial. Miro a América y a África y a veces me averguenza vivir en el bosque. Parece como si nada valiera ya nada y como si todo acabara en Poper. Un tal Fukuyama escribe que la historia se ha acabado y la saga Bush (¿me pregunto si hay nietos al acecho?) le demuestra que la historia se seguirá haciendo mientras ellos quieran. Hemos dejado de ser comunistas, Rosa, es cierto, pero seguimos siendo decentes.

jueves, marzo 09, 2006

Atardecer romano

En este atardecer romano yo era el fotógrafo. En este anochecer de hoy, día de niebla y lluvia, cabe volver los ojos a la noche. El día deja su cosecha y el sueño (hay que redactar faústicamente) pronto ocupará nuestras horas. Aquí en el bosque, silencioso de por si, la noche se convierte un vacio habitado por vientos. Pocas luces en el prado, solo tres casas están habitadas de manera permanente. Ladran los perros sueltos en los jardines al paso de un coche por la carretera apartada. ¿Donde irá a estas horas entre los altos pinos y los alados robles? Faústicamente he escrito. Viajé en una estancia en Roma a Licenza, más allá de Tívoli. Allí, unas ruinas breves señalan lo que se dice fué la casa de Horacio. Lo que el llamó en sus odas "el predio sabino", el pequeño lugar que, regalado por Mecenas, le permitió vivir confortablemente inmerso en una pequeña economía agrícola, ayudada por lo que obtenía de su amigo y de Augusto, que le encargaba poemas para los Fastos.
Tiene Horacio un gusto por el vino, por el cordero asado en el horno de leña, por los amigos, por las veladas nocturnas hablando, por las charlas de poesía, por la autocomplacencia, por la vanidad de saberse llamado a la gloria literaria, por las muchachas y los muchachos hermosos, por el sexo desvergonzado (¿imaginado?), por el pasar de los días, por el ruido de la alquería, de los cerdos, el mugir de las vacas, por el fresco estío en la montaña.
Ocasionalmente viajará a Roma para leer sus poemas y visitar a sus amigos. El Augusto le ofreceráa una secretaria, pero la vida romana no convence a este hombrecito pequeño, de cara redonda, mofletes salidos, rizos de mocoso y del que cuentan que tiene un sexo enorme para su estatura.
De él es ese verso que dice "dulce y bello es morir por la patria" pero no creo que lo escribiera sintiéndolo. En la batalla que años atrás enfrentara a Bruto y Casio con Augusto y Antonio, el joven Horacio, tribuno del primero, mostró su rostro carente de coraje frente a los dos últimos. Defendía él la república. No cumplió con su miedo lo bello y lo dulce de la muerte por la patria y huiría arrojando el escudo. Años después escribiría sobnre sí mismo sin asomo de verguenza:

