domingo, julio 30, 2006

Yasunari Kawabata y Yukio Mishima - I

Grabado de Katsushika Hokusai (1831), de la serie Treinta y seis vistas del Monte Fuyí.
Creo que no tenía aún 20 años cuando leyó en edición de El Círculo de Lectores "Una grulla en la taza de té" de Yasunari Kawabata, a quien poco después, en 1968, le iban a conceder el Premio Nobel. Quedó impresionado, subyugado por aquella prosa que el recuerdo en el tiempo se la presenta como suave, tranquila y de profunda inspiración y contenido. Una pincelada de belleza había depositado en él un retazo de arte para la memoria y ahí se quedó, grabada con el nombre de su autor. Siempre, que es el lapso de tiempo desde el que las ideas fluyen en la memoria sin perderse y se hacen suyas, de quien las posee, hasta ser parte del vestuario interior, siempre pues, había sentido una fascinación por Japón unida a un profundo desconocimiento. No intentó saber más que lo que la intuición y la casualidad, unidas, le ofrecían como alimento a su curiosidad; si encontraba en una publicación una lámina de un templo o un grabado, lo miraba atentamenmte, lo remiraba una y otra vez tratando de entrar en el significado sabiendo que lo que la lámina representaba (un samurai tañendo el koto, por ejemplo) era algo más que la expresión realista de un músico de buena posición. Tal vez fué a través de esa intuida simbología de la que no tenía las claves para la interpretación, como pudo ir penetrando en los conceptos artísticos occidentales, que expresan de manera más directa el encuentro entre lo que se ve y lo que quiere expresar.
Vió fotografías de El Pabellón de Oro sin saber que lo era, y los reflejos de sus dos plantas en el estanque quieto del parque en Kyoto le atraían hablándole de calma. La primera vez que vió en fotografía, el Ryoan-ji, con su mar de arena surcada y las piedras surgiendo en aquella inmensidad medida y contenida, sintió el impacto de las formas coaligadas con el vacio para crear el espacio como un todo. Así, cuando trató de acercarse al zen, como por curiosidad, le resultó hasta sencillo encontrar una síntesis accesible en la visión de los espacios vacíos como si se tratara de los contenidos de la realidad; todavía se ríe como la primera vez recordando que al mirar un vaso comprendió que sus paredes no eran nada en sí y que lo que realmente importaba y era útil era el hueco interior, donde no había nada, salvo agua cuando era necesario.
En ese proceso de comprender lo desconocido sin tener todavía el esencial nombre de las cosas, solamente la forma y un lenguaje contenido en la expresión que le atraía, se encontró en las salas penumbrosas de los cines con Kenji Mizouguchi y con Akira Kurosawa; la patina de la belleza en penumbra, el dulce encanto de la inocencia y de los sentimientos puros entre brumas y trazos suaves se le aparecieron en La Emperatriz Yan Kwei Fei, Los cuentos de la luna pálida después de la lluvia, Una Geisa, Vida de Oharu o El Intendente Sansha en el primero, en tanto que en Rashomon, Los Siete Samurais, Yojimbo o El Infierno del Odio, Kurosawa dibujaba con un trazo de pincel seguro de sí mismo el concepto de la modernidad narrativa en un Japón en mutación.
Cuando, unos años después se encontró con Yukio Mishima a través de tres obritas de teatro Noh en una edición de La Nandrágora de Buenos Aires de 1954, experimentó el efecto del deslumbramiento. Cómo pudo encajar en su entendimiento, producto autodidacta de la curiosidad voraz y del desorden, todos aquellos elementos dispersos que habían llegado a él como flotantes casualidades, es algo que no ha podido comprender nunca, pero lo cierto es que las casualidades son fruto de la necesidad y de la búsqueda inconsciente y en muy poco tiempo calleron en sus manos Caballos desbocados, Nieve de Primavera, Confesiones de una Máscara, El marino que perdió la gracia del Mar y El Pabellón de Oro. Lo que tuvo por cierto y tiene todavía es que su primer asombro, su primer acto de creación lectora y entrega total, su primer desvarío de la libertad al leer, rendido a la fusión entre la historia del escritor y su propia creación total ante una novela no se producjo ante una de la cultura occidental, y habían tantas, sino ante El Pabellón de Oro: la historia de un joven que fascinado por la belleza hasta quedar cautivo , anulado por ella en todos sus otros sentimientos y sensibilidades hasta la más absoluta de las impotencias, decide redimirse destruyendo lo bello que le cautiva. Hay quien se encontró con Proust para amar la literatura, o con Stendhal o con Faulkner, este joven del que escribo no, se encandiló con Mishima y de una manera natural volvió a Yasunari Kawabata en un juego de lecturas que remedaban su entusiasmo ante la pantalla del cine en que veía las películas de Mizouguchi o de Kurosawa. Empezó a concebir la idea, desde luego no extraída de ningún crítico solvente, de que Mizouguchi era cercano a Kawabata y Kurosava a Mishima. Tienen estas ideas propias el beneficio del anonimato y la disculpa de la ignorancia de quien las concibe, que no está obligado a la infalibilidad.
Hace poco, un par o tres de años, cayó en sus manos un estudio minúsculo, publicado por Siruela de Tanizaki Junichiro: El Elogio de la Sombra. Si en la cultura occidental el más firme aliado de la belleza es la luz, en Japón, la penumbra y el desgaste del objeto, el reino de la sombra cambiante y del matiz del material en su envejecimiento, forman el alimento espiritual de su cultura visual tradicional. La lectura de El Elogio... le produjo un placer inmenso al descubrir que lo que veía en Mizouguchi y leía en Kawabata era esa patina del tiempo y ese prodigioso y suave claroscuro, tan alejado de cualquier expresionismo, antes bien, matiz de la expresión humana en su más perfecta representación de la vida. Aprender a mirar para ver una cosa de todas las formas posibles, ya que es la sombra la que delinea al objeto de manera distinta a cada paso cabal del tiempo. Afectado por una extrema sensibilidad a la luz que puede llegar a producirle considerables molestias, prefería habitar en peunumbras tamizadas: aprendió a ver y a retener en la memoria, de un objeto cualquiera los mil rostros que componen su identidad.
Lo que aprendió con el tiempo es que las miles de cosas que quedaban en su memoria, escelente, todo hay que decirlo, podían irse agrupando formando conjuntos cerrados que a fuerza de existir llegaban a descoser pequeñas costuras y a conectarse los unos con los otros: Roma y la República y la China iniciática de Quin Shi Huan Ti o el Islam en la Península Ibérica o el desgraciado siglo XIX, por ejemplo, iban dispopniéndose en unidades de archivo, capaces de ser aisladas y consultadas por si mismas, pero que al cabo de la consulta venían a conectarse a otro archivo cercano en tiempo, concepto, historia o sentimiento. Sucede esto seguramente a todo el mundo, pero nuestro hombre acabó pensando que era un proceso mental propio producido por un sistema enciclopedista de aprendizaje, a saber: la toma de un asunto acotado en el tiempo, presuponía el dedicar una suma de meses o años prolongada y suficiente para acumular cuanta información original y cuanta comentada, pudiera llegar a disponer para su proyecto de saber.
Hace solo unos días, dispuesto a sentarse en el jardín para, mientras se pone el sol, leer como cada tarde, decidió repasar una caja de libros todavía cerrada desde la mudanza a la casa del prado dos años antes. Los libros encerrados en cajas, todsavía sin desembalar, sufren uno de los tres siguientes destinos: o se desamortizan, es decir, se regalan o se tiran a la basura, simplemente, pouesto que han perdido toda su utilidad y capacidad mítica (por ejemplo: las cartas de Rosa Luxemburgo); se guardan en la biblioteca principal, lo que seguramente obligará a otro libro o libros a buscar mejor acomodo; o por último acabarán en un trastero por ordenar o en el apartamento de la playa, donde lo que se procura es que vayan a almacenarse allí cuanta novela policíaca o de evasión susceptible de ser leída dos o tres veces en el decurso de unos veinte años.
Pues bien, en la caja que llevó al jardín para abrir, encontró encima de todos, con una portada desafiante (contiene la imagen que encabeza este artículo: La Gran Ola, de Katsushika Hokusai , que pintó más de 30 vistas diferentes del Monte Fuji) un libro de poco más de doscientas páginas: Yasunari Kawabata y Yukio Mishima. Correspondencia (1945-1970), que ni recordaba tener ni haber comprado y desde luego tampoco haber leído. Hojarlo, dejar la caja sobre la grava y junto a las dalias, acomodarse en la butaca de lona, estirar los pies, dejar las gafas en la mesita (ya no necesita gafas de cerca para leer, es cosa de los años) y empezar a leer una carta aquí y otra allá fué empezar y seguir. El asombro le invadió de tal manera que no pudo parar hasta acabar la última página, leyendo en una carrera contra la puesta del sol.
De este epistolario escribiré mañana, para no hacer esta entrega demasiado larga.

