domingo, abril 30, 2006

De nuevo el sendero

Nunca me propuse convertir el blog en un diario; ni ahora lo hago. De vez en cuando parece inevitable que la vida aparezca, asome ligeramente porque es la materia con la que se escribe y cargada de emociones y sensibilidades proyecta una actitud hacia un tema u otro. Hoy, sin tema, escribiré que he vuelto al bosque después de más de cuarenta días sin hacerlo. Mi amigo perro y yo, Goyerri se llama y la elección del nombre tiene razones que no vienen a cuento, hemos vuelto al sendero por el que paseábamos durante el invierno pasado, y el verano anterior y así desde hace cuatro años. Lo he reconocido, no en cada piedra ni en cada árbol sino en esa visión de conjunto que llena la mirada de árboles, cielo, follaje, un arroyo, tierra, hojarasca, piedra y uno mismo y Goyerri. A la vida la reconocemos a menudo por una visión general que repentinamente se nos muestra, como una revelación. Vemos, y las neuronas, diligentes, buscan enlaces con otras para darnos emociones, estados de ánimo, e incluso olores y colores que habíamos olvidado. He aquí que una visión de un árbol nos ha devuelto una imagen completa que guárdabamos en el interior de nuestro disco duro. Pasado el árbol, dejado atrás el arroyo, otra imagen sustituye a la realidad por una virtualidad. Se produce un enlace por algún mecanismo que desconocemos porque no se nos alcanza comprenderlo: hace más de treinta años vi a una familia de gitanos en torno a un fuego encendido con maderos viejos, dentro del porche de una casa en ruinas, al borde de una carretera entre Reus y Salou. Yo iba en coche, llovia y la familia, dos adultos y dos niños, se acurrucaban en torno al fuego; el porche era la única habitación posible, el único techo y el único cobijo. Hice la foto con los ojos, sin clic ni carrete ni cámara, al paso de mi coche. Eran para mi tiempos malos y no tenía trabajo, familia si. Me sent´çia miserable. En aquel grupo humano vi una desolación que excedía a la imagen y a mi propio sentimiento depresivo. Yo no se si sufrían al estar allí, protegidos: yo si sufrí. Esa es la relatividad de las imágenes, que valen efectivamente más que mil palabras cuando no pueden ser explicadas en su contexto real. Guardo la foto en mi memoria, la instantánea de la miseria, del abandono, de la ruina, nada que ver con la mía. Al volver al bosque, en un rincón umbrío, he visto de nuevo la fotografía. ¿Porqué nos acordamos de las cosas cuando no vienen a cuento? Aunque, ¿porqué no van a venir a cuento? Divagar es arriesgado si uno, honestamente, se deja llevar por el proceso oracular de permitir que ideas y pensamientos fluyan ligeramente. Somos química, y los ácidos, las sales y las bases, nos hacen más o menos emotivos, más o menos nostálgicos. En el bosque de hoy lucía un sol de primavera radiante y acogedor y la luz se intercalaba entre las ramas con esplendor absoluto. Era un bosque de cuento, una secuencia de ensueño y repentinamente la familia gitana volvía a estar bajo la lluvia. Vamos hacia el estiaje, hacía los días más largos, hacia el esplendor del verano donde el tiempo es apasionado. Vendrán mejores días para todos, es frase común que no va a ser así y se piensa que cualquier tiempo pasado fué mejor (lo que es mentira) y que vamos hacia una gran tragedia (lo que también lo es). Vendrán los días del verano, los momentos de risas, las tardes al aire y el jardín florido con sus rincones: camelías, hortensias, rodondredos y azaleas en lo umbrío; Frutales entre el este y el sur bajo el sol magnífico y a su izquierda hayas y castaños propios del lugar. Hacia el oeste abedules y arces, lilos, espíreas y forsitias, y bordeando la grava del camino romero, salvia y lavanda. Como las cerezas los pensamientos se entrelazan con suavidad, dos cerezas entrelazadas parece que están dispuestas a separarse pero se resisten, ¿lo habeis notado? Podemos sacar punta de cualquier cosa y entonces llega el recuerdo de Chejov y su "Tio Vania" o "El jardín de los cerezos". Aquellos veraneos que nunca hemos vivido, por los que no hemos transitado más que en el ensueño del patio de butacas de un teatro. La nostalgia de lo no vivido es tanto o más fuerte que la de los propios hechos. A Goyerri todo esto le tiene sin cuidado, simplemente me necesita y creo que me quiere, aunque querer es un concepto nuestro, de humanos. Para él tal vez necesidad sea más apropiado. Corretea delante de mi y gira hacia la izquierda entrando en el bosque. No vayas a perderte, le digo al ver que se aleja unos metros, y me río en voz alta mientras le sigo hablando. No sabría volver sin ti. Y me acuerdo de una noche en que recién operado, a punto de morir, lloraba el perrillo como lloran ellos, en casi silencio, y Ana y yo, con él tumbado en el sofá entre ambos, patas arriba, se dejaba acariciar la tripa por nuestras manos, y parecía que eso le calmaba el dolor. Que noche aquella, cuanto dolor en nuestros ojos, en la penumbra, con la chimenea encendida, en la penumbra de la casa en el cortazón del bosque, en el único lugar en que Goyerri se encontraba bien, negándose a estar aquella noche sin compañía. Y al verlo ahora correr lor el bosque le digo que es un sinverguenza, que nos lo hizo pasar muy mal. La próxima vez, le digo, nos iremos a dormir. No será verdad.
Y pienso en lo que da de si un paseo por el bosque.