...y la veloz fuga
y el mal dejado escudo cuando roto
quedó el valor y la barbilla
tocó del bravo la indigna tierra.
Fiel a su amigo Mecenas, del que además de recibir favores recibe una segura amistad que le conmuevle, le escribe algo que cumplirá a rajatabla. Promete seguirle a la tumba cuando aquel muera con versos hermosos y sonoros incluso en traducción
No, no es este engañoso juramento:
me iré, me iré tan pronto me precedas,
compañeros los dos, al último viaje
dispuestos ....
Duró dos meses nada más. Murió en el predio sabino llorando el bienestar perdido. Nada hay tan doloroso como la muerte de los seres queridos, y nada deja un tan gran vacío como la muerte del amigo. "Como del rayo", escribirá Miguel Hernández por la muerte de Ramón Sijé, y en verso inolvidable, único, cuatro palabras y una miserable coma, cerrará la elegía con aquel "compañero del alma, compañero" que rompe el corazón de solo leerlo.
Yo conocí a Horacio hace unos pocos años cuando Roma me hirió abrumadoramente. No pude resistirme y decidí habitarla. Llené mi mesa de trabajo de libros con textos viejos de dos mil años y poco menos. Leí, leí y leí y de repente me entró en el cuerpo el aire de la Suburra, el olor del Tiber, el gentío en torno al Coliseo, la subida al Capitolio, los pinos recortados en el horizonte, las puestas de sol sobre un cielo azulísimo. Supe que si los dioses existen no se ocupan de los hombres. Recojí de Horacio el consejo: "mientras hablo, me dice, el tiempo celoso habrá ya escapado: goza del día y no jures que otro igual vendrá después". Solo el presente.
Oí la retórica brillante de Hortensio y de Cicerón. Vi como Virgilio se inventaba la historia de Roma cargándola en las recias espaldas de Eneas, el fugitivo de Troya. Asistí a las polémicas en las rostras y me fatigó el árido puritanismo de los dos Catones. Leí a Ovidio y sus juegos de amor, y a Cátulo y su amor imposible, o a Tíbulo y sus noches ebrias de muejrzuelas y tabernas. Tácito y Tito Livio me contaron lo que sabían. Aprendí y aprendí de un fresco inmenso en el que cada cosa que aprendía me era familiar, de mi propio tiempo. Aprendí que los años nos convierten en escépticos y que la duda habita permanentemente frente a los heróicos ejemplos de generaciones. Que al fin y al cabo, en cada anochecer no se conquista el mundo y vale la pena no contar los segundos que nos quedan para habitar nuestra eternidad. Y que nadie quiera acelerar el tiempo. A veces, lo reconozco, me confundo y creo que soy una ruina romana. Aprendí que todo lo que pasa en la vida ha pasado en la historia, que fue vida. Es imposible no reconocer los hechos, los deseos y los sentimientos. Todo lo que se ama ya se ha amado. Todo lo que se odia ya se ha odiado. Nosotros contenemos los sentimientos de siempre y creemos descubrirlos, con ojos de niño herido por una espina o una torcedura. Nos hiere el desamor o la vesanía, nos duele la verdad cuando no la soportamos, cuando nos agrede con su razón indiscutible y no estamos en ella y nos duele la mentira que suponemos del que afirma que mentimos nosotros. Nos dolemos y congratulamos en nuestra infelicidad o exultamos en nuestra felicidad. Como todos cuantos han pasado por aquí y como todos cuantos pasarán.

