domingo, julio 29, 2007

El sueño de una sombra

El hombre es el sueño de una sombra, escribe Píndaro y al leerlo se siente conmovido, y detiene en el tiempo las palabras que guardará durante años, sintiéndose ser sueño de su propia sombra. Acontece que hay palabras que derrumban cualquier serenidad, encerradas en poesía, apresadas por significados que se escapan, permanecen intemporales: siempre significan algo que se escapa pero que en su propia naturaleza es certidumbre. ¿Cómo habla el poeta? ¿Qué es lo que dice? Desde hace años ha perdido el interés por la poesía que describe la realidad negando a la poesía el sentido oracular; las palabras deben, piensa, en la poesía, esconder el significado de cuanto quieran decir, si es que pretenden algo tan elemental como tratar de significar, y deben dejar que sea quien las recibe el que las abra en canal y descifre los significados que solamente son del alma.

El hombre es el sueño de una sombra y busca entre sus pertenencias a la sombra que le sustenta y sueña. Cuerpo, nombre y sombra, decían los egipcios que eran el hombre, sabedores de que la triada era el todo que no podía dividirse. Hombre condenado a convivir con su propia sombra, silenciosa, cambiante, siempre huidiza, como una conciencia que observa desde la más íntima cercanía. Sombra que es compañera hecha de ausencia de luz y de silencio, apenas sombra, que dicho en castellano ya es en sí metáfora de casi nada, apenas sombra de lo que huye y no se puede apresar, más allá de cuerpo, del otro lado del cuerpo, cubriendo del sol a la carne como escudo de bronce o como ángel, no el Terrible de Rilke, sino el ángel evanescente en que querría convertirse, el hombre del prado.

Yo soy pues, se dice, el sueño de una sombra, de la mía será. Es eso la vida. A tenor viene de un texto bellísimo de Julia en La Panxa del Bou, en el que se habla de la muerte cercana de los seres queridos y de la propia muerte, siempre lejana y a un tiempo presente. Ya escribió, en más de una ocasión, el hombre que ahora escribe, que la muerte es un asunto que considera menor y que la espera sin hacer de esa espera un acto de revuelta. Cabe morir dejando de vivir, dejándose de vivir, soltando la amarra cada vez más tenue de la misma manera que cada noche se abandona la vida por el sueño, se cambia el yo por un él que palpita entre imágenes confusas historias que de haber existido, por la mañana no son ni siquiera recuerdos. El hombre o la vida, sueños de una sombra, un solo sueño, engloban en la memoria perdida y en los recuerdos que permanecen, son recuerdos mientras están y es inevitable que así sea, todas las cosas de una vida que la dibujan, que trazan su perfil, que llenan los espacios vacíos con el color de lo acontecido.

Asaltan dudas sobre lo consistente del sueño de la sombra, evanescente en sí la imagen que las tres palabras evocan. Se trata de todo cuanto vive en lo que uno es y que en realidad le delimita, ¿o sería mejor escribir que le limitan? En su propia medida, cada cual es el contenedor de su propia delimitación sin poder alcanzar a ser lo que no ha sido, a tener lo que no ha sido. ¿Cómo puede ser un héroe este hombre que camina el bosque, él, que tan lejos ha estado de cualquier acto heroico? Héroe es aquel que tiene la actitud de querer ser él, escribió otro y el hombre del prado da por buena esa definición en el buen entender de que ese héroe al que se hace referencia, por querer ser él, voluntariamente se desviste del papel heroico. Querer ser uno mismo es ya de por si un atrevimiento y tal vez el autor de la frase exageraba un poco, aunque al pensar en ella encuentra un cabo de verdad, un hilo frágil que le lleva a concluir que ciertamente querer ser uno mismo exige el esfuerzo de la voluntad y de la delimitación: no hay espejo capaz de tanta finura descriptiva, ni persona ajena que pueda decirnos quienes o qué queremos ser, aún cuando, en la más íntima cercanía, pueda asomarse al interior del otro.

Ya, poco a poco, el sentido oracular del verso de Píndaro, se abre paso entre los pensamientos como una desgarradura de dimensión colosal, una herida por dentro. La sombra del sueño es todo cuanto se es, quedando a un lado lo que se quiera ser, lo que se intente, lo que se alcance. Dentro de cada uno están todos los demás que le han dado forma con sus límites, atrapándole entre figuras de imaginación pura, nada físico, nada que se perciba con claridad, sino todo lo contrario: cada figura es una huella que pierde su nombre al transformarse en forma moldeada sobre la materia. El sueño de la sombra, como un odre, va guardando formas y contiene un mundo. Puede decirse que es un mundo común para los que en el tiempo han compartido un libro, un discurso, una película, una guerra. He ahí que llamaremos generación a la suma de sueños de sombras, un sueño inmenso. Entre el pensar de una tarde plácida de verano, es la tarde soleada la que piensa por él en su abandono, le penetra amándole, le mece en la caricia abandonada de la temperatura, la brisa estival, la luz del sol, la silueta de Cabeza Lijar, el disco de la luna allá en lo alto, unas risas de niños en una lejanía cercana, pues en ese pensar abandonado una idea germina y asoma el tallo, le dice que la muerte de cada uno, el dejar de vivir en su simpleza, terminará un mundo y con el tiempo terminarán todos los mundos de los que en su tiempo le dieron forma y compartieron con él, por poner un ejemplo, los libros de Julio Verne. Germina una idea concreta: ¿quien habrá leído a Julio Verne cuando tú hayas muerto?

sábado, julio 28, 2007

Cinco blogs al alcance

Julia me emplaza a que haga una lista de 5 blogs que me parezcan de interés general para este grupo o grupos de dispersos visitantes y activos opinantes en la red.

Tengo que agradecerle a Julia el que haya puesto mi blog en su lista. Ella sabrá porqué. Yo pondría los 5 mismos que ella ha señalado, y que visitamos ambos, pero puesto que ya están significados, voy a señalar otros que, por razones diversas, yo visito a diario y disfruto con ellos.

Tierra de Genistas

Hace un gran trabajo en temas muy diversos, un trabajo de recopilación y edición con vocación de periodismo. Tocan todo lo que a mi me parece interesante y les debo muchos buenos ratos.

