Es más que probable que en la vida cueste reparar en las coordenadas en las que uno se mueve. El Principio de la Relatividad establece, según escribe Einstein en las primeras páginas de su Teoría de lo mismo, que los fenómenos naturales transcurren con idénticas leyes generales referidos a varios cuerpos suficientemente separados entre sí, pero en los que funciona el mismo sistema de coordenadas. El Hombre del Prado tiene limitados sus conocimientos de física, y siempre lo ha sentido, porque está seguro de que un conocimiento mejor de la física y de la geometría le permitirían entender con mayor suficiencia aquello que podemos describir como "lo humano". Lo que realmente quiere escribir en este primer párrafo del año, cuando solamente ha tomado un desayuno de fruta, queso fresco y café con leche, es que la inmensa mayoría de individuos de la humanidad, se mueven uniformemente en coordenadas iguales, y no lo saben.
Está bien suponer, por deferencia, piensa, que ese no saber se esconde tras la comprensión artificial de lo homogéneo. En un sentido muy general, cualquiera puede aceptar esa homogeneidad al pensar que a fin de cuentas todos somos iguales, pero, piensa también, que el individuo vive sumergido en su propio universo al que tiene, no por diferente, sino sino por único en sí mismo, aunque se parezca a los demás. Si no fuera así, no tendería a la constante exaltación de sus virtudes o de sus angustias, y a la creencia desesperada de que "esto no me puede pasar a mi" cuando justamente es eso lo que pasa: es a él quien el suceso le afecta de manera inmediata.
Conviene no olvidar a quien lea esto y haya llegado a este inicio del tercer párrafo, que hoy es el primer día del año, y este es un suceso artificial que trocea la dimensión tiempo en pequeñas porciones por las que se pasa rápido. Tan artificial es que la misma borrasca que el último día del año sobre volaba el prado permanece ahora en él, ignorante pues es borrasca, del corte temporal y del sistema de coordenadas en que se mueve. Ha cambiado el año, pero no la amenaza gris del mal tiempo aquí arriba se cierne o la amenaza oscura y siniestra de la violencia desencadenada en varios rincones del mundo. Al Hombre del Prado le preocupa esta borrasca en general como la generalidad de la violencia sin querer entrar en el territorio de la culpa, de unos o de otros, o de todos.
Ha recibido, por deferencia y educación, que no es esta sino una exquisitez de la cultura, llamadas telefónica y mensajes deseándole un "feliz año" adobadas estas dos palabras por deseos personales: "ya sabes cuanto os queremos" y eso es verdad, recibe el Hombre del Prado el cariño con placer, pero ahora, repentinamente cae en la cuenta de que esas dos palabras de deseo no le dicen absolutamente nada. ¿Qué es un año feliz? ¿En que coordenadas se mueve un año feliz? ¿Cómo entiende un individuo aislado en su propia mismidad ese deseo de felicidad? Y al final de todo, ¿qué es un año feliz?
El montón atribulado de días que forman ese segmento temporal que ha dado en llamarse 2008, pesan en el hombre del Prado. Recuerda a los romanos, que escribían los Anales y los depositaban en el templo, para tener constancia de su historia, hechos y nombramientos. Era una manera simple de entender un tiempo fraccionado que empezaba venía determinado por lo político: el uno de enero tomaban posesión de su cargo los cónsules. Esto es entendible y asimilable, lo artificial de la fragmentación tenía el sentido artificial del curso político de la sociedad. Desde ayer por la noche hasta esta mañana, ningún cambio que pueda ser razonablemente comprendido justifica esta celebración y este deseo banal de felicidad.
Será que el Hombre del Prado ha caído en el pesimismo y ha reconocido su sistema de coordenadas. Todo el cava de ayer, los exquisitos alimentos, la entrañable conversación, el fuego encendido en la enorme chimenea de unos amigos, no representan para el nada más que una ceremonia, una especie de misa que no reconoce a otro dios que la banalidad ni otra consagración que la ilusión. Pues, piensa el Hombre del Prado que durante los últimos 365 días le ha invadido el pesimismo, pues nada de lo que suceda de puertas para fuera de sus coordenadas le interesa, ya que nada puede hacer y hasta opinar es inútil, prefiere pensar que no se trata de una enfermedad del ánimo ese pesimismo, si no que es solamente negarse a la ligereza baladí de la ilusión.
Feliz año a todos, claro.