La naturaleza de los caballos


El bosque junto al que vivo está habitado; por corzos, zorros, jabalies, ardillas (a estos los he visto) y por otros muchos animales que no he visto. Oigo multitud de pájaros que desconozco y algunos que me son familiares: los grajos y las cornejas chirrían, por ejemplo. En este bosque sueltan en primavera los caballos, sacados del encierro invernal, para que coman la hierba jugosa. Ahí van en falsa libertad las yeguas, las crías del tiempo, y los potros jóvenes. Escribo en falsa libertad porque aunque no lo sepan (habría que pensar en lo que saben los caballos) tienen dueños que deciden por ellos. Mañana llegan sin avisar (¿para qué van a hacerlo?) y ensogan al potrillo y se lo llevan, o a la yegua. También están en relativa livertad las vacas y los terneros, durante el verano. En Prado Grande y en Prado Largo, están a sus anchas, relajadamente, mascando hierba permanentemente. A veces abandonan el prado y deambulan entre los pinos o los robles. Si un choto se pierde llama a la madre y esta le contesta una vez tras otra mientras se buscan, y la cantinela sigue hasta el encuentro y el retorno al grupo.Cuando cruzo entre ellos apenas se mueven; las vacas son elegantes y se apartan dos o tres pasitos; los terneros, asustadizos, salen en trote rápido tropezando. Los ojos de las vacas me siguen mientras ellas van girando la cabeza en una curva inverosímil. Los ojos de las vacas y de los terneros hablan, son de una enorme dulzura. Ikram Antaki, una intelectual siria que vive en Méjico se refiere a ello en un libro titulado "La cultura de los árabes"; los ojos más bellos pueden ser comparados poéticamente a los de la vacas. Decir tienes "ojos de vaca" es un piropo, nunca un insulto o una grosería.
Hace un año más o menos, cruzábamos el bosque con un amiga y su hija adolescente y nos encontramos a los caballos. La muchacha quedó como paralizada; se adelantó a nosotros y se acercó al grupo. Una yegua, un potro de un año y un potrillo. La chica, absorta, los miraba como si se tratara de una aparición. Los animales no se inmutaron. Le pregunté a que venía aquel arrobo y esperaba una respuesta cursi de adolescente; fué al contrario una respuesta sincera. "Nunca había visto caballos así". ¿Cómo así? Vivos, sueltos, de verdad. Recordé una definición de Julio Camba sobre el campo: "lugar en que los pollos corren crudos". La muchachita había visto a los caballos, no solo "de verdad" sino en libertad.Reconozco que cuando llegué al bosque por vez primera y me encontré con los caballos, me arrobé como ella. Estas escenas existen fuera de las películas o de los libros de fotografías.
Junto a mi casa, en el prado, hay parcelas en las que los ganaderos dejan en verano a unos cuantos caballos. Los propietarios prefieren segar la maleza de esta manera, es menos costoso. Los caballos van arrancando cortes de hierbas con sus dientes grandes. Nosotros les acercamos pan duro. Se lo damos con cuidado. Cuando nos ven cruzar el jardín hacia el seto que delimita los terrenos, vienen al trote. No tienen miedo, tienen hambre de golosina. El verano pasado dejaron una yegua torda y un caballo alazán. Llevaban mucho tiempo juntos. Según el ganadero la yegua era arisca; el caballo(castrado) lo montaba para subir al monte a controlar las vacas. Según el jinete era dócil. Cuando salíamos a llevarles pan, la yegua se quedaba parada, al otro lado de la parcela y el caballo venía. Descubrimos que imponía su ley de macho más fuerte, no la dejaba acercarse. Si lo hacía le ponía el cuerpo y la empujaba, le sacaba los dientes y ella, asustada, se iba. Si no le gustaba el rincón en que la yegua se refugiaba, trotaba amenzador hacia ella y la empujaba hacia el sitio en que quería que estuviera. Ana y yo urdimos una estratagema: yo atraía al caballo hacia mi y le iba dando pan mientras Ana, al otro lado del prado, le daba a la esclavizada yegua. No se le puede explicar a un caballo que debe respetar a la yegua y compartir con ella el pan y el agua del barreño. No lo va a entender. Ana y yo llegamos a la conclusión que esas cosas están en la naturaleza de los caballos.