El espía de Mahler

Por su enorme cultura y sensibilidad musical y la manera ligera y diáfana en que nos participa su vocación.

Las Cinco Estacio0nes

Jesús Miramón es capaz de sintetizar en tres líneas todo el universo de manera sincera, sencilla y poética: simplemente con palabras.

Bilbao Pundit

Eduardo Robredo, desde Bilbao, rinde culto y dedicación a la divulgación de temas científicos, de sociología y de cuanto por esos andurriales se entremezclan; hace gala de un rigor absoluto. Una visita al día es recomendable...

Una temporada en el infierno

El blog de Juan Pedro Quiñonero es una mirada a la realidad de cada día, desde el corazón de París, sobre lo que acontece en este trozo del Mediterráneo y más todavía. Culto, atinado y nostálgico, ofrece además polémicas muy interesantes.

lunes, julio 23, 2007

El bosque metafísico o la relectura de Ortega.

Ortega amaba este bosque en que vivo de manera entrañable, biológica y reflexiva. Su aire germánico al que aludía de vez en cuando (el de su pensamiento) no le impedía recorrer los espacios entre árboles y teorizar sobre si realmente los bosques dejan ver el árbol o los árboles no dejan ver el bosque, en cuyo, ¿donde estaría el bosque? En "Mediaciones del Quijote" se despacha a gusto caminando por esta montaña, bien que por su cara sur, que es la más soleada, haciendo de ella fuente de inspiración. No se tarta solamente de Ortega, sino de innumerables profesores y alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, o insignes krausistas; Azaña gustaba abandonar el Ministerio del Ejército en Cibeles, en el caserón que regalaran a Godoy y pasó luego a ser patrimonio de la Casa de Alba, y subir con su mujer y su cuñado, en automóvil conducido por el chofer, por las rampas que llevan a los pueblos serranos sobre los que el azul alcanza la notoriedad pura de su color de cielo. Esta sierra tiene algo de metafísico, de inspirador de lo espiritual, de fuente de la meditación y el pensamiento. Dice Ortega que meditar es zambullirse más allá de la superficie de las cosas, y en ese mar puede uno quedar cautivo. Más aquí, si se me apura, donde sierra y silencio recrean un tiempo de cada uno, el único tiempo que existe de verdad, en el que los segundos suenan a sinfonía.

Hoy en día no se canta al paisaje, ni a los caminos del bosque. Todo en el mundo es ciudad o "tierra de los otros"; un pantano asfixiante del que se suele decir cualquier cosa aprendida (que no aprehendida) en noticiarios superficiales o documentales de tres al cuarto en los que se practica el realismo, que no es sino la descripción de la apariencia, cuando debiera ser la descripción de las fuentes vivas (Ortega dixit), de lo esencial. No se habla del paisaje porque, seguramente, no se vive en él ni de él, sino de al margen de él, como si ninguna importancia tuviera el escenario en que se representa la obra de la vida. En algún acto de ella, será el paisaje ideal el territorio en que debiera alcanzarse, no la felicidad, sino el aplazamiento de las cosas. Cualquier lugar es un paisaje y acabo de leer la descripción de uno en Ocata, lugar del Maresme, en el que esto se revela como una verdad de dimensiones colosales. El único paisaje es el que uno mismo construye de su permanencia en él. de su disfrute. No hay vida sin paisaje, no completamente. Si no hubiera leído ese post ocatiano, otro sería este blog, que será el siguiente y tratará del mito, de un mito.

Quien no percibe su paisaje, cuando menos uno, está empobrecido. Percibir es coger, apresar, tener y convertir el paisaje en el vestido de una mañana de verano, o de un anochecer recorriendo el sendero con Goyerri. Ese minuto infugaz por cuanto puede ser repetido día tras día y ser siempre enteramente nuevo, no por la luz o la brisa o el sonido, sino nuevo por uno mismo, que nunca será el mismo al recorrerlo. Vuelvo a Ortega cuando dice que "sólo cuando algo ha sido pensado cae debajo de nuestro poder" y aunque no me gusta la palabra poder entiendo esa frase como punto y aparte de muchas lecturas, caminos y creencias. Siempre me he rebelado ante lo "dado" como forma de cultura inalterable: hablo de religión y de ideología política o de la esencia de amar o desear, lo que en suma se debe o no hacer, vivir o sentir; lo "dado" como norma de la calidad, como precepto, como plantilla de lo correcto, ofrecido todo ello a un hombre que en teoría nace libre y con él un mundo nuevo y termina al poco incorporándose al mundo de todos: es inevitable. Lo "dado" explicitado de nuevo por el pensador al que tanto cito hoy que adquiere la forma de sublimación cuando exclama "No me obliguéis a ser solo español, si español sólo significa para vosotros hombre de la costa reverberante. No metáis en mis entrañas guerras civiles; no azucéis al íbero que va en mí con sus ásperas, hirsutas pasiones, contra el blondo germano, meditativo y sentimental, que alienta en la zona crepuscular de mi alma. Yo aspiro a poner paz entre mis hombres interiores y los empujo hacia una colaboración."

Debería volver al paisaje, a mi perro Goyerri, al escondido diosecillo del bosque, a los senderos que son más cada vez, con más bifurcaciones ofreciendo solitarios recorridos, y envolverlos a todos en una magia shakesperiana, estimulante, calcada de los bosques que rodean a la Atenas de "El sueño de una noche de verano". Volviendo a lo impersonal, este que escribe debiera aspirar a convertirse en estatua de bosque, no por castigo de dios aplicado a la mujer de Lot, sino por premiar el color de la vida y su disfrute. Leo despacio y aprendo "el síntoma de los valores máximos es la ilimitación" y me viene a la cabeza una frase depositada en mi por Dostoiewsky, que si no literal, dice en concepto "el miedo a la estética es el signo de la impotencia", donde ese miedo a la estética es solamente limitación. Estética somos todos, decía un amigo una tarde de domingo en el jardín de esta casa, sin saber lo que decía; unos más que otros parodió alguien. Sin saberlo el orujo, ligeramente frío, perfumado, nos volvía metafóricos. ¿Que mayor estética que aceptar que este bosque no es sino un paisaje metafísico? Corriendo día tras día hacia la disolución, y temiendo que alcance esta primero a mi amigo Goyerri, que envejece, me recorre una angustia del mañana en que deberé aprender de nuevo de la soledad aprehendiéndola, tomándola, habitándola como compañera.

