miércoles, febrero 28, 2007

El influjo de los otros

Reconozco que debo todo a todos aunque no les conozca. Reconozco que cada palabra y pensamiento que procuro míos, personalmente míos, tienen padres y madres que pululan por todos los rincones de mi vida pasada. No es menester practicar el ritual budista de la reencarnación para tener del pasado una reminiscencia: basta con renacer cada día acompañado de todas las influencias absorvidas durante el día anterior. En esta vida los recuerdos son como un inmenso rollo de papel que se carga en la espalda de la memoria y que antes de ser de tal manera archivado han dejado su impronta en la parte sensible del aprendizaje.

Espantoso debe ser el ser artista y saber que ni un solo trazo de pincel o golpe de cincel o palabra escrita en papel blanco es de uno mismo, fruto de la genialidad de uno, esforzado y trabajador comadrón de su propia obra. Lo que tiene entre manos es de otro al que ha enviadiado en un momento anterior su propio brillo, la calidez de su expresión o el luminoso trazo de un color. Con ese equipaje, quien lo sabe, debe sentir el peso de eso que llamaría yo la otrosidad, que es la influencia de los otros como paridora de la identidad. Si el individuo, creador de si mismo constante y apasionado, se realiza a la manera de una obra de arte inacabada, recibe de los otros los trazos del aprendizaje, los ejemplos para la reproducción.

Pero ni siquiera puedo hablar de los otros en términos de personas con nombres nombres y apellidos: si de fotografías. Recuerdo fotografías de Life y de Paris Match, de las que soy hijo por lo que me impresionanron o tal vez sea mejor escribir "por lo que impresionaron en mi". Recuerdo fotos y fotos y fotos e campos de concentración nazis con pilas de cadáveres amontonandos los unos yacentes en el suelo, caminando los otros por una muerte viva en la hora de la liberación. Recuerdo algunos mórbidos terrores con cadáveres incorporados en la revuelta contra Jacobo Arbenz en Guatemala, en la que un izquierdista era fusilado mirando de frente al ejecutor, con una sonrisa enorme en la cara y un buen cigarro puro entre los dientes. Recuerdo la ejecución despidiada de los agentes de la AVO en Budapest, al salir de uniforme con los brazos en alto de su cuartel, poniéndose en manos de quienes en lugar de aceptar su rendición los masacraban. Recuerdo imágenes del Paralelo 38, de una inmensa planicie blanca en la que las tropas americanas retrocedían ante el ataque norcoreano que era en realidad chino. Recuerdo imágenes de barcos hundidos en el Canal de Suez en el otoño de 1956, cuando Gamal Abdel Naser lo nacionalizó para el pueblo egipcio y una coalición anglo-francesa con ayuda israelí intentó evitarlo sin conseguirlo. Recuerdo imágenes ,de Life también, de negros colgados y quemados de árboles junto a cruces ardientes, en el centro de corros de blancos encapuchados: recuerdo uno en particular colgado por los pies después de haber sido apaleado y quemado parcialmente, con los pantalones desabrochados, un porción blanca de calzoncillo sobre su abdomén negro y la camisa blanca caida hacia el suelo dejando el torso al descubierto. Sus manos parecían acariciar el cesped a centímetros muy escasos de su alcance. Recuerdo la imagen de Caryl Chesman, que luchó trece años por su vida en el pasillo de la muerte de una penitenciaria USA. Recuerdo imágenes sangrientas y terroríficas vistas en Paris Match de la descolonización del Congo Belga con cadáveres de blancos alinenados en el asfalto y de granjeros ingleses en Kenia masacrados por el Mau Mau. Recuerdo fotografías y fotografías y fotografías... en las que no sabía bien como alinear a los buenos y a los malos, pero si comprendía el tema recurrente: la muerte vesánica.

Es verdad que recuerdo otras muchas cosas en las que anida la felicidad o por lo menos la cándida sonrisa de la inocencia, pero no son tan vívidas o aleccionadoras como esas imágenes de la muerte terrible de la revuelta y de la guerra que pasaron por mis ojos en mis primeros catorce años de vida. Fueron las primeras antes de que alcanzara la edad de la razón. No hay, creo, mejor manera de asomarse a la muerte que verla en fotografía, anónima y terrorífica, doliendo a otros para que así no llegue a dolernos a nosotros. He escrito en un párrafo anterior sobre la otrosidad o el influjo de los otros en la propia vida y doy fe de que en realidad soy lo que soy, somos lo que somos, a base de ver reparando lo justo miles de fotografías o de reportajes cinematográficos con el mayor espectáculo del mundo: la muerte de unos a manos de los otros..

lunes, febrero 26, 2007

La fortuna accidental

Llego junto al mar, cuando el invierno ni es ni no es y vuelve a ráfagas para marchar de nuevo con el disimulo de quien no de decide a dejarnos sin él y encuentro aquí una primavera que se anuncia en temperaturas cercanas a los 20º y en aquel sol que dejé en un post que se denominaba "la luz, mi luz". Es ahora la misma sensación de gozo total, de apertura de los poros que son los sentidos del cuerpo y que parecen lanzar al exterior un gemido de placer. Quien no conoce este oro´transparente que cae en la luz que viene de levante y se desparrama por el horizonte que mira al sur, vive otra felicidad, es indudable, pero ni es esta ni es la mía.

Sostengo que tenemos en los genes una determinación a ser de manera que fueron los que establecieron su cabeza de puente en la humanidad como antepasados de cada uno de nosotros. A mi, me gusta pensar, algunos rastros semíticos me siguen circulando por las venas y se alteran cuando lo que veo es el sur, la frontera africana del mediterráneo o la linde norte de este mar; me gustan las mujeres de levante con sus ojos expresivos, de color de miel o de castaña brillante y húmeda, de nariz perfilada y segura de si misma marcando en la cara el lugar y la determinación. Aunque la modernidad no lo aconseje, uno puede prendarse de unos ojos liberados del velo, única libertad, pero total libertad la de la mirada por la cual los hombres de ayer y muchos de hoy preferirían a la mujer con los ojos bajos.

Las escalas de Levante me gustan todas, las conocidas, las ignoradas y las soñadas y a veces sostengo que mi relación personal con Camus es por que él fue hijo de una alicantina sufrida y trabajadora y nacido en Argelia, mirando a la metrópolis, situada al otro lado del mar, en la otra vertiente. Sostengo también que los mediterráneos, única nación que reconozco en mi, hacemos de este mar, a la manera clásica, un lugar universal, único, propio, cuna y sarcófago de vida e ilusiones. Ya conté en otro lugar como una buena amiga francesa me hablaba del privilegio de vivir aquí, de estar diría yo, de haber nacido y de estar, y al tiempo de ser. Nacer aquí, en esta mirada ilimitada al horizonte, y descubrir con el tiempo el bosque de claros encerrados por las lindes arbóreas, nacer en este cálido y luminoso ámbito para conocerse después en la frialdad de las nieves y las brumas, ofrece al individuo dos lugares para ser, dos espejos para reconocerse, dos experiencias para amar la vida: estúpido será el que desaproveche tanta fortuna.

Pero las cosas son infortunadas cuando se trata de la modernidad en que vivimos, pues al llegar aquí, hace cinco días, descubro que el mundo exterior al que accedo por internet está cerrado y por más que lo intenté a riesgo de forzando la manija romper la cerradura, permanece cerrado. Es menester llamar a quien de esto entiende, pero siempre es difícil, hoy, que alguien te crea a la primera. El teléfono aleja a las personas en formalidades y nadie te cree cuando les dices que no puedes cruzar la puerta de la comunicación; debes sostener tu versión, nada has hecho, nada has tocado, sabes de que hablas, para que al fin de varias conversaciones alguien acceda a creerte y rompa el círculo de Kafka en el que, en este presente nos hemos acostumbrado a vivir. El autor checo no llegó a conocer, para su fortuna, los contestadores telefónicos actuales, los "servicios de atención al cliente", que de haberlo hecho el terror de El Castillo o de El Proceso hubiera sido al fin más impactaste.

