martes, febrero 28, 2006

Guía - 4

Cuando no encuentres el bosque no lo busques donde estés, porque eres tu quien se ha extraviado.
Juan Ramón escribió una coplilla que repite Martín Recuerda en una ligera obra de teatro que tuvo solamente una representación:

"Camino que no es camino,
de más está que se emprenda;
pues que más nos descarría
cuanto más lejos nos lleva"
Un cuento sufí narra, didactidamente, como al llegar de noche un hombre a su casa, encuentra a un vecino que bajo la luz de un candil posado en una ventana, busca afanosos algo en el suelo. Es noche cerrada. ¿Qué buscas? le pregunta. La llave de mi casa. Ah, te ayudaré, le dice y se pone afanosos y solícito a buscar la llave de hierro. No la encuentran. Se vuelve cansado de la busca. ¿Estás seguro de que la has perdido aquí? No, no, le dice, creo que no, que fué viniendo por las callejas oscuras. ¿Y entonces? ¿Porque la buscamos aquí? La respuesta es sencilla y clara: Porque aquí está el candil y se ve el suelo.

Presente perfecto y presente imperfecto


Un grupo de notables de Medina se quejó al heredero del Profeta, Alí, acerca del comportamiento de los jóvenes, poco respetuosos con las normas establecidas; después de pensar, les contestó: "es que los jóvenes, más que a sus padres, se parecen al tiempo en que viven". Tenía razón, pero no le escucharon por ello sino por su heredada autoridad; no por otra cosa; es normal que las gentes no entiendan que los jóvenes no se parecen a sus padres, por mucho empeño que pongan en conseguirlo. Lo de hacer al hombre a imagen y semejanza del autor no es solamente cosa de dios, el género humano ha heredado su vanidad. La verdad es que viendo a algunos padres, uno se pregunta porque razón deseará con tanto ahinco que su hijo se le parezca. ¿Hasta que nivel alcanza su auto satisfacción? ¿Cual es su equipaje de vanidad? ¿Cuales sus certidumbres? ¿Cual su bagage de certezas? ¿Cual su nivel de ignorancia convertido en punto máximo de conocimiento para todos los demás? Todo ser vivo, por generalizar, tiende a pensar que se conoce a si mismo; probablemente se considera franco y sincero, medianamente inteligente, con modestia dosificada, y capaz de escuchar. Hoy además se es franco, sincero y se va de frente. También es hijo de su tiempo, pero para los adultos parece que el tiempo se ha detenido y ya no viven los años que transcurren en un presente horaciano, sino los años que pasaron y que como cuatquier tiempo ido fué mejor. Sabemos que los adivinos caldeos y babilonios no pueden predecir el futuro y que ni los dioses cambiarán el pasado. ¿A que entonces convertir el presente en un inamovible hijo del ayer? ¿Es que fuimos tan felices en la niñez? ¿Y en la juventud? Abderramán I calculaba que en más de cuarenta años de poder absoluto había sido feliz, creo recordar que cionco días, "y no enteramente" y Camus pone en boca de Calígula la violenta maldición "los hombres mueren y no son felices". Yo baso la felicidad en un retórico paseo por un bosque real. Trato de asemejarme al tiempo en que vivo respirando su aire y su música, oyendo sus voces y sus palabras. El techo inmenso de la pirámide no cierne sobre mi su piedra sepulcral, no cruzaré todavia la laguna Estigia ni subiré a extrañas constelaciones desde Keops. La única magia que reconozco es la de las palabras, la del sin sentido transformado por nuestra revelación en sentido propio, íntimo, nuestro, de cada yo, de cada mi. Cada palabra tiene, además de aquel por el que es reconocida, millones de sentido que se revelan a cada lector. Ninguna de ellas quiere decir siempre lo mismo. Así, ¿felicidad quiere decir algo? Volver al tiempo es el deber de estas líneas, a la única posesión además de la vida, de la identidad (el cuerpo, el nombre y la sombra para los egipcios). El tiempo es la única posesión inacabable con la que a menudo no sabemos que hacer. El tiempo es, sin duda, nuestro presente, porque no existe ayer ni existirá mañana. Cortazar hace magia con las palabras cuando pone en boca de Charlie Parker aquel sublime "esto ya lo toqué mañana" antes de abandonar desilusionado la grabación de un disco en París. Y escribe Salinas "moriré en París, en un día de lluvia del que ya tengo recuerdo". Como las cerezas, las palabras se encuentran, se llaman, se ordenan en la magia del presente gramatical que debiera dividirse entre presente perfecto y presente imperfecto. El tiempo de Cortazar, como el de Salinas, es un tiempo que rompe con nosotros, que nos libera, nos deja y hace a su antojo lo que quiere. Todo está en el pensamiento, incluida nuestra libertad.
Pero lo cierto es que Alí dió con la clave al contestar a los notables de Medina: "es que los jóvenes, más que a sus padres, se parecen al tiempo en que viven".
Y podría redondear yo: "el hombre se asemeja a su tiempo y es esta una esclavitud de la que es dificil liberarse"