jueves, julio 19, 2007

Toca esperar una noticia

Cada día, cuando se pone el sol, sigue esperando una noticia y piensa que llegará al día siguiente. Cada día, al empezarlo, abre las páginas de los periódicos y la noticia no está allí. Como en el poema de Kavafis, los bárbaros no llegan y corresponde aceptar el vacío de lo inesperado. Como todo el mundo, un todo que es relativo y se refiere a una idea de la humanidad simplificada en la que todos son cuantos como él sienten o piensan, y así lo cree él, sabe que llegarán los bárbaros un día u otro y se acabará la espera. La noticia, como el rayo, vendrá a violentar la cotidianeidad tranquila. Espera pues una noticia que de al traste con la simple marcha de las cosas que suceden en el mundo que le contiene. El hombre habita en la quietud, en el sosiego, en el mismo amor que le transforma y en el desasosiego; el hombre habita y es al tiempo habitado por sus sentimientos y anhelos de la misma manera que por sus pesimismos. Incluso el mismo escepticismo le habita, cada día ocupando un trozo más de su realidad. Si por tantas vehemencias no estuviera habitado, se dice, sería un hombre vacío. Y si fuera un hombre vacío, ¿no sería feliz? Ah, se lamenta, la felicidad no tiene sino un mundo silencioso donde lo que sucede no tiene voz, lo que aterra no está presente, lo que horroriza carece de lugar.

Ciertamente esa noticia que retrasa su llegada, ocupa un lugar en su morada. Sabe que sucede, un día, repentinamente, empiezan algunos hombres en lugares del mundo, a sospechar, que lo terrible está por llegar, y en su lucidez, saben que nada está en su mano para detener la avalancha de desesperanza que se irá alimentando: la noticia toma cuerpo en el salón de casa, en el dormitorio, en las conversaciones con los vecinos. Un día fue en su tierra, cuando llegó una guerra. Otro en Alemania cuando los vecinos judíos fueron señalados con el dedo de la animalidad. Otro en Ruanda donde las piernas cercenadas igualaban la altura de todos y con ello acallaban un odio secular. Otro fue en Yugoeslavia, cuando aquellos que nada tenían contra los otros, conocieron repentinamente que existían y fueron lanzados a exterminarse. La noticia contiene lo inevitable: este mundo se acaba y ha de empezar otro, sangrientamente, con vesanía.

La noticia viene siempre, se dice de mano de los otros. La noticia no es un accidente, el número de muertos en carretera, la llegada de un fármaco para un dolor del cuerpo: la noticia es un crimen. ¿Quien es ese desconocido que en un santiamén levanta su bandera. ¿Cómo no seguirle en lo irremediable? ¿De donde sacar el valor para, más que la queja y el dolor, levantar un muro de contención, eficaz, definitivo. Si él, si cualquier él, aislado, pudiera levantar un muro, lo haría, pero la acción, no exenta de riegos, es insignificante. ¿Que quiere decir negarse? Decir no, es cuestión de hombres rebeldes, teoriza Camus. Ortega decidió guardar silencio en los años catastróficos de 1936 y 1937. Eran actitudes frente a la arrasadora devastación de la noticia. ¿Que voz queda del gulag soviético, que no sea un mero testimonio impotente? ¿Quien, en el asesinato de la mitad del pueblo camboyano, pudo no solo decir no, sino detener con su no aquel espanto? Nos queda la noticia, la lenta penetración de esta en las conciencias, de la misma manera que va penetrando la evidencia de Darfur y al tiempo, la constatación de lo que es la impotencia. Este hombre que espera que llegue la noticia, sabe a un tiempo, que nada podrá contra los hechos que llegan de repente. Cuanto más lejanos, más etéreos. Toda realidad lejana es al fin una evanescencia. Si nada se puede hacer queda en el escenario la recreación de lo que pudo ser y ya no es, ni será. Tiene el espanto la capacidad de marcar, como al ganado, de manera indeleble, el paso de los hechos, la marcha de la historia, la razón comprende que lo que ha sucedido tiene su lógica y que esta se cumple: todo acto significa, tiene su logos; ningún acto es i-lógico, carente de significado. Los actos preceden a la noticia, los significados se explican y en cada acto hay una razón, una desmesura, un encuentro enyt5re el amor y el odio: el afecto. ¿Qué es el odio sino el amor con vocación destructiva? ¿No es una emoción? Amo et odi dijo el poeta Cátulo expresando el sentimiento que impele desde la ternura a la violencia. El horror, visto de lejos, sirve para poco más que para angustiar la conciencia de cada uno.

No es el mundo un lugar de agrado de quien se refugia en un paisaje en el que, cuando más desierto, más en paz se vive. Algunas cosas terribles han de acontecer y se las ve venir. Aislarse no excluye los hechos, pero si el lento conocimiento de lo irremediable. Los hechos, para ser, deben de ser noticia y cuanto más terribles, más potente ella nos ofrece el conocimiento y con él la razón de su ser.

En "Las Coéforas" dice el criado: "debes saber, los muertos matan a los vivos" Cabe entender lo cierto de tal aseveración en este lugar en que los vivos no son sin los muertos, más que sombras de si mismos. Todo conocimiento es independiente, si se quiere, de la comprensión. De la noticia que espera le interesa tan solo la inevitabilidad del horror. Lo que aguarda es que alguien le comunique que en su plácido mundo, los amigos se matan entre sí o una riada caída del cielo arrasara su tierra y cuanto ella contenga. Piensa en Lucrecio y en su poema "La Naturaleza", donde todo cuanto existe tiene significado y razón, ordenadamente, cúmulo de ciencias, hasta que la peste en Atenas llega, como el rayo, y termina con todo. La peste arrasadora significa cuanto puede significar el poema: lo inevitable.

martes, julio 17, 2007

Y toca estar

Todo lo que el hombre puede imaginar ya ha sido imaginado antes; todas las emociones se han repetido hasta la saciedad. Y todo lo que es sentir ya se ha sentido. La risa de hoy ha venido sonando día tras día y las lágrimas o el temor, igualmente, han acompañado al ser viviente, sintiente, pensante. Como cosas del ser no son, que son del estar, diría el caminante en el bosque. Esta amistad con Goyerri, el perrillo amigo, ya la han hecho millones de seres solitarios a los que les ha bastado sentir un afecto de medidas anchísimas por quien siente adoración por él y le sigue, vaya adonde vaya, con un enorme sentido del derecho, de la afirmación a estar, de la propiedad de su espacio y su sitio.