El infortunio me ha llevado a cinco días de silencio total. mío hacia el otro lado de la puerta, y de ignorancia de lo que más allá pueda suceder. Ni correos, ni mensajes, nada de nada me permite saber si sigo existiendo o si la realidad es que he sido arrojado de ese espacio como en aquel cuento de Cortázar, terrorífico, en que una familia normal, de retorno de un domingo en la playa, al cruzar el túnel, ignoran si tendrán la fortuna de cruzarlo entero y sobrevivir o si por el contrario serán abducidos en su interior por un eni9gmático reequilibrio demográfico. Cuanto terror hemos imaginado

Obligado al ostracismo he ten ido que reacondicionar mi vida y entre las varias lecturas que siempre me acompañan, he abierto un libro que compré hace algunos meses con el ánimo de leerlo cuando llegara el momento, que es un instante temporal que no se puede localizar hasta que siendo presente reclama la acción demorada. Se trata de uno de los libros sobre Sócrates de un autor amigo que regenta El Café de Ocata: Luri. El libro es la "Guía para no entender a Sórates" y en él durante los dos días en que lo he leído, de arriba a abajo, es decir, enteramente, he disfrutado enormemente de una puesta al día de cuanto a mi, que no he estudiado filosofía en las universidades, se me escapa disperso. El mundo del filósofo, los amigos, los enemigos, el proceso, la reflelxión siempre razonada, a menudo irónica, se ha desplegado ante mi para darme una muleta más en mi lectura. Ultimamente y presionado por el conocimiento de los demás, arrosytré acercarme a los diálogos y em embebí en ellos, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor necesidad de releer los párrafos. Debo decir que creo que releer es un placer esencial en el proceso de lectura, no solamente al cabo de los años, sino en el mismo momento de la lectura: no hay mayor placer que descubrir que la puerta se abre y entras en el terriotorio que estaba vedado para ti por tu incapacidad de acceder.

Connfieso después de la lectura del libro de Luri que si de entre todos los amigos y discípulos de Sócrates, sentí siempre una especial debilidad por Jenofonte y en otro artículo explicaré el porqué. He dado por imaginar una historia a escribir en la que los dos discípulos, Platón y Jenofonte, ambos hombres de pensamiento, más diletante uno que otro, y de acción, más también el otro que uno, se relacionan a lo largo de sus vidas en una rivalidad lejana, desprovista de trato, cargada de recelos y sobrada de celos.

Pero esta es otra cosa de la que ya hablaré si se tercia. Ahora, vuelto a la vida virtual, cierro la última página del libro de Luri y al último párrafo, que referido a Patocka es sin embargo más universal, totalmente. Dice así: "Repetir el mensaje socrático no es, por lo tanto, un ejercicio de anticuario, sino la manifestación de un compriomiso ético de búsqueda de los fundamentos, de aquello que está desapareciendo bajo nuestros pies".

Por eso será que he decidido hace unos meses empezar de nuevo por el Sócrates de Platón o por el Platón que un día soñó que era Sócrates.

lunes, febrero 19, 2007

Del mal...

Hanna Arendt establece tres ámbitos propios del individuo y trata de ceñirse a ellos cada vez que tiene que ejercer el análisis crítico: el ámbito privado, el ámbito social y el ámbito político. Esta es una de esas afirmaciones ante las que cualquiera exclamará mirando a quien la haga con ojos de asombro "naturalmente" en un tono de reprobación por la simpleza del enunciado. Pero con la misma naturalidad, en la continuidad de la conversación, mezclará los tres ámbitos, "sus tres ámbitos" estableciendo sin percatarse de ello una plataforma de pensamiento totalitario en la cual "lo que yo pienso deberían pensarlo todo, y ser por ello leyes de obligado cumplimiento". Quien cínicamente afirma que en tiempos de totalitarismo no necesitó de democracia alguna para ser como era, convierte su ámbito privado en rehén del político y envía órdenes al ámbito social para parecer de acuerdo a las normas fijadas. Quien no necesita de la libertad para saberse siendo (no se si esta expresión es la adecuada pero si me lo parece) se adentra en el mal como cómplice y antecede a un mal mayor que no es capaz de reconocer.


Existe el mal, probablemente ha existido siempre. El mal tiene dibujos y palabras, ha sido convocado por la imaginación y la imagineria y está en el imaginario, curioso juego de irrealidades que han acabado convirtiéndolo en una hecho real, consistente en si mismo. Existe el mal y el infierno, en nosotros mismos, como aseguraba Sartre en "Huit Clos" y solamente nosotros somos capaces de ejercerlo. Sin la humanidad, el mal no existiría, ni siquiera en eso que se llama permanencia oscura, ente real al margen de la humanidad que al no ser percibido por ella no existe para nadie y es por lo tanto nada. Ni ahí estaría el mal. Basta que nazca la humanidad para que el mal tome forma, primero en el ámbito personal, luego en el social como prejuicio, como identificación del enemigo, como ciencia del mal regenerador y finalmente en el ámbito político. Son las Leyes las que convierten al mal en la legalidad vigente.


Cuando el mal se extiende se le acepta. El mal siempre tiene inductores que lo agitan como mal necesario, como catarsis: la historia o la naturaleza han creado los caminos del mal para las ideologías terribles del siglo XX que han terminado en totalitarismos. Derrotadas al fin, han dejado sembrado el mal y las semillas germinan. Conviene no engañarse: el mal es patrimonio de los hombres, un bien de la humanidad. Creo que relativamente fácil pasar de ser bueno a ser malo, se necesita una ideología que le dote del necesario protagonismo dentro de la masa y un uniforme que siente bien. Quien se adentra en el mal anda realmente en busca de compañía, de amigos que eliminen de él la sensación de ser superflúo en la sociedad. Los malos requieren un centro de acogida desde el que odiar a la sociedad y preparar su castiigo.


Una vez le comentaron a la Arendt lo duro que debía ser ver al mal terrorífico, al enemigo frente a ellos, los judíos, cuando el nazismo se extendió en Alemania. No, dijo, no es el enemigo lo terrible, ya que sabiendo que está ahí y que existe, le conoces y aislas; es la defección de los buenos, la conversión al mal de aquellos que son los tuyos. Es la desaparición de tu círculo de aquellos de los que nunca esperarías que fueran tus enemigos. Tenía razón, lo terrible es descubrir que los buenos se convierten en malos. Los cómplices son los peores, y los conversos deseosos de agradar. El mal atrae con su maldad terrible y con su parafernalia gregaria que viste los ropajes de la uniformidad.


Creo que lo más difícil en esta vida para los seres que en ella habitan y tratan de actuar coherentemente, es mantener los principios claros, tener una plantilla que poder aplicar a los hechos que acaban atropellándonos. Escucho decir a mucha gente, es cierto lo que digo, "oigo a unos y a otros y me parece que tiene razón" o afirmar que el dictador tal, que poco importa ahora el nombre, era seguramente una persona bien intencionada a quien engañaron sus más cercanos colaboradores. Parece como si no fuera importante la maldad, cosa irrelevante en un mundo agitado, olvidando que el mundo se agita por la maldad, sobre todo cuando esta adquiere los rasgos normales de la banalidad.


En este país, en este bosque en el que habito, existió el mal, la vesanía, la traición y el asesinato. Cambiaron propiedades de mano porque unos vencedores ajusticiaron a unos vencidos. Las trincheras siguen en las montañas, no es tan lejano el tiempo de hierro en que las escuadras de la muerte o del amanecer, sean de donde fueren, visitaban los hogares para llevarse a la gente y ejecutarla en las cunetas. De tanto ver el mal y convivir con él hay quien lo ha olvidado y no se debe. Porque existe el mal los tres ámbitos deben mantenerse separados y las ideas claras.