sábado, julio 29, 2006

Toda verdad es mentira


Toda verdad es mentira; y toda mentira puede llegar a no serlo. No hay absolutos porque todo lo que sucede externo a esta carnalidad que somos está visto y observada por la inteligencia, centro de todo, ombligo del mundo de cada uno de los individuos que componen la espesa y extensa humanidad. Desde nuestros dos ojos y el proceso intelectual que engloba percepción, comparación, aprendizaje, memoria y conciencia, cada uno pretende captar la universalidad, entenderla y tomar posición frente a ella. Por suerte existen los libros que nos ayudan una vez sabemos leer y no me refiero a juntar letras para formar palabras y estas para hacer frases. No quiero perder el hilo del principio: toda verdad es mentira. La importancia real de esa afirmación paradójica es que es absolutamente indiferente que el hecho en si se tome por la parte en que es verdad o por la parte en que es mentira, si es que eso pudiera llegar a ser perceptible. Todo hombre expresa su propio teorema, su afirmación de si mismo, que siendo la misma en cuanto al enunciado no se corresponde en absoluto con el paso de los años. "Yo soy fulano de tal" dice un niño de 5 años y dice lo mismo con 80. No está diciendo lo mismo si se abstraen las afirmaciones del tiempo, pero el tiempo es una irrealidad, lo cual viene a decir que tal vez si esté diciendo la misma cosa desde dos pares de ojos diferentes: los del niño en la cruel edad de la inocencia y los del anciano en la edad de la esperanza.
Este hombre que se yergue sobre dos patas y tensa el arco o prueba su fuerza y puntería con la piedra no es el mismo que escribe palabras en un teclado conectado de manera inhalámbrica a un ordenador personal de la marca Compaq. Aquel era una bestia pura y este pudiera ser un resentido sin saber de que, pero profundamente convencido. La tragedia del tiempo es el resentimiento porque el absurdo, la diferencia entre el sueño y la realidad, se ha instalado en el pan nuestro de cada día. Nos crían con cuentos, nos enseñan con cuentos dice el poeta, y es bien cierto, pero al pluralizar sobre los actores de nuestro aprendizaje descubrimos que son aquellos a los que más queremos. Adquirida la cultura especial que nos ha de proteger toda la vida, armados para el combate con el expertisse necesario, descubrimos que ya seremos para toda la vida solitarios ingenieros de materias cósmicas que no amamos. Estaría bien decirlo, pero en lugar de ello pensamos ordenadamente que hemos trabajado honradamente toda la vida en un rincón del planeta en el que ni siquiera creemos.
En la emisora Pandora suena A change is gonna come, por Sam Cooke. Cooke era un cantante negro, no afroamericano sino niger, que es como se les llamaba entonces en USA, un tipo que cantaba el blues y el soul de maravilla, con una voz preciosa de singer negro que se lanzó al ruedo con la canción que ahora suena y su solo título revolucionó a la negritud norteamericana: un cambio va a venir, dice Cooker, y ellos necesitan creerlo. Empezaba la época de la lucha por los derechos ciciles y la Gran Sociedad de Johnson tratando de crear un mundo justo en el pais del imperio. No hay verdades absolutas, porque al mismo tiempo el presidente tejano intensificaba los bombardeos en el mítico Viet Nam (¿cuanto de verdad y cuanto de mentira en cualquier heroica lucha, al cabo de los años?) y los jóvenes que morían eran los mismos negros que esperaban un cambio y los latinos que acababan de llegar. Cooker, que agitó a los suyos desde un mensaje comprometido, conoció una noche a una chiquilla encantadora en un bar y se fué con ella a un motel. Al día siguiente apareció muerto por disparo de bala; se supuso que intentó violarla, pero quien se mete en la habitación de un motel con una chica con pistola sabe que va a lo que va. A la chica nunca se la identificó. El cambio llegó pero no para Sam Cooker. Para la chica seguramente si; nunca sabremos que es lo que le aprovechó de él. La historia, grande o pequeña, no es una verdad absoluta.
Las historias de radio son todas mentiras porque suelen emocionar; la trampa está en la voz del locutor que trata de arañarnos el blanco de los ojos con las imágenes de la imaginación sugerida. Es la radio de la noche, la de los que la escuchan porque no pueden dormir a causa de los múltiples insomnios, los del sueño y los del trabajo, los de la desocupación, los del desamor, los de la espera e incluso algunos de la desesperanza, esperando que suene el llavín en la puerta o el portero automático desde el portal: "¿sabes? He venido. ¿Me abres?" ¿Cómo no va a hacerlo? La radio dejará de ser importante y esa voz suave y un poco aguardentosa que promete compañía se perderá por el camino del pasillo incrustada en la cabina de un enorme camión que atronador, se perderá en la madrugada.
No hay mayor soledad que la acompañada; esa es otra verdad mentirosa. Los tipos humanos, ya se sabe, los que lo saben todo y alzan las manos abriendo los dedos índice y corazón en forma de uve victoriosa suelen alcanzar sublimemente la derrota cuando un día descubren que su sonrisa es indiferente y banal y su signo de la victoria la marca de un dentrífico barato. Claro que nadie tiene, insisto en esto, quiero que quede claro, el menor derecho a criticarles o a tratar de conseguir que enmenden su comportamiento y alcancen el pesimismo generacional que les corresponde. Para todo hay un estereotipo y para cada cual una soledad; no existe el derecho al optimismo ni el derecho a echar el hombro en este complicado mundo; cabe reconocer que todo está muy mal y que cada día iremos a peor. ¿Porque los malos están siempre alrededor en una enorme conspiración? ¿Puedo ser bueno? Prometo no pedir ayuda y trataré de acabarme solo excuchando un blues en un inglés que no alcanzo a entender.
Estaba en las verdades que son mentiras y en las mentiras que podrían ser verdad; por ejemplo, cualquier tiempo pasado fué mejor, te amaré toda la vida, solo pienso en ti, quiero que mi hijo tenga mejores cosas que yo, me he enamorado de tu inteligencia, la verdad es que les está bien empleado, mañana me ocuparé de arreglarlo, reconoce que nunca te he gustado, siempre te he odiado, hay que triunfar en la vida, soy feliz, siempre he pensado lo mismo, todo cuanto se lo he aprendido de mis padres, a mi me gusta la soledad, no puedo vivir sin ti, me he hecho a mi mismo, dedico mi éxito a mis padres, detrás de todo gran hombre hay una gran mujer ...
Cada palabra se repite como un eco variando su significado de voz en voz a medida que se aleja; tu quieres que te entiendan, ¿quien? El verso de Rilke es diáfano: ¿quien entre las cohortes de ángeles me escuchará si grito? Hay un drama extenso e inabordable que es el cansancio y el escepticismo de quien no sabe siquiera porque debe estar cansado y a cuenta de que viene el ser escéptico. Unmago mejorará el mundo, está escrito en los comics y en las paredes de los lavabos públicos y en los dibujos grafittis en los inacabables muros de las ciudades. Saldrá el Mahdi de su pozo iraní y llegará el Mesias a las atormentadas tierras de Oriente Medio y será probable que se enzarcen en una gresca monumental para estar a la altura de las circunstancias.
Mirando desde los ojos de mi mismo, ensimismado, con los pies en el bosque o en la hierba del prado, observo que me da igual el valor de la verdad o el valor de la mentira. En el fondo pienso que me gusta estar en un mundo propio, cada día más pequeño. Si los angeles no me escuchan, hora será de dejar de gritarles. Mañana saldré a caminar por los pinares y si tengo suerte se me cruzará un corzo venteando y verlo me hará feliz.

jueves, julio 27, 2006

Un alto en el camino para saludar a los amigos.


A este hombre vanidoso que acabada su reflexión sobre el proceso intelectual del creador ha decidido darse un baño de auto halago y ha subido a su blog las "32 postales romanas", en una apoteosis de fe en el impulso vital que solamente los dioses pueden derramar sobre los mortales, le ha quedado un enorme vacío interior y ni siquiera la mirada a las laderas festoneadas de pinos de Cueva Valiente o de Cabeza Líjar, le ha devuelto el ánimo sosegado del que hace gala cuando escribe, seguramente con la intención de fascinar a sus lectores. Ha dejado pasar un día entero convencido de que ha perdido el paso y no sabe como seguir. ¿Cómo retomar el espíritu calmo de la vida que andaba escribiendo? se pregunta. Nadie, claramente, va a contestarla: Ana no, por supuesto, porque ya está acostumbrada a estas dosis de negrura y a Goyerri tampoco, porque cuando le ve cejijunto y con la cabeza gacha, opta por darse una vuelta por el jardín y ladrar poderosamente a cualquiera que pase por la calle. Recuerda este hombre a una actriz, Ana Karina, caminando por la playa preguntándose " y ahora, ¿que puedo hacer?, ¿que voy a hacer?" en aquella maravillosa y olvidada Pierrot Le Fou. Pues bien, él sabe como la protagonista de la película de Godard que tiene que hacer algo antes de seguir.
No hay respuesta. La paloma que ha subido al blog como imagen capitular de este artículo (insiste en que le disgusta la palabra post, cuando lo que escribe son reflexiones en forma de artículos periodísticos), es una paloma que en su último viaje a Roma se posó en la balaustrada de la terraza de la suite en la que se alojaban Ana y él, nada más llegar y dejar las maletas en las banquetas. . Por razones ignoradas, el hotel "Domus Romana" decidió, al no poderle dar la habitación de siempre, alojarle en una suite de película romana, de dos cámaras unidas por un arco interior y por una enorme terraza de ladrillo haciendo juego a paredes ocres y sienas, con una fuente (de la que no manaba agua) en una esquina, y una bella vista sobre el cielo romano y sus tejados. La paloma fué a posarse en la balaustrada, ignorante de la existencia de nuevos inquilinos. Hoy, al ver la foto y decidir colgarla, recuerda nuestro amigo que ese fue el último viaje antes de que el cáncer se colara en la vida de Ana y por lo tanto en la suya, de tan poderosa manera que durante siete meses todo ha girado en torno a un maldito desarreglo celular que esta vez ha perdido la batalla, como toda guerra construída de sufrimiento e incertidumbre.
Una historia lleva siempre a otra y los días en que, desde finales de enero, empezó a publicar sus escritos diarios en este blog, ha ido recogiendo retazos de una vida a la que asiste como espectador, ya que lo importante no se dirime en el blog, ni en el Pc, sino en el quirófano y en la habitación de los hospitales (dos) en los que en los últimos 120 días ha dormido 60 noches, en cuatro fases diferenciadas por altas y recaídas. Un solo escenario, visitas siempre agobiantes, noches de atención constante y frente a él una persona a la que después de tantos años desconocía, porque generalmente la faceta del sufrimiento y del coraje se desconoce en el otro que nos suele acompañar cotidianamente. La intuición del vacío, el miedo racional a la soledad, el ejercicio constante de la disciplina y el cariño convertido en cobertor de cualquier gesto, le han permitido escribir casi cada noche, sus propias reflexiones acerca de vida, libros y personas, en un proceso de reencuentro que empezó hace años, cuando decidió que ya estaba bien de vivir muriendo cuando lo que realmente le apetecía era morir viviendo.
Personas ajenas, algunas menos, otras más, han ido creando un mundo republicano (en el más civil y afectuoso sentido de la palabra) de fantasmales amigos, gnomos de internet, que con mucha frecuencia le han visitado y a los que con la misma frecuencia no ha dejado de visitar. Hasta descubrir que el lenitivo al agobio solitario de la enfermedad que les atenazaba a ambos (porque en una pareja una enfermedad es cosa de dos) no eran las visitas de amigos y familiares que solían reclamar una información puntual de la situación y le obligaban a escuchar una opinión pseudo médica que además de no interesarle en absoluto le molestaba. El quería el silencio y la calma y lo encontró en este mundo fantástico (sí, escribo ahora mágico, por única vez) en que las personas se encuentran entre susurros y les basta con escribir dos líneas para mostrarse.
¿Cómo podría ahora, siete meses después, de nuevo en el bosque y en encaminada salud, no reconocer que esta experiencia ha sido, toda ella y en todos los sentidos, la más enriquecedora de su vida?.
No quiere escribir más, para que no se le diga que ya está de nuevo con su estilo moroso, lento y pretencioso, y porque cree que las cosas cada día deben decirse con menos palabras: que esta paloma romana vuele con un mensaje para los gnomos de internet que le han visitado y leído. Gracias.
Promete seguir mañana desde el bosque como si nada hubiera sucedido.