sábado, abril 29, 2006

La llave en la oscuridad


En un viejo cuento sufí, un hombre encuentra de noche a otro buscando algo en la oscuridad de las calles; una lámpara brilla en el afeizar de una ventana como única luz en toda la calle. ¿Qué buscas? le pregunta. Ha perdido la llave de su casa le dice. El primero se presta a ayudarle en la busca y al cabo de un rato de infructuosa ocupación, le pregunta: ¿la has perdido aquí? ¿estás seguro? Oh no, le contesta el otro, la he perdido más allá, al principio de la calle. ¿Y que hacemos buscándola aquí? Es que aquí es donde hay luz, allí hay oscuridad y no se distingue nada.
Esta historia tradicional que ha pasado al acervo cultural derviche, es, en su ambiguedad, un ejemplo patente y claro de la capacidad de embrujo que esconde el doble sentido. Crítica o cómica, irónica o moral, todo dependerá del significado que le demos; para incrédulos, crédulos, confiados o desconfiados, la historia tendrá siempre una lectura acorde con su general actitud y su estado de ánimo. En todas las sociedades hay momentos en que el doble sentido se convierte en el poderoso recurso para la lectura y de una noticia se deduce otra. Que placer se encuentra en el sentido secreto de las palabras y de las oraciones, cuanta esperanza alberga una frase que encierra otro significado que el claramente expuesto. Nosotros podemos acercarnos a la historia y deducir que se puede o se debe buscar la llave donde realmente se perdió, o por el contrario donde existe la luz aunque allí no se perdiera porque todo acabará dependiendo de que es la llave, cual su significado. ¿Y quien significa qué? ¿Aquel que la perdió? ¿O el que se pone a buscarla sin saber realmente que es lo que está buscando? ¿Porqué, cuando buscamos algo debemos estar seguros de saber el lugar en que se perdió? Si algo se perdió y sabemos donde, ¿realmente está perdido? ¿Qué buscamos? ¿La llave? ¿Porqué ofrecemos ayuda a un hombre que busca su llave en la noche? En el bosque, entre los árboles, suele suceder que buscas un camino que no encuentras, o mejor, un sendero de esos que pierden su propia traza en cuanto llueve un poco. En teoría no hay pérdida, las laderas marcan los caminos del valle; más aún: el valle se ve desde gran parte de las laderas. No la hay en cuanto al objetivo de llegar a casa, pero buscas un sendero marcado por un árbol especial, por una piedra de granito que lo interrumpe y parece un animal agazapado, por una marca que hicimos nosotros mismos al pasar un día para señalizar un vista, otro sendero o cosas por el estilo. Es verdad que lo que contiene el sendero que pretendemos encontrar no tiene valor y baja como cualquier otro al mismo destino, pero la búsqueda produce una desagradable comezón cuando no se alcanza a encontrarlo. Aquello que esperábamos encontrar empieza a ser considerado con mayor intensidad. Bajaremos por cualquier lugar y otro día sin proponérnoslo, nos encontraremos con el sendero cuya pérdida tanto nos amohinó.
Ocasionalmente, en la calle, me he tropezado con un farol encendido a plena luz del día y he pensado en lo absurdo de la función inútil. Enamorado como soy de las cosas en cuanto a objetos cargados de significado, esa visión inútil me produce incomodidad y tal vez tristeza: la función de un farol es iluminar la noche. Tantas cosas dejan de ser cuando no son útiles que el entorno que nos rodea parece en ocasiones un cementerio inmenso de desperdicios. Esa luz que no ilumina nada, el sonido de las voces que no escuchamos, el rumbo de los senderos que perdemos, las páginas de los libros que no leemos, las músicas que no oimos, las certezas que no profesamos, las palabras que desconocemos, las personas que olvidamos, los principios que no buscamos sabiendo que, cuando y donde los hemos perdido, toda esa enorme inutilidad de la que no tenemos el valor moral, el certero coraje necesario para desprendernos de ellos. Si miro a mi alrededor veo, como si de la tierra se tratara, y de la llamada basura espacial y que no es otra cosa que los innecesarios satélites y artefactos que han dejado de ser útiles y están destinados a girar y girar años y años, sin función alguna, una misma enormidad de satélites abandonados por mi a lo largo de mi vida que giran y giran sin otra función que la de ser, ocasionalmente recuerdos.
Y todavía nos quedará una duda: el hombre que buscaba la llave, ¿la había perdido realmente? O ¿estaba allí mintiendo porque necesitaba un amigo de última hora, asustado por la larga noche solitaria que le queda por delante?