Como el día de ayer fue uno de esos grises y sucios, lleno de frío y viento, con nubes opacas, ventarrones desapacibles, me acordé del mal y me dije que escribiría este artículo sin prepararlo, tal y como saliera, porque me pareció ver el mal en algún rincón del lugar en que vive agazapado, como las alimañas que solamente existen en la imaginación hasta que bajando de las cumbres se nos aparecen terribles y demoledoras.

viernes, febrero 16, 2007

De la tenacidad de las cosas pequeñas

Después de la tormenta la calma, y después de la agitación la serenidad. Los tiempos de tribulación suelen dejar paso a aquellos otros que se organizan en efectos comprensibles. Con este frío a ráfagas que ni acaba de cuajar ni se va, la primavera se anuncia por los brotes ya de algunos bulbos que asoman sus deditos por la superficie de los parterres. Siempre he admirado la tenacidad de esas pequeñas plantas que se abren paso por entre los terrones helados a los que acaban fragmentando y levantando para asomar con dulzura a la luz del sol y al aire puro. Me maravilla la fuerza de su pequeñez y la tremenda energía de su fragilidad.


Observarlos es una lección de vida para quien quiera aprender de esa actividad. Al decir observarlos quiero decir mirarlos y mirarlos un día si y otro también, no verlos al pasar y esbozar una frase banal que denote el lugar común de la cultura o de la sensibilidad. Mirarlos y mirarlos día tras día es algo así como aprenderlos y aprehenderlos, que siendo dos cosas diferentes, forman en su conjunto una idea total del conocimiento. Mirándolas, uno se hace con las cosas para sí a la vez que las dota de su afecto. Ningún insecto es repulsivo cuando se le ve trajinar con esfuerzo y dedicación, aceptando que no sepa hacer otra cosa e incluso que no tengo elección.


En la naturaleza hay muchos Sísifos condenados a portar la piedra cuesta arriba, pero a diferencia de él, no dejan caer el peso en la inutilidad sino que le sacan el fruto necesario para que el ciclo de la vida continúe. Han nacido para vivir su existencia, tan larga o corta en tiempos subjetivos como corresponda, sin una queja ni una rebeldía y su esfuerzo tenaz por conseguirlo merece la simpatía de quien les contempla y reconoce. Se me dirá que el castigo de Sísifo no fue la inutilidad del esfuerzo sino el hecho de que él estaba condenado a saber de tal inutilidad eternamente, y es cierto. Estos bulbos e insectos no lo saben y en eso resida tal vez una porción de su felicidad, si es que pudieran percibir de alguna manera tal emoción.



Toda observación guarda una lección que está al alcance del descubrimiento: se revela por sí misma a quien con los ojos abiertos la busca. No se requiere más que voluntad. Los bulbos, de los que he hablado al principio permanecen en su lugar cada año, en esta tierra de nieves y hielos y quien esto escribe los deja ahí porque los jardineros de la zona, que son hombres de campo reciclados, así lo hacen y aconsejan, al contrario que los libros de jardinería que recomiendan el sacarlos, limpiarlos y guardarlos entre virutas de madera o serrín en lugar seco y no demasiado luminoso. Las instrucciones expertas de los libros resultan superfluas a simple vista, salvo que sacando los bulbos se acomoda mejor el dividirlos y seleccionar aquellos nuevos que aparecen como adherencias de los anteriores. Para los jardineros del lugar el paisaje resulta más salvaje cuando menos se actúa sobre ellos y de esta manera el acomodo del jardín al lugar real de fuera es más simple y la transición más natural. Los libros y los viveros buscan el esfuerzo de Sísifo en un hacer y deshacer permanente por manos inexpertas que nunca alcanzan el resultado deseado por su inexperiencia e ignorancia, y acaban siempre volviendo al libro o a la tienda para aliviar su frustración.


Uno se pregunta si es aconsejable saber como son las cosas y como se producen; si es bueno sacar lecciones de provecho de observar como un insecto se esfuerza por alcanzar la zona verde del jardín desde la pradera de grava rosa a la que le arrastró el viento. No se pregunta nada, no se rebela, no se abandona a su suerte ni `pierde el ánimo: tenaz e infatigable, sube y baja las minúsculas piedrecillas siempre en dirección al césped o a la linde en que crecen el seto. Ni siquiera se abandona a la desesperación, que debe de ser un atributo humano, pariente directo de la blasfemia. Ah, el insecto no se queja ni blasfema, hace y es así en beneficio propio y de su especie. No puedo afirmar que hiciera lo mismo si tuviera una mínima cantidad de inteligencia, si estuviera dotado para el más mínimo ejercicio de la razón; tal vez entonces empezaría a individualizar la gestión de su esfuerzo y a comparar si en términos relativos con sus congéneres debe hacer más o menos. Probablemente el esfuerzo y la tenacidad no son coincidentes con la razón y el individualismo, pero eso es otra cosa a la que ni los bulbos ni los insectos del jardín llegarán nunca y pienso que es mejor para ellos.


El hombre del prado se ve a veces, a sí mismo, como una cosa pequeña y tenaz cuya única ansia en la vida ha sido sobrevivir. Eso no quiere decir que no haya sido humano y que todas las emociones de aquellos le hayan, en un momento u otro, sido cercanas y concernido. Miedos si ha tenido, y momentos de desesperanza y pocas veces cree haber caído en la desesperación. Siempre ha sabido, como Sísifo, que gran parte de su esfuerzo era inútil y ha guardado su rebeldía entre libros para, sabiendo que está allí, releerla de vez en cuando. Si, él sabe que nadie le puede negar la parte de humanidad que le corresponde, así como la porción de entidad superflua que le convierte en porción desconocida de masa. Cómo los demás le vean es cosa que ya no le importa demasiado, y recuerda que si le importó en otros tiempos de vanidad, pero le agrada, al mirarse hacia atrás, reconocerse como un esforzado insecto en busca de la linde del jardín para alcanzar el seto, o como un bulbo tenaz que sin ansiarlo siquiera alcanzará la luz del sol. Comprende que la única determinación que cabe es la de sobrevivir y respira satisfecho aprendiendo la lección.

miércoles, febrero 14, 2007

En el corazón del bosque

Ha llegado al corazón del bosque y nada más le rodea que pinos, tierra y cielo y navega en el aire; sabe quien es y de la identidad que tenía cuando empezó esta serie de reflexiones hasta la que tiene ahora ha habido un adelgazamiento gozoso: ha perdido las adherencias que pasaban por ser su yo, la parte más evidente, hasta quedar en el puro hueso de unas pocas certezas. El proceso de desaprendizaje, si no ha concluido, da poco más de si y el de deconstrucción es ahora un paisaje caracterizado por los restos del derribo, de los que algunos, etiquetados, esperan una oportunidad para el futuro. Los otros no, inservibles, tendrá que recogerlos el dios que se lleva los escombros y habita entre ellos como un miserable, el mismo dios que ha guiado su reflexión a lo largo de 13 meses y de más de 200 artículos metidos en este blog, sabiendo el dios, que todo lo sabe, que al final del trabajo acabará arramblando con todo lo inservible y yéndose.