martes, julio 25, 2006

Creación . y 6 / Oficio de Creador y otros Oficios

El Creador ha dejado al espectador la entera libertad de adentrarse en las emociones que pueda producirle su obra; es vanidoso, quiere que le reconozcan maestría; aspira a un lugar en el parnaso: espera ser reconocido. Será artista en la medida en que produzca arte y producirá arte en la medida en que genere emociones y adquiera un tinte personal, un sello propio que aúne al contenido coherente, inserto en el tiempo, la originalidad. ¿De que sirve crear como Stendhal, por ejemplo, hoy en día en los abores del siglo XXI? Como Horacio, el artista sabe que ha hecho algo importante, pero ¿porqué? ¿Cual es la importancia real de pintar un cuadro, igual o mejor que los demás? ¿Y la de escribir un libro? Este individuo que es creador, que da rienda suelta a su ansía creadora, debe conocer sus posibilidades y aspirar a romper la barrera de sus límites. Es en suma un aspirante a la perfección; debe canalizar su impulso creador hacia el oficio, que es el estado en que la sociedad (en esta parte de la reflexión debe aparecer la sociedad como un sujeto globalizador de los impulsos del individuo, como un potente aspirador que toma y devuelve socializado el esfuerzo individual), que es un estado, repito, en que la sociedad reconoce al individuo, encuadrado en el oficio, situado dentro del paradigma. Porque el credor, aislado no puede valorarse y desconocido no alcanza a recibir el latido del reconocimiento de su obra. Necesita una certidumbre, ¿y quien no? para suponer que no anda equivocado cuando exalta de gozo por su obra acabada. Sabe que ha aportado algo más que un afortunado encuentro de ritmo y palabras, o colores o músicas o formas; sabe que tiene un material bruto para dar a descubrir y sabe también que ha ido acumulando saber, tércnica: oficio en resumen, de crear.
Sepa lo que sepa, necesita que algo fundamentado, desde el público, no solamente se emocione sino que reconozca haberse emocionado, de manera notoria, singular primero y plural posteriormente; necesita que se pongan de parte d la emoción y progenitor de su cfreación aspira a otorgarle larga vida. Nace la opinión, una plataforma amplia de conocimiento que tiende a expandirse o a contraerse y a desaparecer si cabe asumida por el olvido. La opinión es el boca a boca de los conocedores. ¿Cómo vamos a negar que había opinión en el paleolítico frente a los bisontes gráciles de las cuevas refugio de cazadores y recolectores? Primero los poderosos, luego sus ayudantes, finalmente el grupo, arremolinado frente a la pared opina y está de acuerdo, ¿con qujien? Solamente hay dos opiniones que valgan: la del poderoso o la del experto. A los demás toca mirar por los filtros aludidos. Y nace el oficio de crítica, de aceptacioón o de rechazo, de especialista. Quien resume las opiniones y las sintetiza en un principio y quien posteriormente avanza sus conclunsiones como horizonte de prejuicios paradigmático para los demás, es el crítico; auspiciado por el poder del medio o por el poder político, por el de la industria o por el de la contra indistria. El crítico representa con su oficio, la puerta ante la que el creador puede estrellarse o por la que entrará con su odficio a cuestas para alcanzar la notoriedad.¿Quien hubiera sido Horacio sin la amistad de Virgilio, Mecenas y Augusto? Observemos el paradigma que forma la tríada mencionada: el poder gremial d ela poesía (Virgilio), el poder financiero que permite que Horacio se desentienda de la vida diaria (Mecenas) y el poder político que levanta cualquier tipo de censura y le convierta en el poeta de los fastos (Augusto). Horacio sabe que, sin ellos, no sería sino un amanuense perdido en cualquier oficina siniestra de la administración; lúcidamente calla de las ayudas recibidas en su última oda del Libro III. Solo frente a su destino, el creador domesticado olvida.
El creador, seguro o inseguro, ha de tomar partido y situarse: estará él mismo frente a la opinión y resistirá el no de una sociedad sedentaria y acomodaticia que no comprende que él, justamente él, marca el camino de los tiempos. O por el contrario aceptará que su arte, al suscitar emociones, debe plegarse a la opinión, firmemente asentado en los tiempos inmóviles, y disfrutar, con esa aceptación, del éxito, es decir: el reconocimiento de un grupo cualificado que le aplaude. Todo el proceso de creación termina ante una decisión: aceptar o no el juicio crítico de una sociedad, la del creador, que va a situarle en un plano de calidad dentro de su tiempo.
Hay algo que nos permite situar al creador siempre, en casi todos los casos, y que al convertirse en constante hay que aceptar como verdad. Todo creador lo hace a favor de los tiempos, inserto en la modernidad, aprovechando los nuevos materiales y las nuevas formas, buscando las nuevas certezas e integrando los nuevos modos. El creador es moderno, en el sentido más diccionarial de la palabra, en el más sociológico, pertenece al tiempo en que habla, pertenece al tiempo en que pinta, escribe, compone, diseña, filma, baila... El creador es un hombre eterno habilitado hoy para abrir los caminos de la creación en los tiempos que corren. El primer material del creador es su tiempo, la propia moral, las verdades del presente en que vive, el lenguaje de la modernidad.
En torno a su creación se construye un discurso descriptivo de sus calidades: lo aporta el crítico, lo aporta el poder, los mass media, la opionión pública. La libertad intercambiada, requisito indispensable para que la creación se produzca en los dos extremos del proceso, ha sido secuestrada por la opinión experta que tiende a fagocitar las ideas dispersas para emitir una idea global. Ante la crítica uniforme, el acto de creación pierde su sentido, se disuelve, pasa a un limbo inerte, el de la traducción de intenciones. Secuestrada la libertad se establece el dogma, y con él el lenguaje digestivo que tiene a definir, breve y linealmente, al nuevo creador, ahora ya artista. Hete aquí que ya tenemos mensaje, head line publicitario de fácil compensión, slogan que trata de determinar en pocas palabras el esfuerzo habido para llegar al reconocimiento.
La creación impulso, poderosa arma del creador para transformar pedazos del mundo que percibe y ofrecerlo al creador observador que a través de aquella podrá sentir el poder de la transformación en modernidad, han sido disueltos en el canon de la ortodoxia. La opinión se alimenta de cultura embolsada en folletos de exposiciones y museos y en críticas expertas. El crítico, el juez dotado del conocimiento, por este mismo hecho de ser conocedor, ha perdido la libertad del creador observador y su horizonte de prejuicios le ata al banco del galeote, condenado a remar creyendo que marca el rumbo de una nave cuyo timón no controla. Y es este el proceso aniquilador de quien se cree llamado a juzgar, aunando conocimiento, ambición y vanidad, incapaz de comprender que lo que está haciendo es asesinar a la libertad, empezando por la suya propia. Pero esto, al Oficio de Crítico le tiene sin cuidado.

FIN DE 6 ARTÍCULOS.

domingo, julio 23, 2006

Creación - 5 Creador autor versus creador observador

Al caer la tarde, sentado en el jardín, con los últimos rayos del sol entrando por el oeste, uno se relaja y piensa en nada, o en cosas.

He escrito repetidas veces en esta serie de artículos, que el creador hace su función para sí y desde sí y que el ansia que siente de crear, la necesidad última de llenar un papel de palabras o un lienzo de color y forma, es personal, de nadie más: es cierto, de la misma manera y con la misma certeza como que sabe que necesita mostrar el resultado de su obra para que la creación alcance un el final de un ciclo, poniéndola en manos del espectador. Sin esa transferencia, el autor no ha terminado su trabajo, no ha llegado a su meta, está sin público y por lo tanto ignora el recorrido real de su obra, de su arte.
La creación es cosa de dos, doble, en dos fases; una primera que procede del creador en la que el acto de crear carece del placer estético, ya que el creador no puede resumirlo, conocerlo, descubrirlo, porque ese placer no le pertenece. Ese placer estético al que Sartre prefiere llamar "alegria estética" y que no es sino la emoción que al manifestarse en el espectador señala que la obra está lograda. Esta alegría, cita Sartre, en efecto, que está negada al creador mientras crea, se identifica con la conciencia estética del espectador.
Tmbién he escrito y trataré de explicarme mejor ahora, que el espectador es tan creador como el propio creador de la obra, puesto que la obra sin espectador está en la fase de permanencia oscura, solamente existe para quien la ha creado y podría decirse que salvo el goce ilusionado de su producción, ignora todo de ella. Cuando el creador transfiere la obra al espectador, obligado como está a ser honesto, ha respetado la libertad del lector o del observador, de realizar su propio recorrido con el libro y las palabras en las manos. El creador mantiene un cuidado (insisto en la honestidad necesaria) exquisito en dejar al lector libertad absoluta y no trazar trampas que condicionen su capacidad de emocionarse, ni siquiera la dirección de las mismas. Puede engañarse el creador durante el acto de crear pues su propio conocimiento del trabajo que realiza es subjetivo, pero no debe engañar al lector proponiéndole atajos y caminos tramposos, durante el acto de creación de este.
El lector descubrirá en el texto un acto de creación desde el mismo momento en que lo abra por la prímera página y lea la primera palabra. Cuando el lector se asoma a la frase "Fuí a Comala porque me dijeron que allí podía encontrar a mi padre Pedro Páramo" arrebata el poder de la creación al autor que queda relegado a un vigilante desde la portada, un nombre en cuerpo de letra destacado. Ya es el lector quien adentrándose en el mundo de Comala lo va a hacer suyo y a llenarlo de su propio contenido moral, tomándose la libertad de poner imagen, sentimiento y emoción a un guión escrito por otro, creador también, aislado de las emociones de la lectura de su propia obra. Si en un principio el autor debe, moralmente, respetar la libertad del lector sin falsificar el fluir de la obra en busca de emociones prestadas, de obligado cumplimiento, ahora es el lector quien deberá respetar íntegramente la libertad del creador, al adentrarse en sus párrafos sin que sus propios horizontes de prejuicios le encaminen por terrenos ajenos a la emoción naturalmente emanada. En pintura y escritura no existen imperativos categóricos y si absoluta libertad.
El acto de leer, el acto de mirar una pintura, es un acto gozoso de creación (creación, no se piense en recreaciones) y debe entenderse como el derecho del lector o del observador a dar rienda suelta a su potencial creador, que le absorve devorando palabras, frases, formas. Vuelvo a citar a Sartre "Porque ya que quien escribe reconoce, por el hecho mismo de que se tome el trabajo de escribir, la libertad de sus lectores y ya que quien lee, por el solo hecho de abrir el libro, reconoce la libertad del escritor, la obra de arte, tomésela por donde se la tome, es un acto de confianza en la libertad de los hombres".
El creador es generoso, pues un sentimiento generoso es el que tiene la libertad por principio y fin. Por lo mismo es generoso el lector. El primero apela a la conciencia del segundo, a su periplo emocionado a través de las páginas, o incluso al rechazo frontal, a la incomprensión (emociones también). La obra de arte, llamésmola así pues ya ha despertado emociones y por ende ya existe, permanecerá ahora abierta a cada una de las creaciones que observador, espectador, lector, cada individuo que la tome desde su propia esencialidad, desde su postura moral, su obligación ética, desde su horizonte de certezas y prejuicios en el vasto tiempo en que pueda seguir existiendo un espectador que a ella se acerque. El acto creador segundo, caminará con el tiempo por territorios que el mismo autor desconoció, por terrenos de futuro en los que ni se llegó a pensar. Nuevas estéticas transformarán la obra de arte en las nuevas creaciones que el futuro depare. O esto o la permanencia oscura, la condena a la inexistencia.
Igual que existe vocación de creador-autor, existe vocación de creador-espectador y la libertad de este debería exigirle a él, si es que la libertad puede desde la ética propia exigir algo, que se asome a la obra desde su propio prejuicio si lo tiene, con la menor información ajena, virgen de parámetros o paradigmas que le anticipen la emoción a encontrar. Es causa dificil permanecer en esta virginidad, en un paisaje social en el que parece obligado saber de un libro antes de haberse publicado, todo. El horizonte de los prejuicios de cada uno puede llevarle a la definición por principio: "es un autor de tal tipo, o de tal otro", "es un pintor academicista o vanguardista". El diccionario interior va cerrando entradas a la libertad de conocer y juzgar, que es al fin lo que en base a sus propias emociones hace el lector.
Una vez más cito a Sartre: "la lectura es un sueño libre"

viernes, julio 21, 2006

Creación - 4 JAG y la creación constante

Rotunda la hortensia se muestra segura de su serenidad

El niño está solo en casa. El niño decide jugar. Va de un juguete a otro buscando uno que le permita llenar los minutos con la imaginación y la energía que surgen naturales de su cuerpo. El niño opta por el LEGO. Abre la caja y vacía las fichas sobre el suelo de parquet. El sol de la tarde resbala anaranjado por las paredes de la habitación. El niño se arrodilla. Es un niño como todos. No es necesario describirlo. El niño se pone a armar naves espaciales, autos imposibles, casas futuristas que cobran vida en el espacio purísimo de su mente. El olor de la casa vacía llena el aire. Es el olor del silencio. Es el olor del tiempo. Es el olor de la memoria. De pronto, el niño levanta la vista y ve la pelota de fútbol en un rincón del cuarto. El niño decide practicar un rato. Quiere ver si le es posible lograr más de diez dominadas seguidas. El niño se olvida del LEGO. Las fichas de colores quedan regadas sobre el piso de parquet. Charco de la imaginación