Estar no es ser, es lo que el ser enfrenta cada día en cuanto a humanidad y le relaciona con el todo que le envuelve. Y este todo ha sido ya todo, viene siendo todo, viene repitiéndose en todo para cada criatura que abre los ojos y gatea por las cosas de la vida. Estar es gatear como criatura y seguramente, no alza la estatura sobre dos pies hasta el momento de morir, hasta convertirse en memoria y ser, como cosa pasada, un ser entero expuesto a la vista de las demás criaturas, sumergido el recuerdo en una foto capaz de ser explicada de principio a final: en ello han de quedar voluntad, inacción, actos y proyecto. La criatura que está se realiza finalmente cuando ya nada puede hacer para seguir estando por sí mismo y está en los demás hasta la disolución de la memoria, el licuarse de las emociones.

Así, piensa, estar es hacer o no hacer, irremediablemente empujado a vivir sobre una tierra que le acuna y rechaza con igual intensidad y a la que él ama y odia a un tiempo. Si el hombre no es vivo, ágil de mente, acaba perteneciendo a una tierra y a la idea de esa tierra que han forjado los otros: será mejor entonces que la ame sin sombra de duda. No es posible predecir lo que será de la criatura cuando esté ya definitivamente acabada en las mentes dispersas; ¿cómo podría el hombre imaginarse a salvo en este estar de lo inevitable e inesperado? La ilusión incapacita para el conocimiento y empuja a la acción, es fuente de voluntad, viene a decir Nietzsche refiriéndose al hombre dionísiaco: debe de ser cierto. El hombre que aspira al conocimiento debe rechazar la ilusión que puede cegarle la visión del estar. Conviene conocer, aún sin saber el qué, y el para qué.

El misterio de las cosas es la fuente de toda crueldad para con los hombres, escribe Levinas, desvelando con su propia crueldad a la misma crueldad. Cada hombre es en si un misterio y lo olvida; actúa como se conociera, obra como se supiera; henchido de la vanidad de su auto complacencia solo se mira en los espejos deformantes, falsos, que ha construido a su alrededor. Cuentan de Domiciano que colocaba espejos en las c´´amaras de palacio en el Palatino para poder ver con certeza desde que ángulos de la oscuridad llegarían los que habían de asesinarlos. Ningún espejo evita el magnicidio que la vida hace de cada uno, ese uno al que se le da el estar para acabar arrebatándole el ser. Como si apagando las luces del escenario, acabada la representación, ya nada quedara en pie de aquella realidad en que se había creído mientras duró el tiempo de la farsa. Ese vacío escénico tras el telón caído es también una ilusión de falsedades, que en la memoria quedan las palabras y gestos de los que siendo actores, fueron. Toda representación se basa en reconstruirnos en la piel de los otros, espectadores sintiendo al fin, sin voz, especie de coro mudo que gesticula para sus adentros. Muchos años atrás, en el Gloria, un cine de barrio de la Gran Vía barcelonesa, hoy desaparecido, ante una película del oeste, en una escena final en que el protagonista, con su revolver Colt y sus puños, creaba la ilusión de la justicia, una voz muy cercana gritó sin poder contenerse "yo soy así" convertido en coro, receptor único del enfrentamiento de los héroes y los hombres.

En una de sus mejores canciones, Becaud, poeta, afirma que cuando un niño nace el mundo comienza de nuevo. Cierto es, aunque al niño se le van a dar los materiales de la eterna construcción, que viene haciendo el hombre y su todo será el remedo del todo que le precedió. El niño que nace no puede ver al mundo con los ojos del lobo o de la coneja o de la mariposa. Mucha más amplitud, mucha más universalidad en la mirada alcanza el ser humano en su vivir y duda, sabe, que nadie puede tener una imagen que le englobe a él también como cosa. En uno de sus paseos, el hombre del prado, se inventó a un dios menor olvidado entre los pinos y robles, incapaz de reencontrar el camino del retorno a sus tiempos. La eternidad es solo imaginación, pero al construir una figura insignificante viviendo una eternidad como condena, no hizo sino repetir la azarosa existencia de ángeles y dioses. El el bosque en que vive existe una leyenda de una loba azul a la que un caza lobos nunca pudo matar. En su carrera ilusionada, dicen que mató en su vida más cuatrocientos lobos dejando al bosque deshabitado. Sin esa ilusión es hombre no hubiera podido matar a tanta criatura, y condenado a conocer su presencia amenazada, hubiera acabada por refugiarse en el miedo.

Estar es danzar liberados a las fuerzas de la naturaleza, en el claro del bosque. Perseguir a la loba azul armados de la ilusión destructiva; perderse en un bosque para toda la eternidad; escribir palabras tratando de llegar a concluir aunque solo sea una convicción. Pero ¿quien puede tenerlas? Solo hay convicciones renunciando a conocer, tomando la ilusión como alimento. Lo otro es una representación en un escenario sin luces.

viernes, julio 13, 2007

Qu'elle est lourde à porter l'absence de l'ami,
L'ami qui tous les soirs venait à cette table
Et qui ne viendra plus, la mort est misérable,
Qui poignarde le cœur et qui te déconstruit.

Il avait dit un jour : "Lorsque je partirai
Pour les lointains pays au-delà de la terre,
Vous ne pleurerez pas, vous lèverez vos verres
Et vous boirez pour moi à mon éternité."

Dans le creux de mes nuits, pourtant, je voudrais bien
Boire à son souvenir pour lui rester fidèle,
Mais j'ai trop de chagrin et sa voix qui m'appelle
Se plante comme un clou dans le creux de ma main.

Alors je reste là au bord de mon passé,
Silencieux et vaincu, pendant que sa voix passe
Et j'écoute la vie s'installer à sa place,
Sa place qui pourtant demeure abandonnée.

