martes, octubre 31, 2006

Un retiro en el bosque


No puedo remediarlo: paso por entre los libros y cojo uno al azar, lo hago a menudo, lo hojeo y paro mi atención en algún párrafo y de repente ese pasar entre ellos se convierte en detenerme, inclinar la cabeza, coger las páginas con las dos manos u encaminarme a una butaca cercana, o una silla junto a la mesa de trabajo, para poder releer (o leer si es que no lo he leído antes) unos párrafos que me han detenido. Cuando decido que debo seguir con lo que estaba proyectando o haciendo, porque iba a alguna parte, me cuesta soltar el libro y devolverlo a su lugar y generalmente no lo hago, sino que lo dejo encima de la mesa, al alcance de la mano pensando que he de volver a tomarlo y empezar por la pímera página.

No suele suceder, un día, apilo todos los libros que se han ido quedando encima de la mesa o sobre estantes, dejados acostados, de lado, y los devuelvo a su sitio. Bah, me digo, ¿a que ponerme a leer esto ahora si tengo tales y cuales libros programados.? Yo nunca leo un libro solamente, sino que tengo distribuidos por casa varios que voy dejando donde los vaya leyendo para retomarlos y seguir. Cambio de un texto a otro según el capricho o la apetencia del momento. Cuando alguien me pregunta ¿que estás leyendo ahora? me cuesta reponderle y procuro hacerlo sencillamente con uno o dos títulos a los umo, omitiendo la lista de lo que anda entre mis manos, porque de hacerlo me miran como se mira al pedante cogido en falta.

Al principio de mi vida con Ana, bromeando me decía que yo era como un pequeño Larousse; la elección de la enciclopedia francesa en lugar de otra era puramente personal: ella había trabajado durante bastante tiempo en una distribuidora de libros franceses. La broma sobre mi identidad laroussiana venía de mi habilidad para acabar disertando sobre cualquier tema que pudiera surgir en conversaciones, entre nosotros o con amigos. Parecía saberlo todo, y si mi conocimiento podía parecer encioclopédico, mi sabiduria no lo era, ni aún ahora.

Hoy, ese deambular entre libros resume parte de aquella enorme curiosidad: hay tanto que reencontrar incluso en aquello que se ha leido, que parece mentira que un libro se deje para la eternidad en un estante, con el objeto de gozar de su compañía silenciosa. Esta mañana, y he ahí la razón de este post, me he detenido junto a Walden de Henry David Thoreau y me he puesto a leer párrafos sueltos en páginas desconexas, abiertas al azar. La portada del ejemplar que tengo en la casa del bosque, porque tengo otro junto al mar, es un delicioso dibujo a pluma y color, de una casa cubierta, como todo el paisaje, por una nieve abundante y mullida. En primer plano a la derecha, una cerca de madera, vieja y torcida, muestra un portillo cerrado. Un riachuelo recorre en una curva suave la parte izquierda de la vista viniendo de otra cerca al fondo, también aportillada, un tanto desvencijada. Dos árboles, robles tal vez, forman un natural dintel, un pórtico de lujo, mostrando sus ramas desnudas por el rigor invernal. A la derecha, sobre un alto mínimo, una cabaña de tejado a dos aguas, siempre cubierto éste por la misma nieve, muestra su puerta, ventana, ventanuco en el alto y chimenea, y en la ladera se asienta un cobertizo. Un hombre ha entrado por el portillo con un hato pequeño al hombro y camina hacia la casa y le acompaña un perro extrañamente parecido a Goyerri cuando le cortamos el pelo. El cielo, tomentoso, semi oculta un sol pleno de luz invernal. En la chimenea no hay humo, así que pienso que el hombre que llega, atillo al hombro, es el nuevo morador de la casa o el propietario de la misma, que vuelve de un largo viaje. De ser así, me pregunto, ¿ese perro?: la respuesta es sencilla, en el camino se hicieron ambos a la mutua compañía, que es arte de perros y personas.

Thoureau, que nació en 1817 fué un hombre desengañado por todo lo que puede desengañar a un hombre, progreso, frivolidad de la sociedad, gobierno y amores, que dejando de lado una fábrica de lápices (nada jocosa industria en un mundo sin tecnología digital) y también la enseñanza que venía ejerciendo, se retiró a vivir al bosque, a las orillas del rio Walden para encontrar en la naturaleza el alma perdida de la humanidad, según creía. Los seres humanos se desengañan muchas veces en su vida y es corriente oir decir a personas mayores, más que yo, "Dios mío, que desengañado que estoy" y habrá que pensar que ese desngaño es de su propia felicidad que no llegó o se fué, creyendo que la felicidad es un estado vital antes que un estado del alma.

Ciertamente encontró su alma y nos dejó Walden, que es un encuentro consigo mismo mirando con los ojos del hombre que aprende cada día, el entorno que le rodea y que le transfiera la vida, como si de una trasfusión se tratara de aliento vital. En el hatillo con el que llegó a la cabaña, iban libros como compañía y un perro se acomodó cerca. De vez en cuando recibía visitas y escribía su diario; tenía vecinos que le enseñaban sus rústicas maneras de sobrevivir pescando en la laguna, por ejemplo. Escribe : A veces sueño en una casa mayor y más poblada, edificada en una Edad de Oro con materiales resistentes, sin adornos superfluos, y que consistiría asimismo en una sola dependencia: un salón vasto, primitivo y especialmente sobrio, sin techo ni revocado, con vigas y jabalcones desnudos que soportara una especie de cielo inferior sobre la cabeza de uno, util para protegerse de la lluvia y de la nieve... Añora la casa como cueva caliente de madera, amplia y sin paredes interiores que separen, para que todos los visitantes y sus habitantes puedan convivir, cada cual en su rincón, en un espacio abierto de franca compañía. De hecho se trata del sueño de un mundo vital perdido en la Edad de Oro, a los que también se refiere nuestro Don Quijote.

Naturalmente he dejado el libro sobre la mesa pensando en releer partes de él. Como al final del texto de Walden se reproduce "El Deber de la desobediencia civil", lo tomaré estar tarde y mañana, si me siento con ganas, le dedicaré el post. He decidido, mientras he escrito esto, que a Prado Largo lo voy a rebautizar para mi consumo personal en El Prado Thoreau.

lunes, octubre 30, 2006

Domingo: el espejo retrovisor y el rabo de toro.

La lluvia que ha caído en las últimas semanas, torrencial y continua, le ha devuelto la vida al bosque justo cuando al final del verano parecía perderla; esto no cierto ya que para que un bosque muerra es necesario mucho más que una sequía de meses, pero la licencia es literaria y en realidad escribir parecía es un acomodo a la realidad: lo parecía. Ahora han empezado a aflorar las fuentes y los regatos bajan con energía, Aguas Vertientes empieza a hacer honos a su nombre y en toda la masa boscosa que me rodea flota un aire de humedad clara, dibujadora de los contornos de la sierra.

Ayer cammbió el tiempo, ya amaneció para el sol y al mediodía, mientras bajábamos el puerto metidos en un grupo de coche, a buena velocidad todos nosotros, rodeados además por motos, apareció en la entrada de una curva un coche lanzado de tal manera que perdió la trazada e invadió la línea blanca y algo más, pasando a escasos centímetros del mío. Ana al verlos venir dijo una interjección asustada y premonitoria y yo me quedé en suspenso, sin hacer nada, porque fué una exalación que al cruzarse conmigo produjo un chasquido y mi espejo retrovisor saltó hecho añicos, imagino que por el contacto violento con el suyo. Aflojé la marcha con la intención de parar pero el coche no estaba ya, se había ido entrando en la siguiente curva, a su velocidad, siniestramente amenazadora.

Seguimos camino hasta llegar a El Escorial, donde teníamos cita para comer. No me gusta hacer divagaciones sobre lo que podría haber pasado si hubiera pasado de otra manera, sobre la posibilidad de habernos estrellado de frente, de haber salido de la carretera por un golpe de volante, por citar ejemplos. No me gusta nada que tras de una acto terrorista alguien recuerde que allí cerca hay un colegio o que la noticia sea que una persona pasaba por allí habitualmente, pero ese día no lo había hecho, no me gusta la noticia del "si" condicional; siempre he creído en la realidad concreta de lo que ha sucedido sin más y en este caso lo que sucedió fué sencillo: un coche, a velocidad excesiva, descontroló su trazada y se fué lateralmente hasta entrar en el carril contrario y allí con su espejo retrovisor hizo añicos el mío. Imprudencia, impericia, en cualquier caso se marchó sin pararse a ver lo que su acto había producido. Ese si es un hecho constatable: cada día hay más canallas al volante de un coche, canallas por miedo, por cobardia o por chulería, que lo mismo da.