viernes, abril 28, 2006

La soledad en el espejo (3)



Cada mañana me miro en el espejo, o tal vez me veo sin acto de voluntad. Soy yo, es indudable. Estamos solos mi reflejo y yo en el baño. Hay vaho de humedad, cálido ambiente, olor a dentrífico y nada más. Me veo pero no me miro, soy pero no me reconozco. Es un enfrentamiento que antecede al desayuno de café con leche, a la mirada confiada hacia el bosque, hacia las laderas de Cueva Valiente cubiertas de pinares. He hablado de esas laderas: Aguas Vertientes. En la mañana, a las nueve, una corona de niebla y jirones de nubes sobrevivientes de la noche, ocultan el sol las más de las veces. Lo que llamamos buen tiempo aparece más tarde, al filo de las once. Cuando me veo por vez primera es en una hora de intimidad absoluta, arrancado de un sueño colmado de silencios (aquí se duerme entre los crujidos de la techumbre de madera que ya no se oyen y son todo el silencio que nos ha de envolver). Si no reparo en mi imagen me visto de indiferencia, pero si lo hago será por causa de algún descubrimiento que no me ha de agradar: desmayo, desmadejamiento, inelegancia, un poco de vejez, un mucho de abandono. Tendrías, pienso, tendrías que cortarte el pelo y recortarte la barba; lo primero lo hago dos o tres veces al año con un corte al dos, lo hago yo mismo porque me resulta inaguantable ir a la peluquería. Lo segundo lo hago cada mes, aproximadamente. Llevo barba desde que acabé el servicio militar. En mi generación algunos llevábamos barba y otros corbata. La estética y la ética encontraban acomodo de la mano por entonces. Un día, hace años, escribí un aforismo desalentador: "¿cómo puede ser bueno un día que empieza viéndote desnudo en el espejo del cuarto de baño?" La desnudez que menos soportamos es la propia porque no debe seducirnos, no puede. Entre el espejo y yo existe una complicidad cotidiana, diaria. El me ofrece mi reflejo y yo lo percibo con dificultad. No hay en mi cuerpo nada que me averguence, salvo que mis propios defectos me ofenden, aún y siendo de poca entidad. Por la ventana de mi cuarto de baño entra la luz del día y la imagen de los montes recortados al oeste. Columnas de humo suben al cielo desde el valle. Hay un trasiego de pensamientos que empiezan a tomar forma, reanudan el inmediato ayer, ajustan el tiempo a los planes, organizan una agenda mínima en tanto que el vaho cubre el espejo y al borrar mi imagen empieza, ya si, de manera rotunda, el nuevo día. Un milano asciende en círculosEl vaho cubre la forma humana de la misma manera que la niebla cubría el reflejo en el río del cromagnon que nos antecedió. Bebía agua en el cuenco de la mano o directamente del arroyo, atento el oído a los ruidos del bosque. Hay días en que un desánimo me invade y no se porque: exceso de vida, pienso. Otros me invade el desasoego: necesito vivir con más intensidad, pienso igualmente. No soy constante. Un hombre que piensa a menudo, que pretende pensar como principal ocupación, no puede ser constante. Cada día, cada mañana, pasamos por el espejo en una metáfora de las parábolas del evangelio. En el espejo nos vemos y nos reconocemos, debemos aceptarnos tal cual somos. La ducha después deberá purificarnos para afrontar el día. Una vez más miraré a través de los cristales de la ventana y veré el día en círculos por los que tendré que deambular. Una idea se abre camino entre otros pensamientos y apunta ya a proyectar mi actividad: bajaré al pueblo, a la farmacia. iré andando, entre ir y volver solamente un kilómetro. Ordenaré el invernadero, leeré un periódico (solo los titulares y algún editorial si el encabezmaiento me inspira), quiero releer someramente a Cavafis y tengo que pensar en el blog. Así es, decidido al fin y sin ningúnn triunfalismo, saldré a la vida de cada día olvidando que me he visto, una vez más, desnudo en el espejo.

