jueves, diciembre 04, 2008

Nada, nadie, en ningún sitio.

Cuando llovizna, baja la temperatura y desaparece el sol tras una sola nube extensa y compacta de diferentes grises, la ausencia de personas reduce la esencia del paisaje al vacío: nadie hay, pues es como si nada hubiera. A lo sumo se puede distinguir en la distancia un pequeño punto oscuro al que parece que la atmósfera quiera borrar, cuyos perfiles tienden a desvanecerse como vapor espejado y que no se puede precisar lo que es. El Hombre del Prado entorna los ojos, los casi cierra para reducir el foco de la mirada y darle una mayor precisión, y ni por esas, sigue el punto en su horizonte, que se diría que se desplaza aunque bien mirado también se diría que no. Y piensa si, en el caso de ser alguien y no algo, el otro al otro extremo de la línea de la mirada, le estará percibiendo y se hará la misma pregunta sobre la identidad de este punto en que reduce el observador, mirado desde el otro lado.

Baten las olas con suavidad, el viento sopla de tierra, y parece que no hay marejada; así la quietud es mayor, o la percepción de loo quieto, que no es lo que parece pues todo se mueve al impulso de una ligera y persistente brisa que levanta aires de arena, mueve papeles, agita la superficie brillante y transparente de las burbujas, tal parecen, que son un banco de medusas varadas en el mismo rompiente, donde la arena endurecida por el agua es más consistente y compacta y permite caminar dejando la marca de las suelas del calzado señalando el rumbo seguido. Lo quieto, piensa este Hombre, no es sino aquello que quede despojado de todo lo que no se percibe, de la misma manera que el silencio es la falta de percepción de los ruidos. Para la quietud y el silencio, solo es necesaria la abstracción de lo que rodea, la construcción de una invisible bola de cristal en la que nada penetra y habita el pensamiento. Si fuera posible despojarse de él se llegaría al vacío.

¿Qué piensas? le preguntaron tantas veces y a todas contestaba "Nada". No era cierto, que pensar nada es en realidad, por lo común, pensar en cosas que pasan sugeridas por el momento, por el inconsciente desencadenamiento de imágenes, palabras, sonidos, lo mismo que un sueño ingobernable que se desvanece con solamente despertar. Nunca ha pensado en nada, que pensar nada es imposible, ya que nada no es. Allí, en la playa, pensaba en el vacío, en el deseo casi inalcanzable de alcanzar esa ciega percepción, captar la vacuidad de lo que no siendo no está ni en la imaginación. Todo lo que puede ser pensado existe, dicen, y así van discurriendo en este pensar en nada multitud de cosas que afloran como si se ojeara una colección de rastros de vida. En pié, junto al mar que bate la arena, le sobresalta el contacto frío en los pies del agua que ha llegado hasta él, cuando no advertía como las olas, en series imprecisas de menor o mayor alcance, le han alcanzado. Ha sido este frío el que ha desencadenado el retorno. ¿Donde estabas? le han preguntado en ocasiones al verle abstraído, y él siempre ha contestado: "en ningún sitio".

El punto negro del horizonte ha desaparecido: así pues era alguien. Vuelve la vista hacia el paseo, bordeado de palmeras y edificios, y a nadie ve. Alguien se ha disuelto ante sus ojos y el Hombre del Prado se ha perdido el prodigio.