Los hechos concatenan hechos que son concretos y que se producen en cascada: pensábamos irnos a pasar unos días a la casa de la playa y no podemos hasta que esté reparado el espejo para lo cual el taller de la marca me da quince días de plazo para la admisión; el seguro me anula la bonificación para el año que viene porque habré dado más de tres partes en el año con este, ya que los tres mínimos los di hace dos meses en esa revisión de chapa por los cuatro lados que se hace una vez al año cuando la seguridad lo es a todo riesgo; tendré que llevar el coche al taller haciendo treinta kilómetros con el espejo colgando lo cual es en sí una molestia si se prefiere a llamar una grua, cosa que no creo necesaria.

Y es que "el domingo es mal día para ponerse en carretera" como reza la frase popular que nos recordaron nuestros amigos cuando nos sentamos con ellos a la mesa.

Como no hay mal que por bien no venga y conformarse es de sabios, este tiempo tan azul y brillante, tan limpio, este sol tan suave que ilumina sin agobios de calor, me consuelan como me consoló el fantástico rabo de toro que me sirvieron en Charolés, restaurante de paredes de piedra de verdad, de grandes bloques, encajado en las viejas lonjas que circundan al edificio y de cocina espléndida donde los jueves y ahora también los viernes, por la demanda, preparan un cocido para insensatos con tiempo por delante. Acabando de comer dimos una vuelta por las lonjas y el patio del Monasterio, y en una sala abierta bajo los porches de la Iglesia, donde hay pinturas inestimables de orden menor, dentro de la colección de aquel lugar, ahora muchas de ellos en El Prado, vi que en una que de antes venía etiquetada, incluso en libros, como de Navarrete el Mudo, ahora reza Anónimo: la píntura ha perdido la paternidad y yo estoy vivo, quien no se conforma es porque no quiere.

viernes, octubre 27, 2006

Diosecillos y calderas del infierno

En el bosque las cosas cotidianas pierden entidad ante el impulso de la naturaleza y ceden ante ella su propio protagonismo. Se concatenan dentro de una normalidad que se repite y nunca se preveen aunque son tan previsibles como la misma historia. La caldera interrumpe su fiuncionamiento y se enciende una luz roja que parpadea; hay que llamar a José Antonio quien dice por teléfono que lo tiene muy mal porque todo el mundo le llama cuando empieza a cambiar el tiempo a fresco. José Antonio es un tipo malcarado de respuestas secas y prontas y de ignorancias irritantes del tipo de "no se cuando podré ir, tal vez la próxima semana". No hay forma de que te acuerde no una hora, sino un día y hay en el tono de su voz una "ya te lo dije yo" que recuerda al padre terrible, cargado de la razón de dios. Sucede sin embargo que uno recuerda que en julio llamó a José Antonio y le dijo "oye, ¿porque no miramos la caldera ahora que no hay aglomeración de encargos?" y él se negó aduciendo que era pronto, y que estas cosas mejor cuando empieza el frío.
Hay seres dioses en la tierra que confunden a los demás, les incitan al error y les fulminan con su venganza. Parece que te ceden el libre albedrío para luego demostrarte que no eres nadie a la hora de tomar de cisiones, porque siempre serán equivocadas. No hay lugar para la esperanza, estos dioses siempre acaban por fulminarte una advertencia que pluralizan, porque contra quien hablan es contra la especia humana: "así les va, que nunca hacen las cosas a derechas". Conviuene no perderlos de vista porque aparecen cuando no se les espera, malcarados, serios, cejijuntos, de mirada torvo, ocultos por su grasa del fuel en las manos y en la cara: "a ver esa caldera" te dicen y les dejas pasar a la intimidad de la zona que llamas taller, donde modetamente, en invierno cuando el jardín no te precisa, tallas trozos de madera para insertar en ellos árboles secos. Miran a su alrededor y señalan al banco de carpintero y al poco serrín que hay por el suelo: "claro, es que esto es muy malo para la caldera". Ya han encontrado la causa de tu culpa y más te vale reconocer que pecas, no importa si por ignorancia u omisión voluntaria, conocedor del alcance del pecado. "Trabajo con aspirador, les dices, esto no es nada". No hay filtros que valgan, esta caldera es muy delicada.
Dios fontanero es terrible porque cambia de opinión: cuando instaló el aparato te dijo (lo recuerdas porque eres persona de enorme memoria elefántica) "es un aparato fortísimo, a prueba de todo", y tú, pese a lo que dijo procuras que el serrín no vuele cuatro o cinco metros, atraviese el espacio y la cubierta metálica de la caldera y acabe entrando a través de los filtros en el quemador. Porque todo es un problema del quemador, premonitorio espacio que imagina infiernos caseros, más terribles que los de Sartre y que en este caso se centran en unos días de frío sin calor.
Si no me gusta Dios es por lo terrible que es: nunca he comprendido el pecado. Del cristianismo como ideología ensalzo el amor y el respeto, términos casi constitucionales si se quiere, llevado como estoy a creer que de todas las ideologías que sobrevuelan a los hombres, la cristiana (no me refiero a la iglesia, que mi relación es estricta y directamente con Dios) es la cristiana. Solamente ella, a partir de la ruptura con un paganismo de escasos reflejos, concibió una sociedad organizada en el acto del amor al prójimo como base fundamental para la convivencia: fué un hallazgo. Por esa razón, cristiano como soy niego a un Dios terrible cuya misión fundamental es atemorizarme y que con su dedo acusador me va recordando que nací en pecado, una de las más vesánicas crueldades que Dios alguno haya podido inventar y que solo las aguas del Jordán o similares ríos más cercanos, podrán curar de mi espíritu y del resto de mis vidas. Innoble destino es el de nacer en pecado y más aún si no tienes la mágica fórmula del bautismo al alcance de la mano.
Vuelvo a mi dios particular, cubeirto del grasiento color oscuro del fuel, más parecido a diablillo escapado de un infierno de segunda división, haciendo prácticas y ganando puntos para una promoción próxima, en la que no le garantizo demasiado éxito. "Estas calderas, me dice, no tienen porque fallar porque son muy buenas, pero hay que cuidarlas, no maltratarlas" Ya estamos en la fase pecadora, ya va a apuntarmne con el dedo y solo me restará hacer propósito de enmienda y aceptar una penitencia. "Revisar cada año no es suficiente". No le comprendo, tengo la mejor caldera que me recomendó el constructor, que fué quien me trajo a José Antonio a mi alcance con su catálogo de calderas. Es bella, alta, esbelta, roja, con una carcassa de metal que la cubre de cabezas a pies. Es hermosa, lo juro, y cuando está en funcionamiento, de su fercanía se desprende el calor acogedor que nos recuerda la cueva en la que encuentra acomodo nuestro cuerpo cuando el tiempo se eriza y nos arroja sus maldiciones. Cuando entro en el taller, su lucecita verde, pequeña (un leed, me dicen que es) y brillante me recuerdan que está allí velando por mi y los mios. Mientras José Antonio va desmontando piezas, ahora en silencio, yo pienso en nuestra vida sin el correcto bienestar de mi caldera; no puedo imaginar vivir con temperaturas que en invierno alcanzan los 17º bajo cero.
Dejo a José Antonio solo, arrodillado ante su caldera destripada y salgo al salón; Ana me mira y pregunta: "Qué" y le contesto, "Es lo de siempre, hemos vuelto a pecar pero no sabemos en qué". "Lo arreglará" "Claro, le digo, dios todo lo puede".

martes, octubre 24, 2006

¿En que tiempo de la historia te hubiera gustado vivir?