Recuerdo que, después de la muerte de Franco, en el paraninfo de la Universidad de Barcelona, se celebraron las Primeras Jornadas de las Mujeres. Yo quedé allí, durante las Asambleas con la que era entonces mi mujer. Esperábamos que pasaran cosas, que el mundo se pusiera en marcha y cualquier sitio en cualquier lugar podía ser el escenario de un acto conmovedor. Entré en el enorme salón y me quedé asombrado por la vista del inmenso espacio decimonónico repleto de mujeres en diversos grupos, con diversas oradoras, con diversos diálogos en un ambiente enfebrecido y enfervorizado por banderas y pancartas, casi todas rojas, que era el color de del ansía de libertad, por aquellos días. Las voces singulares sobre un enorme guirigay producido por el coro de voces general resonaban por el efecto de los altísimos techos. Enbtraba la luz del mediodia por los ventanales del piso superior y la visión me recordó automáticamente las pinturas de las convenciones liberadoras de los siglos XVIII y XIX. Allí vi el paisaje de la revolución. Ese salón inmenso de la Universidad de Barcelona era un fragmento revolucionario que conectaba directamente con el futuro y no era mio. Había una revolución que no me tocaba como protagonista. Tuve que concienciarme de la necesidad de dejar el paso expedito a quien lo necesitaba y convertirme en compañero de viaje. Años atrás, en militancias antifranquistas, con gente progresista a mi lado, viví experiencias aleccionadoras. Un compañero hubo que denunció a su mujer compañera también, por haber abandonado el domicilio conyugal y haberse ido "con otro". La denunció a los mismos grises delante de los que vociferaban "Libertad". Durante mucho años he tratado, he comprendido, he intentado y a veces he conseguido, ser un compañero de viaje en la historia propia y en la de la humanidad que es, en realidad, un largo y constante camino hacia la libertad. Iremos siempre hacia una libertad incompleta, o sea que nunca llegaremos. Siempre habrá una parcela más a ganar. Está en la naturaleza de los seres ser imperfecto, machista, ruin, pero está en la naturaleza de los seres caminar hacia la libertad de todos por igual y por iguales. De los caballos no, ni de los toros ni de los millones de especies que seguirán su rumbo natural con su división entre machos y hembras, entre fuertes y débiles, con su reparto del trabajo y sus tiempos de sexo y sus tiempos de cría y sus tiempos de pacer. Está en la naturaleza de los hombres, de los seres humanos, el impagable tesoro de la conciencia, ese "caer en cuenta de uno mismo" que procede de la conjunción de inteligencia, aprendizaje y experiencia. Muchas veces me he sentido avergonzado por el comportamiento de muchos hombres, y muchas veces una frase o un pensamiento a punto de aflorar me han recordado al machista que llevo dentro y del que no recuerdo el aspecto ni la fotografía. Pero está agazapado como están agazapadas todas las cosas que no debieran ser y que son. Están en la naturaleza de los humanos. Vienen a lomos de la educación y del poder.
Hoy he viajado, he ido en avión al mediodia a otra ciudad y he vuelto por la noche. Tenía que hacer una gestión y eso conlleva coger mi coche, hacer cien kilómetros para llegar al aeropuerto, subir al avión, volar una hora, alquilar un coche, recorrer cien kilómetros, tener una entrevista breve y rehacer el camino de vuelta a casa. Cómo hay tiempo para leer en el vuelo, me llevo siempre un libro; hoy "La condición humana" de Hannah Arendt. A mi esta intelectual me parece triplemente admirable, por intelectual comprometida, por judía y por mujer. Declaro explícita y francamente que no admiro a nadie salvo excepciones puntuales y ocasionales, pero mi admiración por Hannah está dirigida a un ser excepcional, a un ser libre de pensamiento y acción, de inquietud intelectual y de capacidad crítica y expositiva. Subrayo una frase: "¿cómo es posible vivir en el mundo, amar a tu prójimo si el prójimo - o incluso tu mismo - no acepta quien eres?" Cuando he copiado la frase en las hojas de respeto del inicio, que es donde escribo apuntes en los libros que leo si encuentro algo que me interesa, me he quedado bloqueado pensando en este blog a escribir y todo lo que he escrito ha pasado por mi como una cascada de cerezas que caen de una bandeja volcada. Mientras volvía a casa el blog ha llegado a mi y aquí está.