Así el corazón del bosque es una isla y en ella está, recuperado de tanta sobrecarga y esfuerzo de llevar signos de identidad que no pueden representarle nunca más, ni siquiera acomodarse en conjuntos a los que ya no quiere engrosar con su complicidad. Nacer y morir solos es algo que todos sabemos que sucede y de ello hacemos tragedia y poesía, en los dos sentidos etimológicos de ambas palabras; pero lo que nos venimos negando de por vida, como si se tratara de una maldición, es a reconocer que debemos, pues se trata de un deber, debemos pues vivir solos, aún cuando lo hagamos en compañía. Si no alcanzamos la visión exacta de nuestra soledad, nada trágica sino existencialmente fructífera, nunca recuperaremos la edad de oro de cada uno. Vivir es un camino largo que no precisa, aunque se pretenda lo contrario, de morfinas para el espíritu en la forma de compañía: se puede recorrer como los senderos del bosque o los caminos del prado, a pie y con el cayado en la mano, vagabundos al estilo clásico, caminando entre monstruos, dioses y hombres.


Cuanto dice no excluye al amor, o al afecto, o a la lealtad o fidelidad, o a la necesidad de la compañía de quien camina contigo largo tiempo y ha acomodado el paso al suyo, o ha sido a la inversa y es el tuyo es el que se acomoda. Reconoce, exultante por la soledad, el vértigo de la misma cuando los seres queridos parece que le abandonan y sobre la soledad del espíritu se cierne la encarnadura de la carne que deja de palpìtar cercana, el calor del cuerpo acompañante, la respiración pausada del sueño en la caverna de cada jornada o el gemido del llanto y desconsuelo.


Porque el ser solitario al que conduce la deconstrucción que ha venido practicando, y que como ejercicio oriental seguirá haciendo cada mañana después de la salida del sol (nunca se levanta antes de ello), no es un ser en soledad, sino un ser que se reconoce a si mismo en su justa y escasa encarnadura. ¿Quien eres? Y responde su nombre, escaso, pero el suyo. ¿De donde eres? De aquí, de esta cama de la que me levanto y de este bosque en el que vivo; hoy es así, mañana seré, tal vez de otro lugar así de pequeño y reducido. ¿Cual es tu patria? le preguntan y ahora si sabe, ya, desnudo de otra patria esencial que la única que hoy, finalmente, reconoce: mi lengua. El vive en el lenguaje y en su idioma y desde él levanta su voz para quien oiga. Siempre, siempre, se dice, seré extranjero entre los hombres, desapegado a ellos cada vez que agrupados me quieran ofrecer su protección gregaria.


No se le niega (¿quien podría hacerlo?) amar y ser amado pero vive su vida rechazando el plural que se apropia de su voluntad. No se le niega la compañía pero nunca la ejerce olvidando los límites del espíritu y de la identidad: este ser al que amo es él y este ser que ama es yo, y siendo tanto el amor él y yo somos dos. Una de las primeras cosas que el solitario en el bosque percibió, fue justamente, que el número de semejantes en su categoría, no eran sino una falsedad producida por el miedo de los demás y le vino a la memoria un chiste que le explicaron en su juventud: millones de chinos perdidos en un bosque lloraban y gemían de desconsuelo y al encontrarse con un leñador que deambulaba solo, este les preguntó que era lo que les ocurría y el de aquellos que caminaba delante, secándose las lágrimas gimió: nos hemos perdido. No recuerda si el chiste, que le contaron en la juventud, provocó su risa, pero ahora le descorazona.


Es hora pues de dejar al bosque como al paisaje real en que vive en lugar de convertirle en el artificio que es el paisaje cuando lo que queremos es remarcar la presencia trágica o esperpéntica del hombre en su vida. Siempre existe un paisaje, siempre un camino y un horizonte, pero al convertirlos en expresión literaria fruto de la intención de dotar al protagonista de un mundo limitado y reconocible, se falta a la verdad. Un paisaje alrededor, como la ropa, viste no el cuerpo sino el ser, la manera de ser y el expresarse, para maquillar la realidad a la que si no le enconmtráramos imperfecciones molestas no maquillaríamos. Bien está mientras el ser que habita allí busca reconocerse y se ayuda de lo que le rodea para que los demás le vean, pero ahora la figura asume el retrato en soledad. Pero ahora, pasado el tiempo y la tarea, ya puede ser el fondo de la pintura una gama de oscuros y el aire que le rodea el puro cristal por el que todos tratamos de ver y somos vistos.


Así sucede hoy, y a partir de hoy, piensa, todo deberá ser con coherencia, diferente.

lunes, febrero 12, 2007

Huyendo de la infancia

Al caer la tarde salgo a pasear por el bosque (la linde que rodea al prado) acompañado de Goyerri. Vamos despaciosos porque tenemos un tiempo radiante de luz y temperatura y hay en torno a nosotros un ambiente de calmo equilibrio, fragante, fresco. Hay un hecho añadido, un contento interior que compartimos: Goyerri corretea trotando como los caballitos de tiovivo, saltando a trancos con las dos patitas delanteras juntas igual que las traseras, por delante de mi, buscando la parte de fuera del sendero que se tapiza de hierba. Siempre he dicho que este perrillo tiene vocación de caballo corredor en praderas, pero algo se le cruzó de primeras.


Cae la tarde del domingo y nos hemos quedado una vez más solos. En menos de media hora los últimos rayos del sol se desvanecerán tras la sierra que apunta al oeste como un dedo señalizador. El viernes pasado, por allí donde el sol va a ponerse, me salieron tres corzos del bosque y cruzaron la pista por delante de mi coche: alcancé a frenar la escasa marcha que llevaba para verlos mejor y esta vez si, pude verlos en todo su esplendor, primero saltando de la espesura al conjunto de tierra y asfalto malherido que forman la vieja pista que lleva a la garganta del río, después cruzando por delante de mi, uno detrás de otro; finalmente entraron en el talud que a mi derecha va a descender hacia el bosque y en esa bajada, trotando sin demasiadas precauciones se perdieron entre los árboles. Cuando hubieron salido de mi vista, me quedé detenido, con el motor en marcha, recordándolos: es tan hermoso verlos, con su largo cuello estirado y la cabeza apuntando al frente, nerviosa, cargada de tensión, viendo con sus ojos un panorama de 180º, seguramente curvado en sus líneas extremas, viéndome a mi dentro del coche, olfateándome y decidiendo cruzar por delante del coche, que ningún peligro podía representarles.


Cuando se pasea con un perro no suele haber otro argumento mejor que el propio paseo, aislado de todo el resto que no sea el rumor y la frescura del ambiente. Soy consciente de que las ideas que dan vueltas por la cabeza, sin estar formadas en palabras, acabarán por asaltar el pensamiento y proyectarse al exterior. No dudo que, al fin y al cabo, acabaré cayendo en la cuenta de algo que deberá preocuparme durante un tiempo, durante el caminar o al llegar a casa; es el placer del caminar por la floresta el que hace que unas palabras rompan su fragmentación para alcanzar una serie coherente (nada indica que siendo la serie de palabras coherente lo sea su significado) con un sentido que deberá ser desentrañado. En este caso fue una frase que emergió de un tirón: "los hombres pasan toda su vida huyendo de su infancia". La frase surgió en mi pensamiento con el sello de la originalidad, ya que en ningún caso podría recordar haberla leído u oído en otras fuentes que no fuera el eco de mi pensamiento.


Conviene no dejarse llevar por el alborozo, que tener ideas no es síntoma de nada más que de desocupación de tareas a hacer medidas por el factor tiempo y en él encerradas. Uno puede tener ideas y regocijarse con ellas llegando a la seguridad de que es un hombre pensante además de paseante y de que un perrillo gris y negro que tiene ya once años y ha salido de un achuchón de hígado que podía haber dado al traste con su vidilla, le acompaña. Suelo llevar una libreta de y un rotulador de punta fina, de tinta negra. La libreta es de tapas negras y cabe en el bolsillo de la camisa; cuando empecé a tomar notas las libretas eran más grandes y resultaban un enorme engorro, así que descubrí una marca (me la descubrió mi hija realmente) que tiene tapas duras y lleva una goma elástica con la que se puede sujetar el rotulador. Llevo años anotando cosas que de vez en cuando releo, que están ordenadas por la cronología.