lunes, febrero 27, 2006

La nevada



Ha nevado mucho. El pueblo es serrano y conserva viejos chalés cargados de prestancia y aplomo. Los tiempos pasados fueron mejores para algunos como los de ahora lo son para otros, o para los descendientes de aquellos, que son los mismos. Las viejas casonas se visten de nieve abundante y parecen retornar a sus mejores tiempos. Esas casas se amaparan de la mirada exterior en jardines que se han hecho mayores con el tiempo, prolongando su vida más allá de la de los viejos propietarios; estos se han ido, muchos han muerto, aquellos siguen; con cedros, castaños, piceas y sorbus airosos y robustos, el laburnum enverano cubre el espacio formando cortinajes dorados; árboles hay que tienen más de cien años y ahí están. El junípero se extiende sobre un cesped ya hierba que ha encontrado en su salvajismo el retorno a su ser. Ambos ocultan tramos de piedra berroqueña moteada de liquen amarillento sobre la blanca mica. Lo hermoso del jardín antiguo es su conformamción natural. su adaptación a la forma y al espacio. No hay jardín que envejezca mal, al contrario de los humanos, que solemos envejecer peor. Con la nieve el jardín y el muro se coronan de un blanco luminoso, de forma suave y blanda. Retornamos al cuento de la infancia, a la felicitación navideña de ferrandiz en el paseo, mientras los copos forman a nuestro alrededor una capa protectora que nos hace invisibles a los espíritus del mal del siglo XXI. Un coche pasa con una dirección insegura marcando eses en la nieve del suelo y mi perro le mira asombrado. A mi amigo el perro le gusta la nieve, la ha descubierto este año y la disfruta. Volveré a los viejos chalés y pensaré en el hotel de Kubrik que se habita de fantasmas o que vuelve al pasado. A este vino un tal Alfonso XII a vivir apasionadas jornadas nocturnas con una de sus amantes amante. Llegaba y se alojaba en él para, anochezido, cruzar la carretera que baja del puerto y refugiarse en los brazos codiciosos de quien le esperaba en el chalé frontero. Se llama este, hoy todavía, La Choza, aquel El Bohío. Nombres sencillos para gustos lujosos. El Bohío lo construyó una madame que volvió de Cuba con los derrotados. Lo que se percibe desde la calle son las dependencias: cuadra de animales, lavadero, casa de los guardeses, cubierto para los carruajes. La casa al fondo se de sólida piedra, cristales emplomados y una chimenea en el salón que conserva el viejo buen ambiente del leño encendido. Fuera sigue nevando y las luces vuelven a ser las de antaño, el viejo banco de piedra permanece con la capa de nieve sobre la bancada; de muros para adentro la casa guarda una calma mentirosa, no es un reflejo del pasado, no todo fué paz. Nos quedamos con la fotografía de la calma que soñamos al contemplar la casa. Los actuales propietarios han mimado, durante muchos años, ese retorno plácido al esplendor de antaño, anclados en la nostalgia de algo que no era suyo pero que ahora, años después, han absorvido. Las personas acaban pareciéndose a la casa en que viven. Todo absorve a todo en un continuo deslizar fluido. Nada hay tan hermoso como que alguien te sonría en complicidad y te diga: "por cierto, ¿conoces la historia de esta casa?" Fuera sigue nevando.

domingo, febrero 26, 2006

El hombre indeciso



Un hombre indeciso es un hombre que sobrevive; sabe que existe un después; el momento agónico de la decisión resulta un mal trago. El hombre indeciso puede irse hundiendo lentamente en un paisaje sin caminos. detenido en la niebla teme, pero confía. Nada será tan malo cuando tome la decisión.