martes, marzo 07, 2006

A Cioran.


Cuando se quiere sintetizarla personalidad de Cioran se le muestra como el hombre lúcido y a la par cínico que trata de responder a una inquietud: ¿cómo se puede vivir en un mundo desquiciado? ¿Se puede? Pienso que se puede vivir en cualquier parte y de cualquier manera. El mundo desquiciado debe ser, lo pienso, bastante confortable la mayor parte del tiempo.

Cito a Cioran: sorprendido en la calle por el misterio" del Tiempo", me dije que San Agustín hizo bien en abordar semejante tema dirigiéndose a Dios: ¿con quien debatirlo si no?

Cioran es así. No sabes si reir o llorar aunque la evidencia es que algo tienes que hacer. Ante él no existe otra indiferencia que la de los indiferentes. La lucidez en Cioran es perversión benéfica. Si esto que nos rodea y en lo que estamos y lo que somos es lo que es, mejor será verlo de otra manera. Ganar la lucidez paso a paso. Las religiones, al igual que las ideologías, no son más que cruzadas contra el humor. Observar cerca o lejos importa poco, porque la realidad es demasiado cercana. No deberíamos molestar a nuestros amigo más que para nuestro entierro. Y aun así.

Un mundo desquiciado es, francamente, para la generalidad, un punto de vista. Probablemente no sea para tanto y si lo es, ¿que le vamos a hacer? Se acepta el desquiciamente aceptando la naturaleza humana. "Nadie es perfecto" es la frase final de la película "Con faldas y a lo loco" y nada se podía haber dicho de mejor manera. Fellini, en "Ocho y medio" le hace decir al protagonista, que se dirige a su mujer y cogiéndola de la mano la introduce en el corro que gira y gira en la playa al compás de la música de Rotta: "La vida es una fiesta, Luisa, vivámosla juntos". Para Dostoiewsky "el miedo a la estética es un signo evidente de la impotencia" y Ana Karina en "Pierrot le fou", de Godard (hay que redescubrir tantas cosas que se han tirado al cajón de los recuerdos) pasea por la playa preguntando en alta voz, "¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué voy a hacer?" porque ha llegado a un punto de la improvisación en el rodaje que su propio personaje se le antoja bloqueado en un playa, sin acción siguiente. La vida misma, mientras, Belmondo, repitiendo la carrera de Al final de la escapada, en lugar de morir de un tiro desde la policia, se pinta la cara de azul y envolviéndola en un manojo de cartuchos de dinamita se vuela. Peter Sellers cabalga una bomba atómica en Dr. Strangelove y Donald Siegel, en los últimos diez minutos de The Killers, recrea el asesinato de Kenedy en la muerte por disparo de arma de fuego de un asesino a sueldo; de tal mamnera les había afectado meses antes, a la gente del cine, la realidad cinematográfica de un magnicidio. Vimos Viet Nam día a día hasta el resumen final de Coppola redescubriendo la música de Wagner con mácabro sentido del humor. El desquiciamento del mundo es el escenario en el cual sucede todo. Se necesita la lucidez de Cioran y un tremendo sentido del humor para mezclar los datos que nos envían los periódicos al seleccionar la noticia que debe conmovernos. Desengañémonos: en nuestra base de datos no cabe todo. El 11-S y el 11-M, además de los muertos alevosamente en las torres gemelas o en los trenes de Madrid, morían en el mundo más de cien mil niños de hambre por los que nunca hemos llorado ni hemos plantado un bosque ni les hemos dedicado un bocadillo de sardinas.

Este conjunto humano que comparte trozos de la tierra a los que llama países, se conmueve solamente por lo que está reglamentado que debe conmovernos. La lucidez es de corto recorrido y se limita al hecho convulso que debe afectarnos por cercanía geográfica o de intereses. A cualquiera de ambas acabaremos dándoles un tratamiento emocional, porque determinadas razones entran mejor apelando al sentimiendo de bondad y simpatia. ¿Solamente somos buenos? Cabe leer a Cioran: Si casi siempre somos desconcertados por los acontencimientos, es porque basta esperar pàra darse cuenta de que hemos pecado de ingenuidad. ¿Porqué preocuparnos por lo terrible si lo desconocemos? En este mundo desquiciado, multitud de seres intuyen que algo no está bien y siguen adelante. Me direis: ¡no van a pegarse un tiro! No, claro. Ya escribe Camus que el único problema filosófico que queda por resolver es el suicidio. Para añadir al poco que en cualquier caso la gente se suicida por causas concretas: el desamor, un enfermedad, por ejemplo. Nunca por causas filosóficas tales como el absurdo existencial.

Inermes ante las pequeñas cosas, la pobreza, la subsistencia, el aburrimiento, el desamor, la soledad, la enfermedad, no somos capaces de alentar un vuelo de dolor o un tacto de ternura más állé del compungido funeral por lo cercano. Nuestro caudal de dolor se aplica ordenadamente a lo que corresponde. Las mayores audiencias televisivas corresponden invariablemente a un evento deportivo, a la boda de una princesa o a un atentado terrorista. ¿Pecar de ingenuidad? No quiero agotar al pensador rumano, pero quisiera acabar con esto: Todo es saludable, salvo interrogarse constantemente sobre el sentido de nuestros actos, todo es preferible a la única cuestión que importa.