Ocasionalmente leo cosas que no tienen sentido, que han perdido la oportunidad de ser consideradas, o me encuentro con otras que me sorprenden y ocasionalmente halagan. A veces son textos muy cortos, o frases simplemente; otras diálogos o textos más largos (pienso traer algunos al blog en un futuro cercano). Llevar la libreta en el pecho, sentirla sobre la piel al respirar, me produce una placentera sensación. La misma que el acudir a ella, abrirla soltando la goma elástica, y escribir con una letra de difícil lectura la frase en cuestión: "los hombres se pasan la vida huyendo de la infancia". No se si esta frase mantendrá un cierto sentido, el que ahora trataré de encontrar, justamente después de haberla escrito, cuando hayan pasado los años: probablemente no.

Mientras seguía caminando me prometí pensar en ella cuando mi mente estuviera más fresca, y eso fue lo que empecé a hacer el domingo por la tarde, cuando salía dar mi paseo con Goyerri. Las cosas no se hacen de manera formal, sino que al caminar se deja que con libertad fliya el pensamiento que dormita en las palabras, se haga evidente el concepto y entonces, con él manifestado (si se me permite la palabra) empieza uno a divagar. "Los hombres se pasan la vida huyendo de la infancia". Si, pensé, suena a cierto, pero debo entender la palabra huir que muestra una tensión, una intencionalidad que no aclara nada, salvo que existe un conflicto. ¿Porque huir? ¿Para qué huir? Otra cosa, pienso, sería haber pensado "los hombres pasan su vida alejándose de su infancia" y aquí alejándose tiene otro matiz menos hostil. Es, ciertamente la vida, un alejarse de la infancia y un caminar o ir hacia el final de la vida, ese tiempo presente en que se manifiesta la muerte. Pero lo cierto es que yo pensé inicialmente "huyendo" y esto es lo que escribí en mi libreta de tapas negras. "Huyendo de la infancia" pensé para mi. Se, no me cabe la menor duda, porque son muchas las veces en que he pensado en ella hasta alcanzar la convicción de que mi infancia no fue feliz. No desgraciada, que serían palabras mayores, pero si infeliz en la medida en que las justas alegrías que deberían haberme hecho trotar por la pradera de hierba como hace Goyerri, se han borrado de mi memoria si es que han existido.


¿Será por eso, por lo que acuñé en la frase el gerundio huyendo? ¿O fue tal vez un pensamiento desapasionado y por lo tanto despersonalizado de mi? ¿Fue fruto de mi observación parcial y limitada, de lo que yo creo que es la vida. ¿De que infancias hablo, o pienso? Lo cierto es que aceptando que pensé y escribí "huyendo", debo considerar el hecho de que veo a la infancia como un conjunto de hechos, acciones y experiencias, que debiendo estar en el fondo de la memoria, parecen tener una excesiva presencia, proyectada hacia el hoy, no se si en algo más que memoria, recuerdo, u opresiva presencia. Yo podría hablar de mi infancia como otros hablan torrencialmente de su servicio militar, pero no debo hacerlo porque fatigar al lector y a mi mismo al tiempo es un ejercicio excesivamente molesto.


Fue en estas disquisiciones cuando me interrumpió la voz de J... que andaba por el bosque paseando también a su perro. Interrumpí mi reflexión y acomodamos el paso. Diez años más joven que yo J... es un hombre serio, circunspecto, con un sentido del humor silencioso y sobrio que se muestra como una sonrisa, tanto más profunda y extensa, concentrada, cuando más ácida es la ironía. Caminamos al unísono hablando de la política del momento y de la incomprensión y hostilidad de aquellos que sin ser de las mismas ideas, pretenden reformarnos. Y entonces, J... me dijo: "mi padre, que era muy de derechas, muy franquista, siempre me echaba en cara el ser yo más bien de izquierdas y cada vez que nos veíamos tenía que sacar el tema y darme una filípica; yo le decía que lo dejara estar, pero él insistía hasta hartarme". Mi frase volvió a mi pensamiento cruzando como una nube por sobre las palabras de J.... Me prometí volver a pensar en ello.

domingo, febrero 11, 2007

Meme

Reconozco que no se lo que es un "meme" pero Luri ordena y yo obedezco sin rechistar. Me pide que menciones 5 nombres que hayan influenciado mi vida en los campos de pensamiento, literatura y música.

Siempre me resulta muy dificil sintetizar porque creo que eso no quiere decir nada: o se hace uno el original o escribe algo susceptible de producir arrepentimiento con el paso de los minutos.

¿Que es influenciar? ¿Cuando? ¿Hoy o ayer?

Así es que arranco con la seguridad de que nada de esto se ajusta a lo cierto:

Pensamiento: Albert Camus, Hanna Arendt, Jean Paul Sartre (¿Que es la literatura?), Espinoza y Arnold Hauser (Historia social de la Literatura y el Arte). Añado Cioran y son 6.

Literatura: Marcel Proust, Herman Broch, Franz Kafka, Horacio y Virgilio (los pongo juntos y con ello quero decir "los clásicos griegos y romanos") y Yasunari Kawabata (y con ello quiero decir la tradición literaria japonesa y china)

Música: El flamenco (incluye la copla), MozartBachBeethovenMendelssonBerliotzWagnerMahler (todo es uno), VerdiPucciniDonizetti (la ópera italiana), desde Big Bill Bronzie hasta The Modern Jazz Quartet (el jazz), la música que suena en la radio del coche cuando me acompaña y no la percibo apenas pero está y si se callara lo notaría.

Y todo lo que me dejo fuera.

jueves, febrero 08, 2007

La fortuna va guiando nuestros pasos...