jueves, abril 27, 2006

Cuerpo y sombra. Identidad cercenada

Un cuerpo se enfrenta a su sombra en un paso de peatones. La carretera está vacia y el sol cae a plomo; es mediodía. Ella, rebelde, se niega a seguirle. En el cruce de calles ninguna parece conducir a ninguna parte y es difícil para ambos contendientes decidirse por el mejor camino, salvo que hay una cosa segura: ninguno de los dos seguirá el camino del otro. Para el cuerpo la sombra es rebelde y merece ser metida en cintura. Para la sombra el cuerpo ha perdido su capacidad de liderazgo. Tensionada la situación hasta el límite ninguno de los dos pronucnia palabra: ella no puede, él no quiere. Se observan, esperan, se conocen y aguardan la reacción del otro seguros, cada uno, de que acabará rompiendo el equilibrio precario que se ha producido. Hemos llegado al final, piensa uno de los dos, el otro aguarda la decisión con furia contenida. Es posible que uno de ellos, casi seguro es, no quiere que se produzca la ruptura. Toda esta crisis acabará en un entendimiento más, un ten con ten, un golpe de genio dirigido a mantener el estatu quo creado hace años. ¿No éramos inseparables? ¿No estábamos bien? ¿No nos hacía felices este estar juntos, inseparablemente unidos? ¿A que viene esta repentida necesidad de desarraigo? ¿Sabes cómo me dejas? Considerarán repentinamente que lo que parecía ser un acuerdo formal en cuanto al ansia de libertad se ha convertido en un enorme reproche. Uno de los dos mentía, prometía libertad a aquella a quien no quería otorgársela. Aceptada la libertad del otro como principio, se violentaba la situación hasta el extremo de impedir el ejercicio de la voluntad más libre. Me estás haciendo chantaje. ¿Yo? Si, me impides dejarte diciéndoma vete. Tú no quieres que me vaya. No, no quiero, pero puedes irte. Y si lo hago ¿qué? Atente a las consecuencias. Ya no se entiende nada. Cuerpo y sombra son incapaces de encontrar dos caminos independientes. Los hay, pero no están a su alñcance. Causas de la voluntad lo impiden; podría una cirujía de la naturaleza. Apagaré la luz, dice el cuerpo y desaparecerás. Te equivocas, apagarás la luz y todo seré yo: la sombra más oscura. Así pues, nada era cierto, la mentira de uno es la mentira del otro. Quien quería irse se siente irritado por lo inapropiado de su decisión. ¿Cómo ha empezado esto? Cobarde al fin, no sabe que va a encontrar alivio más allá del cuerpo que la soporta. ¿Será esto la soledad? ¿La angustia? Y el otro, también cobarde, sabe lo que le va a costar encontrar otra sombra tan fiel y ensimismada consigo mismo. Mientras, en lo alto, el sol calienta el asfalto.