La vie de chaque jour aux minuscules joies
Veut remplir à tout prix le vide de l'absence
Mais elle ne pourra pas, avec ses manigances,
Me prendre mon ami pour la seconde fois.

Qu'elle est lourde à porter l'absence de l'ami.
Qu'elle est lourde à porter l'absence de l'ami !

martes, julio 10, 2007

Toca ser

No hay mejor manera de mirar el futuro que no verlo. ¿Que necesidad hay de predecirlo? ¿Porque esa angustia de saber lo que ha de pasar si a la postre no pasará nada? Es, probablemente, una necesidad biológica basada en la inseguridad la que obliga a soñarse, o imaginarse, en un mañana que debiera ser mejor cuando a la postre, mañana se dirá que los mejores tiempos fueron hoy. Si cuando lo más terrible, aquello que acontece como el rayo, es justamente lo impredecible, lo inesperado; y si es inesperado es que es virtualmente imposible que suceda. Los hombres que ignoran la historia acaban repitiéndola, y los hombres son los pueblos, y los pueblos las naciones; a la postre la historia acaba repitiendo el cúmulo de felicidades e infelicidades que son la constante de ella misma. Vagamente percibe, quien trata de responder a una razón dinámica, que haciendo presente se construye el futuro y este es, sin ninguna duda, un presente de largo recorrido, un presente continuo, nuestro hoy proyectado, el hoy que permanece, único tiempo vivo en realidad.

Es forma de pensar esta, que se mantiene al margen del proyecto vital, de la acción vital que en el hombre es vivir y hacer. Sucede a menudo que no se puede definir el vivir sino como mero pasatiempo y se intuye que es más, pero ¿qué es ese más que no puede definirse con palabras claras, con conceptos comprensibles? Una cierta angustia se introduce en quien piensa que vivir debiera ser un hecho de trascendencias sabidas y a lo que se enfrenta es a ideas vagas o a ideologías concretas; después de todo esa búsqueda de trascendencia obedece a un enunciado simple: la vida, para no ser simplemente una propiedad de la materia debería ser un acto portador de espiritualidad, entendiendo a esta como un peldaño de la religiosidad o como un integrante natural del hombre: cuerpo y espíritu. Debería ser no es sino la constatación del no saber, y sobre eso hay pocas dudas. Cuando se mira al cielo se ve el sol o las nubes, pero se buscan otras respuestas, entendiendo, de manera primigenia, en los mismos principios de los tiempos, que los límites últimos estaban más allá de la capa azul o del inmenso valle estrellado que nos cubre.

Este hombre que mira el presente como única realidad a la que asirse, cree que el límite está en el ser, pero no sabe tampoco lo que es el ser, ya no su propio ser, su ser y su manera de ser, sino un ser abrumador que engloba a todo lo que es y que lo percibe lo humano porque es y para él son las cosas; o eso cree. Si el límite está en el ser, lo contrario es el no ser, y eso es lo nada. Inimaginable dicen porque si todo es nada, nada imagina.

Cuando los días suceden a los días, únicos marcadores del tiempo a mano, lo que realmente acontece es el que el sol sale por el este y se oculta por el oeste. No caben pues, a quien así piensa, enormes entusiasmos y lector de la historia acaba concluyendo que día tras día la humanidad se acuesta inmersa en la pobreza y en la miseria, de la misma manera que en la riqueza y la opulencia de sociedades que han legado ese estado en un movimiento dinámico hacia delante (cabe decir que es progreso) en el que los cambios que se pueden percibir como efectivos son aquellos que ha venido aportando la tecnología. Es así que el futuro pues, es cosa de técnica, cada vez más veloz en su desarrollo, cada vez más apabullante en sus posibilidades. Soñemos, se dice, en la técnica que puede ser con la mente abierta de la imaginación más desbordada y podrá uno asomarse al futuro, contenedor seguro de miseria y pobreza, de opulencia y riqueza, y de un modesto estar en lo que llamó el poeta hace dos mil años la dorada mediocridad, el estar a salvo de lo más bajo y a resguardo de lo más alto.

El que así piensa, no quiere olvidar los viejos entusiasmos que le producen, sino nostalgia, si una cierta ilusión de reencuentro en pensamientos más puros, aún cuando tiene la duda de si lo fueron. En sesenta años de la vida anónima del que escribe en el prado, ha mudado de ver y de sentir y sobre todo de certidumbres con rasgo de absolutas. Sabe, a ciencia cierta cree, que de todos los intentos de construir al hombre nuevo ha surgido el hombre de siempre, soportando el peso del tiempo en que vive, de su moral dada, de sus convenciones, de la opinión pública, de lo correcto y de lo incorrecto como calificativos incluyentes o excluyentes. No habla del hombre integro, sino del hombre en su integralidad, lleno de sus cosas de siempre. Desde el arquetipo del Paraíso Terrenal hasta el actual paisaje entre el Tigris y el Eúfrates, que el lugar es el mismo, la técnica es la única que ha tomado el territorio como propio y lo ha devastado; el futuro como meta y en él, de ser el hombre de esta naturaleza que es, devastará lo mismo. Caín fue el primer matador del imaginario nuestro y el coche bomba con suicida a bordo, el último. Todo es lo mismo: la envidia de Abel y la preferencia maligna del padre; la ira del padre y la rebelión del hijo. ¿Porqué el último argumento del hombre espiritual es la muerte airada de su contrario?
El poeta Abul-Atahiya (747-728) llevaba en su dedo un anillo de oro en que había grabado una inscripción: "maldiga Dios a los hombres". Debería hacerlo de tener esa capacidad. El mensaje de quien creía conocer tanto a sus iguales debía incluirle a él, que no es posible aislarse, quedar al margen de los hechos sin proclamar con testimonio su rechazo.