  • José Antonio Galloso
  • La dirección citada es la de este relato que es a mi entender excelente. Forma, estilo, concepto. José Antonio Galloso escribe bien, esforzadamente bien si no erro mi idea, a la vista de su texto, de que escribe dos veces o más, pensando, volcando y corrigiendo, amoldando palabra a intención. Es un creador, no sé si apasionado, pero si sé que frío cuando encuentro en el texto interpolaciones clarificadoras que no permiten que perdamos de vista el escenario, la acción, el ritmo preciso que suena como un tambor rítmico y sostenido, el son de la catarsis, y las dosis de la imaginación literaria que le hacen formar hermosas metáforas que nunca son protagonistas pero alivian (Es el olor del silencio. Es el olor del tiempo. Es el olor de la memoria.)

    Cabe hablar del creador, seguir con esta serie de reflexiones que giran en torno a aquellos que crean para si y lo ofrecen a los demás, con éxito diverso, sin ninguna garantía. Lo repetiré una vez más: no hay que llamarse a engaño, el creador sincero y honesto vrea para sí. Ser creativo es algo sorprendente y hermoso, sin duda; ser creador es un privilegio a la par que una enfermedad porque muestra espacios de infinita vastedad en los que la mente puede y quiere solazarse. Ser creador es disponer de la energía creadora (la energía creativa no sé fabrica, está ahí, estuvo en mí desde siempre) me escribe JAG cuando me confiesa que escribió desde chico en la escuela y a los 18 años ya sabía que quería crear. Uno no pasa largas horas ante un papel o un lienzo o un pentagrama si no es feliz: esto debe ir por delante. ¿Cómo se va a soportar castigo semejante? Las horas frente al papel en blanco son pesadillas encadenadas si no eres el creador capaz de encontrar la fórmula para llenarlas de palabras o dibujos. Cabe entender que uno está dispuesto a donar su tiempo a un papel en blanco, que es lo mismo que su vida, porque lo necesita. Dije anteriormente que era adicción: es droga fuerte, si. La rabia o la impoetencia, la torrencialidad y el júbilo, son los premios.


    "Y sé que, por otro lado, existen muchas elucubraciones intelectuales y psicológicas del proceso creativo, pero todas, absolutamente todas, son posteriores al acto en sí, a lo que podemos llamar “el rush creativo”. Otra reflexión de JAG con la que no puedo estar más de acuerdo. Sea cual sea la causa psicológica que convierte a este adolescente introvertido en un creador con lo cual compensa sus miedos o su timidez o lo que sea, el impulso es anterior a todo y está en su personalidad.

    Imagino a JAG, él no me lo cuenta, puliendo las palabras de sus versos una a una hasta encontrar otro verso que aquel que le fué dictado por el impulso. Esa es la creación poética; un impulso que tiende a encontrar otro ritmo y otras pàlabras que se buscan en un lugar diferente de la razón. Espriu, poeta sutil donde los hubo, de escasa producción, tardaba meses en terminar un poema a base de limar vocablos, de buscar la palabra exacta hasta conseguyir juntar cuatro palabras, un verso apenas, que por si solo transmite una emoción que lo convierte en arte puro. En un poema las palabras siempre pueden cambiarse, encontrar otra más adecuada, dar con un ritmo más cadencioso o asestar a la voz el impulso del choque frontal. Todo poema existe en si mismo y en sus palabras, encerrado dentro de contenidos oraculares que debemos, lectores al fin, significar. El poema brota desde un idioma desconocido, construído de claves que se intuyen, de formas que son esenciales y significantes. El poeta sabe que escribe lo que escribe como un torrente desciende de la montaña, También existen los tiempos de sequía; en el poema no admiten razones, son y están y no se puede hilar la metáfora salvo que se traicione el autor y acuda al lenguaje aprendido desde la razón. Uno puede repetirse de una manera esencial abandonando el papel de creador para convertirse en un clon del que fué. "Otto i mezzo" de Federico Fellini es el altar creativo al creador repentinamente infecundo; quien quiera saber de que hablo con mejor claridad y belleza, que haga por ver esa película que es a la postre el poema del creador impotente rodeado por su universo. Toda mistificación es posible y el creador lo sabe, pero no va a gozar con un parto a contra corriente; si cede acepta la vida corriente y puede tratar de vivir de las rentas, para sí y por sí, tal vez también para los demás, pero muerto el creador empieza el espectáculo: All that jazz!

    Vuelvo a citar a JAG: "La poesía llega sola, no la busco, ella llega cuando quiere, me toma por asalto, me domina, escribe a través de mi cuerpo, en esos momentos me siento como un instrumento. Es quizá, eso que muchos llaman, de manera patética, inspiración. Para mí es mucho más que eso, es como un estado de trance. Escribo sin control. Luego, claro, viene el proceso de corrección. Esa es la otra parte racional, digamos. Pulir, versificar, puntuar, trabajar con el ritmo y el espacio. En esta etapa dejo los poemas descansar mucho, los guardo en el cajón y vuelvo y vuelvo sobre ellos hasta que los considero más o menos terminados. Nunca, nunca, me puedo sentar y decidir escribir un poema. La poesía no la decido, la recibo, la escribo y la trabajo. Nada más.".Apruebo y subrayo esa expresión "eso que muchos llaman, de manera patética, inspiración" No voy a negarlo, tampoco a mi me gusta la palabra, me parece ridícula, cursi, alejada de la realidad del proceso creativo; se diría que la inspiración es algo que cuando surje todo está hecho; de ser algo sería "disposición", el cuerpo te pide escribir o pintar y basta ponerse para que brote con fluidez no exenta de esfuerzo y de trabajo. Hablaré más adelante de la poesía, de la única poesía que llamo así, la oracular. Debo decir, con toda sinceridad, que los versos no me gustan y el amontonamiento de metáforas me deja indiferente.

    JAG define a la creación como una eterna compañía, un trabajo de veinticuatro horas al día, cuando se trata de narrar. La creación es entonces titánica salvo que se pretenda escribir un libro que se venda sin más, pero aquí no estamos hablando de eso: hablamos de crear y coincido en que al narrar, el creador debe construir un universo entero que sea comprensible y asimismo, independiente de la existencia o no del público. Joyce y Beckett, cada uno por su lado, ligados a una Irlanda traumatizada, redescubrieron el idioma y la sintaxis en su busca de no decir nada sobrante, de no perder el tiempo con frases hechas, con metáforas aguadas o vocablos insignificantes. Cada línea de Samuel Becket es un martirio de sangre, cada texto encontrado al final de una labor titánica de pulir, es una pantalla luminosa que hay que aprender a leer para encontrar de nuevo el lenguaje de la más absoluta veracidad. Beckett más que crear hizo de la creación un universo total al desmontar una a una las añagazas del lenguaje. Transcribo apenas tres líneas de esfuerzo denodado:

    "A veces se detenía sin decir nada. No sé si porque realmente no tenía nada que decir o porque teniendo algo que decir finalmente renunciaba. Como siempre yo me inclinaba para que él no tuviera que repetir y así nos quedábamos. Doblados por la mitad las cabezas pegadas, mudos, las manos enlazadas. Mientras que a nuestro alrededor los minutos se sumaban a los minutos. Tarde o temprano su pie se separaba de las flores y nos poníamos en marcha. Quizá tan sólo para pararnos de nuevo al cabo de algunos pasos. Para que diga de una vez lo que tiene en su corazón o renuncie nuevamente." (Residua. Tisquets Editores. Cuadernos marginales. Traducción de Felix de Azúa)

    Nustro amigo peruano, residente en San Francisco, que se levanta para escribir cada día a las cuatro de la madrugada, que es la hora en la que yo me acuesto escribiendo o leyendo hasta entonces, resume de nuevo: " La narrativa es otra cosa, aquí la “inspiración” juega un papel mínimo. Se requiere de mucho trabajo y absoluta disciplina. La narrativa es arquitectura. En este proceso, la escritura propiamente dicha es sólo una parte del todo. Hay que investigar, crear personajes, generar secuencias narrativas, plantear y solucionar conflictos, aplicar las técnicas, ponerlas al servicio de la historia. Y eso lleva tiempo e infinita paciencia. Aquí hago mucho trabajo mental. Entonces la escritura es constante, es mi vida misma, llevo a mis personajes a todos lados, escribo mientras camino por las calles, mientras dicto clases, la realidad entera se mueve en función de la historia que me ocupa. "

    Esta creación es todo menos el capricho de un dios construyendo el mundo a partir de un clic de ratón o un chasquido de dedos. Estamos hablando de la creación constante, la que lleva Roma en su mente cuando camina por las calles de su Valencia y piensa un lienzo en blanco y empieza a jugar a su ajedrez (peón cuatro de rey), o la que Juan Antonio Galloso transporta en sus neuronas mientras dicta una clase. El creador convive con sus criaturas día y noche y en esta recreación de un universo paralelo desarrolla su enfermedad.