El hombre indeciso no añora el mañana sino la seguridad del ayer. Las manos en los bolsillos y el cuerpo vencido son el ancla con la que sujeta el vértigo del deslizamiento. Hacia el futuro la velocidad es siempre demasiado rápida.

Al pié de la escalera la luz indica la clara salida hacia el mañana, metáfora del instante a seguir, metáfora del tiempo. El hombre indeciso detiene el tiempo como si se tratara de un reloj de tictac caprichoso. No importa la salida evidente, que es la que puede tener más trampas amagadas tras de su cruce.

El hombre indeciso inclina la cabeza porque las ideas le mineralizan. Cuando el hombre indeciso piensa, agoniza, y cuando agoniza se detiene en un respirar pausado. Su agonía no conduce a la muerte sino a un éxtasis cristalizado por la acción del miedo y el deseo; perturbada su mente por ambos sentimientos, acaba por gemir su angustia en gestos de desasosiego.

Pero dicho todo esto, lo fundamental es que sobrevive. Tome la decisión que tome, llegará el mañana y la indecisión será ayer.

domingo, febrero 12, 2006

Las hojas heladas


El camino se interna entre los árboles subiendo. A la derecha, regatos escarchados que forman hoquedades entre raices de árboles y rocas descarnadas; cuelgan carámbanos. A la izquierda la pendiente muestra un plano inclinado de troncos y copas que descienden hacia el valle. Es mañana temprana y el sol ilumina, pero no calienta. Las hojas en el suelo del camino están heladas. cubiertas de una escarcha blanca y azulada que las convierte en aparentes caramelos de azucar. Todo el bosque se convierte en un reducto mágico en el que el frío conserva los sentimientos más hermosos. Es este un lugar de ilusorios griales. Yo camino, asciendo. Sobre la alfombra de hojas que quiebran su frío bajo mis suelas, levito de la realidad hacia un aire suspendido de tiempos.
Abajo ha quedado lo abyecto, lo obsceno sobre lo que me niego a escribir. Formo parte de ello por lo inevitable pero lo niego, cierro los ojos y sostengo las manos frente a ellos. Yo soy un desterrado de los hechos que me angustían, un exilado por mi mismo; unque no tenga patria si nostalgias, y aún a ellas las repudio. De todas ellas me quedo con una, abomino de las demás. Mi única nostalgia: Roma. Nunca he de vivir en ella para no perder, con lo cotidiano el aire del deseo. No hay lugar para mi como Roma, el crater creador del foro romano, el paseo por el borgo, el descubrimiento del Panteón, de improviso monumental entre callejas; Piazza Navona al caer la tarde y la mañana en Campi deu Fiori; asomamdo a las arcadas del Tabulario al caer la tarde o cenando bacalao frito en "Esti, esti, esti" en una calleja de la Vía Nazionale. Y tal vez unido a ello por un corto espacio la bahía de Nápoles en invierno, un paseo por Pompeya, el Toro Farnesio, la dorada fortaleza de piedra sobre el Mediterráneo. Todo tiene su tiempo y este último es la caída de la tarde, el sol que se pone por el oeste, ese tiempo que en Ciutat de Mallorca llaman "es capvespre". Hace treinta años quedaba con amigos en "es Born" al capvespre. Un momento de tiempo poco concreto, inefable y seguro al que nunca se llegaba tarde. El tiempo relativo de caminar pausado, la cita aproximada sin minutaje exacto. No podría quedar a "... y veinticinco" de cualquier momento sabiéndome incapaz de llegar. Tantas paradas, tantos descubrimientos existen en cualquier camino a cualquier cita. Solo los amantes deben correr, acelerar el tiempo para reunirse en el abrazo, trémulos de impaciencia. Si los amantes no corren no se aman, han caido en el hábito, en lo cotidiano. Las habitaciones de hotel se transforman en el mismo lugar en cualquier lugar del mundo. Pudorosos, los amantes, entran solos en el cuarto de baño al inicio de la relación. Volveré de la cita contento, hacia el reposo, pensando en no volver nunca al mismo lugar en el que la hermosura se ha desgastado. Tengo, como todo el mundo, el convencimiento de conocer el mundo, pero estoy trabajando duramente en aprender a desconocer la vida. Cada día más se menos de mi mismo y de los demás, cada día más ignoro más el porqué de las cosas y me sumerjo en una incierta inocencia. Con los ojos abieros como platos veo las cosas y no las comprendo porque me niego a ello, armado con el conocimiento cotidiano, heredado. Insisto en que de todas las nostalgias, solamente una de ellas me basta para llenarme de certidumbres: Roma.
Y piso las hojas heladas en el bosque. No es mi nostalgia sino mi realidad este camino que sube a la Peña del Águila. No hay más razón para estar aquí que el puro deseo de estar en soledad conmigo mismo. Pasaré por Los Corrales y desde allí veré abajo el valle abierto y la nueva autovía que atraviesa la montaña por un triple tunel. Más arriba dejaré a mi izquierda la cañada real y al fin, en quince o veinte minutos más, la Peña me invitará a su cresta, a sentarme allí y a mirar a mi alrededor. A la izquierda me aguarda Cabeza Lijar y a la derecha Cueva Valiente. Del conjunto de sabiduría budista me quedo con un solo concepto: "todo fluye". Ah, mi tiempo y pensamientos, anudados, vuelan ladera arriba. Yo subo más despacio, por lo años.