Al fin se reduciría todo a estar de acuerdo en preguntar lo que ni tiene ni puede tener respuesta, y que en el fondo es la pregunta clave: "porqué el ser y no lo que no es". Lo nada.
Me visita el recuerdo del señor Shiva, en una tarde fresca, impropia de un verano inexistente. Insisto en leer en el jardín aún cuando el calor que brinda el sol es débil; me abrigo; busco un lugar en el que la fachada de la casa me guarde de una brisa que llega desde el norte. En un lector de CeDes conectado a mi oído por un auricular, suena música del Ensemble Nipponia, un grupo de músicos japoneses que trabajan en en promover la música tradicional de su país. La lectura en sí nada tenía que ver con el sonido de flauta y percusión que llegaba a mi como un componente más del apacible paisaje que me rodea; tiene esta música tradicional una capacidad enorme de acomodarse a la naturaleza y confundirse en ella y con ella. Uno de los enigmas que no alcanzo a desentrañar es la razón por la que pueblo cuya historia muestra una tal violencia histórica, como es el japonés, ha sido capaz de crear a partir de unos esquemas tomados del modelo chino, un compendio de arte y belleza de tal sensibilidad, tan cercano a lo natural, tan cuidadoso con los sentimientos que afloran én la íntima habitación del ser humano en su entorno. La flauta imita al viento y llega a ser viento; el sonido se hace silencio y este es a su vez sonido, espacioso, profundo, en el que se disuelven los ecos de la última nota emitida.


Así es como ha llegado al prado el señor Shiwa, de estatura mediana, delgado, vestido con el traje gris, la camisa blanca y la corbata azul, vestido con su sonrisa amable, vestido con sus aparentes cincuenta años. Camina a pasos cortos y nerviosos, y cuando llega, para saludar parece agitarse antes por una descarga eléctrica que le pone en movimiento todos los miembros del cuerpo; se inclina ligeramente primero y extiende después la mano diestra y estrecha la mía blandamente. Hace años que no se nada de él, será pues ya fantasma de mi vida y en ella habitará hasta que yo muera, pues no le he olvidado ni creo que lo haga.


Le conocí hace veinte años, en Madrid. La historia en su totalidad está cuajada de momentos de comicidad, que acabamos comprendiendo ambos con diferentes puntos de vista. El señor Shiwa apareció un día en mi oficina comisionado por la NHK, una estación de televisión de propiedad pública y sede central en Tokio. Él no era un empleado de la emisora sino que estando en madrid por razones de tipo comercial, traía y llevaba cosas de allí a aquí y a la inversa, estando vinculado a la embajada, cuando los ejecutivos de la NHK pidieron que alguien les gestionara unos contactos, en la oficina comercial de aquella les dieron las señas del señor Shiwa.


Por razones que no vienen al caso, a la Asociación de Magos de Zaragoza, les fué adjuddicada en un congreso internacional, la producción del Congreso Internacional de Magos. Los asistentes al acto de la ciudad de Zaragoza, que pujaron por esa adjudicación eran, un médico afamado, un industrial y un comemrciante en electrónica. Los magos que asisten a los Congresos son profesionales o no,

viernes, julio 06, 2007

Las cinco colinas y las cosas pequeñas

Es prácticamente el primer día de verano, cuando el sol quema y se agradece la brisa. Pasa toda la mañana en el jardín, abocado a una inacabable tarea de organizar un espacio con visos de duración en el tiempo. Cuando está en tareas de jardinero, disfruta pensando en cosas, todo tipo de cosas; aquellas que se encadenan como las cerezas a partir de una primera, o las que aparecen fruto de una asociación, a menudo inidentificable; es tiempo de agrado estar ocupado en algo físico que permite que el pensamiento se entretenga en lo suyo, vaguedades que van y vienen. A primera hora de la mañana ha estado en su mesa de trabajo para ver correos y comentarios y ha reparado en la mesa auxiliar, en la que cinco montoncitos de libros, un paquete de revistas y papeles en montón, han levantado airados la voz de su presencia. Llevo demasiado tiempo en el jardín, he pensado de inmediato. El jardín, como dedicación, es una tarea que no tiene fin y que, organizada en ciclos cada vez más cortos, angustia el ánimo al comprobar que cuando un ciclo parece acabado llega de inmediato el tiempo de volver a empezarlo. Llevo demasiado tiempo en el jardín, se dice, y tengo abandonado todo (ya se sabe que "todo" es a menudo un pequeño conjunto de cosas); debería volver a la actividad... No hay como hablarse a uno mismo con esa claridad racional hecha de palabras hechas, significantes pronunciados por otros. Volver a la actividad es volver, desde luego que volver, pero ¿a que actividad?

Los cinco montones de libros son un indicativo claro, como banderas puestas en lo alto de pequeñas colinas de papel. Algún día proyectó organizar el tiempo de lecturas de cara al verano, pensando incluso aún más allá, en el otoño por llegar y en los días invernales de lluvia, frío y nieve, en que encerrados en la casa no queda sino tomar un libro con las manos y arrebujarse en él. Organizó entonces, fue en abril, una exposición para si mismo de las tareas pendientes basadas todas ellas en el leer, tomar el tiempo para leer; al fin, pudo pensar en aquellos momentos, era tiempo de establecer un sentido riguroso a su actividad. No debía pasar de una lectura a otra simplemente porque cada libro encierra la puerta a otros muchos, como sucedía en aquellas visitas de juventud al castillo Encantado de la montaña de Montjuich, en la que en cada sala del infantil terror, varias puertas se abrían a destinos diversos y convenía acertar con la de la salida. Ahora ya, pasados los sesenta, había llegado el tiempo de poner en una lista las cosas que quería leer antes de que la vida empezara a correr demasiado velozmente hacia la muerte: a fin de cuentas el tiempo se acorta.

Mientras pensaba, esta misma mañana, en el jardín, con una azada ligera removía la tierra separando de ella malas hierbas, ventilándola, pensaba en los cinco montones de libros de la mesa auxiliar de su estudio, en Jerónimo, el vecino de casi noventa años, y en la figura de una niña de cuatro años que un año antes le había sorprendido en el mismo jardín que ahora cuida. ¿Cómo poner orden y rigor en un comportamiento desorganizado e impulsivo, si ni siquiera los pensamientos alcanzan a detenerse en sí mismos para obtener el beneficio de una certeza? No se debe pensar por pensar, se dice, pero sucede que es cosa que le gusta hacer: perder el tiempo, pensar en las musarañas, estar distraído... Son cosas, ya se sabe, que suceden a las personas de poco rigor.

