miércoles, octubre 15, 2008

Las etéreas salas...

Cuando las etéreas salas
corta con velocidad
negándose a la piedad
del nido que deja en calma


No son palabras, mínimas palabras, sino una serie de imágenes que quedaron en la memoria para siempre. Siempre es simplemente un lapso de tiempo limitado, el pequeño que abarca una parte de la vida de un hombre. Siempre es nada más que la brevedad de un suspiro y abarca a una sola mirada, a un mísero recuerdo que permanece. Y no es mísero el adjetivo adecuado, que lo empobrece, sino que sería mejor escribir leve, aunque esa levedad se contrapone a la potencia del permanecer. Es la dificultad de las palabras, ¿cómo componer una frase exacta? Entonces, ¿que es? Leve fue la lectura hace muchos años del fragmento completo de Calderón. Mísero sería su relativo a la brevedad del texto frente a la enorme complejidad, asombrosa reflexión filosófica en su tiempo, de La Vida es Sueño. Siempre es el tiempo de la vida del Hombre del Prado en que esa frase minúscula, los versos que la componen, independizados de su texto completo, han ido permaneciendo con una presencia constante, sonando permanentemente en la voz interior del pensamiento.

Pues de eso se trata, ya que los cuatro versos, aislados del resto del recitado de Segismundo y de la obra en su conjunto, vienen desde que los leyera siendo apenas un joven, adolescente todavía, permaneciendo en la memoria y sonando en una especie de eco interior, se diría incluso que cuña publicitaria, sin que en el fondo sea capaz de comprender el porque de lo permanente. No solamente leyó los versos, que si recuerda que lo hizo y la impresión que su lectura le causara, sino que los oía por la radio en la voz de un rapsoda, así se les decía a quienes recitaban versos y uno de ellos, el más notorio que recuerda, fue un tal Alejandro Ulloa, que tenía en su nombre ecos tenorianos. Tanta fue la impresión del recitado y después de la lectura que no pudo por menos que memorizar todo el parlamento que empieza por aquellas frase tan manida de "¡Ay mísero de mi, ay infelice!". Esos esfuerzos juveniles hijos del asombro espontáneo y de la fascinación consiguen logros extraordinarios, tales como que toda la reflexión de Segismuindo ante su falta de libertad haya permanecido en su memoria durante cincuenta años.

Los cuatro versos contienen, para el Hombre del Prado, un cúmulo de cosas que se vienen a sintetizar en imágenes hijas de la metáfora: las etéreas salas se convierten en un inmenso espacio azul, limpio, infinito, un espacio al que la imaginación convierte en un todo casi absoluto, por el que un ave pequeña, apenas un punto negro corta con velocidad, un punto raudo que describe una línea recta de izquierda a derecha, un punto absorto en si mismo, solitario punto, el único entre lo mortal, que en su vuelo, en su vertiginoso ir hacia ningún lugar reconocible, solamente ir, saliendo al exterior con el valor de lo primero que es la aventura,lo hace negándose a la piedad del nido que deja en calma, un hogar apacible situado en cualquier otro lugar ajeno a ese azul que todo lo domina. Los versos se resumieron desde el principio en esa imagen que hoy podría pensar que no es sino un plano de cine cargado de silencio, en el que una voz en off recita a Calderón.

Probablemente no comprendiera el significado con toda lucidez, pero si supo convertir las palabras en la imagen dominante, que anclada en la memoria, ha vuelto siempre, en momentos indeterminados, cuando nada se piensa y aquella destila lo inconexo y lo suelta para que el hombre le eche una mirada, tal cual si se tratara de un hojear de cosas que están en un libro que no se lee, pero se tiene siempre a mano para los momentos vacíos. La importancia de esa permanencia y de su salir a flote de tanto en cuando, se le escapa, de la misma manera que se le escapa la razón de que los versos provocaran tal fascinación como para no abandonarlos nunca. Y lo que es más importante, se le escapa también la causa por la cual esa conjunción de palabra e imagen acabaran convirtiéndose en una especie de estandarte que conducir, no siempre con mano firme, por lo avatares de la vida. Porque intuye, solamente lo intuye, que todo esto escapa a la razón y es más bien cosa del corazón.