Un lenguaje metafórico. Cada cual puede encontrar una interpretación acorde con su propia experiencia, con su agrado o con su desagrado. Estas líneas no son mágicas pero lo parecen ya que buscan una interpretación libre en seres libres que acaso no lo sean tanto. No son horaculares pues no están destinadas a la libre interpretación del interlocutor. No son poesia. Ni paradigmas. La prosa podría pasar por literatura y el sentido es incierto. Podríamos decir que se trata de un cuento pero no es esa la intención al escribirlo. Rectifico sobre la marcha, tampoco son mágicas. No existe la magia más que en la mente que la necesita. La magia y el wisky o el canabis o una amistad repentina o la locura de una noche insospechada, todo actúa sobre la imaginación, lo indignificante es el acto, lo importante es el recuerdo. De ser así poco es, nada ha sido sino un tiempo breve de estar placentero. Existe un principio paradójico y creativo: un hombre y su sombra deciden separarse pero algo se lo impide. La imaginación y los dedos, cómplices sobre el teclado, han divagado hacia temas menos oscuros. Podría volver a empezar...
Un cuerpo se enfrenta a su sombra en un paso de peatones. La carretera está vacia y el sol cae a plomo; es mediodía. Ella, rebelde, se niega a seguirle. En el cruce de calles ninguna parece conducir a ninguna parte y es difícil para ambos contendientes decidirse por el mejor camino, salvo que hay una cosa segura: ninguno de los dos seguirá el camino del otro. Para el cuerpo la sombra es rebelde y merece ser metida en cintura. Para la sombra el cuerpo ha perdido su capacidad de liderazgo. Tensionada la situación hasta el límite ninguno de los dos pronucia palabra: ella no puede, él no quiere. Por la bocacalle se acerca un coche que gira y se dirige directamente al grupo, cuerpo y sombra. Parece que no le ven. Un destino fatal le impide mover el volante, buscar un espacio lateral para salvar el obstáculo. Directamente hacia ellos toca la bocina. El destino establece que ellos dos, sombra y cuerpo, deben tomar una decisión para apartarse. Tienen que decidir al unísono, en el mismo sentido, en la misma dirección. Mientras el coche avanza y suena una bocina que les alerta, una vez, dos veces, apresurado grito mecánico en medio de la calle. No puedes decidir por ti mismo, le dice la sombra, si no tienes mi consentimiento. Que clase de absurdo, que estupidez la tuya, le contesta él. ¿Cómo puedes imaginar tu libertad, tu independencia, tu simple existencia sin depender de mi. No te engañes, le dice ella. Los dos dependemos de la luz que nos ilumina y proyecta. En la noche oscura no eres nadie. Mientras el coche avanza sin comprender que podría frenar, dar un giro, volverse por donde ha venido... Pero sabe el conductor que su decisión de no cambiar el sentido de la marcha es indiscutible, necesaria para la situación, es el papel que le ha tocado jugar. ¿A que rebelarse? ¿Puede? Es imposible, yo se lo impido.
Podría seguir de otra manera bordeando la realidad, olvidando lo que es, lo que no depende de magias ni de fantasías. Ambos entes, sombra y cuerpo, son inseparables mientras una luz les de existencia. En su propia relatividad olvidan sus dependencias. Su enfrentamiento es el absurdo y no hay ápice alguno de rebeldía al que puedan aspirar. este enfrentamiento por la libertad es en sí mismo aniquilador, pero no es ejemplar.

