Ortega amaba este bosque en que vivo de manera entrañable, biológica y reflexiva. Su aire germánico al que aludía de vez en cuando (el de su pensamiento) no le impedía recorrer los espacios entre árboles y teorizar sobre si realmente los bosques dejan ver el árbol o los árboles no dejan ver el bosque, en cuyo, ¿donde estaría el bosque? En "Mediaciones del Quijote" se despacha a gusto caminando por esta montaña, bien que por su cara sur, que es la más soleada, haciendo de ella fuente de inspiración. No se tarta solamente de Ortega, sino de innumerables profesores y alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, o insignes krausistas; Azaña gustaba abandonar el Ministerio del Ejército en Cibeles, en el caserón que regalaran a Godoy y pasó luego a ser patrimonio de la Casa de Alba, y subir con su mujer y su cuñado, en automóvil conducido por el chofer, por las rampas que llevan a los pueblos serranos sobre los que el azul alcanza la notoriedad pura de su color de cielo. Esta sierra tiene algo de metafísico, de inspirador de lo espiritual, de fuente de la meditación y el pensamiento. Dice Ortega que meditar es zambullirse más allá de la superficie de las cosas, y en ese mar puede uno quedar cautivo. Más aquí, si se me apura, donde sierra y silencio recrean un tiempo de cada uno, el único tiempo que existe de verdad, en el que los segundos suenan a sinfonía.
Hoy en día no se canta al paisaje, ni a los caminos del bosque. Todo en el mundo es ciudad o "tierra de los otros"; un pantano asfixiante del que se suele decir cualquier cosa aprendida (que no aprehendida) en noticiarios superficiales o documentales de tres al cuarto en los que se practica el realismo, que no es sino la descripción de la apariencia, cuando debiera ser la descripción de las fuentes vivas (Ortega dixit), de lo esencial. No se habla del paisaje porque, seguramente, no se vive en él ni de él, sino de al margen de él, como si ninguna importancia tuviera el escenario en que se representa la obra de la vida. En algún acto de ella, será el paisaje ideal el territorio en que debiera alcanzarse, no la felicidad, sino el aplazamiento de las cosas. Cualquier lugar es un paisaje y acabo de leer la descripción de uno en Ocata, lugar del Maresme, en el que esto se revela como una verdad de dimensiones colosales. El único paisaje es el que uno mismo construye de su permanencia en él. de su disfrute. No hay vida sin paisaje, no completamente. Si no hubiera leído ese post ocatiano, otro sería este blog, que será el siguiente y tratará del mito, de un mito.
Quien no percibe su paisaje, cuando menos uno, está empobrecido. Percibir es coger, apresar, tener y convertir el paisaje en el vestido de una mañana de verano, o de un anochecer recorriendo el sendero con Goyerri. Ese minuto infugaz por cuanto puede ser repetido día tras día y ser siempre enteramente nuevo, no por la luz o la brisa o el sonido, sino nuevo por uno mismo, que nunca será el mismo al recorrerlo. Vuelvo a Ortega cuando dice que "sólo cuando algo ha sido pensado cae debajo de nuestro poder" y aunque no me gusta la palabra poder entiendo esa frase como punto y aparte de muchas lecturas, caminos y creencias. Siempre me he rebelado ante lo "dado" como forma de cultura inalterable: hablo de religión y de ideología política o de la esencia de amar o desear, lo que en suma se debe o no hacer, vivir o sentir; lo "dado" como norma de la calidad, como precepto, como plantilla de lo correcto, ofrecido todo ello a un hombre que en teoría nace libre y con él un mundo nuevo y termina al poco incorporándose al mundo de todos: es inevitable. Lo "dado" explicitado de nuevo por el pensador al que tanto cito hoy que adquiere la forma de sublimación cuando exclama "No me obliguéis a ser solo español, si español sólo significa para vosotros hombre de la costa reverberante. No metáis en mis entrañas guerras civiles; no azucéis al íbero que va en mí con sus ásperas, hirsutas pasiones, contra el blondo germano, meditativo y sentimental, que alienta en la zona crepuscular de mi alma. Yo aspiro a poner paz entre mis hombres interiores y los empujo hacia una colaboración."
Debería volver al paisaje, a mi perro Goyerri, al escondido diosecillo del bosque, a los senderos que son más cada vez, con más bifurcaciones ofreciendo solitarios recorridos, y envolverlos a todos en una magia shakesperiana, estimulante, calcada de los bosques que rodean a la Atenas de "El sueño de una noche de verano". Volviendo a lo impersonal, este que escribe debiera aspirar a convertirse en estatua de bosque, no por castigo de dios aplicado a la mujer de Lot, sino por premiar el color de la vida y su disfrute. Leo despacio y aprendo "el síntoma de los valores máximos es la ilimitación" y me viene a la cabeza una frase depositada en mi por Dostoiewsky, que si no literal, dice en concepto "el miedo a la estética es el signo de la impotencia", donde ese miedo a la estética es solamente limitación. Estética somos todos, decía un amigo una tarde de domingo en el jardín de esta casa, sin saber lo que decía; unos más que otros parodió alguien. Sin saberlo el orujo, ligeramente frío, perfumado, nos volvía metafóricos. ¿Que mayor estética que aceptar que este bosque no es sino un paisaje metafísico? Corriendo día tras día hacia la disolución, y temiendo que alcance esta primero a mi amigo Goyerri, que envejece, me recorre una angustia del mañana en que deberé aprender de nuevo de la soledad aprehendiéndola, tomándola, habitándola como compañera.