Que tenga razón no quiere decir que debamos aceptarlo.

lunes, marzo 06, 2006

ROMA. Octubre de 2005. Visita al Papa Inocencio




Una sola intención tenía este viaje: visitar en la Galería Doria Pamphili al Papa Inocencio. Desde nuestra primera visita a Roma, Ana y yo coincidimos en que no era ciudad para turismo sino para estar de manera familiar y cotidiana; para repetir; para callejear sin destino; para perdernos; para encontrarnos. Lo que no pudiéramos ver en una estancia sería a la siguiente o a la otra. No hay prisa para volver a casa, porque sabes que siempre has de volver. Yo escojo mi casa: Roma y ese es mi eterno viaje de retorno.
Tienen las visitas a Roma algo irreal de tiempo detenido. Estamos allí y somos los de siempre pero cada vez es parte de lo mismo y un mucho de diferente, conecta con algo interrumpido un tiempo antes o por unirse a lo que aún no ha sucedido un tiempo después. Roma es en mí eterna en la medida en que yo lo soy, condenada a la intensidad (una manera infinita de contemplar el tiempo) y a la perdurabilidad, mientras yo viva. Hay cosas en nosotros que siempre están y con chasquear un pensamiento acuden. Otras no, se disuelven carentes de importancia mayor, vacías al cabo del tiempo de emociones.
La Gallería Doria Pamphili parece vetusta, destartalada y sin el espíritu ordenado y didáctico que anima a la organización de un mueso moderno. Los cuadros (más de 400) se alinean en la paredes de salas y galerías, poco iluminados, en hileras de hasta cuatro unidades subiendo hacia las bovedas del techo. Es difícil alcanzar a ver un Tizziano, un Caravaggio o un Claudio de Lorena, por la poca luz y la lejanía. Más bien parece un archivo de cuadros y si a la entrada (siempre si se pide) te dejan por un rato, pues has de devolverla al salir, un manoseado manojo de cuartillas encuadernadas con grapa, en las que un listado de salas numeradas antecede a los listados de cuadros y autores, es con seguridad para que sepas con certeza confiada que es lo que puedes decir que has visto aunque no haya sido así.
Tiene la galería que rodea el jardín interior, abundante entrada de luz que no alcanza a dar claridad suficiente. En el piso superior, al suroeste, en el lado contrario al Gran Salón Aldobrandini, se encuentra el Gabinetto Ottagonale. Pequeño, someramente iluminado, de paredes forradas por viejas telas tiene apenas cabida para ocho o diez personas que entran en él por una puerta de no grandes dimensiones y se encuentran sin otra salida que volver tras de si y recorrer a la inversa el paso del umbral.
Este Gabinetto contiene la (a mi entender) primera Teología de la Pintura que pintó Velazques. La que se hizo acreedora a la expresión está en el Museo del Prado y se trata de Las Meninas. Mostrada por Carlos II a Lucas Jordán, obtuvo de este último una sola expresión: "Señor, esto es la Teología de la Pintura". La segunda, teología, verdad absoluta en el universo de la pintura, está en la Gallería Doria Pamphilli. Años antes de Las Meninas, durante su estancia en la Roma de el Papa Inocencio, recibió el pintor el encargo de hacer del Pontífice un retrato. Y lo hizo. Ahí está, en el Gabinetto Ottagonale, alcanzando la perdurabilidad, acariciando la eternidad para su protagonista. Ningún retrato de Papa, salvo de los ue vienen hacia acá desde Pio XII, es decir, los del siglo del cine y de la prensa gráfica, ha sido tan conocido como este Inocencio X, y gracias a Velazquez.
Cuentan que el Papa, al ver el cuadro, al revelársele la obra del artista y hacerse cargo de ella, solo pudo exclamar: "es demasiado verdadero". ¿Que vió? ¿Qué vemos nosotros?
Pienso que le alcanzó el rayo de la verdad y se reconoció, espejo inmisericorde, en los ojos de un pintor sevillano de porte educado y cortés, mirada cordial y viva. Narcisista al fin como todo poderoso, el papa buscaba encontrarse entre los halagos del pintor y de la corte pontificia con no demasiada verdad y una espléndida técnica. No alcanzó a vislumbrar esta última sino que se reconoció como del rayo fulminado, en la cara de los malos momentos, en las pinceladas que resumen ironía, crueldad, avaricía y acechante doblez. Inocencio nos mira, en el Gabinetto nos mira y nos sigue con la mirada y esboza un rictus de labios que bien pudiera tener la intención de hacernos creer que nos sonríe, aunque no alcanza el efecto y nos quedamos con una intención que debería causarnos más pavor si cabe. La mirada es inquisitiva, el gesto acechante, el cuerpo sujeto como un muelle está presto a dar por terminada la entrevista y a dejarnos de improviso. Nos mira como miran los poderosos, con la indecencia de los rayos "X". Demasiado verdadero para ser verdad. Tuvo que digerir que el pintor había alcanzado a leer en la conciencia del retratado. Si no le gustó lo que vió se lo calló para siempre. Demasiado verdadero, dijo. Las cosas demasiado verdaderas suelen alcanzar límites de tragedia: una guerra, un expolio, un genocidio, una mentira, una infidelidad, la deslealtad, el crimen, todas esas cosas son demasiado verdaderas, las otras más inocuas, son acercamientos a la razón o a la emoción. Siempre diluyen su veracidad sin hacer grandes daños.
En el Gabitto Ottagonale comprendí que los visitantes de la Gallería siguen siendo súbditos del retrato de Inocencio. Muerto el papa, los estigmas del poder le sobreviven y nos imponen el conocimiento de lo que somos, aunque lo ignoremos. Intuyo que siempre seremos súbditos en esa salita octogonal. El diablo nos ha dejado allí, vigilante, al angel del mal. Velazquez lo vió.