Una de las colinas - contiene libros de Cicerón y de Horacio. Son para trabajar en una novela que intenta escribir, para estructurar los diálogos der acuerdo con el tiempo vivido por sus personajes. También están las biografías de Cornelio Nepote y de Salustio, y algunos libros de apoyo con datos, fechas, anales. De La República, La Vejez, Del Supremo bien y el supremo mal, De la amistad, las Sátiras y las Epístolas de Horacio, debieran salir los diálogos de unos personajes que agonizan sintiendo que no vale la pena rebelarse ante nada ni ante nadie. Se ha marcado un calendario: en diciembre, en la casa de la playa, empezar´´a de nuevo a escribir la historia.

Las cosas pequeñas, se dice esforzándose en sacar una piedra de su alojamiento, son visibles por su pequeñez. Es la falta de ostentación lo que las hace visibles. Las cosas pequeñas, como las irrelevantes, tienen un lugar en el tiempo, en el acontecer, en el presente y serán también en el futuro. Telémaco, piensa sin saber si viene a cuento o no, no aceptó el regalo de un par de caballos de Menelao aduciendo que Itaca era una isla pobre en la que nadie se paseaba a caballo. Telémaco es el gran incomprendido de la historia de Odiseo piensa, y se promete pensar más fondo en ello porque intuye que esa afirmación es una solemne majadería.

La otra colina contiene cuatro volúmenes de Nietzsche, conjuntamente con los Sonetos a Orfeo y las Elegías de Duino de Rilke, la Idea de Nietzsche de Savater y el Nietzsche de Heidegger. No acabará el año, se dijo hace unos meses, sin leer a Heidegger, y para ello debe uno armarse con lo que se tiene a mano del filósofo alemán y algunas cosas relacionadas. Tuvo claro, de repente, que había olvidado el acento original, la apasionada prosa, la destilada poesía, que en su juventud le habían impresionado. Tiene la vida el problema de que se acaba convirtiendo lo importante, incluso lo esencial, en una instantánea de la que se perciben solamente algunos rasgos que quedan en anécdota.

Hace ya dos meses que Jerónimo no recorre el prado. Han dejado su casa, él y Antonia su mujer, con los noventa años a cuestas de su vida, para ir a vivir con una hija en una ciudad cercana. Jerónimo, infatigable paseante por las lindes del bosque con su bastón tembloroso y el paso menudo, tiene un cáncer de próstata y necesita cuidados, de tal manera que los hijos juzgan que ya no pueden vivir solos. Se fueron un día sin más, sin avisar, sin decir y la casa, con la cancela cerrada, se muestra solitaria.

La tercera colina es la del Zen. Lleva tiempo con Watts y con Suzuki, al tiempo que con otras lecturas que con este tema vienen a guardar relación, sin hacer al fin una lectura para el conocimiento. Tenía una biblioteca poco formada al respecto, pero una tarde Samuel N... colocó frente a él, sobre la mesa del salón, ardiendo un fuego en la chimenea, los tres volúmenes de la obra de Suzuki de la que él solamente había leído fragmentos. "Ten, le dijo Samuel, yo no he podido leer mucho de ellos, no es mi tema; léevatelos a casa y sácales mejor partido." Su interés por el zen había sido anecdótico y superficial hasta que en El Pabellón Dorado de Mishima, una experiencia en una comunidad de monjes acerca del pensamiento zen, se le reveló como fascinante vacío hecha de percepción y de ignorancia, que en ocasiones es todo lo que se puede saber, incluso lo que se debe. Suzuki le espera amablemente...

La niña estaba cerca de él, que con la azuela cavaba pequeños orificios en la tierra negra, esponjosa, enriquecida, de sustrato. Miraba atentamente como él se dedicaba a alinear cuidadosamente los agujeros que contendrían las pequeñas matas de dalias, que semilladas en el invernadero en el mes de marzo, debían salir ya al jardín y al sol del estío. Con sus cuatro años a cuestas, miraba al sesentón, que arrodillada, reverenciaba a la hermosura de la tierra.

La cuarta de las colinas contiene tres libros: una Biblia católica, una judía y una libro publicado por Trotta que compara ambas. Es un asunto en el que tiene mucho interés, y que ha ido dejando.

Sigue la niña, la nieta de unos amigos que han venido a visitarles en una tarde primaveral de sábado, mirando atentamente como la mano, armada de la azuela, dibuja en la tierra el espacio del hoyo, y limpiamente penetra en la materia y la horada.

La Quinta colina es un revoltillo total de libros que comparten interés, el de ser leídos antes de que su destino en un estante los postre en un olvido. Hay allí un tratado de Alquimia y Mística, un estudio sobre Tintoretto, una Antología de textos de Norberto Bobbio, un ejemplar de El Cantar más bello, La sabiduría griega, de Giorgio Colli, y algunos más.

La mano de la niña detuvo su brazo apoyando la mano en el antebrazo y sujetando la manga del chaleco de punto que llevaba. No, dijo, casi gritó, no, y la mano del Hombre del Prado se detuvo con la azuela en lo alto, asustado y temeroso de que la pequeña hubiera sufrido algún daño. No, le dije, cuidado, no le mates, pobrecito... Señalaba con un índice minúsculo, lleno de nervio, de fortaleza, la misma fortaleza con la que había sujetado su manga para detener la caída de la herramienta sobre la tierra, al hierro que llevaba en su punta terrones de tierra húmeda. Una lombriz de tierra, parda, ligeramente sonrosada, caracoleaba entre pegotes de arcilla, sustrato. No la mates, suplicó la niña, y él entendió que se refería a la lombriz, minúscula, de difícil visión. Ah, claro, no vamos a hacerle ningún´ daño, la dejaremos en tierra, le dijo a la pequeña. Ella, imperativa, señaló un punto en el suelo, alejado de la línea de agujeros... Ahí, y él cogió entre el dedo índice y el pulgar de la mano izquierda al pequeño gusano, sintiendo la fuerza de su resistencia, y lo dejó sobre el despojo del terruño que la niña señalaba. La lombriz, en segundos, se abrió paso hacia el submundo... Las cosas pequeñas, se dijo él, las cosas pequeñas...

martes, julio 03, 2007

Silencio

Un sol inmenso, pleno, invade hasta el último rincón del prado y cohabita con la sombra de las cosas. La maravilla de la luz es un milagro al que no puede nunca sustraerse, al que pertenece. Ver la luz en toda su plenitud, la del sol de la mañana, el que todavía no se ha enseñoreado del ámbito total y que acaricia es incluso, o le parece, más gratificante que el sol del ocaso, cuando muda de dorado a carmesí; el sol de la mañana es una caricia de luminosa transparencia. No deja nunca de salir al jardín, todavía sin desayunar, envuelto en bata, con las manos en los bolsillos, para de pie sobre la grava que conserva la humedad de la noche en su color desvaídamente rojizo, mirar con un despacioso movimiento de cabeza, todo el paisaje de izquierda a derecha. Cada cosa en su sitio y cada cosa diferente, como si se descubriera cada día, nueva en su amanecida, apelando a la mirada del hombre en su entorno, reclamando reconstruir la en la mirada la memoria que siempre la acompaña.