Muchas veces el juego es decir en que tiempo nos hubiera gustado vivir. Un juego terrible, falso, generalmente engañoso, aunque no hay juegos engañosos sino jugadores que hacen trampas. Alguien nos lo pregunta y contestamos "en la época de Adriano". Lo podemos imaginar, a fin cuentas hemos vistado Tívoli, o hemos leido Memorias de Adriano o sabemos algo de historia de los romanos. O pensamos en el barroco, Viena, suena Mozart; Baviera, Munich a través de los ojos de Visconti, reflñejada en su Ludwig, por ejemplo. . Estamos allí porque podemos imaginar, es nuestro privilegio de seres humano. Nos cabe reconocer que eso es mucho, no el tener el privilegio sino el ser seres humanos, ser seres, el ser como somos, con memoria e imaginación; con conocimiento e imaginación: capaces de recordar y fabular. El tiempo, esa dimensión que en realidad no es sino una irrealidad, a nuestros efectos una mezcla de duraciones diversas en el mismo ámbito vital, nos permite ir y venir en una respuesta a un juego social. Volamos con la imaginación, con la seguridad de la elección bien hecha.
Nunca imaginamos la pobreza, la miseria, el estrago del siervo o de la esclavitud. Nunca somos el perdedor de la historia; vemos un paisaje y un círculo social, en nuestra imaginación que es como estar y olvidamos que lo que nosotros vemos, lo que seleccionamos como tiempo y lugar ni lo pudo ver ni pudo estar la inmensa mayoria de los habitantes de su tiempo porque ellos eran los desfavorecidos y nunca accedieron al palacio. Si tratamos de seguir hacia atrás una virtual cadena de antepasados, nos perdemos en los terrenos del anonimato que representa en si la miseria de los tiempos: sin pensar en nosotros, generaciones y generaciones de pobres de solemnidad sufrieron y sobrevivieron para llegar a este que escribe, a ese que lee.
Nuestra selección del tiempo y el lugar preferido nos favorece y olvidamos que la inmensa mayoría de los que jugamos a elegir tiempo y lugar seríamos, de natural, pobres, miserables o siervos y nuestra inteligencia, que ahora contiene la memoria histórica de nuestra cultura, contendría cuatro teoremas básicos de supervivencia y algunos mitos más en los que de no creer no seríamos nada. Ni soñar podríamos.
¿Que nos hace pensar que la fortuna nos sonreiría de estar allí? ¿De haber estado? No apareceríamos en ningún libro de historia y ninguna fama acompañaría a nuestro nombre. Todos los lugares reservados a los elegidos de la fortuna y el poder nos estarían vedados y de dar rienda suelta a nuestra inteligencia, acompasada a su tiempo, nos tocaría a lo sumo un mucho de curiosidad sin libros, sin revistas científicas, sin cátedras para nosotros. Estaríamos en la legión de los desposeidos y seríamos el círculo de la impotencia por saber.
Es la única manera que conozco para tratar de intuir al esclavo que pude ser y que no soy, al siervo miserable, al soldado de la gleba, al forzado a galeras o al encarcelado por deudas, al de la olla vacía, al enfermo epidémico, al mendigo, al destinado a la muerte sin vivir más que lo justo, con lo justo. Cuando imaginamos el mundo en el que pudimos estar de haber existido esa imposible posibilidad, accedemos a él por la gran puerta del éxito; me llama la atención el que una inmensa proporción de los que somos denostamos a nuestro tiempo, a nuestra sociedad y a nuestro entorno sin reparar en que vivimos en el mejor de los mundos que han habido, simplemente porque es el que nos ha deparado una mayor suerte.

lunes, octubre 23, 2006

Lluvias de otoño


No quiero olvidar mi pensamiento en torno a la libertad. Llueve y llueve torrencialmente y el jardín se encharca. Goyerri se niega a salir y contiene sus impulsos naturales: el mal tiempo le asusta, o le hastía. Respeto su libertad hasta que juzgo que es un exceso por mi parte: hay límites. Para comer abrimos una botella de vino de los de invierno, espesos, con cuerpo y color y lo acompañamos de migas con huevos fritos y una lonchas de papada de cerdo traido de La Alberca, en Salamanca, debajo de la Peña de Francia y vecino a Las Batuecas. Si se sube a la iglesia de La Peña se ve el llano, enorme, casi ilimitado, aunque cuesta hacerse hoy a la idea de lo que son los límites.

La temperatura exterior, de 12 º nos parece benigna. Lo importante del otoño y del invierno es la escenografía; pienso que en nuestra vida todo es escenografía y cada decorado nos resume una situación que ya hemos visto a modo de guión. En los tiempos sin cine ni televisión e incluso sin lecturas, deberían alimentarse de sueños, pero no puedo averiguar de donde venían, quien era el brujo que contaba las historias con las que soñar; pocas serían y los sueños de toda una comunidad muy limitados.

Hoy, pìenso que de tanto saber hemos olvidado nuestras propias palabras. Tal vez sin historias y sin libros estaríamos empezando una historia más esperanzada, silenciosamente personal, lo que se dice un sueño, un conjunto de anhelos que nos corresponden y podemos reconocer como nuestros porque estamos en ellos. Resulta una realidad invariable que siempre soñamos con nosotros dentro, nunca podemos soñar ensoñaciones de otros: es nuestro castigo. Hoy como ayer repetimos los patrones que nos han sido dados y descubrimos, ocasionalmente la infelicidad. Pero ¿que es la infelicidad? Diría que la falta de contención, la no resignación, la identificación del escenario equivocado en el momento equivocado. La felicidad es, probablemente, el contento, por tiempo limitado, la exaltación de la vida, la íntima y fugaz convicción de que vivir puede ser hermoso. Abderramán III contestó en cierta ocasión, a quien por la felicidad le preguntaba, que en cuarenta años de reinado creía recordar haber sido feliz trece días, y no todos completamente. Las respuestas de los poderosos tienen el efecto de mostrarnos nuestra miseria enfrentada a su sabiduria, pero dan que pensar.

Se me ocurre que no somos protagonistas de nuestra propia historia sino de un modelo de historia que nos ha sido dado. Nos parecemos al tiempo en que vivimos, lo dijo Alí, el yerno del Profeta, y tenía razón. El tiempo en que vivimos podría ser una ratonera si no nos acomodáramos a él e incluso si no pensáramos que es transformable -para bien, naturalmente- aplicando convicción y esfuerzo. ¿No es sabiduría de todos concebir la posibilidad de un futuro mejor, a salvo del mezquino presente? A fuerza de estudiarnos nos desaprendemos, aislando pensamiento y conciencia de la realidad que nos acuna. Se donde estoy mirando por las ventanas, que de no hacerlo podría estar en cualquier sitio. Hace mil años eso sería imposible, no tendría estampas para forjar sobre ellas la imaginación; tal vez los refugios de los sueños tendrían límites humanos: un regazo, un cuerpo bajo una frazada, una cueva morada al abrigo del tiempo inclemente, un campo lleno de mies, unas ovejas y cerdos en el corral, un puchero, el olor de la pitanza o leña fuera de la cabaña para calentar la estancia. Sin referencias no hay sueños, pienso yo, salvo los que tienen a la realidad por asidero. Puede que por esa razón una ínsula prometida a Sancho pudiera parecer de tan buen grado, y esos ya eran tiempos de cordura y de conocimiento para los más cultivados, que los otros debían cointentarse con los sueños de siempre.

Cueva Valiente, el monte de la foto, con dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, tiene el beneficio incorporado en nuestra reflexión, de su eternidad comparada con nuestra duración de vida: nuestro tiempo. Hoy la niebla en jirones lo semi oculta y la lluvia torrencial desazona sus laderas: mañana, cuando salga el sol, seguirá estando ahí, por encima de mi vista. ha de seguir ahí el tiempo que le quede de la misma manera que ha estado ahí incluso cuando unos romanos cruzaron el puerto y vieron desde lo alto los llanos aptos para el cereal. Eran gente de su tiempo y cuando llegaron al saliente en el noroeste en que la montaña dió en llamarse - o dieron en llamarla "el final de la tierra" , oyeron al atardecer el crepitar del fuego del sol al apagarse en el horizonte de la mar tenebrosa; cada día llegabn a la costa en forma de nieblas los humos del fenómeno. Como no estuve, no puedo dar fe más que de la historia que me contaron los libros, y que les agradezco. La Historia General de Alfonso X da para mucho imaginar y no se si no sería mejor creerla a pies juntillas. Reconozco que este pesimismo me viene de la desazón y esta de la lluvia persistente.