    (Continuará)

    Quiero agradecer a Roma Romana y a José Antonio Galloso la colaboración que me han prestado para escribir los posts 3 y 4 de esta serie.

    jueves, julio 20, 2006

    Creación - 3 La partida de ajedrez de Roma

    La rosa en capullo: todavía no es presuntuosa, pero apunta
    El creador, que es solidario con los demás en las cosas cotidianas o en los hechos sociales, probablemente, no lo es con su oficio: condenado a la soledad de la creación no comparte angustia ni placer en ese acto. Están él y el resto en dos mundos separados y divergentes en intereses. Crear es imaginar y producir y ese es un vicio solitario, una angustia personal, un acto único que nunca más se repetirá: tantas veces cree será la primera vez y si trata de repetir un texto perdido, por pequeño que sea, no será ya el mismo, ni siquiera una nueva versión. Puede abocetar acercamientos a la idea final y la contemplación de cada uno de ellos sugerirá en el espectador una lucha diferente frente a una solución diversa. El creador renace, surge de nuevo y acaba siendo espontáneo en cada ocasión. Una sola palabra es siempre nueva y un color o una pincelada son pintados por vez primera en el mismo lienzo recuperado de un intento frustrado.
    No es fácil crear, encontrar un punto de identidad en la creación producida, añadir algo a lo que ya está hecho, comprobado, medido y asumido; uno no puede componer la Novena Sinfonía otra vez, ni siquiera algo parecido porque solamente será algo parecido; cada sinfonía creada de nuevo lo ha sido para ocupar un espacio único, una carencia que ni siquiera sospecharíamos. Hay quien cree crear porque tiene facilidad para juntar palabras, pero realemnte no crea más allá de la repetición de unas notas conocidas combinadas hasta el infinito No escribo sobre arte solamente, sino sobre trascendencia, sobre aporte a una universalidad que acumula conocimiento del individuo a través de su obra, de su constante creación. No importa que no lo consideremos arte, subjetividad por cierto de enorme complejidad, pero es creación: hartos de decir que la novela empieza con Cervantes olvidamos el Genji Monogatori, que se escribió en forma de novela irreprochable, setecientos años antes. No importa como lo definamos, ni quienes, la creación existe y si emociona es arte. Empieza en el Neolítico y continúa.
    Era Picasso quien en una ocasión (o en muchas, no lo sé) afirmó que la inspiración le encontraba trabajando. La creación se produce cuando uno se pone a ello porque las ideas que llegan se van dejando el rastro dulce de una intuición. Dejan huella, pero en muchas ocasiones no memoria. Trufaut narra en su larga entrevista con Alfdred Hitchock que un guionista de este se mostraba siempre procupado porque soñaba magníficas ideas que eran dignas de ser convertidas en guiones, pero que el sueño luego borraba de su mente; Hitchcock le recomendó dormir con un bloc de notas y lapiz en la mesilla de noche; debía apuntar en cuanto percibiera la historia cuanto de ella recordara; lo hizo así en la primera ocasión en que soñó la historia. Por la mañana, saliendo de la ducha recordó que había soñado una historia excelente y al tomar el bloc de la mesilla leyó: "él la conoce a ella y se enamoran. Al final quedan juntos"
    Sirva la anécdota: crear es un proceso que no trae la inspiración como si nada en un sueño arrebatador que tiende a sintetizar en poco lo mucho; crear es trabajar, parir, expulsar de sí los demonios en forma de combate, luchar denodadamente ante el propio juicio, que en el proceso de creación nunca engaña. Crear es tener un plan y combatir contra él para concretarlo. Hablo de creadores, de creadores, no de quienes jugando creen que pueden escribir o pintar juntando materiales. Hablo de la creación que deja huella, en uno o en todos, que es particular aventura sin más o experiencia universal o de grupo. Todo autor escribe para un grupo de gente limitada, todo pintor hace lo mismo con su pintura, y el músico igual; por ghrande que sea el público al que se llegue es una ínfima fracción de la universalidad; no la hay mayor que la del grupo ligado a la obra. El creador, aunque duda permenentemente de sí mismo, sabe que lo es; el aficionado, aunque se cree creador, pues nunca duda, ignora que nunca lo será. Al creador le cuesta gustarse; el aficionado se encanta a si mismo. Este no es crítico de sí mismo, sino narciso que se contempla en las cuatro palabras que ha juntado llevado de la inspiración o del ensueño.
    Roma, pintoira de tierras y verdes, de formas y de líneas, tiene en su proceso creador, una partida de ajedrez que juega cada día y pierde inevitablemente, desde que jugó las primeras de su vida con su hermano, perdiendo también entonces. Ahora es el lienzo el oponente, el enemigo duro que juega mejor que ella, que conoce todos los trucos y trampas del ajedrez, que prolonga su inteligencia para captar los más minimos movimientos de ella, con sus pinceles y colores como piezas: peones, caballos, álfiles, torres, dama y rey, son para Roma víctimas de su proceso de autodestrucción interior que termina en la construcción del cuadro. Es el lienzo, él que al irse llenando de color y de forma va capturando las piezas de Roma y las convierte en la creación de ella; en esa imagen vívida y lúcida frente a los demás, del proceso, combate, partida que termina con la muerte del rey, con la derrota, abatiendo la pieza más preciada; es esa imagen la que nos trae a la visión el esfuerzo titánico del proceso de construcción de un proyecto a partir de la creación. Titánico por pequeño que sea el resultado; titánico porque es un jirón de uno mismo el que se aboca; y porque en la victoria del lienzo, ya cubierto, Roma ha dejado todas sus piezas, todas sus defensas y una vez más derrotada, puede abandonar el estudio y volver a su casa. Dejándose ganar ha vencido: lo que era lienzo en blanco ahora es pintura de colores y formas, la paleta de Roma de verdes, ocres, marrones, rojos, que a mi me parece tan mediterránea es el resultado de un duelo a ajedrez de prolongada duración en la vida de la pintora.
    Crear es empeñarse sin garantía de éxito. Todavía no hay público pero ya sabemos que no es esto, que este color no es el color, que estas palabras son excesivas y se adueña el silencio en el proceso. Que largos son los tiempos del silencio cuando se adivina una mutación entre lo escrito e intuido y lo que se lee y conoce. No es esto. No es cuestión de intención; los objetivos de quien crea pueden estar bien claros y tener el tema y el recorrido de la obra claramente interiorizados, apuntados en bocetos, en guiones. Son las palabras finales las que cuentan y estas no salen; el ritmo se resiste; y las palabras no se encuentran; está claro que hay millones de palabras pero sin ritmo no hay palabra, no se encuentra la metáfora pertinente o la descripción natural y sencilla. Es que escribir no es fácil. Ni pintar. Ni aún con toda la técnica del mundo, ni acudiendo a todos los talleres literarios posibles, se creará; se aprenderá a pintar o a escribir o a hacer música, pero no se creará sin la enfermedad del creador, que no es ciertamente el esnobismo. No se puede por mucho que te expliquen, aprender a perder la partida de ajedrez ganando al lienzo; eso es personal, se construye en la infancia del creador cuando, por las razones que sean, unas neurones erran su correcto proceder y aspiran a crear. Insignificantes como parecen en sus inicios, van a marcar toda nuestra vida.
    Crear es liberarse de la enfermedad para caer de nuevo con el siguiente proyecto.
    Mañana hablaré de la creación continua.

    miércoles, julio 19, 2006

    Creación - 2

    La dalia es bella
    Aquel que crea necesita expresar, no sabe qué, no sabe porqué; expresar es un grito, la liberación de una ansiedad, alcanzar una felicidad y expresarla; necesita los materiales y la liberación de un impulso interior que se convierte en idea, en palabra, en trazo, en color, en cosa y al final en cosa expectante del juicio del otro para ser. Como ya dije en el post anterior, el hecho artístico primero es cosa, permanencia oscura, obra de autor indefinible, solo existe para el creador y es prolongación suya, sin más.
    ¿Quien es este creador? Un ser angustiado. Usa palabras, trazos, colores, formas; abarquemos aún más: busquemos al creador con su más noble material: su cuerpo; también el actor que repite la magía del neolítico, el comportamiento sacerdotal, el conjuro trágico o dionisíaco; vistiendose de otro lo crea, no lo recrea, sino que crea en cada gesto suyo el gesto del que fué destruyéndose para dar nacimiento al que ahora quiere ser, desde su transferencia. Te transfiero mi voz y mi cuerpo pero tomo tu gesto, imaginado; y el ritmo y la cadencia de tu verbo, imaginado; y el equilibro de tu andar, imaginado; en el proceso de creación del actor, el material es uno mismo ensimismado para mutar en otro.
    Quiero afirmar que escribo expresar en lugar de comunicar, concepto al uso, porque estoy seguro de que la expresión es el hecho primigenio del proceso creativo, la liberación del ansía, de la explosión interior que ahoga y pugna por encontrar manera de mostrtarse. Es gesto personal, de liberación y en su más pura esencialidad no necesita de los otros para ser liberación; como cosa, después, si necesitará de los demás para revelarse. Será entonces diálogo, posteriormente, cuando, la cosa llega al espectador y este recibe la expresión, la recoge, entiende, digiere, asimila, acepta o rechaza.
    Nadie hace algo por nada. Satisface crear porque desahoga, como en la enfermedad el llanto o el grito son desahogo del dolor y de la angustia. El creador enferma de ansiedad, no puede sobrevivir sin ponerse a ello y en ello alivia la opresión que siente; es adicción alimentada por su propia maestria, por el magisterio que la práctica le procura en el continuo ejercicio de la creación. Es adicción como paliatiivo a una imperiosa necesidad que duele y consume, angustia y mina. Es adicción crear. No importa que llamemos arte o no, o cosa o cosas, a aquello que produce en esa tensión. Lo que será no puede ser denominado por él ahora aunque intente aproximarse, o aunque procure darnos una pista que coincida con su intención. La práctica y su halago de los otros pueden llegar a darle pistas de su propia valía, siguiendo la corriente o contra ella. Puede estar o no de acuerdo, pero eso es indiferente, carece de valor su postura puesto que la obra no existe hasta que otro se asoma a ella y ve al actor en escena, lee el libro, mira el cuadro, acaricia la escultura. Para exclamar con soberbia magnífica lo que dice Horacio de sí mismo, hay que estar muy seguro, conocer el hecho artístico en su real dimensión, ponderar los materiales como hace un artesano, conocer el valor que le dan los otros a los que escribe y estando seguro de él ir más allá y afirmar de si mismo:

    He hecho una obra más perenne que el bronce,
    más alta que el túmulo real de las pirámides;
    no la destruirán ni la voraz lluvia
    ni el fuerte Aquilón ni la innumerable
    serie de los años en que escapa el tiempo.
    No moriré entero, gran parte de mi
    rehuirá a Libitina; creceré sin pausa,
    con prez siempre nueva, mientras el pontífice
    suba al Capitolio con la virgen tácita.
    Se dirá allí donde resuena el violento
    Áufido y reinó Dauno, pobre en agua,
    sobre agrestes pueblos que yo, siendo humilde,
    me torné en maestro y el primero fuí
    que unió a ritmos italos los cantos eolios.
    Mis sienes, Melpóneme, con el laurel délfico
    ciña de buen grado tu orgullo legítimo.
    El cierre del Tercer Libro de las Odas del poeta le hacen exaltar de júbilo afrimando su inmortalidad, es decir, al recuerdo, a la gloria, que curiosamente cifra en la duración del estado de la ciudad de Roma:
    ................................ creceré sin pausa,
    con presencia siempre nueva, mientras el pontífice
    suba al Capitolio con la virgen tácita.
    Corto se ha de quedar el tiempo aunque yo creo que Roma sigue existiendo, y en su interior un pontífice se asoma al balcón del templo en la colina Vaticana.
    Horacio se refiere, como creador, no a la inspiración de las musas sino a la calidad sonora de sus versos que él fué el primero en adivinar al tratar los materiales: a la manera de un Velazquez, o un Cervantes, o un Picaso o Proust, él se siente inmortal al haber unido los ritmos italos a los cantos eolios. La poesia de Horacio el creador es aplaudida por el público que disfruta con sus ritmos nuevos y con la sonoridad que la convierte en ¿arte? Indudable, pues inspira emociones. Ese es el reconocimiento. Es indudable que si algo es arte, si algo se va transformando en arte, es esencialmente gracias a esta visión emocionada del otro que puede reconocer un proceso creativo y productivo a partir de una propia personalidad diferente y nueva: se siente la obra creada, es arte pues. En su primera acepción, yo diría que arte es un proceso creativo que pertenece a una sello y una personalidad y es apreciado por el espectador al inspirarle emociones, que no tiene por que ser las mismas que ha vivido el autor durante el proceso de la producción. La emoción del autor queda encerrada en el propio proceso de creación-producción y en la cosa se disuelve hasta alcanzar la revelación al otro. Si la obra de Horacio no nos hubiera llegado, el hecho de haberla escrito no nos daría de su arte sino una vaga memoria, tendríamos que creer a los antiguos que la mencionan, pero ninguna emoción en nosotros suscitaría ningun tipo de reconocimiento. Perdido el texto se perdió el arte.
    Si nadie, en el largo transcurso de los años, hubiera visto en Velazquez nada más que a un buen artesano de la pintura, su obra estaría en la permanencia oscura, e incluso hoy podríamos precisar que la vista de los otros no repararía si no en un pintor se segunda o tercera línea. Liberada la tensión creativa, su obra permanecería en nada a la espera de una revelación, que de no producirse ni siquiera le admitiría una denominación.
    En los próximos días seguiré pensando en el proceso creativo en sus dos ámbitos: autor y espectador y trataré de entrar en los procesos creativos:
    1. La partida de ajedrez de Roma
    2. El diálogo de José Antonio