Esta contemplación diaria no es de menor fuste, de menor grandeza, si el prado está invadido por la niebla o la lluvia o la nieve; pero es en el estío cuando alcanza una más pura dimensión, más cercana a lo que podría alimentar una espiritualidad que llega de las cosas luciendo en su perfil más limpio y en esa limpieza entrega honradamente una visión de la belleza en la que el hombre no ha tenido otro arte, u otra parte, que disfrutarla. Toda ella es para mí, piensa él de vez en cuando embargado ante el altar que forma Cabeza Líjar con su manto de boscaje que llega mesurado y uniforme a la cima. Todo el prado es en sí una catedral de dimensiones extensas en las que el centro mismo del cosmos es el mínimo jardín que el Hombre del Prado habita. Es entonces cuando, si se detuviera a sentirlo, podría oír con la misma intensidad que ve la luz, el silencio.

El silencio, como la luz, se percibe en toda su plenitud con los sentidos y se llena de ella hasta la embriaguez. Contemplar es más que mirar, como oir es mucho más que escuchar; en el silencio, lo que se escucha es la voz interior que apagada nada nos dice, pero está presente como una rúbrica que no hace otra cosa que pedir que todo sonido que no es requerido para sentir, desaparezca. Algo hace que el silencio real sea la ausencia de sentido en los sonidos que llegando a nosotros nos son indiferentes. Ni les llamamos ni nos llaman, respetuosos ocupan su lugar y nos mantienen en una isla encantada que somos nosotros. Nunca, piensa el hombre del Prado, somos más reales y plenos, que cuando conseguimos, embargados por el silencio y por la luz, ser nosotros en medio de la belleza, aislados en la maravilla, habitando el asombro, embargados de un ansía vital que ni siquiera planteamos que está, pero así es, está en uno y le envuelve. No hay otro mundo real que aquel arrebata y en la admiración con que se contempla, se toma su tiempo y se hace eterno.

Pensar en el silencio es un juego de manos, una manipulación del sentido, un contrasentido, que el pensamiento es silencio. No recuerda en la memoria que aquello que fue tuviera otro sonido que el de una pantalla de cine mudo, un lejano, distante, zumbido del proyector que va desarrollando la vida ante los ojos. Embebido en recordar abundan las imágenes envueltas en silencio y ellas mismas, al ser convocadas, evocan la totalidad de aquello que acaeció como una pincelada: ya hará la memoria por recrearlas y traspasar del frío recordatorio al cálido sentir.

Toda la vida, toda, se convierte así en un silencio enorme que no es hostil ni aisla ni amenaza. En el mundo que existe más allá del prado hay demasiado ruido. Los años vividos, el siglo XX y lo que se lleva del XXI son años ruidosos, de enorme griterío. Nada callado emerge por sí mismo y hay que buscar, esforzadamente en la memoria, el silencio de una mirada, de un adiós, de un encuentro, de un júbilo vivido o de una inmensa pena. No hay sonidos que repitan la constante vida, sino silencios. El silencio es un todo que cuida y protege. Años atrás, cuando volvió a vivir solo y reencontró un mundo desmesurado en el que ambicionaba perderse, empequeñecerse hasta desaparecer, volvió por pocos días a alojarse en el piso familiar de la calle Calabria, y ocupo de nuevo su alcoba de la adolescencia. Tendría por entonces unos treinta y cinco años y se sabía adulto; en la primera noche que pasó allí, entre las sábanas, volvieron los silencios de la infancia. Bastó apagar la luz y cerrar los ojos para reconocer que era un niño de nuevo, un ser mínimo y solitario entre las cuatro paredes de otro tiempo. Tendido en la cama, en la oscuridad absoluta de un piso desocupado durante muchos años, con los ojos abiertos para adivinar los contornos de las cosas que no eran ya familiares, se acercó a las imágenes que intuía allí y alzó la voz para llamar a su madre, muerta hacía muchos años, simplemente para oír el sonido de su voz cabalgando por el pasillo para reencontrar el clic de los tiempos idos. Lo hizo una sola vez y aún esa le costó un esfuerzo, sintiendo que era ridículo emitir aquel sonido de llamada, pero lo hizo al fin. La voz emitida quedó en nada y al poco se durmió. El silencio podía unir los tiempos tan distantes, pero su voz no, su voz se perdía más allá de una frontera desconocida para él hasta ese momento, en que recuperándola la supo perdida ya para siempre: la de su infancia.

El silencio y el tiempo, se dice a menudo, son la misma cosa que nos envuelve. Sabe bien que no es así, que el tiempo no existe más que en la propia duración de cada cosa, de cada ser, de cada acontecimiento. Somos el tiempo, se dice, el nuestro, y nada más que el nuestro. Y de ser el tiempo, solamente el presente, dilatado en actos. Somos el silencio, se dice, el nuestro propio, el silencio que siempre nos acompaña cuando queremos alcanzar el corazón de nuestra experiencia vital, el alma sensible a la que ningún ruido puede esconder.

El silencio y la luz, por la mañana, nos devuelven el perdido espíritu que negamos; la aspiración a la belleza que llevamos dentro y que, absurdos, estúpidos, nos negamos en medio del ruido y del deslumbramiento a vivir. Sabe este hombre que escribe en el silencio de la noche entrada, o que mira el prado cuando el sol luce ya por la mañana, que la belleza existe y no es ajena.