Quisiera algo imposible, borrar de mi cabeza todos los libros que he leído y de los cuales muchos me acompañan, y tratar de rescatar mi propio aprendizaje. El exceso de estampas, acaba por falsear la verdad de los sueños, pero ¿cómo volver a los primeros? Y ... ¿quiero?

sábado, octubre 21, 2006

Concluyo en libertad


¿Es la libertad solamente un anhelo? En la medida en que los hombres libres en las sociedades libres conocen la contención y en ella viven y en ocasiones sueñan, anhelan y desean, y en la medida en que los hombres sojuzgados anhelan salir al exterior y sentirse individuos, la libertad es un anhelo, una abstracción sacada de lo irreal e introducida en el mundo oracaular de la poesía.
¿Es una fe? Probablemente sea tan solo una fe en una irrealidad divinizada a la manera pagana, ajena al comportamiento de los hombres, ni creadora ni bondadosa, ambigua y condescendiente, dejándose admirar, intocable y maltratada. La "fe en" no conduce sino a la esperanza, que no es poco y en ese sentido tener fe en la diosa libertad significa creer que somos mejorables, aunque se nos escape el sentido final de ese proceso.
Acepto ambas posibilidades porque me permiten comprender las razones por las cuales al pasear por el bosque siento una libertad infinita que no se explicar: es una felicidad este desasirse de las cosas para centrar el pensamiento en el bosque rumoroso, que ahora de repente se ha llenado de aguas que vierten ladera abajo en busca de los arroyos mayores. Con libertad se vuelcan en torrente y fluirán luego a las fuentes y a las canalizaciones para acabar en un embalse, aquietadas. ¿Es metáfora? Topda metáfora es nada más que un punto de partida, el inicio de un pensamiento, el reflejo de una realidad.
Anhelo y fe, no siendo más que mecanismos ilusorios, proyecciones del pensamiento y de su espiritualidad, pues anhelamos lo que no tenemos y depositamos la fe sin razones y en ambas cosas nos conformamos e incluso ilusionamos, pueden resultar sustentos cotidianos. ¿Cómo vivir sin anhelos? ¿Cómo vivir sin fe? ¿No tiene el individuo fe en su destino? ¿No alimenta el día a día con la fe en el mañana mejor? ¿No anhela ese mañana y lo que ha de contener? El hombre sin proyecto ha muerto aunque siga respirando; la esperanza es proyecto; la débil ilusión de seguir respirando, por escaso que sea el aliento, es proyecto. La libertad es una irrealidad a la que el anhelo y la fe le construyen un cuerpo palpable al instinto y ese palpar conforta.
Mirando a mis anhelos, rebuscando en mi fe, descubro las dos libertades que no son irrealidades y que siempre me acompañan. También a los demás, pienso.
La senda del pensamiento es inabarcable en límites, diría que infinita. La potencia del deseo puede alcanzar la devastación. La libertad de pensar, intransferible e ilimitada espera que la inacción la encadene o la acción la libere. La libertad de desear, torrencial y caudalosa, espera que la satisfacción la aquiete. Ambas son libertades; acción y satisfacción son otra cosa. Quiero salir al bosque, pero no puedo; deseo conocer más pero me resulta imposible, y sin embargo en esas libertades habito; en las más íntimas que si lo son, que no se trata ya de ámbito, de y de la fe esperanzada. Todo individuo tiene un tesoro de de ocultaciones que caracterizando su actuación no se muestran en público; nacidos en la libertad del yo más profundo, son libertad surgidos de ella. ¿Quien podría decir "no debes pensar, no debes desear? Te lo prohibo?" Estas dos libertades son las armas frente a la tirania, inexpugnables baluartes que se aislan del acomodo de la vida exterior, donde la libertad de actuar no es convicción sino imposición. En los solares en que la tiranía se ha cebado, en los campos de concentración del gulag soviético y de sus comunismos o del nacionalsocialismo alemán y sus fascismos, en las naciones maltratadas de China y Camboya donde toda la población fué saqueada en busca de su conciencia para robarla, prisionera, aterrorizada, hambrienta y asesinada, el anhelo y la fe, amparados por la memoria, concibieron la esperanza de que algún día todo cambiaría y por ello, vuelta la libertad volvería la sonrisa.
Pensamiento y deseo y ansia de liberarse, ansía de libertad, ámbito único de la esperanza de la humanidad para sentirse libre, cada individuo con su propia parcela de derechos, con su propia plantilla de deberes. Tres son pues las formas de la libertad que me interesan y no pienso en si hay más, que mi alcance es limitado:
La libertad de pensar, ilimitada, infinita en la medida en que el hombre puede alcanzar dimensiones infinitas.
La libertad de desar, en la medida en que el hombre puede aspirar a poseer lo imaginable y lo inimaginable; también infinita, generalmente dolorosa, siempre reveladora de los límites humanos.
La libertad para decidir en sociedad donde pensar y actuar, desear y satisfacer, no se encadenan sino que las segundas se abstienen de acuerdo con los derechos primero y los deberes después que las sociedades libres, constituidas por hombres libres en su contención, otorgan a todos sus individuos.
Hoy sábado, terminando este post, me llevaré a Goyerri al bosque, que ha salido el sol y lo que en los días pasados fué un gris preñado de melancolías, cargado de aguas torrenciales, es ahora un jardín infinito donde pasear con entera libertad.