    martes, julio 18, 2006

    Creación - 1

    Agradecidas y generosas las hortensias van mudando de color

    Escribe Sartre en "¿Qué es la literatura?" que una novela es la azarosa empresa de un hombre solo. Yo añado que una novela o cualquier acto de creación artística, pintura, poesía, escultura y cualquiera sobrevenida, aplicada, actividad que surja del esfuerzo intelectual de una persona con el uso de materiales que le son dados: palabras, piedra, colores y lienzos, lo que sea que le pueda servir para construir en solitario un hecho artístico. Desde el hombre del paleolítico, que dibuja en la pared concentrado esforzadamente para la recreación y captura, hasta el mágico dibujo geométrico del neolítico que a través de la magia busca atraer, hasta las experiencias más pos modernas, el hecho artístico es una aventura solitaria y dificil. Yo no creo en la creación colectiva, creo que eso es producción y atengo el concepto "creación" al esfuerzo intelectual de un sujeto con unos materiales; crear sin materiales es cosa de dios, aunque hasta eso es discutible, ya que él crea a partir de sí mismo, que es algo; el problema de imaginar a dios es que se le imagina y crea a escala humana y eso le hace dependiente de las realidades del hombre; pero aquí no vamos a hablar de dios.

    Hay tres fases en el hecho artístico: pensarlo, producirlo y verlo. Las dos primeras son cosas del autor y la tercera del espectador. Creo, siguiendo opiniones más doctas, no me cabe la menor duda, que el hecho artístico sin espectador no llega a existir como tal ya que el autor es incapaz de verlo a partir del hecho, descartada la emoción de haberlo producido; demasiada carne, entraña y esfuerzo se han volcado en juntar las palabras e imaginar la idea y conseguir atemperar el ritmo a la expresión, interiorizando cada uno de los ritmos siameses de las ideas, como para poder ser espectador y juez externo, o lo que es más importante, como para poder sentir el espectáculo del hecho independiente del autor. Un hecho artístico sin espectadores queda supeditado a eso que llama Sartre "la permanencia oscura" y que no es otra cosa la existencia vana en un trastero, almacenado en la oscuridad, pues nadie va a verlo. De aquí que el artista no se produce hasta que su obra alcanza la exhibición, despierta emociones y genera la crítica.

    La obra se revela al espectador, a cada espectador, no a una generalidad; aquí no cabe hablar de masa o público ni deberían aplicarse valores estadísticos para determinar calidades de mercado; aquí cabe hablar de cada uno de los espectadores que van pasando frente a la obra, página a página, lienzo a lienzo, forma a forma. Si el autor ha sido honesto habrá procurado depositar en la obra la menor emoción provocadora posible; un autor honrado no trasciende su propia emoción y vivencia intentando forzar la emoción del espectador, sino que trabaja emocionada y racionalmentemente para dejar a quien contemple el hecho artístico la libertad de emocionarse, de comprender, de sentir, de aceptar o rechazar, la libertad de juicio, al fín la libertad.

    Todo arte está determinado y determina; determinado por las emociones y la coherencia del autor; determina las emociones y la coherencia del espectador cuando se ha convertido en hecho artístico. Esa relación que suscita la revelación, es el climax del proceso, el momento esencial, el destino de la obra. No es escribirla o pintarla o esculpirla, sino ser revelado a un número indeterminado de espectadores o lectores (espectadores todos) que la van a hacer suya o na rechazarla desde sus propias emociones y su propia capacidad de análisis. La obra, que se ha producido a través del autor con esfuerzo, y ha provocado en este mutaciones insospechadas, procesos intelectuales y físicos que han tenido consecuencias, ahora va a producir en el espectador mutaciones insospechadas, emociones que le cambiarán: aceptación o rechazo, acuerdo, construcción, rebeldía, destrucción, catarsis. La emoción latente no vale y tampoco interesa conocer la vida del autor y su ideario para prepararse a estar de acuerdo no con él. Ezra Pound es fascista y poeta: nada nos obliga a quedarnos con las dos facetas como un todo. Shojolov es comunista y novelista: nada nos obliga a quedarnos con las dos facetas como un todo. Aunque ahora lo normal es lo contrario: la solapa del libro nos explica quien es el autor, el argumento y el significado, antes de que leamos el libro. La invitación a la exposición nos sitúa en el lugar conceptual exacto en el que debemos estar para saber lo que debemos pensar y decir. El factor "revelación", en ambos casos, se atenúa por las exigencias de la crítica, del mercado y de la vanidad de convertirnos todos en conocedore. Pero vayamos al espectador puro, es posible que esté predeterminado a un color, a unas frases, a unos conceptos; que tenga prejuicios, y el arte, si es que tiene misión, es la de emocionarle hasta mudar de prejuicio: o cuando menos intentarlo. Ciego y sin misión, el arte puede derribar murallas, padre como es de la modernidad en el sentido racional del progreso: beneficio social indiscutible.

    Mañana trataré de escribir sobre el pensar y el producir en el arte, sobre el difícil y personal encuentro y combate con la página o el lienzo en blanco, con la piedra en bruto, con el espacio vacío.

    (Continuará)

    lunes, julio 17, 2006

    Verano

    Es conveniente volver al bosque después de un período de abandono de los paseos, para retomar el pulso de las cosas que se amaron y dejaron de lado por atender otras más importantes; prioridades hay en la vida y es conveniente diferenciar entre la prioridad en la que nos va algo verdaderamente esencial y aquella que ha sido adoptada por la costumbre; estas últimas son más placenteras, seguro es, y cuando existe la posibilidad de retornar es conveniente hacerlo.

    Media julio y el sol es machacón, pesado; si falta y no corre brisa el aire se espesa y de la densa arboleda se eleva un aroma de dulzonas fragancias. Al cruzar el regato que atraviesa el camino que sube hacia la alquería de los caballos, la finca de robledal donde pacen una treintena de equinos y diez o doce perros de todos los cruces posibles y edades, que a todas partes van juntos, cobardones por suerte, que ladran a lo lejos pero nunca abandonan el portón de hierro de la instalación, percibimos que ya no fluye con la impetuosidad de primavera sino que ahora parece que se estanca el agua. Goyerri lo cruza deprisa sin mojarse las patas, por encima de las tres piedras que hacen de puente natural; yo de un salto, agil como estoy todavía. La senda asciende hacia la Forestal, la pista asfaltada que cruza el bosque por la falda baja de Aguas Vertientes. La senda la atravesará o si no se quiere correrá paralela por la parte norte, la más baja de la ladera, amparada todavía en los pinos del margen. Las hojas roble dibujadas en múltiples curvas, puntas serradas de lanza, de los robles, alfombran el camino.

    En las aguas estancadas brilla la luz de un sol que está escondido y tilila ligeramente la capa líquida: el contraluz muestra miríadas de insectos sobrevolando la superficie de agua y en su interior esperan las larvas. Se avecina lo más duro del verano, es estiaje de calor pegajoso y de zumbidos ininterrumpido de insectos molestos, perseverantes en su persecución a nuestro sudor caminante. Solamente en las primeras horas de la mañana se podrá caminar por estos lugares si se quieren evitar tantas molestias y tal ahogo caluroso. El bosque será como una cazuela, basta que avance un poco más julio y se instale el agosto que agosta todo amarilleando los verdes frescos. Los coches que transitan por la Forestal, despreciando las limitaciones de velocidad e ignorantes de que están en una pista forestal y no en una carretera nacional, levantan corrientes de aire y gravilla de los márgenes; llevan aire acondicionado y música y probablemente algún refresco para paliar la sensación de sed.

    Goyerri ha emprendido el reencuentro con el bosque con alegria; olisquear, husmear, levantar la patita o girar clavando el hocico en el suelo y cuadrando los cuartos traseros a poca distancia del suelo (es tan pequeño que no levanta casi nada de la tierra) para aliviarse el cuerpo, varias veces durante el paseo. Inicia el ascenso y cruza el regato que está como he dicho, olisquea el agua y reconoce que no es potable o simplemente no le apetece beber; cierto es que casi nunca corre riesgos y bebe el agua que le damos. Se encuentra bien en el bosque y zascandilea cruzando la senda y adentrándose entre los árboles a derecha e izquierda. Este año nos hemos perdido las ardillas que corretean agitadas y presuntuosas cambiando de árbol ante la vista del paseante; conocen el bosque y sus seguridades. En abril o mayo no hay que esforzar la vista para verlas, que ellas salen al paso y se limitan a guardar la distancia. Goyerri sube la senda hacia la Forestal y en momento dado yo le adelanto y me despreocupo, metido como voy en mis asuntos: he felicitado a mi hija su cumpleaños a través de un post, hemos desayunado Ana y yo mirando el jardín con Cabeza Líjar majestuoso y tenaz frente a nosotros, he ojeado El País y La Vanguardia a través de Internet, he recorrido rosales, dalias y el invernadero, en que empiezan a asomar los tomates y los pimientos (yo los cultivo desde la semilla en invernadero, porque en huerto exterior salen con los primeros hielos, que aquí hace frío) y he salido a pasear con Goyerri como cada mañana.