Sobre una fruslería me dice Ana "podía haberme dado cuenta antes" y se recrimina que las cosas vayan a ser de otra manera a como, ella entiende que deberían haber sido, se se hubiera dado cuenta antes acerca de algo. A mi me viene a la boca la respuesta que siempre tengo por buena: "las cosas suceden siempre cuando deben de suceder", pero ella sigue quejándose de si misma. Es fácil recriminarnos que las cosas podían ser mejores de haberlo sido nosotros también, pero la pregunta es ¿en que? Se diría que en estar atentos, pero la casualidad forma parte de la vida.
Tenemos dos enfoques para la casualidad: o no estamos atentos o la celebramos. Debemos ser sinceros: la casualidad está llena de nosotros mismos, alimentada de nuestra pasión y vanidad o desolación y soledad. La casualidad es una quiebra en una línea, nada más, desapasionada, ajena, que hay que aprovechar, si es que se reconoce.
Fué así como conocí a Ana hace veintisieta años, por casualidad: yo había quedado con otra mujer que no se presentó a la cita y en la espera vana, trabé conversación con una desconocida que había quedado con un grupo de amigos que a su vez llegaron tarde. Me plantaron, me dejaron esperando alimentando una sensación absurda de ridículo de la que era yo el único espectador. Detuve el tiempo y la acción; de haber estado más atento al plantón, me hubiera ido furioso en cuanto el retraso se mostró considerable, pero no lo hice porque me sentía solo y no me apetecía volver al apartamento solitario de una ciudad desconocida en la que vivía hacía pocos meses; probablemente me debí sentir humillado. La casualidad, cuando surje, somos nosotros mismos, no nos puede ser ajena. El lugar de la cita estaba lleno y tras esperar de pie me acerqué a una mesa ocupada por una mujer sola y le pregunté si le importaba que me sentara allí: tal vez el tiempo volvería en mi ayuda; en vez de moverme hacia mi casa me moví hacia una mesa ocupada con la vaga esperanza de que el reloj diera marcha hacia atrás y apareciera quien, dos días después se disculpaba conmigo por teléfono: ya era tarde. Su hija había enfermado y no me pudo localizar: ya era tarde.
Así conocí a Ana; la suya siendo la misma fué una casualidad diferente, porque era la suya afectando a su vida. Así nos conocimos: es el destino, me dice una amiga que cree que todo es cosa del destino, todo lo bueno porque lo malo son desgracias. Yo creo que es la fortuna y recuerdo al clásico: "la fortuna va guiando nuestros pasos mejor de lo que pudiéramos desear". Una casualidad está formada por múltiples casualidades que se engarzan como piezas de relojería para dar una oportunidad al sentido de la existencia, una cita fallida, un hombre que se rebela a la soledad, todas las mesas repletas menos una en la que espera una mujer sola, un grupo de amigos que llegan tarde...
El hombre (es decir, el hombre y la mujer, pero resumo mejor así), es su vida y sus acciones hasta llegar a su muerte, que es el final de la vida sin mayores trascendencias. El hombre es al fin su existencia, o eso creo por lo menos desde hace muchos años, y no he conseguido mudar de certidumbre. Lo escribe la Arendt en un artículo que se titula "El existencialismo francés" y en el que ella describe como entiende aquel movimiento bohemio, de hoteles y cafés en el que Camus alcanzó a declarar que él no era existencialista. Tanta existencia tienes como haces, se podría resumir en un refrán castizo y a más de uno eso le alarmaría; así pues, ¿soy yo el culpable? Hay quien busca la culpa en cada cosa que emprende, en cada pensamiento que proyecta, en cada acción que emprende. No hace falta ser religioso para ser culpable, aunque ayuda; basta con ser timorato y eso no es un pecado (en sentido coloquial) o una carga que deba demoler toda la confianza en uno mismo. El Yo que presume de tener existencia es la existencia misma en capítulos, intitulada, en blanco, sin otra definición que para cada cual "mi vida".
Nadie sale a la casualidad de manera cotidiana, esperando a ver como la fortuna le visita o le alcanza la desgracia. Se sale confiado a la vida de cada día, a la función de uno en su instalación vital, al acomodo normal del cartero, el oficinista, el ejecutivo, el ama de casa, el amante infiel o el despechado fiel; se sale a tomar de la vida la porción que corresponde a la hora en que se deben hacer las cosas, y la medida del tiempo, el tic tac de los relojes (incluso de los que no tienen sonido) es el que rige la casualidad porque a fin de cuentas se puede llegar tarde o temprano y encontrar que la vida da un vuelco. Si se llega a la hora, generalmente, es la función la que, determinada de antemano, establece con rigor el mecanismo normal de cada día en el que no cabe lanzarse a la aventura.
...pero a veces la fortuna parece que nos equivoca.
El tiempo es una irrealidad pero el reloj lo convierte en presencia. Este que ante mi se sienta, con una copa de brandy de Jerez en la mano, desgrana su desventura, recordada. No es que no sea feliz, no es que no haya sido feliz, sino que lo ha sido, según piensa a destiempo. Me dice: si me hubiera dado cuenta de que esa mujer me miraba yo la hubiera mirado aún más de lo que hacía y probablemente (el probablemente es indicativo de timorato) hubiera surgido una historia. Una historia ¿de qué? Mi amigo no sabe responder; le vence el miedo a mostrar el desasosiego que solo pensar en ello le produce: le gustaba esa mujer, la encontraba con la carne del deseo justo, con cierta delectación en el pensamiento, algo así como imágenes. Ella le estuvo mirando durante toda una hora desde la mesa del cafetín en que ambos estaban, en mesas separadas. No pudo acercarse y luego todo eran excusas que me contaba a mi. Estaba con amigas, me decía, y me miraba; y yo estaba solo, con el periódico en las manos, sin leer, mirándola, primero a hurtadillas y finalmente a los ojos, con fijeza. Fué la primera vez en que miró a una mujer a los ojos embebidos de ella. De entre los titulares del periódico broto el deseo copmo nunca había sentido, no el mecánico deseo de cada día, de la condición, sino uno nuevo que tenía su nombre y su rostro, de la mujer de la mesa de al lado. Repentinamente descubrió que no sabía seguir a la intuición con la acción. ¿Que habrá pensado de mi?, terminó su explicación. ¿Que habrá hecho sin él, me preguntaba yo? ¿Le recordará? Lo que no recordamos también ha sucedido.
Debía él, mi amigo, haberse dado cuenta antes, en el momento preciso, cuando las miradas formaban parte del presente. El suceso había sido treinta años años antes, cuando era todavía joven y nunca lo pudo olvidar. Absurdamente, nunca se lo explicó a la que años después fué su mujer. Porque aquella otra era, me dijo, la mujer de mi vida. Nunca sintió por su mujer y por sus posibles aventuras el mismo deseo, ascendiendo desde el pensamiento a la totalidad del cuerpo: podía pensar que la abrazaba, me dijo, y notar el roce en la totalidad de mi cuerpo desnudo.
La mujer de tu vida o el desengaño de la misma, le contesté yo. Estaba seguro de era lo primero. Pero quien no da un paso adelante no se mueve de donde está. Hay un momento en el presente en que nada ha sucedido y todo está por suceder.; y se disuelve en el aire lo que podría ser por otro acto que es, fuera del deseo, de la posibilidad, de la intuición: hay quien lo llama volver a la realidad.
Así que se debe aceptar que tanto como la existencia carga con las casualidades, con los actos confusos de quien no se decide, con los actos que hubiera debido ser y no han sido, el sentido de aquella deja de ser exacto: somos por casualidad lo que somos entre nacer y morir. Hartos de volver a la realidad se queda uno paralizado tras los cristales de la ventana viendo la vida de los otros o las series de la televisión. La verdad es que no caben reproches, las sosas son como son y suceden cuando deben suceder.
"Si me hubiera dado cuenta antes..." me dice Ana, y le pregunto sin darle importancia. ¿Y qué? ¿Que hubiera sucedido? No estaría tan furiosa como está me dice y en eso, ciertamente, lleva la razón. Es mejor darse cuenta en el momento que arrastrar la indecisión durante treinta años.

miércoles, febrero 07, 2007

Vacíos: los precedentes

Existe un precedente, siempre: todos los actos, los hechos, las historias y los gestos han sido precedidos de otro y de otro y de otro hasta llegar al olvido o a la ignorancia. Eso es la historia, en cierta medida eso podría simplificar la historia. Todas las aventuras de los hombres han estado llenas de amor y desventura, de coraje y crueldad, de vanidad y fracaso y amistad y vesanía. .. Todo lo que ha sido precedente es ahora repetición.

Existe un precedente incluso para el primer párrafo de una historia imaginada que ya alguien contó y para la primera nota de una sinfonía: esa melodía aleteó en ondas que nadie supo reconocer, o uno lo hizo. No estamos en tiempos de creación, se diría o lo diría yo y por eso, es muy posible que existan más precedentes que nunca. Todo el hecho pasado que fue una fracción infinitesimal de presente está lleno de precedentes. Se puede superar el ámbito o la intensidad, pero nadie puede alardear de originalidad. El ser original, una ameba, tan lejano y frustrante ...

En tan largo camino cabía la creación fruto siempre de la desesperación. El mismo Dios Creador debía estar, de estar y ser, desesperado por aliviar una terrible soledad. ¿No es el sentido de esa creación un jugar distraido? El acto de crear, si existe la potencia, no tiene otro mérito que la obra. Otra cosa sería crear sin el poder de hacerlo, pero eso sería la nada. Tal vez de haber sido, lo fué sin precedentes y de ahí el resultado. Comparar a la creación con el precedente anterior, o sea la nada, conduce a un enorme interrogante. Como en los dioses paganos, tal vez el diuos creador ha dejado de interesarse por los hombres, esta vez desinterasado por su propia obra, que no siendo un errot si es un fracaso.