jueves, octubre 19, 2006

De la libertad que no existe al hombre libre


Reconozco que no se bien que es la libertad; me pasa con esta palabra lo mismo que con otras, que a fuerza de convertirlas en genéricas acaban insignificando cosas concretas. Sé que un hombre muere por la libertad en cualquier lugar del mundo, podríamos decir cada pocos segundos y puedo saber a causa de que muere, aunque me pregunto si es por la libertad o si es por liberarse. No se lo que sabe él, pero me temo que cuando en o en su mente se forme la palabra libertad la pulsión rebelde que le empuja lo es por liberarse.
He sentido la libertad como una sensación, un mareo, un momento en el que un hecho se ha convertido en crucial y magnífico, a veces en soledad a veces en compañía, en grupo, en una gran multitud. La canción de la libertad suele ser coral, eso es cierto pero pasado el hecho resumo que aquello que creí ansia de libertad era una emoción exaltada y exaltante. Creo que la libertad como bandera, es una irrealidad y tengo por cierto que todo lo que necesita una bandera esconde algo irreal; también que en estas cosas de la exaltación, lo más aburrido y cotidiano salta a la vista y acaba flotando entre los discursos de una manera bien concreta y real.
Y sin embargo vivo en un ambiente de enfervorizada defensa de la libertad. La demanda de libertad es un lugar común, una permanente crítica al sistema de organización; una feroz reivindicación a la gestión de cualquier gobierno. Toda libertad está amenazada por el hecho simple de que el poder ejecutivo esté en manos de los otros. Me pregunto cual es mi libertad por reclamar y como no sé lo que es la libertad, mido su alcance mirándome al fondo del pensamiento y en la realidad de mis presunciones; rescato las palabras más hermosas y siento el fervor de las mejores causas, pero en el mundo en que vivo no necesito de más libertad que la que tengo, eso pienso, y de tener más, que no se cual sería, dificilmente sabría que hacer con ella.
Acomodar lo que se escribe a lo que se piensa es dificil porque no pienso en libertad sino secuestrado por un tema. He ahí una falta de libertad. Creo que nunca actúo, creo que nunca se actúa en libertad porque toda actuación está condicionada. Desciendo del significante genérico de la palabra libertad a un concepto más asequible; no se lo que es la libertad, no se si tengo libertad y creo que es casi imposible actuar en libertad, pero si se que tengo libertad para actuar, de una manera u otra, con unos condicionanes u otros. Voy abriéndome paso en este maremagnum de palabras que parece que si pero son que no. Hago un alto para resumirme: la libertad es una irrealidad cargada de emociones. No se tiene, no se posee, se actúa. No existe la libertad como facultad, pero si existe la "libertad para" como posibilidad.
Así podría llegar a definir a la libertad como un ámbito, un lugar de actuación o decisión dentro de nuestro potencial de actuar y proceder. En el ámbito de la libertad podemos escoger; podemos decidir; podemos afirmar o negar; podemos movernos, reir, maldecir, escuchar, hablar, mofarnos y entecernos. Así pues el problema no es querer la libertad sino ambicionar vivir en libertad; una casa común, porque de nada me sirve vivir en libertad entre una sociedad que vive cautiva. ¿Cómo puedo ejercer mi proceder en el ámbito de mi libertad si nadie me acompaña porque no puede? Ved que en una sociedad donde existe un solo ámbito individual de libertad, este es el del tirano. Si uno es normal, persona de relativos y bienintencionados carácter y tolerancia, vendrá a convenir conmigo en que actuar en libertad entre una sociedad cautiva, o es peligroso o es aburrido. No puede ser otra de esas dos cosas.
Así pues la libertad que no existe, que es una irrealidad, es en realidad un ámbito, un lugar para vivir en compañía, para convivir y por lo tanto solamente puede darse en una sociedad en que todos los individuos compartan el ámbito de libertad para proceder y actuar, para decidir, para ejercer de seres libres. Por lo tanto estamos hablando de un bien social, del resultado del contrato que hacen los hombres para vivir en común, para defenderse y administrarse, para sustentar una vida social. El ámbito de libertad es pues un bien común que se gesta en la sociedad y se distribuye entre los individuos que la forman. Cada uno de ellos participa del ámbito y por lo tanto puede ejercer como hombre o mujer libre, decidiendo en libertad.
Me mueve la pasión por la libertad pero voy poco a poco estableciendo límites, vallando el campo, no vaya a creer que se trata de un ámbito ilimitado; hay líneas rojas que no se pueden cruzar y en contrapartida hay caminos de recorrido infinito. Comprendo que toda demanda de libertad, así en abstracto, debe reconvertirse a una plantilla de derechos y sus correspondientes deberes limitativos. La libertad, que dudo que exista, que es una irrealidad, ahora resulta que es algo concreto y esencial en la vida de los individuos que forman la sociedad: la libertad son derechos y deberes individuales. Esa libertad de la que he dicho tantas veces que no exista, no es sino el telón de fondo de la actuación del hombre libre.
No nacemos libres e iguales; esto es un absurdo. Tal vez nosotros, en occidente podamos pensar en ello y engañarnos con una cierta satisfacción autosuficiente, volveré a ellas. Pero en otras latitudes no, no se nace libre e igual porque no se nace individuo sino parte de la comunidad, no es lo mismo; la escala de valores termina en ese inmenso conglomerado humano que representa ideológicamente el mismo mensaje de sumisión o el mismo disimulo sumiso. No hay ámbito de libertad sino ámbito de representación ideológica, un escenario delator y aleccionador, un mensaje único en una sociedad de clones.
No nacemos libres e iguales, eso es ciereto y no hay que esforzarse mucho en argumentarlo: desde las diferencias físicas hasta las del propio nacimiento, escala social, posibilidades de futuro, la desigualdad está clara en todo, salvo en un hecho indiscutible: la sociedad que nos ahija, que nos apadrina, nos garantiza porque puede hacerlo, tiene poderes y posibilidad de ejercerlos, los derechos, el ámbito y los deberes. Un individuo libre es un individuo con derechos: los derechos son personales, son para él, uno no puede ceder su derecho a la cultura o a moverse por el mundo,a sus convecinos, por ejemplo, porque es absurdo ceder a otro un derecho que tenemos todos por igual. En el más puro sentido igualitaria, los derechos nos igualan independientemente del nacimiento y de la situación, y no tienen precio, no pueden enajenarse porque tenerlos no es un acto de voluntad personal sino una decisión social. No nacemos libres e iguales pero nacemos con derechos y deberes, todos los mismos.
Observo que en el devenir de la Historia, los pueblos no han luchado por la libertad primigenia, sino por liberarse del hambre, o de la servidumbre, o de la esclavitud, de la enfermedad, de la miseria; liberarse es la actitud, y el ámbito de libertad el lugar conquistado por esa continua guerra de liberación que el ser humano riñe contra toda suerte de acechanzas y peligros.
Quien en el ámbito de libertad mantiene sus derechos y cumple con sus deberes alcanza la dignidad de un hombre libre, y comprende que no se lucha por la libertad, sino contra las miserias. No se pelea por la libertad sino por salir de la cautividad. Esta sociedad occidental nunca ha vivido en libertad, pero se ha liberado tanto que ha creado seres humanos libres y dignos.
La libertad no existe: existe la ausencia de cautividad.

miércoles, octubre 18, 2006

La banalidad de la libertad.

Cuesta, me cuesta, comprender que las personas cedan su derecho a la libertad de buen grado; me refiero a la libertad que posee cada uno y que le permite proceder de una manera u otra e incluso no proceder; se trata de una porción de dignidad que prefigura un derecho igualitario a proceder determinando en común con el resto del grupo social el sentido del gobierno y la administración de la comunidad.

No se nace libre, sino que se alcanza la libertad mediante el aprendizaje; información, pensamiento y jercicio de la acción; este proceso debe ser garantizado por la sociedad que nos envuelve, ahija y ampara, a través de sus poderes delegados. Es mucho lo que nos determina y eso hace dudar sobre la realidad del libre albedrío, pero en cuanto a la libertad o se tiene o se cede y eso quiere decir que se ejerce procediendo o sin proceder, pero sin perder la facultad de hacerlo en uno u otro sentido o simplemente se le da a otro el derecho a proceder según su libre albedrío o su determinación determinada por su pensamiento: se puede renunciar a proceder, pero me cuesta pensar en renunciar a la libertad de hacerlo sin perder una parte importante de la dignidad humana. Libertad es dignidad del individuo; su ausencia es inmersión en el grupo, gregarismo. La libertad es el factor que singulariza al individuo frente a todos los demás, lo que constituye su fuente identitaria, su derecho a ser él y no una parte igual a cada una de las otras partes del conjunto de los demás. Donde no hay libertad no hay individuos sino comunidades cerradas, partidos únicos, grupos fanáticos, colecivos silenciados, presos políticos, asesinados y desaparecidos y seres silenciosos y acobardados, celosos defensores de una oculta identidad que clandestinizan.

Quien toma el camino de ceder su derecho a la libertad tiene dos razones reales: o tomar el poder o miedo al contrario. Habrá otras razones , pero no entran en este comentario. La sociedad siempre se vuelve maniquea en estos casos y un grupo de la misma decide cerrar el paso al otro cediendo su parte de individualidad libre. Un mito de Fausto moderno cambia libertad por tranquilidad. Renunciar es un acto voluntario que parte de un proceso de convencimiento. Renuncian aquellos que prefieren que las decisiones que tienen por importantes, las tomen otros, a los que les conceden el derecho moral o el derecho de la fuerza. entendiendo que en ambos casos ese derecho es acorde con sus intereses y con sus intenciones: quien sea que concede el derecho cediendo su libertad abre la puerta a la fuerza violenta sobre el resto de la sociedad. En el primer caso, el derecho moral será compartido; en el segundo entenderá que el derecho de la fuerza nunca se aplica sobre el cedente, ya que al fin está de acuerdo en el resultado y sí se aplica sobre el grupo o los grupos sociales que forman el otro, el enemigo, la fuente de la angustia, los que tienden, con su actuación, a agobiarle en su vivencia y en su convivencia. Quien cede su libertad y no objeta a la violencia aplaude el uso de la fuerz como mal necesario o como bien regenerador: eso va en frados de compromiso. Tengo para mi que quien renuncia a ese derecho se guía, no solamente por su cesión sin límites a quien cree mejor preparado para ordenar la vconvivencia, sino que gran parte de su fundamento procede de la negación al uso del derecho por parte del contrario.

En la Roma republicana el papel legal del dictador, que existía, tenía vigencia por seis meses al cabo de los cuales debía entregar el poder y retirarse a la vida privada. En la Roma militar, el papel del dictador se instauró a perpetuidad y se hizo hereditario. La costumbre de la dictadura terminó por convertir a la libertad en una banalidad, una facultad sin sentido ya que no tenía ejercicio; los cargos elegibles no eran determinantes y los determinantes no eran elegibles. Existía, naturalmente, un grupo de ciudadanos nostálgicos de las viejas libertades, pero eran mayoría aquellos que habían desterrado de su pensamiento la idea de la libertad como forma de proceder en el ejercicio del poder. Los unos porque, en las guerras civiles, tomaron partido por la fuerza que devolviera la tranquilidad, mucho más cara siempre la primera en vidas humanas que la segunda; otros por miedo a formar parte de los despojados y derrotados, en un largo y humillante proceso de silencioso y asustado convivir. Los más, finalmente, porque habiendo nacido después de las guerras civiles, no tenían otro horizonte que el de la dictadura militar del emperador y la propaganda vertida por el aparato del poder en cuanto a los valores morales del dictador, que es siempre el varón esforzado que impone la paz, contra los belicosos impulsos de la sociedad desmandada. Mirando hacia el horizonte, siempre la figura del dictador vela en la noche por todos los ciudadanos. La sacralización de su figura es necesaria para quien le cede su parcela de libertad, porque es la justificación moral para su acto. El dictador, solo en la cúspide del poder, es bondad y justicia y siempre está expuesto a que un círculo que le aprisiona le engañe o manipule. En cualquier caso es el único hombre justo en quien cabe confiar. Asignar al dictador ese papel equivale a aceptar que la sociedad se diivide entre un hombre bueno y una suma de malignidades: el ciudadano acepta su minoría de edad a la que ha sido arrojado repentinamente. Él , que cede a sabiendas su parcela de poder y no se rebela ni siquiera en la soledad de su propio pensamiento, no puede evitar convertirse en el cómplice perfecto, silencioso y tolerante. No lo puede evitar porque lo desea: niño al fin necesita un padre.