Ahora se trata de devolver al pasado la felicidad olvidada, de restituirle lo que le corresponde que el presente, siempre ahí, tiende a disolver en mil olvidos. Restan en la memoria esos símbolos que se recuperan para la placidez, para el recuerdo apacible, para la activación de sentimientos de paz con uno mismo. Piensa si será todo esto nada más que un resumen de toda la paz, la dicha, la calma, que el mundo en el presente pudiera ofrecerle y que se ancló hace ya tantos años en la mente de un adolescente. ¿Escogió la imagen y las palabras por propia voluntad? ¿Fue escogido por ellas? No se trata del recuerdo entrevisto, tomado de una realidad, sino de la conciencia real de haber tenido una visión, la primera tal vez, que puede recordar.

martes, octubre 14, 2008

¿Porqué Conformarse con el presente?

Suenan canciones de Becaud y la noche se ha enfríado, pese a la calefacción; debe de ser la hora, pasadas las 3 de la madrugada cuando una enorme oscuridad acoge el frío que el cuerpo acepta, pasivamente, incapaz de ir a buscar algo que le arrope. No es el frío de una noche de octubre sino el que desprende una desazón que después de días de espera ausente le lleva escribir unas líneas, porque tiene, ha tenido, una intuición. Tiene este frío un flujo de conciencia que en su leve incomodidad parece dictar una necesaria infelicidad. Son cosas del momento, se dice, en medio del paisaje de noche negra cuando ni una sola estrella es capaz de traspasar con su luz la masa de nubes que han derrochado agua durante los últimos diez días. "Ah, se dice, es cosa de esta lluvia que no cesa", pero no es del todo verdad, porque la lluvia ha tenido momentos gozosos, brillos inusitados en las hojas de las plantas que amortecen en otoño.

El frío como conciencia, he ahí una expresión que le ha gustado y quiere repetir para llegar a través de ella a la fuente de la desazón. Cualquier otro lo solucionaría yendo a dormir, pero no él, porque no tiene sueño y las canciones de Becaud suenan en iTunes y no va dejarlas abandonadas, sonando en solitario, ni se atreverá a cerrar el aparato cortando la voz tan particular y la extraña poesía de este tipo que a veces parece un showman y otras se mete en el alma. El frío como conciencia, no se vuelve a la realidad hasta que una molestia devuelve al cuerpo la sensibilidad, un ligero dolorcillo, una sensación de desfallecimiento o simplemente este frío que es apenas algo, pero que se mete dentro.

Algún día, piensa mientras escribe, habrá que asumir la realidad de esta leve, a veces leve, otras no, infelicidad. ¿Puede alguien estar harto de ser feliz? No hay sonrisa que valga esta conciencia del frío y esta devolución de un brote de lucidez. Tiene que ver con el sentimiento de triunfo que se debilita con el paso de las horas, de los días, del tiempo en sí, que tiene un límite aún desconocido, pero lo tiene: el tiempo propio. No es soportable esta eternidad de felicidad, se dice, cuando la intuye en el gesto de los otros, de él mismo cuando se siente otro, las más de las veces. La sonrisa de la felicidad es, al fin, una molestía, y, lo escribe sencillamente, una mentira.

No hay respuestas para todo si no se acepta un hecho, se dice, o piensa para si mismo, o intuye: ¿porqué conformarse con el presente? Sabe de que habla, este presente estático en el que la vida se convierte en una repetición. Otros, dicen, afirman, aman la vida en su presente continuo. No tiene queja, ni de si mismo ni de lo que le rodea. Se diría que está como anestesiado, o que es simplemente esta anestesia la manera natural de vivir. Mientras la noche avanza hacia el alba, intuye que está a punto de dar un paso más pues ha dado con otra frase que le place: ¿Porqué conformarse con el presente? Y sabe, le viene de repente a la mente que no está la duda, si es que se trata de una duda, en el futuro. El futuro no cuenta, acaba de despojarlo de importancia, ha dejajdo de ser relevante porque no está en el ánimo, no influye en él, pues lo que no existe no es y no siendo nada puede representar. Después de todo, ahora si está llegando a la clave del asunto que como un gusano abre un camino en su cerebro para llegar al exterior: la cuestión que es realmente importante, es devolverle al pasado la felicidad.