No son tiempos de creación porque el creador permanece irreconocible para los ojos del buscador del tesoro cuyo plano ha perdido; cada día que pasa se entierra una oportunidad de descubrir una vez más aquello que podría ser, de ser, sublime. El problema acerca d lo sublime es siempre el mismo: ¿cómo reconocerlo? No solo por los precedentes, ya se sabe que estos son montañas de nada, sino por un enorme vacío de la creación que ha confundido igualitarismo con acro creador. Pues nada es creación, ¿a que referirnos al creador si es que existe? Y si toda la creación es repetición del ciclo de reconocer y repetir, ¿a que esperar lo sublime?

Hay un llanto que no se escucha, que oírse se oye y sabemos, que ese llanto está en el después que es el mañana, desde este mismo instante y siempre corriendo hacia delante, que parece que huye en vez de llegar, que es el espacio de vida que aún por no haber llegado se desconoce: es el llanto del hombre en su ceguera, convencido de que es él quien no ve y no los tiempos los que están vacíos. Pues este hombre vió ayer, y lo recuerda. Desolación será, y aislamiento. Este que reconoce su impotencia no puede sino ahorrar a los demás su congoja y tratar de guardar silencio para evitar la molestia de su voz y presencia.

A medida que el yo se reconoce se incorpora a la historia aún sin percibirlo y adquiere con letras y sonidos una identidad, tan solo a efectos de ser reconocido. Afortunado es quien mantiene la risa y la sorpresa, aún con toda la crueldad que eso pueda representar. No puede uno incorporarse a la historia sin llevar una porción de risa almacenada. También en eso existe el precedente de cada cual que fue con su risa y su pena, y su alegria, que pasa.

¿Porque no mirar? El presente lo es en sesión continua y de la secuencia que nos emocionó debería quedarnos, si fuéramos capaces, el recuerdo. ¿Porqué pensamos - y no puedo jurar que esto sea así- que menos de crueldad, el resto está vacío? Y ¿porque escondemos el copnocimiento de la crueldad bajo los bibelots del pensamiento futil? De todas las creaciones permanecen hoy las más banales, proque son las que con más facilidad llegan al espectador.

Existe un precedente: todos lo que nacieron lo fueron ayer y luego se fueron. Ahora han perdido la oportunidad. No vale ponerse de nuevo a la cola, es imposible, y bien pensado, ¿quien querría?

Conviene saber que todo lo que ha cambiado en un soplo, de quedar, estará en los libros.

lunes, febrero 05, 2007

Mañana lunes

Hay algo de desasosiego que ha dejado el catarro a medio curar. Ha salido el sol y ha lucido un día espléndido que se ha llevado los últimos rastros de nieve y en la tierra empapada aparecen las puntas claras de algunos bulbos que ya pugnan por repetir su ciclo. También ha subido la temperatura. Sin embargo el desasosiego permanece en el ánimo y uno no sabe porqué: tal vez porque queda un residuo de virus que tiende a dificultar la respiración y un irritante velo en la garganta, o tal vez porque de los varios libros que están en danza ninguno tiene la fuerza suficiente para atarme a él por unas horas, hasta acabarlo. A fuer de sincero, escribiré que hay días en que uno no está para leer aunque lo intente, ni está para nada sino para estar, que ya es mucho, nadeando, una vez más nadeando.
Hay reflejos que no se borran nunca, debe ser nunca porque ya llevan años repitiéndose sin razón. Hace más de cinco años que no me levanto los lunes con la obligación de ir a trabajar, sea cual sea el horario o la obligación o el tipo de trabajo. Llevo ya esos años en los que nada me obliga a trasladarme a una oficina (incluso la propiamente mía, de mi nombre) en la que guardo proyectos comerciales, personales, alguna pintura comprada en subastas, algún cristal o porcelana, unos libros y unos muebles que me han acompañado durante muchos proyectos: en aquella mesa, que ahora usa Ana en el estudio, adosada al ventanal que da a Cueva Valiente, deslizaba yo la mirada por una amplia superficie pulida y brillante, de madera de raíz, que compré en un anticuario. Usaba una mesa que me servía para trabajar solo o en compañía, de comedor, con un solo pie central que se abría en garras como de felino, cubiertas de latón dorado al fuego. A quienes me visitaban les hacía gracia ver una mesa así, pero reconocían enseguida la comodidad, no usaba mesa de reuniones y mesa personal, sino una sola rodeada de sillas. Yo tenía en ella mi rincón, un ala, y los otros tres lados eran para visitantes y colaboradores.
Ahora, al cabo del tiempo, la veo al otro lado del estudio, en la parte que no es biblioteca, y la reconozco como un objeto de museo. Tal vez me senté frente a ella unos veinte años, y guarda en mi lado de la mesa, por decirlo de manera apropiada, un brillo especial, satinado, producto de mis manos al posarse en la madera. No la siento como parte de la piel de afuera que siempre nos acompaña a los mortales, que solemos resumir la vida en recuerdo de objetos, hitos del tiempo. Es una mesa elegante, cabe reconocerlo, amplia y suntuosa, pero ya no soy yo.
Escribía dos párrafos más arriba sobre el desasosiego y el hecho real de no tener la obligación de levantarme de la cama los lunes para ir a trabajar; de la misma manera que ya no debería sentir el domingo por la tarde la inquietud de saber que el tiempo vacío del final de semana, que es realmente el único tiempo mío, el tiempo que es yo y yo soy él para fundirnos en ser la misma cosa, está desvaneciéndose. Los pocos habitantes de final de semana que se desplazan al prado desde Madrid el viernes por la noche, apagan todas sus luces en las casas al caer la tarde, cierran las contraventanas y se alejan del prado y en mis ventanas desaparecen sus ojos luminosos para quedar la oscuridad de fuera. Se por esas luces que se van que el domingo se acaba y llega el lunes. Nada cambia mi ritmo, mi semana no tiene diferencias de lunes a lunes, y sin embargo, la vieja inquietud permanece y nada puedo hacer contra ella.
El tiempo perdido es el tiempo pasado, que ya no es tiempo sino memoria, y ni siquiera completa y me doy cuenta del paso artificial de las semanas marcando muescas en la epidermis que circunda los ojos, las arrugas que ven porque son vistas y dejan la huella patente del envejecimiento. Ahora me doy cuenta de que la existencia de dos días de asueto cada siete no deja de producir un agobio que se asume como parte integral de nuestra angustia. La costumbre nos marca cicatrices de esclavitudes en las que no hemos caído hasta llegar a las praderas de la libertad. El sin sentido es que el ánimo es incapaz de comprender la nueva realidad y hacerse a ella, ni siquiera holgarse, que sería natural, sino hacerse al hecho de que nada perturba la noche que une el domingo con el lunes y que en verdad nada tengo que hacer que no sea a mi mismo.
Este catarro que me acompaña a medio curar me hace pensar en las cosas que permanecen así durante toda nuestra mi vida, mi vida: la inseguridad por ejemplo, o la timidez, o el sentido de la vocación, o el absurdo del donde ir y por donde, o la falsa felicidad, o los amaneceres del lunes y el anochecer del domingo. Todo en la vida acaba quedando a medio curar y por ello se resiente la salud.
Mañana es lunes.

sábado, febrero 03, 2007

Cuentos de lluvia y de la luna (II)