    El camino de salida del Prado hasta la linde del bosque es corto, de no más de doscientos metros, y tome la derecha o la izquierda, según vaya a un lugar o a otro, paso por cuatro o cinco casas en las que a buen seguro me pararé, si no en todas, en algunas, para charlar un poco. ¿Cómo está Ana? ¿Cómo anda todo? Samuel Naón interrumpe mi paseo para mostrarme su maqueta de una escultura que está haciendo. Mañana hablaré del proceso creativo de varias personas, yo incluído, a quienes conozco. Mañana hablaré de la interminable partida de ajedrez que termina en derrota frente al hecho artístico acabado, según me contó una amiga virtual. O de los trazos ligeros de Samuel para concretar la forma de su escultura. O de mi dificultad para establecer un lenguaje lineado, sin sendas que desvíen la atención hacia rincones insospechados. De tal manera divago cuando pienso, escribo o paseo que pienso incluso que para mi el vivir es un divagar, y al hilo de ello olvido que estaba en el bosque y había adelantado a Goyerri y subía pensando en la creatividad, cuando al cabo de minutos me paro (sobre mis pasos escribiría sino fuera un poco cursi) y busco a Goyerri, ahora se que es por eso que me he parado, y no le veo. Alcanzo la cima de la cuesta, que al ser empinada permite obtener una mejor visión de la ladera y le veo allá abajo, a media senda, la cabeza vuelta hacia mi que estoy doscientos o trescientos metros alejado. Está quieto, inmóvil, mirándome; se lo que quiere decir: por él el paseo ha terminado y es hora de volver a casa. En esa circunstancia nos miramos un rato fijamente manteniendo cada cual su posición; Goyerri da ujn paso hacia abajo y se para de nuevo, quieto: me mira; yo permanezco en mi posición sin desplazarme. Dos o tres veces el juego muestra su insistencia en volver y la mía aparente de subir, porque he decidido darle gusto y acabar el paseo; empiezo a caminar en su dirección y él arranca alegre a trotar sendero abajo. Cuesta tan poco hacerle feliz.

    Treinta y dos; tres y dos cinco; five.

    Los hijos son un prétamo de la vida para que en su prolongado aprendizaje estén protejidos. Largo es el tiempo de estar con ellos y crea lazos que cuesta romper, a lo más durante un rato, durante un tiempo de broma, como un mal enfado. Ella llegó seria, reconcentrada, con la boca apretada y los puños igual, y los ojos cerrados frunciendo el entrecejo. Llegó enfadada y aunque se reía después, lo normal, siguió enfadada mucho tiempo hasta que descubrimos que no era eso, que es así, que ese enfado es como la envoltura exterior de un enorme paquete de ternura y cariño. Y ese fué el regalo. Fruncido el entrecejo caminó con su sola compañía hasta que encontró andadores; tardó en aprender a andar pero sin aprender hizo sola kilómetros. Soledades a puñados la volvieron huraña y cariñosa, tozuda y andariega.Cuando quise hacerle un regalo a los 20 años le pregunté que quería (su hermano había pedido un coche) y ella pidió que ese dinero se lo troceáramos en mensualidades para pagar el alquiler de una vivienda en medio de un bosque húmedo, llena de humedad y goterones, en La Floresta de Barcelona, hasta que se acabara el dinero o hasta que ella pudiera salir adelante sola.

    Yo he aprendido de mis hijos cuanto se puede aprender, que es mucho, si uno consiente en dejar un día de ser autoridad y adulto y cede el paso a la vehemencia de ellos; no es fácil para mucha gente; para otros si porque se dejan llevar por el deseo irrefrenable de conquistar la paz con uno mismo desandando el camino que se anduvo mal, o de otra manera a como se hubiera querido. Y desandar es lo más sencillo de la vida, basta, sin remilgos ni verguenza, con caminar hacia atrás y recuperar paisaje. Si desando llego a una cara de niña desolada porque ha perdido algo que a lo mejor no tuvo nunca; no es una cara de niña desolada por un capricho del deseo mimoso, sino porque en el fondo de la entraña donde vive el desasosiego le falta el orden para circular por la derecha, para sentarse como las personas mayores, para hablar cuando se debe, para no levantar la voz, para no enfadarse, para comportarse como lo hacen las personas que saben comportarse como deben, para no reirse en medio del silencio, para no hacer el payaso cuando el teatro está vacio, para no llorar a quien nadie hecha ya en falta, para no no ser informal, para no ser formal, para no ser y para ser como es. No es cuestión de desalentarse, ha construido refugios contra todo y ha llorado por la mitad de todo y sobre todo, en su menudo cuerpo, ha levantado una fortaleza resistente de la que siempre abre la puerta para recibir al amigo. Ella es así. Yo soy como soy. Dicen que nos parecemos, pero no me reconozco como no me reconozco cuando me miro a través del espejo, y veo un mimismo con mismismas perplejidades al enarcar las cejas.

    Inaguantable como es, es adorable. Trabajamos un tiempo juntos, en mi compañía y un día me dijo: te llamaré luis, papá no, porque no puedo discutir contigo a fondo, cabrearme contigo y terminar diciendo, papá. Tenía razón, yo también me sentí más aliviado. De tu a tu, iguales como éramos, más creativa que yo, más potente, fresca, capaz, veloz, con la idea al alcance del clic, yo tampoco podía llamarla hija mia. Que espantosa ridiculez hubiéramos sentido. Piensa para adentro y piensa para afuera como respiran las ballenas. Podemos estar semanas sin hablar, ni por teléfono ni por correo. ¿Cómo puede ser? Con lo fácil que es poner un correo en el Pc (ella, por llevar la contraria Mac). Si, pero para decir ¿qué? Semanas sin hablar y de repente una llamada y una hora de charla, la puesta al día, a punto, la vehemente charla ¿que te conté la última vez que hablamos?, deberíamos poner un continuará en esas charlas y hacer un resumen al principio con voz de doblaje suramericano. Mis hijos y nosotros, Ana y yo, componemos un paisaje con figuras que es de difícil digestión para la comprensión de los demás. ¿Que hacen tus hijos? me pregunta alguien amablemente, a veces. La verdad, están bien, espero, porque no hablo con ellos hace más de un mes. Pero están bien. Deberíamos sentirnos culpables porque es tan fácil hablar. Pero ¿que nos diríamos tan a menudo? Y nos queremos, no nos cabe la menor duda porque nos emociona vernos, eso se nota en la calidad del abrazo cuando bajan del coche.

    Creí que podría escribir un largo post lleno de ternuras y recuerdos, pero no me sale porque hay sensaciones que son de difícil transcripción y dos cumpleaños en un mes son muchos. o tres, porque a Ana le toca el martes 18; a veces la miro seriamente a la cara y le pregunto: ¿cómo pudieste nacer un 18 de julio? No me contesta. Y Ariadna el 17. Y David el 14 de junio.

    Ariadna, ya son 32. Ya sabes, cuídate.







    Parir es una propiedad de género; querer es una facultad del ser humano.

    viernes, julio 14, 2006

    El Oficio de Vivir, el Oficio de Morir



    Para el oficio de Vivir, que es el arte de sobrevivir al alza, la victoria es fundamental, o la mistificación, o la ocultación de la derrota. Existe una gimnasia mínima que es la sonrisa permanente, el gesto abierto en cualquier parte del cuerpo, la uve en los dedos de las manos y la actitud humillada de la cabeza ante cualquier dios sobrevenido. Existe una sinpiedad en el ejercicio y el gesto de transigir, escuchar y acordar la razón con la que se llegará más lejos con seguridad. No hay fuerza que nos sea enemiga ni voluntad precaria que no podamos hacer nuestra. Somos, como dijo Hamurabi en su código (Epílogo 80) "el rey que está sobre los reyes" en la soledad del espejo del baño o en el caminar bajo la lluvia, en los momentos más inoportunos, cuando la realidad parece que va a trastocar tanto esfuerzo y acabará acogotándonos. Bellos y taimados tomaremos el café con leche de la mañana en cualquier cafetería donde la luz de la barra, ya se sabe, los halógenos zenitales que iluminan la mano y la tostada, compongan mejor el perfil nuestro de cada día. Arriba, arriba, arriba, en la escalera que empieza a las 6,30, en la estación del metro, en la parada del autobús, en el parking donde guardas el coche, en la calle amanecida, en la carretera desierta de luces y llena de ojos de luz que te trascienden, en el vestíbulo de la ciudad en la que abrumas, en las densas esperas divididas en 60 segundos y en las largas estancias en el penal de las horas; arriba si se puede llegar a base de tener el Oficio de Vivir y sobrevivir, esa es la percepción de las cosas, el dolor crujiente de los huesos, el olvido del último sexo anochecido, el vaho de una respiración cercana, la saliva de un beso, la nicotina de un se prohibe fumar, el colapso de una mirada, la semilla de una mirada, el adios impredecible, la teoría del tiempo, no tengo ni un minuto más, tanta miseria. Arriba si se puede estar con cuidado de no romper lo convenido, de respetar el silencio, de callar cuando los demás sollozan, de ver en la nada un brote de seguridad, de esperar ansiosos que el otro te salve del caos, de esperar que el caos te devuelva la cordura y las instrucciones para salir de él, que el caos te deshabite para que puedar erguir la cabeza con el cabello recién planchado. Arriba se puede acceder a través de la puerta de prohibido el paso; arriba se puede entrar a través del precipicio en sombras; arriba se puede acceder a través del desierto: y serás beduino en el asfalto. Solo creerás en la victoria y así salvarás la vida; basta solamente estar atento al chasquear de los dedos para levantar la armadura y sonreir de nuevo.

    Para el Oficio de Morir lo conveniente es vivir en la derrota; ni una victoria sobre la mesa. Es tarde ya para empezar el día y el ánimo decae por el peso de las causas perdidas. ¿Quien eres tú? Creo que fuí un rebelde. ¿Sabes decir NO? No. ¿Entonces...? Pero se callar. Cada derrota del hombre que no eres te entristece y construye. Cada fatiga del hombre que no eres te aniquila el coraje. Cada paliza al hombre que desconoces descompone tu cuerpo en mil cristales. Y los cristales duelen: en los ojos marchitos que solamente saben hacer fotografías: cada mirada un clik. En cada pérdida una instántanea. ¿Cuantas caras has visto en las que has reparado con la esperanza de hacer amigos? Has dicho que los cristales duelen, ¿con que derecho? Tienes la suerte inmensa de saber que te duele, de donde viene la tristeza, de donde arrancas impulsiva la risa de la felicidad. En el Oficio de Vivir la risa es un oficio aislado, un hábito, una maestría; en el de Morir es un arte necesario, una ofrenda de cada uno, un dar de si lo mejor que no se tiene. ¿Quien puede reir en el infortunio de los demás? Fíjense bien que no digo del infortunio propoio, sino del infortunio de los demás, ante el que existe la costumbre hija de la cortesía de guardar las formas. Pero la risa está en el fondo del pozo y asciende por la tubería como el petroleo, un rumor profundo, una explosión de goce: la saliva del beso, la caricia maldita, la copa de más, el final infeliz, la muchacha del autobús, el chico del metro, la caricia perdida, la relación inexplorada, la derrota, si se trata de hablar claro se trata de la derrota y con ella el pasmo inicial: siento en el cuerpo el almibar de las cicatrices, dices, el dolor algodón que decae por momentos. Para ser lúcido frente a los demás se exige, perentoriamente, creer solamente en las causas perdidas y fracasar con ellas. En el Oficio de Morir la máquina no es uno sino la desesperación ajena, en producción continua; la máquina es desprecio. Débil como estás deberás bordear los caminos donde los otros te aguardan para pedirte responsabilidad. ¿Cual es tu causa? La de todos los infelices. Un hombre solo es igual a si mismo y por momentos se descompone en múltiples variables. Nadie te ve de la misma manera. Quieres resumirte en uno solo, en una imagen, en un gesto, en una bondad, en un paso único y te demandan todo lo contrario, la fragmentación del cristal del espejo para que seas un poco de cada uno. No olvides el riesgo: con el trozo de cristal del espejo se cortarán el cuello y esres tu contenido, tu fragmento, el propio asesino. Hijo de las tentaciones sabes que has recorrido el camino y has podido evitar cualquier victoria: estás pues preparado.

    miércoles, julio 12, 2006

    Ráfagas

    El 1 de enero del 61 AC, Cicerón le envía una de sus habituales cartas a Ático, y en el último párrafo le escribe: "Aparte de esto nada más tengo que escribirte y por Hércules, que mientras lo hago estoy profundamente afligido, porque ha fallecido un joven alegre, mi lector, Sositeo, y me ha conmovido más de lo que parece adecuado la muerte de un esclavo" Nunca antes lo ha mencionado ni lo mencionará después, es el único rastro de un "joven alegre" del que solo sabemos que ejercía como letor de Cicerón y era esclavo. El acceso a la eternidad, es decir, a la memoria de los demás, al registro de la historia, puede venir por los hechos o por los afectos, y en este caso se trata de lo segundo. Cicerón ya había dejado su cargo de consul, dos años antes, y era en Roma una figura importante, respetada, buscada y consultada por todos. La muerte del joven "le conmovió más de lo que parece adecuado la muerte de un esclavo." ¿Cómo debe conmover la muerte de une sclavo? A quien leía estas cartas hace unos años, le impactó tanto este fragmento de veracidad, que lo marcó con lápiz amarillo pensando que algún día pensaría en ello. o se referiría a ello si llegaba a escribir lo que no es probable que escriba.