La libertad banal es la que ejerce el cómplice cuandoa argumenta la necesidad de que toda la sociedad acepte la pérdida se ella en persecución de un bien social mayor: el orden. La libertad es banal cuando alcanza la consideración de derecho del grupo y pierde la de derecho del individuo. La libertad es banal cuando la tiranía la convierte en fuente de males y desorden. La libertad es banal cuando se acepta la renuncia a ella. La libertad es banal cuando el hombre se acomoda a una vida sin ella y por lo tanto sin el derecho a proceder de acuerdo a su pensamiento. Toda esta libertad banal acaba convirtiéndose en una libertad sucedánea que no lo es, porque no cabe limitar el derecho a ella fuera de los territorios de la convivencia en libertad.

Conozco a algunas personas que vivieron felices y tranquilos sin libertad en los tiempos de la dictadura de Franco y que ahora viven con agobio y estrés porque no soportan lo esencial de una sociedad instalada en un sistema de libertades: el caos. La simple lectura de los titulares de los periódicos les enferma porque no pueden vivir en una sociedad en la que no predomine, no el pensamiento único, sino el único proceder. Aducen que la libertad de pensar es indiscutible, pero no la de actuar y a nadie le conceden el derecho a gestionar el poder sino a quien está preparado para mantenerlo por mucho tiempo, aunque ello suponga la necesidad de formar milicias mayoritarios de partidarios fieles que nunca dudarán y siempre obedecerán: con el sencillo hecho de renunciar a la libertad el individuo pasa a integrarse en la comunidad sin posibilidad de retroceso. Deja de ser él y se convierte en siervo.

Ceder el derecho a la libertad es aceptar la impotencia del individuo frente a la libertad de los otros y su propia incapacidad para vivirla. Lo que queda es la libertad banal, insignificante y trivial, sin el sentido de la palabra; un paraiso para gente mejor preparada para ejercerla.
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martes, octubre 17, 2006

El árbol caído

Llueve esta noche con enorme violencia y me trae a la memoria, el agua que cayó una noche de abril de hace más de cuarenta años, cuando de retorno del cementerio donde habíamos dejado a mi madre, sentados mi padre, mi hermana y yo en la mesa para cenar un bocado sin apetito, asistimos sobrecogidos a una lluvia de violencia semejante a la de ahora que cayó durante horas; en silencio pensamos cada cual su cosa y coincidimos después en que todos habíamos sido presa del simbolismo del momento atmosférico unido a la tristeza. La soledad principal es el desgarro de lo cotidiano, las demás creo yo que son accesorias. Naturalmente que lo cotidiano es mudable en su morfología y en sus contenidos y eso lo hace más llevadero.
Aquella tormenta del inicio de la primavera, era en general, para la ciudad sobre la que caía, un accidente molesto: ríos de agua hacia las alcantarillas, ambiente de novela negra, carreras para encontrar un taxi, olor a humedad, charcos devolviendo el contorno de los faroles al cielo que los envía, cuanto se pueda decir de significado común para todo el mundo (es esta una expresión absurda que debe procurarse no usar, por cuanto no quiere decir nada en absoluto) menos para las tres personas que descubrimos que el grupo familiar, acogedor, quedaba mermado y uno de los cuatro integrantes, probablemente el más humilde y querido, se había quedado en su soledad de muerte bajo la lluvia.

Viene esto a cuento de una idea que me acompaña hace tiempo: el simbolismo, cuando lo generamos para nuestro consumo, salva a los detalles de la banalidad general que suele envolvernos y al mismo tiempo abducirnos a su interior. Todo es banal hasta que es simbólico y lo que es banal es aquello que segun el diccionario es trivial, común e insignificante.

La palabra banal era para mi una más de hermoso sonido, una palabra en cierta manera flotante, direccionada como una flecha: la propia palabra, por inusual era agraciada pero mi fijación por ella no iba más allá del conocimiento de un sonido y de, vagamente, su significación.Hasta que un día, hace algunos años, coincidí con un librito escrito por Hanna Arendt, cuyo título "El Juicio de Eichman" iba acompañado por un subtítulo que me encandiló por su originalidad conceptual de violento contraste: "La banalidad del mal". Corrí a averiguar el significado de la palabra y me encontré con tres cercanos (trivial, común, insustancial) sintiéndome arrebatado por la idea de que el mal pudiera ser algo trivial, algo común y algo insustancial.

Leido el libro y comprendido el concepto, además de acrecentar mi admiración por la autora, fijó en mi pensamiento a la palabra como resumen de significados singulares: trivial, común, insustancial. No hizo falta mucho para comprender que esa palabra podía ser clave en mi categorización del todo que soy yo y es mi mundo: la convertí en símbolo, precioso símbolo que se mostraba primero como bolsa vacía con la boca abierta, dispuesta a abducir cuanto pudiera alcanzar alguna de esas tres categorías. Mi esfuerzo de construcción del universo deconstruído poasaba fundamentalmente, no por identificar a los dioses sino a la banalidad, temeroso como estaba de descubrir que los uno y la otra iban a estar relacionados.

Hace muy poco tiempo, hablando con una joven amiga que mantenía la subjetiva postura de que es cultura y arte todo aquello que cualquiera, en legítimo uso de la libertad personal que nuestra sociedad le garantiza, decida que es cultura y arte. Arguía yo que ambos sustantivos necesitan adjetivarse poor cuanto es imposible considerarlos un todo absoluto, y añadía, que si lo que pretendemos es encontrar clasificaciones simples, entonces podíamos pensar que existía una cultura banal y otras culturas, de la misma manera que existía un arte de la banalidad y un arte de la emoción. No entendió ella que adjetivara a un determinado arte y a una determinada cultura como banalidad y cerramos la conversación con su afirmación primera. Muchos jóvenes se niegan a conocer palabras nuevas y muchos viejos no las han conocido nunca; es una lástima.
Pero yo afirmo que existe una cultura banal que es la que reina en el aire que nos rodea de la misma manera que existe una general banalidad instalada en los valores que hasta hace poco han formado nuestro patrón para la inspiración.

No es necesario que lo banal nos horrorice, no a mi por lo menos, que tengo defensas para ello; si es conveniente ser capaces de identificar lo banal en que se convierte el pneuma vital que nos rodea, produciendo una progresiva mineralización del entorno y de nuestros pensamientos. De igual manera que la banalidad del mal se ha enseñoreado del siglo XX que acabamos de dejar (y escribiré en breve sobre ello) otras muchas banalidades se han desparramado tiñendo el escenario de vulgaridad. Nosotros somos banales piensa todo el mundo (ya se que no es una expresión acertada pero sí la creo conveniente) y se reconoce en ella con sumo placer.