Algún día escribiré una novela


Mi amigo perro camina siempre delante mío, tira de mi. Conoce los caminos y elige los más conveniente para su paseo.
Siento la obligación de llenar cada día unas líneas en este blog de la misma manera que cada mañana paseo un rato por el bosque o por su linde con él. Ambas cosas son un placer. He escrito muchas páginas a lo largo de mi vida y las he roto aprovechando traslados, cambios de escritorio o momento de humor certero: ¿de que me sirve saber lo que escribí hace tantos años? Ese ya no soy yo; se dice que dejamos de ser los que éramos cada cinco años que es el tiempo que tardan nuestras células en desaparecer dejando el sitio a otras nuevas; afirmo que también cambiamos en el terreno de las ideas. Desconfio de entrada de aquellos que dicen que siempre han pensado lo mismo y más todavía de aquellos que están orgullosos de ello. Para empezar, ¿cuanto es desde siempre? ¿Y desde cuando? Para mi un ser humano normal tiene la obligación moral, estética e incluso práctica de cambiar. ¿Para qué sino tiene ojos? ¿Para que sino a aprendido a escuchar? ¿Para que sino usará el lenguaje?
Tengo pendiente escribir un libro pero me niego a ello. No me siento especialmente pedante, es madrugada y quiero irme a dormir, no estoy para ejercicios de estilo en solitario. Me niego a ello desde que hace muchos años caí en la cuenta de que había dos tipos de libros: los que valía la pena leer y aquellos que daba exactament lo mismo. Ya no leo novela, casi nunca. No encuentro buenas novelas, de hoy; de ayer, es inmensa la biblioteca. Buenas novelas, es decir, aquellas en las que el estilo y el autor no tapan la narración ni esconden a los personajes. Hoy los novelistas quieren escribir películas. Prefiero ir al cine aunque la verdad es que tampoco voy. Bien, yo no escribiré una novela sino sé lo quiero decir y como lo voy a decir. Y cuando lo sepa tendré que decidir como poder escribir una novela con la intención de que forme parte del primer grupo.
Así es que mientras camino los senderos del bosque le explico a mi amigo perro mis ideas acerca de mi novela, (ideas si hay, ciertamente, y alguna página encarpetada) o le hablo del blog y de mi disciplina diaria. Y le expongo mis dudas, soy perezoso y dubitativo.
Imagina, le digo, que aunque creas que no tienes nada que decir, siempre acabas poniendo un par de palabras en hilera y luego sale todo. Todo depende del arranque y del estado de ánimo. Que no me entiende está claro, pero le gusta oir mi voz mientras caminamos. También a mi me gusta oir mi voz. Y me gusta ver su mirada húmeda cuando se para harto de caminar y vuelve todo su cuerpo en dirección a casa. Ya es hora de volver.
Cuando no se que pensar pienso en los cuatro principios epicureos. 1 / no temer a la muerte. 2/ luchar contra el sufrimiento. 3/ cultivar la amistad. 4/no entrar en asuntos públicos en los que no podamos garantizar el bien común para todos (y todavía) Camino un buen rato bajo los árboles. Y me asalta el recuerdo de una frase de Cioran: "Extraviado aquí abajo, como si me hubiera extraviado, sin duda, en cualquier otro lugar".