martes, abril 25, 2006



Vuelvo. Retomo los libros y los paisajes. Rescato la voz y el tímido acercamiento a la palabra. Supongo que a todo ser humano le es dado volver al cabo del tiempo al puerto dejado atrás sin convicción ni destino. Recupero el silencio del aprendizaje. Al cabo de los días debo reconocer que he aprendido algo: de la elasticidad del tiempo; del apredizaje del lenguaje; de lo que nos desconocemos; de la morfología del homo siempre de retorno al más elemental primitiviosmo; de la naturaleza de los hombres y de la naturaleza de los dioses; de la ficción del tiempo fraccionado en pasado, presente y futuro. Células, átomos, moléculas, electrones, neutrones y positrones, neuronas, cadenas de adn, genes y cromosomas. He aprendido sobre la casualidad y la causalidad, sobre la indefinición de cualquier destino y sobre la relatividad de cualquier verdad; de la predestinación de mano de la cultura y de las creencias; de la geografía de las patrias y de las miserias del patriotismo. Una frase leída ha quedado en mi memoria, no en la exactitud de las palabras, si del concepto: "si miramos el universo desde sus inicios, viene a decir, y lo observamos racionalmente, acabaremos descubriendo que la vida es un error: no debería estar ahí". Y otro concepto vuelve a mi desde el tiempo de ayer, que era presente y ahora memoria: "La vida es una propiedad de la materia". Tengo amigos que se empeñan en dar a la vida cualidades taumatúrgicas o mágicas, creen en dimensiones ajenas a la razón, a la ecuación física o matemática; lo siento, les digo, no hay prodigios y me recriminan mi descreimiento. Como si creer fuera otro nivel con notables privilegios. Una conocida mía afirma que se abraza a los árboles y habla con Jesús; cortés, solamente sonrío. ¿En que se puede creer y para qué? ¿Y adonde conduce creer? Los misterios sobrenaturales son ajenos a lo humano; los humanos suelen ser mentiras. Una mentira es la trinchera donde alguien se esconde esperando asesinarnos en la amistad y la confianza. Todo lo que desconocemos de la vida es mucho pero lo que conocemos es suficiente para sabernos vivos y simples. No somos más que lo que somos, un error prodigioso. No se trata del pienso, luego existo, sino del sencillo "existo, luego pienso". ¿En qué debo pensar? En el boosque, me digo, hoy es tarde para entrar en él, ha oscurecido ya, pero mañana iré de nuevo.