El árbol de la foto, fulminado por un rayo, quedó en medio del barranco, entre peñas caído y allí está día y noche, llueva o le caliente el sol, convertido en un símbolo de un angel caído, derrotado en la vida por la muerte aciaga. La imagen no es banal.

domingo, octubre 15, 2006

La gestión del fracaso

En una entrada en este blog, la de ayer, escribía: Terrible es la enorme cantidad de fracaso que nos concierne en esta aglomeración de conocimiento y nosotros, -¿quien?, ¿cual?- siempre podremos responder con la insignificancia. Sucede a menudo que se escriben frases que no tienen un sentido demasiado concreto y deben ser leídas en el sentido que marca el contenido general de la página, están redactadas desde una inspiración dirigida por el estado anímico, diríamos que las musas se han torcido y son hijas de un temperamento jubiloso o desanimado temporalmente, Leerlas, después, en el contexto de lo escrito produce un sobresalto, hay que volver a leerlas como quien diría del derecho y del revés y al final se les encuentra el sifnificado ausente de otra compañía que ellas mismas. He aquí que no están desprovistas de sentido y en esta especie de diario informal que es el blog, corren el riesgo de pasar a la desventura del olvido.
A mi esta frase, que me llamo la atención en el momento de escribirla, se me hace que resume perfectamente el contenido de lo que escribí ayer y que era un desahogo frente al filosofar gratuito de quien cree tener todas las respuestas aún sin conocer siquiera el texto de las preguntas. Ahora, al releerla, le encuentro un sentido que debo comprender, desvelar y a ello me pongo.
He escrito en menos de un año casi 170 posts (no me gusta la palabra, pero es la que es) y eso me asombra. Y en ellos he tratado de expresar con sinceridad y estilo una manera de pensar en la que me esfuerzo, porque es el resultado de destilar de mi pensamiento lo que pueda quedar de original (es decir propio y surgido de él) después de sesenta y dos años de usar el cerebro cotidianamente. Dice Sartre que escribir es una aventura solitaria, y es muy cierto y además en mi caso, de una soledad lacerante porque no me apoyo en otro arquetipo que mi identidad: yo, mi memoria, mi proyecto. Mis post tratan de mi, versan sobre mi y a mi se dirigen aunque no ocultan su desvergonzado exhibicionismo.
Digo que es un pensamiento original aunque estoy convencido de que es común a millones de individuos que desconocen su propia comunidad. Si, uno sinceramente, trata de encontrar en sí un rastro de proyecto sincero, debe despojarse de toda construcción fomentada por la costumbre y la facilidad, excluyendo está claro la profesión y su dominio. Hay momentos en la vida en que se debe comenzar, no recomenzar, sino empezar lisa y llanamente a encontrar esa identidad que debe de estar debajo de la conseguida a lo largo del tiempo. No se trata de mirarse al espejo, que nada dice de lo que realmente importa, ni de releer lo escrito (confieso que me gustan muchos de mis posts), sino que se trata de, partir de lo que he escrito con sinceridad, encontrar el proyecto que queda de mi y observarlo objetivamente. No creo que sea tarea común a los mortales, e incluso a los inmortales que puedan existir, proceder a ese tipo de mirada eliminadora.
Si fuera capaz de borrar todas las citas que uso y he usado y olvidar, temporalmente, lo que he leído, estudiado, creído y asimilado, podría tal vez encontrar en mi mismo un rasgo de sinceridad desnuda. ¿Cuando queda de verdad de Camus, o de Sartre, o de Arendt, o de Benjamin y de tantos otros en mi? ¿Puedo existir sin sus frases? ¿Son ya mías? ¿Forman parte de mi realidad como si fuera de ellos, parte de un todo? ¿Creo realmente que el hombre rebelde es el que dice no, por poner un ejemplo?
Pienso que multitud de personas a quienes no me parezco, no tratan llegadas a cierta de edad, de saber como son y de donde procede este ser que han ido creando con el tiempo: simplemente son y orgullosamente o acongojadas, se aprestan a seguir hasta su muerte levantando los dos dedos de la mano derecha, celosos triunfadores sobre si mismos. Una vez hace años, escribí un seminario para ejecutivos que se llamaba "Gestión del Fracaso"; su argumentación principal era que el conocimiento del propio fracaso y la propia capacidad para delimitar su alcance, sintetiza una nueva riqueza para nuevos empeños de la que cabe ostentar cierto orgullo: la excelencia del triunfo no cuenta. Y ponía un ejemplo contemporáneo: la derrota de USA en Viet Nam ha sido tremendamente constructiva frente a la probable insignificancia de la dettota del comunismo allí.
Ahora centro mi mirada, no en este fracaso conocido sino en el que se esconde en los recovecos de la memoria, el que se ha olvidado, el que evidencia el absurdo de un existir sorbiendo los mocos de una catástrofe repetida e ignorada. Terrible es la cantidad de fracaso que ignoramos porque, bendita sea, la memoria trata de dejarlo de lado.
Yo he encontrado en el bosque un lugar discreto para encontrar, no la paz del beatus ille ni la jocosidad de las odas horacianas, sino el silencioso construirse de un hombre a partir de si mismo y ahora si tiro a la basura los restos de materiales que de poco me han de servir para afirmarme. Si es que es verdad que soy yo. He llegado al final de un tiempo y un objetivo en este blog y ahora no se como voy a seguir, si es que lo hago. Tal vez prolongue mis tiempos de silencio o pase a hablar del tiempo que corre y sus noticias, como yo lo veo, o de la historia como me parece que es. Yo que sé, algo habrá que hacer.

sábado, octubre 14, 2006

La mitad de las palabras

Puedo escribir con absoluta convicción que no creo que la vida sea, especialmente, un lugar cómodo para vivir. Confundimos a la vida con un enorme montón de cosas bien intencionadas que acumulan buenos sentimientos como si se tratara de algo connocido, asequible y cercano; es mentira: la vida es el transcurso de nuestro tiempo vital y nada más. Recuerdo que alguien me dijo una vez "me has destrozado la vida" y no supe que contestarle; sigo sin saberlo: no he envejecido tanto y han pasado más de treinta años. Por lo que se su vida sigue.
Creo que no sabemos lo que es la vida, filósofos aparte, como no sabemos lo que es la verdad, la mentira, la felicidad, el amor, el desengaño, el cansancio, y la muerte consentida o la muerte de repente. Para vivir conviene experimentar y para experimentar conviene tener una capacidad para el análisis, entendiendo como a tal el beneficio que produce la busca desapasionada, razón mediante, de una explicación ante los aconteceres. Abandonando el grupo, la posición estadística que nos corresponde, la ideología que nos ha sido asignada, no por azar sino por pura causalidad -siempre estamos donde debemos estar- pensar en nosotros es, pareciendo sencillo ya que nos vemos solos y singulares, dificil y peligroso, porque huimos de la verdad acusadora. Dejados de lado los conceptos básicos (vida, amor, felicidad, salud y confort) nos queda apenas nada sino la perplejidad. Empezar entonces es lo saludable.
Por muchos libros que leamos el espíritu científico se tambaleará frente al impulso ciego: la pasión, la rabia, el odio o el más vibrante deseo. Llevo meses postulando la necesidad de desaprender y deconstruir porque creo que cuanto hemos aprendido y construído, si nos ha sido dado, no vale gran cosa, aunque nos distraiga. No se a donde nos conduce la sutileza sobre el ser si lo que tenemos claro es la nada en cuanto alguien se sincera consigo mismo. Querría no tener literatura, que inevitablemente va unida al ansia de escribir, para poder sintetizar en una sola palabra un sentimiento generoso; aunque los demás no lo merezcan o yo así lo crea, y ¿quien soy yo para creer semejante soberbia?
Lo que no soporto de la gente (expresión de dificil traducción) es el primer plano, la cercanía bochornosa, las palabras comunes; lo que si me emociona de aquella es el sentimiento, la transcripción del dolor, del miedo, la congoja de la soledad. No hay palabras que puedan encerrar en términos eruditos una verdad tan desgarrada como el miedo a la muerte del ser querido, o la sorpresa repentina de la propia mediocridad. Solos y abandonados, ¿que nos queda? ¿Con que filosofía descubriré quien soy? Nadie, nacido hace tres mil años puede decirme cual es mi burbuja en la que me sostengo ingrávido; no hay ciencia capaz de describir la emoción de un ser desesperado enfrentado a su vida vacía, sin objetivo, sin posibilidad de triunfo. Terrible es la enorme cantidad de fracaso que nos concierne en esta aglomeración de conocimiento y nosotros, -¿quien?, ¿cual?- siempre podremos responder con la insignificancia. De aquí millones de años nos extinguiremos, no nosotros, ni nuestros descendientes, sino esta abstracción de la que hablamos tan a menudo que es la especea humana, y eso solo afectará a los últimos habitantes de la tierra. Todo problema es el del individuo. No hay más conflicto que el de cada uno.
Diré una verdad que pienso cierta, la única tal vez, no estoy seguro, pero me surge del pensamiento y por lo tanto existe. Cada vez que este individuo que creemos ser se pretende analizar al círculo alrededor, a lo concéntrico que cree poder clasificar, olvida un ejercicio de mínima humildad: es sobre si sobre quien debe investigar, sobre su propia desdicha y sobre su narcisismo. No existe conocimiento sin autocrítica, musitada en el silencio del estudio, a media luz. Conviene mirarse al espejo y decirse a uno mismo lo que se piensa del extraño individuo que nos mira desde el espejo.
Tal vez, de hacerlo, se llegue a descubrir que la mitad de las palabras sobran.

viernes, octubre 13, 2006

Noticias de última hora

Goyerri y su amiga la perrilla en el corazón del bosque.