Byron sostiene que el paisaje es un estado del alma. Así es. No sé si ya te he contado alguna vez que en una oposiciones, frente a un tribunal claramente partidario de la lógica y del análisis filosófico, yo pretendí defender (y aunque me costó el suspenso creo que no fracasé completamente en el intento) que lo mismo le ocurre a la verdad. Es decir, que la verdad es un estado del alma, exactamente su estado saludable.
ResponderEliminarTu sierra, que lo es también mía, aunque viva en la cara opuesta, no solo tiene algo de metafísico también tiene algo de mágia.
ResponderEliminarSeguramente fué por eso por lo que Felipe II construyó aquí su refugio.
Unos familiares muy próximos le tienen miedo a las plantas, miedo al bosque; nos hemos dado cuenta (porque ellos no lo dicen) de que necesitan estar en un espacio más civilizado
ResponderEliminarEn mi casa nos ocurre al revés, cuando vuelves a la gran ciudad el que más por el que menos tiene que hacer ejercicios de adaptación no siempre bien conseguidos
Y es que solemos venir del Parque Natural de los Valles Occidentales en pleno Pirineo oscense; allí la estética de la que tu hablas se te mete en los poros por ósmosis directa
Estoy completamente de acuerdo en que ambas cosas son estados del alma, o cuando menos reacciones a situaciones subjetivas. Me habías contado esa anécdota que demuestra que el pensar tiene sus momentos de oportunidad y los que no lo son. Pero cuando me refiero a este paisaje y a esta sierra, por sus dos vertientes, realmente estoy hablando de un lugar común para mucho pensamiento que se ha producido en la provincia de Madrid y de Segovia, por extensión. Esta sierra ha sido barrera medieval, puertos de paso, y paisaje de bosques y cañadas. Un gran contenido para un espacio pequeño.
ResponderEliminarMedraina, creo que lo de Felipe II fué más bien por reqazones prácticas, ya que trabajaron en la elección de un lugar entre otros cuatro: El Pardo, Vaciamadrid, El Escorial y Balsaín, donde ya por entonces ya había un Palacio. Pero si es cierto que esta zona ha tenido, en el pensar popular, carácteres m´ñagicos: se habla de radiación entre Las Rozas y El Escorial; hay unas ventoleras enormes que atraviesan el paisaje, se producen unas nieblas que en invierno son tremendas, en la zona y que atraviesan la A6 a la altura de Galapagar y Colmenarejo. Pero sí, para mi este paisaje es una suma metafísica, y lo escribo con permiso de Luri.
ResponderEliminarÓsmosis directa, reikiaduo, es la expresión más exacta que se me ocurre a este fenómeno de la integración del hombre en el paisaje, por el cual uno siente que pertenece a ´ñel, que solamente así puede comprenderse parte de la naturaleza. Conozco tu Pirineo oscense, y es, ciertamente bello.
ResponderEliminarLos paisajes suelen ser bastanta subjectivos, los pensamientos que producen suelen variar su contenido y ya no los miramos ni 'leemos' de la misma forma. Sin embargo, los paisajes pueden ser también hostiles a la gente y a la vida. Existe, hoy, una frívola mitificación actual de la naturaleza, que a menudo atemoriza, com escribe reikiaduo.
ResponderEliminarJulia: creo que hay personas y paisajes. Y dentro de estos los hay mitificados por la necesidad de elaborar mitos (MOntserrat o el Canigó) o sin mitificar (como este en que vivo) que encuentras en su historia una constante corriente de personas que se han referido a él y que además han escrito su impresión. Yo, que he vivido la metafísica montserratina en mi juventud, no sabría dewscribir el paisaje como podría describir este, al que descubro desnudo de contenidos.
ResponderEliminarMe he liado mucho. Quiero decir que hay paisajes creados por el hombre o por la sociedad, abrumadores y paisajes que se han creado a si mismos y se ofrecenb a quien los quiere tomar (este Guadarrama en que vivo).
Creo, yo creo, que cuanto más trascendente es un paisaje, más pierde su dibujo y se convierte en otra cosa.
Pues yo conozco sobre todo el tramo Cercedilla- El Espinar y toda esa zona (Montón de Trigo, Navacerrada, un poco más allá El Escorial, etc); a veces bajando en una de las dos estaciones para coger el tren en la otra.
ResponderEliminarTiene para mi maravillosos recuerdos de juventud con la que hoy es mi mujer (ya casi 29 añitos de "negocio" compartido). Ya sentíamos su belleza a tutiprén y no queríamos volver a Madrid; hoy nos sigue gusando más de lo mismo
Pues este bosque del que hablo es el de El Espinar y San Rafael, que cubre como un papel decorativo la ladera norte de la sierra de Guadarrama, y la ladera este de la de Malagón, que hace de contrafuerte a la primera y se adentra hacia el Norte.
ResponderEliminarBuenos días, Luis. Me han pasado una especie de cadena de recomendaciones sobre blogs, había que elegir cinco y lincarlos y he puesto el tuyo, si pasas por la Panxa verás de qué va. Sin compromiso.
ResponderEliminarEl Espinar fue mi primera escursión a la sierra madrileña, sensaciones juveniles (universidad)que por supuesto perduran en el recuerdo, un recuerdo cariñoso; bajados del tren nos adentramos hacia el este y nos pareció entonces que andamos la tira
ResponderEliminarCuando le coges el tranquillo amplías y amplías