En la biografía de Hanna Arendt que ha escrito Elisabeth Young-Bruehl (y que recomiendo fervorosamente) se cita un proverbio chino que dice: "es una maldición vivir en tiempos interesantes"; es uno de esos proverbios que al leerlos de primeras cree uno que son rotundos y acertados y por eso mismo es de fácil recuerdo. Se podría decir, "caramba, cuanto saben los chinos" pero en segunda lectura el proverbio hace lo que tiene que hacer, entrecerrar sus aparentes puertas francas y retarte a entrar y a circular por él a través de los muchos senderos que ofrece. ¿Maldición: que es en el sentido en que se nos ofrece el texto una maldición? ¿Tiempos interesantes: cómo podríamos describirlos? ¿Y definirlos? ¿Vivir? Vivir no es solo vivir sino en tiempos interesantes, así que conviene pasear primero por los tiempos y por su descripción. Cómo la biógrafa, que la conoció, cita que la Arendt gustaba de este proverbio y de repetirlo, conviene no dar por baladí al mismo; si la pensadora lo citaba, su complejidad tendría. Probablemente era pura pincelada que mostraba la dificultad de experimentar a un tiempo la pasión de vivir y la pasión de pensar en momentos en que la historia no hace sino trastabillar toda posibilidad de calma y pone en peligro desde la existencia de una raza hasta al mundo entero, en el simple y corto lapso de tiempo de 25 años.
Ignacio de Loyola, del que existe una interesantísima biografía psicológica, obra de un jesuita psiquiatra y psicoanalista, que más bien parece endemoniada mezcla y es W.W. Meissner, solía decir que "en tiempos de tribulación no hacer mudanza" . Estos tiempos de tribulación, y el sustantivo me parece de exquisita propiedad, pueden ser esos tiempos interesantes a los que se refiere el proverbio chino y en el que trastocar las cosas para mejorar el estado suelen acabar en contrariedad.
Es cosa curiosa pensar que fueron los jesuitas los que llegados a las costas de Japón, y concretamente a la región aledaña de Nagasaki, consiguieran consolidar allí una cabeza de puente cristiana, católica, que creció en libertad hasta que los responsables del shogunado convinieron en el peligro que aquella extraña modernidad podía dar al traste con su tradicional estructura vital. Japón, que había extraído de China cuanto era y posteriormente había creado un trazo personal a modo de diseño, sentía que el cristianismo entre los campesinos y los comerciantes, era capaz de abrir una brecha entre la relación dominante / dominando sobre la que se basaba su sistema feudal. Es también curioso, y nunca he encontrado explicación a ello, el porque a la hora de arrojar dos bombas atómicas como ejemplares castigos al pueblo de Japón, se eligiera como segundo objetivo la ciudad en que la proliferación cristiana había sido mayor, y cuya presencia era francamente apreciable, y todavía lo es. Un buen amigo mío japonés, el señor Shiwa, de Nagasaki, me hablaba de esto a menudo con consternación. Es sabido que el mando USA en la guerra del Pacífico dejo algunos lugares al margen de los bombardeos por sus especiales valores tradicionales: Kioto, la capital imperial histórica. ¿Porque no Nagasaki? ¿O porque si?
Naturalmente es lícito preguntarse por la razón del preámbulo si por la imagen que encabeza el escrito y por el mismo título voy a acabar hablando del Ugetsu Monogatari, de Ueada Akinari y de su relación con la película de Kenzi MIzouguchi del mismo título. El enorme catarro que me ha tenido baldado durante los últimos días no me ha hecho perder la razón, o por lo menos el uso de ella, sino que, incapaz de escribir si podía pensar y tras la lectura de los cuentos lo primero que he querido hacer ha sido situar el tiempo de los acontecimientos. Y llego a la conclusión que se trata de "tiempos interesantes" puesto que encuadran todo un movimiento violento que perdura siglos, desde la época en que suceden las historias, siglos XII y XIII hasta cuando Akinari lo escribe, a mediados del siglo XVIII, en una era de paz y calma, dentro de los tiempos cargados de tribulación.
Estamos ante una historia de amor. Estamos ante una historia de seres vulgares. Estamos en el para mi más tierno y hermoso cuento del Ugetsu: "La cabaña entre las cañas esparcidas". De él sacará Mizouguchi la inspiración para su película y a partir de él desarrollará todo un argumento lleno de personajes y de trama, al que el cuento en si sirve de base argumental. Esta es historia es bella, parece que se pudo decir el director de cine, hagamos con ella algo completo, total, llenémosla de vida; mostremos al amor y la desesperación, la irresponsabilidad y la inconstancia, la fragilidad de la vida en paz y la violencia desmesurada que arrasa la vida como una tormenta; mostremos a personajes que aman y a los que amar, a personajes que trabajan y sobreviven, a personajes que se desvanecen. Hagamos de esta leyenda una historia real, partamos de la leyenda y caminemos hacia lo que se esconde tras ella.
Para Akinari, la leyenda es también un pretexto para mostrar la imagen del hombre, segun Kazuya Sakai, y en esa imagen añado, conviven la violencia y el odio, que dejan rastro con la lo que no lo deja y que es la placidez, la belleza, el amor. Tienen los relatos japoneses de la tradición literaria, una capacidad de síntesis para comprender que el hombre obra por impulsos irresponsables o por un profundo sentido del deber. Como casi todas las narraciones y cuentos que han llegado hasta nosotros son hijas de la tradición china, pero claramente transformadas por una sugestiva meditación zen, cuando leemos leemos el rastro de épocas y de culturas. Nada es lo que parece: porque ni la historia original lo es, que fue anterior y extraña, ni el mundo de aparecidos lo es, porque solamente se muestra como una referencia sentimental. Claro está que yo no puedo, de ninguna manera, saber lo que había en el mundo emocional de Ueda Akinari cuando escribió el Ugetsu Monogatari, pero si puedo palpar, estremecido casi, por una cercanía que no tiene tiempo, la emoción de Mizoguchi cuando empieza a pensar en la historia de amor y en la tragedia de la guerra, que arrasa a las buenas personas hasta convertirlas en fantasmas de verdad, o en fantasmas de si mismos. Akinari exhibió su magistral capacidad intelectual de filólogo, para mostrar una síntesis del tiempo que fue: sin nostalgias o con ellas. Ueada escribió desde la sabiduría de haber leído, de haber comprendido, de haber sintetizado. No se, porque no puedo saber, la emoción de Ueda Akinari. Pero si intuyo respirando ante la pantalla de cine, la emoción de Mizoguchi.
Se me dirá, con razón y propiedad, ¿todo esto a que viene? ¿Cual es la historia? La historia es en si sencilla y simple: la hemos vivido u oído tantas veces, que no vale la pena entrar en ella. la hemos oído en el Mediterráneo: la muchacha que vuelve a su noche de bodas en nel cuarto de una fonda de mala muerte, porque, muerta, no pudo vivirla. La del hombre acongojado que ante el ataúd que guarda a su mujer muerta, después de largos años de compañía, le quita los zapatos, porque dice una tradición que los muertos vuelven a buscarlos. La del acanto que crece bajo una maceta que deja una criada en la tumba de su señora en Corinto, y adoptan las hojas caprichosas que, fijandose en ellas el arquitecto, alcanza a dibujar el capitel corintio. Los fantasmas que vuelven lo hacen para insuflarnos el recuerdo de nuestra vida. En el Ugetsu Monogatari, el amor de una mujer, conservado por su espíritu, aguarda años y años a la vuelta del irresponsable esposo, que en tiempos de tribulación se perdió en otras ciudades mientras 3el mundo y los vecinos cambiaban por causa de la desgraciada guerra, impenitente y estúpida aventura de los hombres.
"La cabaña entre las cañas esparcidas" del Ugetsu Monogatari, y "Cuentos de la lluvia pálida después de la lluvia" son las dos caras de la leyenda: amor y sufrimiento, resignación y espera, raíces de las personas que no saben de las exquisiteces del ser, y son. Al final la imagen del carácter del individuo, hombre o mujer, que se convierte en eterna imagen de la desdicha y por eso mismo, imagen del triunfo. Si, es una maldición vivir en tiempos interesantes y al fin, disfrutar de ella.