sábado, febrero 04, 2006

Guía - 3

Cuando vuelvas al bosque lo reconocerás; es el tuyo. Dejaste las cosas por un tiempo, cada cual en su sitio, y puedes reconocerlas con solamente acercarte a ellas. Pero ellas, ¿te reconocerán a tí?

viernes, febrero 03, 2006

Amanece en la playa


Estás solo. Te asusta la prolongada línea de soledad formada por una cinta de arena batida por las olas. Son varios kilómetros de curva bañada por la espuma blanca y verde. Las palmeras en la arena dormitan sin mecer siquiera las palmas. Los restaurantes y chiringuitos están cerrados desde hace meses. los edificios de apartamentos están cerrados a cal y canto. Y sin embargo caminas por el borde mismo de las olas, donde la arena mojada muestra la superficie endurecia y quedan marcadas las huellas del calzado. Es invierno y el tiempo es fresco y ligero. Nadie a la vista. En el paseo cercano los faroles siguen iluminando bajo un cielo violeta durante sus últimos minutos por hoy. Recuerdo algunos versos que me han acompañado desde que los leí, cuya sonoridad ha sido para mi paradigma de expresión literaria: "y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira midiendo la inmensidad de todo aquel centro frío" o aquel otro "cuando las etéreas salas cruza con velocidad negándose a la piedad del nido que deja en calma". No se trata de adivinanzas, es Calderón en estado puro y trascendnente. Describe al pez y al ave en sonoro barroco. Describe la duda ante el libre albedrío; demanda la racionalidad negada hasta entonces en beneficio del dogma. El pez dueño y señor de su vida en el océano, el ave señora del vuelo entre las nubes, determinada a dejar el nido y a volar su aventura vital. Concluirá Calderón "¿y teniendo yo más alma tengo menos libertad?". Paseo por una playa del Mediterráneo y me viene a la cabeza una frase de Pla: "es más fácil creer que saber". El problema de meditar cuando se pasea, por el bosque de cada día o por la playa ocasional, es la abundancia de ideas sobre las que dibujar un tortuoso camino de reflexiones. No hay límites y las ideas, abandonada la literalidad de las palabras se convierten en vehículos de expresión mágica. Un poema aprendido en la juventud se convierte en en la música de nuestra vida y alzando la voz lo recitamos por encima del ruido de las olas. ¿Quien no lo haría si comprendiera el significado de lasa dudas? Y das con él en el primer verso, el verso de las palabras rebeldes, el de los malos pensamientos, el del atrevimiento: "Ay mísero de mi, ay infelice" donde se da fe de de la pequeñez ante el sufrimiento del ser y su desconocimiento para terminar rebelde y exaltado con una pregunta desafiante. "Qué delito cometí contra vosotros naciendo?" Ahí quiso el dramaturgo dejar claro su compromiso con la hondura de sus preguntas a si mismo. Y llega de repente otra frase mojada por las gotas desprendidas de una ola que casi ha llegado hasta nuestro calzado. "¿Quien, de entre las cohortes de ángeles, me escuchará si grito?" Este es Rilke, tan amado. Y como en la respuesta del Dylan juvenil de Minesota "la respuesta está en el viento".
Pronto, unas olas más allá, será el momento de dar media vuelta y volver al piso con su terraza sobre el cabo. Viendo como los cargueros esperan entrar en puerto, tomaremos café con leche y croisants.