    En otra carta anterior, en ferero del 67 AC, Cicerón se despide de Atico escribiendo: "Mi pequeña Tulia, delicia de mi alma, reclama tu regalillo y me pone a mi cono fiador: pero seguramente voy a rechazar la deuda antes que pagarla" Esta pequeña Tulia a la que él ama por encima de todo le abandonará años después víctima de un pos parto, dejándole en la más absoluta desconsolación. Tulia tampoco es nada, es nadie a efectos de la historia, pero sabemos de ella por el amor de su padre, y eso nos consuela. Si no fuera por ese amor profundo y las innumerables cartas familiares que aquel escribió, no sabríamos nada de Tulia.

    Antinoo ha pasado a la historia gracias al afecto que profesó por él Adriano: Los museos romanos abundan en bustos del muchacho que era hermoso, y afectuoso con seguridad. Este Adriano que ha llegado a nosotros cubierto de las galas de la sabiduría y la humanidad, pero que despechado por los comentarios irientes de su arquitecto le mandó suicidarse. ¿Cómo se manda suicidar a alquien que ha construído el Foro Trajano con tal gran dominio del equilibrio y de los volúmenes? ¿Por envidia? ¿Por rabia? En una ocasión, quien esto escribe se sorprendió mirando una cara en marmol de Antinoo como Hamlet debía mirar la calavera de Yorik, buscando en ella los atisbos de la vida perdida. "Estos labios que yo besé tantas veces" dice el príncipe danés. Ahogándose en el Nilo el muchacho alivió a Roma de un problema y hundió al emperador en la tristeza.

    Intentando abarcar el pulso de la historia tropìezo con ráfagas de ternura que me emocionan.

    lunes, julio 10, 2006

    Adios, Che, adios



    Este hombre ha hecho hoy bien poca cosa, prisionero de un sol despiadado. Una brisa ligera ha ido aliviando, de vez en cuando, el duro tránsito del día que en realidad lo ha sido en la penumbra del interior de la casa. Al mediodia, repentina y violenta ha llegado una ráfaga de viento de no más duración que diez o doce segundos: llegaba el sonido desde fuera y con él, instantáneo, un chasquido y de nuevo el silencio y el sol. Cualquiera diría que ha pasado el diablo o un espíritu malo, porque no ha vuelto a repetirse el fenómeno. Las sillas de lona han volado por sobre la grava roja y han ido a parar al seto; al salir para recogerlos ha reconocido el origen del chasquido: el castaño rubio, briotis, se ha quebrado por su pie, limpiamente. Tenía ya tres años y casi los dos metros de alto. Esta ráfaga de viento ha sido su condena, en cierta manera su detsino, pero el hombre que cuida el jardín no cree en el destino y tampoco en condenas noveleras. Lamenta la muerte del castaño y mañana pensará en reponer en su espacio vacio otro ejemplar: no sabe aún de qué.

    A lo largo de todo el día ha estado pensando en el Che, aquel Ernesto Guevara que se convirtió en un mito desde un poster de los sesenta, donde miraba el futuro, todo él mancha negra de tinta, con un retazo rojo en la boina que le cubría: una estrella de cinco puntas. La iconografía, extraída de una foto trucada tomada durante un discurso de Fidel en La Habana, adaptada al más puro estilo pop, el vestuario y la imagen personal, cabellos al viento, barba rala, boina guerrillera, antecedían a lo que luego fué aporte para la iconografía hippie. Una nueva mistificación, aunque no lo sabíamos, paralela a la de Jesucristo, se nos proponía a los que entonces éramos jóvenes. un compendio de martir y víctima, puro idealista, salvador de almas y pueblos, un Checristo vivo y redentor, al que vió en persona en Barcelona, a principios de los sesenta, vestido de verde oliva (era invierno porque le recuerda con gabardina) rodeado de sus guardaespaldas (habrían cuatro o cinco) barbudos como él, con el mismo vestuario, bajando de un coche y dirigiéndose a la puerta de "Tarragona" de la calle Urgel, empresa dedicada a la construcción de maquinaria industrial en la que nuestro amigo estaba esperando a una muchacha de la que andaba enamorado: se llamaba Rosi. Ella era mecanógrafa; el Che era ministro de Economía de la República de Cuba; él, en la España de Franco militaba en un grupo activo contra el regimen: el MSC. Pasó el Che por su lado, dió un ligero rodeo para no atropellarlo y lo mismo hizo la escolta. El hombre que hoy ha visto troncharse su Castanea Briotis no fué capaz de alzar la voz y llamarle "camarada" como le hubiera gustado, porque no pudo, simplemente le fué imposible reaccionar.

    Por aquel tiempo, cree que unos dos o tres años después, en un piso que compartía con un buen amigo en el barrio de Tres Torres de Barcelona, donde se guardaban y activaban de vez en cuando cuatro multicopistas del partido (lo que se llamaba aparato de propaganda), en la pared de la ventana de su dormitorio que daba a una terraza y ésta a una calle estrecha, la calle Escuelas Pías, justamente delante de un mercado, tenía clavada con chinchetas el poster del Che y encima de la mesa de trabajo un libro de él: "Les souvenirs de la guerre revolutionaire" Ya era un mito, y todavía no había desaparecido, eso fué en 1967, asesinado en Bolivia. Este hombre que escribe sentía, con profunda ingenuidad, una vanidad extrema, la de ser capaz de entender todos los procesos revolucionarios o socialdemócratas que se estaban llevando a cabo en el mundo cambiante de los años 60. Sobre el papel y entre el humo de cigarrillos, café y coñac, " iba a ser posible, profundizando en las propias contradicciones del sistema, transformar la realidad por medio de la acción revolucionaria, construyendo al hombre nuevo" Nosotros teníamos en España a un dictador tozudo al que todo esto le tenía sin cuidado ocupado como estaba en atarlo todo bien y sólidamente para que nada cambiara. La teoría en aquella tarea que iba a llegar con seguridad la poníamos nosotros, extraída de Marx, Lenín, Sartre y el propio Che: el trabajo efectivo, la tarea de empujar y actuar sobre las contridicciones quedaba en manos de las masas.

    Las masas: ese protagonista activo de la historia se le antojaban a este hombre que escribe como un cuerpo gris de dimensión y morfología desconocida. Sabíamos que existía porque estaba en la historia descrita adornando las victorias de la lucha del pueblo contra el capitalismo. El Che se refirió a ellas en un artículo "Sobre el socialismo en Cuba, y lo que transcribo no tiene desperdicio. No deja de ser interesante leerlo aunque se puede prescindir de ello. Pero representó en las convicciones del que escribe este post un cambio radical en su pensamiento, lo que con veinte años más o menos es de agradecer: fué la primera certeza.

    ...Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.
    Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.
    Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.
    La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.
    Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. "

    Convertir al pueblo de Cuba (o de cualquier país) en un sujeto obediente a las instrucciones del líder carismático, aceptar su carácter multifacético y señalarle las tareas a cumplir, sean cuales fueran los riesgos y alcances, resumían desde el punto de vista del estado mayor de la revolución comun a la aparición científica de las masas; desde el punto de vista de parte del pueblo cubano lo que resumía era la aparición de la dictadura: adios a la democracia.

    Este hombre que escribe se asustó, lo reconoce, porque algo hizo clic en su pequeño cerebro, una señal de alarma. Izquierdista y revolucionario si era (el partido MSC no lo era e ignoraba las veleidades revolucionarias de algunos jóvenes intelectuales que de alguna manera empezaban a dibujar el Mayo del 68) pero le gustaba el mundo occidental que se respiraba más allá de los Pirineos y tenía un objetivo: vivir en la democracia. Ya entonces le gustaban los bosques y el mar, y leer, y hablar con amigos hasta altas horas de madrugada, y las chicas, era enamoradizo, y la ciudad en la que vivía en cuyo Barrio Gótico se perdía muy a menudo para encontrarse a sí mismo. Descolgó el poster del Che y decidió salirse de la masa, levantar la mano y pedir permiso para ausentarse para siempre. Empezó su desgajo del plural gracias al Che y trató de usar el nosotros lo menos que pudo.

    Este hombre que escribe y quiere ser coherente, ha estado pensando en el Che porque ha leído en un post de José Antonio Galloso (lo cito otra vez y espero que no se moleste) un comentario curioso; alguien que en los blogs suele no tener nombre ni edad ni a veces sexos, o sea alguien-nadie, responde a una crítica al proyecto eternamente revolucionario de cuantos aprendices de dictadores han habido, de construir "el hombre nuevo", afirmando que dicho hombre no existe porque se construye poco a poco, y dice: "es una meta, un objetivo". Si no hubiera sido del castaño briotis al troncharse, el chasquido oído con la ráfaga de viento repentino, y el mismo viento, bien hubiera podido ser un efecto especial para dar mayor consistencia dramática a la lectura: "¿Una meta? ¿Un objetivo?" "¿Para quien?" "¿Por quien diseñado?" "¿Quien está de acuerdo y quien no?"

    Pues este hombre se viene declarando epicureo, no debería meterse en temas de tal enjundia política, sobre los que poco o nada puede aportar, pero si quiere ser desleal por poco tiempo a esos principios que debe y quiere seguir para guardar el equilibrio. No hay metas ni objetivos salvo los que cada uno forja en su propia y feliz o desdichada o mixta vida. No hay hombre nuevo porque ni siquiera existe el hombre viejo. Hay, eso si, demasiados mitos que sirven para justificar una postura poco realista ante la vida. A Cuba, como a España en su día, le llegará el momento de remprender el camino de la historia tozuda, y el castrismo será un paréntesis como el franquismo. Esto será aunque no sea una meta nio un objetivo, porque no hay mal que cien años dure. Y este amigo quiere terminar esty post alegrándose por no haber saludado aquel día al Che y haberse enzarzado en una conversación sobre el socialismo: llegó Rosi y se fueron juntos, él y ella, a tomar un cubata a un bar de la calle Muntaner famoso por tener poca luz.