viernes, abril 07, 2006

Paisaje sin figuras

foto de David Rivera - New York
Volver al bosque por unas horas y sentarme ante la ventana que se llena de nubarrones densos: viene lluvia del Sur cruzando la sierra y el sol, débil y tierno, enciende esperanzas de luz con alegria, con brillo, con chispa. Lo que tenía que ser una semana o diez días de estancia en un hospital va a convertirse en más tiempo y la prudencia aconseja una visita a la librería para acumular lectura. Hay que ser riguroso y disfrutar de la selección dejando de lado el hábito de comprar por la red. Vamos a relajar el cuerpo y la mente yendo en persona a caminar entre los libros, seguro de comprar algo que no servirá más que para leer algunas páginas, pero lo apetecible es la visita y el deambular entre los estantes, las hileras de literatura (no me resulta fácil llamarla así en su totalidad) y las enormes acumulaciones de las falsamente llamadas novelas históricas. Me asombra la enorme cantidad de misterios insondables procedentes del medioevo por metro lineal. Entre códigos y sábanas andan las palabras enredadas en historias de enredos deleznables. Sugiero leer a quien me lea la "Crónica verdadera de la conquista de Nueva España" de Bernal Días del Castllo o "Las Cartas de relación" del mismo Cortés, en sus versiones originales. Pasada la primera página el castellano se abre y la realidad supera a cualquier ficción mal tramada y peor urdida. O asomarse a Tácito, Livio o Salustio, sin ir más lejos. O a Galdós, a Baroja, a Pla, a Delibes por no venir mucho más cerca. Entre libros andaba yo, metido en ello, con cuatro o cinco volúmenes a media selección entre los brazos, cuando la cara de Isabel apareció ante mi, me cogió del brazo y me dió los dos mismos besos que le devolví con todo el cariño de más de veinte años comprando en su librería, arrastrando mi cuerpo por sus pasillos en busca del placer del tiempo perdido de verdad. Isabel y Concha son dos hermanas que regentan, en una urbanización medio yuppi medio kitsh, una librería que ha crecido con las ilusiones de los lectores. Siempre, detrás de su mostradorcito, o entre las hileras de libros surtidas de todo o casi todo, han tenido una recomendación para los indecisos, un apunte para los conocedores y una sonrisa para todo el mundo. Les hace felices vender la felicidad de la lectura. Sus vidas, de las que poco sé, contadas a ratos y a trazos, como la mía, son las vidas preocupadas de quienes viven en un lugar alejado de la utopía por años luz; en el camino contrario, me atreveré a escribir. Hablamos un rato ayer, como siempre hemos hecho y de improviso me pregunta: ¿desde cuando no nos visitas? Hace más de un año, lo sé, desde que me fuí a vivir al bosque y me separé de ellas sesenta kilómetros, que no son nada. Espereba una regañina: tenía derecho a hacérmela, porque a los amigos de la superficie de la vida, del roce continuo, de la amabilidad cotidiana, no se les debiera dejar abandonados tanto tiempo. Ellos son el secante de nuestro aislamiento y el antídoto para la soledad. No es por los libros, sino por los silencios; cuando vamos prescindiendo de voces nos quedamos como sordos en medio de la nada. "Entonces, me dice, ¿no sabes lo de Concha?" No sé lo de Concha aunque una clara sensación de miedo me penetra por la boca del estómago. "Murió de cancer, hace cuatro meses" No va a llorar, ya lo ha hecho demasiadas veces. No tengo palabras porque estoy mirando a Concha a la que veo ante mi, en su lugar entre los libros, riendo, con sus enormes ojazos oscuros, con su belleza echada para delante, simpática y radiante: Concha era guapa, muy guapa. Hay personas que cuando miran a los ojos te dicen la verdad. Otras no te dicen nada. Concha era de las primeras aunque tu no supieras de que verdad se trataba. No supe que decirle a Isabel ni como devolver su mirada estremecida de pena (no se me ocurre otra adjetivación). No vas a abrazarla de repente, ni a darle otros dos besos, ni a decirle "lo siento tanto". Estaba viendo a Concha con la sonrisa de los mil días en que nos hemos visto, con su ánimo y vivacidad, con su mirada como una espada de risas ante la que te quedabas inerme: yo por lo menos. Me fuí con mis libros en la bolsa y mi mirada metida hacia dentro. Una larga colección de figuras componen mi paisaje y de repente descubres que muchos de ellos ya no están vivos. Hoy Concha, por ejemplo. Tú los ves como los viste siempre mientras tuviste alguna relación con ellos, pero ahora de repente, sabes que ya no están ni son sino ese recuerdo como de fotografía. Tu paisaje se vacía de figuras, has sido derrochador y no has sabido de ellas en tiempo y si no te lo dicen como por casualidad, morirás centenario creyendo que todos tus amigos de siempre permanecen tal y como eran, cuando la verdad es que están muertos y tu album de fotos se despuebla. No harás la lista, no pasarás revista porque tendrás miedo, pero deberías hacerlo para comprender la magnitud de la devastación. Poco a poco el cuadro se convierte en un paisaje sin figuras y ya no tienes tiempo para reponerlas.