domingo, marzo 05, 2006

Deconstruir, desaprender, desolvidar.


Ser infiel a mi mismo es una de mis virtudes; mi mediterraneidad integra ingredientes griegos, romanos, fenicios y árabes. Culturales, porque en los de la sangre no tengo ni idea de permanencia o existencia. Me gusta cambiar de opinión en las cosas intrascendentes y mantenerme firme en algunas cuya trascendencia se ha decantado en mi a lo largo del tiempo como una esencia.
  1. prefiero la justicia al orden
  2. aspiro a una solidaridad universal en un orden mundial
  3. soy demócrata porque no puedo ser otra cosa más justa
  4. afirmo que la existencia precede a la esencia por lo que el ser humano es absolutamente libre para afrontar su vida
  5. me esfuerzo en deconstruir verdades instaladas para encontrar en el hueco donde estaban, los principios de la razón
  6. trato de desaprender todo lo que he aprendido como dogma inmutable y eterno
  7. Y tomando prestada una palabra que me llega al blog, trataré de desolvidar.


El bosque fomenta la reflexión. Este bosque es real, que no se piense que me imagino estar donde no estoy. Este bosque en el que esta noche pasada ha nevado otra vez y en el que ahora, cuando escribo sopla un viento que según el Instituo Nacional de Meteorlogía es de 25 kilómetros por hora, pero que suene grave, profundo y hosco, este bosque que ahora casi no se ve por efecto de la niebla, es ahora el lugar en que afronto un nuevo proyecto de reflexión propia. Este bosque permanece en la mirada cuando estoy en el valle y miro ladera arriba y le veo como una convicción plantada en el paisaje. Cuando entro en él me envuelve la calma de sus muros abiertos y de sus infinitos senderos. Y entonces hablo con mi amigo perro y le cuento mi reflexión.


Para esa tarea me apresto a equiparme con 3 palabras inventadas o sacadas de otros idiomas y de otras personas cuyo significado quiero fijar para no olvidar el sentido final de cada uno.. Enumero:

  1. Deconstruir: acción de volver atrás en el proceso de construcción de una personalidad para tratar de identificar los materiales cuya discutible calidad (credibilidad y certeza) afectan el resultado final, prescindiendo de ellos o sustituyéndolos por otros.
  2. Desaprender: identificar toda la enseñanza asumida como cierta y cuyo fundamento científico sea dudoso. Desaprender es dejar de lado verdades absolutas y dogmas.
  3. Desolvidar: recuperar del olvido partes de la propia historia que en el nuevo proceso y resultado, encajen con naturalidad.