Para mantenerme informado en el bosque necesito conectarme al exterior. No basta con bajar al pueblo y entrar en un bar a tomar un café con leche, por la mañana, o entrar a ver a algunos amigos en sus comercios. Hay que comprar el periódico y volver a casa con él. Si no se baja al pueblo basta con conectarse a internet y leerlo allí, conectar la televisión o poner la radio. Un paseo por el pueblo, la contemplación del bosque o del tiempo que hace, la visión de las nubes cerniéndose sobre Cabeza Líjar o el estado del jardín, no me informan de la actualidad que nos interesa a todos: lo que pasa en el mundo en círculos concéntricos, desde lo medianamente cercano a lo más lejano. Tengo la certeza de que nadie vive desinformado de esa actualidad, independientemente de que la absorva a través de noticiarios, debates o programas del corazón aunque dudo de que esa información sea exaustiva; no lo es, pero si continuada.
Cada día que pasa nos queda pendiente un problema por solucionar y despertamos expectantes por saber cual ha sido el derrotero tomado: incluso durante el día estamos pendiente, ¿como si no entender que además de leer uno o más periódicos, veamos y eschemos uno o más noticiarios en televisión al mediodía y por la noche? Lo cierto es que en lugar de encontrar el final de la noticia, nos encontramos con su continuadad o el relato repetido de los mismos hechos y los comentarios que a cada medio se le antojan evidentes.
De los sucesos del pueblo en que vivo, si es que suceden, uno se entera por comentario rumoroso, siempre de pasada, nunca abocado al escándalo. Cabría pensar que pase lo que pase en este lugar nunca será importante ni alterará la paz reinante, no solamente aquí sino en el resto del país o incluso del mundo. Puestos a sincerarnos, el unico comentario que aquí se repite cada día es el que se hace acerca del tiempo y que está perfectamente ensartado en una serie de reflexiones comunes: aquí el verano es muy fresco; aquí el invierno es muy largo; aquí nieva a menudo; aquí hace mucho frío; esto es muy bonito: cuantas combinaciones puedan hacerse de los escenarios anteriores es todo lo que hay para comentar.
Esta mañana hemos visto pasar la larga y lenta caravana de coches que desde Madrid se dirigen a pasar cuatro días en cualquier lugar, siempre mejor que en casa; ha durado horas, pero ya no es noticia de ningún interés, salvo que si queremos ir al pueblo en coche, mejor recorrer la senda del bosque, que aunque bacheada nos introduce directamente en el corazón de aquel en cuatro o cinco minutos. La carretera, mejor dejársela a los que están de paso. Esta caravana que veo pasar la veré al mediodía en televisión, pormenorizada por autonomías, carreteras, puertos de montaña y carreteras nacionales, autovías o autopistas. Añadiré el número de accidentes y el de muertos, la estadística referida a la misma fecha del año anterior, y el número de puntos que llevamos perdidos en esta perversa contabilidad del incivismo.
Yo siento escribirlo, pero creo que no hay noticias y debe procurarse que parezca que las haya. No voy a pedir que el encuentro de Goyerri en el bosque con su amiga la perrilla blanca y canela (ver la foto arriba) salga en primera plana, pero me da exactamente lo mismo que un perro muerda a una señora o a un señor a dos mil kilómetros de distancia; a cincuenta no, me parece una noticia local y merecerá mi interés, porque sería posible conocer a alguien involucrado en el hecho y eso le da interés al acontecimiento. Sin embargo algo nos obliga a sentarnos cerca del televisor al mediodía para escuchar lo que ha sucedido, el buen o mal fin de una noticia, la insospechada novedad de un acontecimientos sorpresivo. La verdad es que no suele suceder nada y sí que muchas cosas están sucediendo a la manera lenta y complicada en que suelen suceder todas las cuestiones que nos preocupan. Y de esa lentitud nos da cuenta el noticiario: la noticia es la falta de noticia final. A fuer de sinceros querríamos que las cosas pasaran de golpe sin arrastrarse en ese terrible desgaste de la novedad: hablo del Proceso de Paz tan castigado por unos y por otros, o de la probable bomba en Irán o del malvivir de la selección española de fútbol. Cuantos tienen razones para enmendar la plana a los acontecimientos saben bien que todos esos problemas tienen la fácil solución que ellos propugnan; no hablo por mi, que no es nada de eso lo que pienso, pero si por la generalidad de las personas con las que cambio impresiones, que además de comentar su desasosiego están siempre dispuestas a culpar a los otros de la falta de solución. No hay noticia pues del desenlace, pero si de los avatares que tan prolijas y complicadas cuestiónes plantean a los numerosos grupos que deben encontrar una solución que contente a todos para tener al fin la fiesta en paz.
Me he hecho el firme propósito, mientras esté en el prado, entre los árboles, de dejar a la actualidad reposar y asomarme solamente una vez al día a la tediosa sucesión de nada que nos envuelve. La única noticia que me interesa es que ayer vimos un corzo en el bosque y mañana vendrán unos amigos a vernos después de comer.

miércoles, octubre 11, 2006

Poder o no poder



Hace tiempo que quiero escribir una entrada sobre el poder pero siento una vaga crispación cuando pienso en ello. Aquí en el prado el poder es un elemento accesorio, supongo que incluso de una transparencia casi rayana en el desprecio. No se si me refiero al alcalde, o al teniente de alcalde, o a los números y suboficiales de la guardia civil, que son ahora encantadores y saludan al pasar por delante de casa en sus flamantes vehículos todo terreno; el sargento del puesto es una sargento y los números, salvo alguno que otro, son jovencísimos correctos y sonrientes. No, este no es el poder. Será aquí, porque debe de ser y estar, el poder de una autoridad lejana, una Junta autonómica que no se ve ni adivina salvo cuando se viaja a Segovia y ves en un edificio que se está remodelando destinado a una función administrativa. El poder se pirra por las construcciones y la obra pública, esto es así desde tiempos inmemoriales. No se trata tampoco del poder ideológico de la Iglesia, reconozco que en fiestas hubo una procesión y que también suena la campana los domingos para llamar a misa y que, lo digo con cierta nostalgia, no he visto nunca al sacerdote por la calle o cuando menos no lo he reconocido. Aquí, si hay poder es el de los constructores y los especuladores del suelo, pero no se quienes son. De la gente a la que conozco muchos se dedican a construir, comprar, vender chalés, apartamentos o bloques de pisos, pero he de reconocer que no parecen exactamente el poder ese que decide talar un bosque entero un sábado, en connivencia con el alcalde y la Junta Autonómica, porque la sentencia que lo impide, no llegará por correo hasta el lunes. Eso si es poder, me digo, y ha pasado aquí cerca: en un pueblo que se llama Las Navas del Marqués. Me entero que alcalde y Junta van a recurrir esa sentencia de la Audiencia porque lo que quieren es acabar con el pinar (por cierto que se repobló hace menos de treinta años y uno se pregunta ¿para qué repoblar si el destino va a ser el mismo que si no se hubiera hecho?) La gente del pueblo ha intentado parar la tala pero el alcalde quiere que siga, y entiendo que se juega los votos de sus vecinos, o tal ves se trata de unos pocos vecinos, pero el alcalde es poderoso, más que la Audiencia Autonómica y recurrirá porque no quiere el pinar sino los chalés, mil seiscientos con cuatro campos de golf. Tal vez duplique la actual población del pueblo madre, y eso da que pensar sobre el poder, porque la gente ya no sabe donde vive, o lo que es más exacto, donde va a vivir sin moverse de sitio; sobre eso solo tiene poder un alcalde y unos cuantos concejales.

El poder es algo cercano, común, asumible y fácil de aprender; lo sé y lo escribo porque lo he tenido y usado en escalas pequeñas, en dosis de cocina si se quiere. Cualquier ser humano tiene a su lado un porción de poder del que puede hacerse, apoderarse, como si de un caramelo se tratara. Es el pequeño poder que alivia el ánimo cuando uno descubre que corre el peligro de no ser nadie, de no ser reconocido. Yo lo descubrí un día en que, propietario de una pequeña compañía, dirigiéndola, con un número de entre 25 y 30 personas trabajando allí de manera regular, fuí a entrar en una sala en que un pequeño grupo estaban escuchando un chiste que alguien contaba y al percibirme se hizo el silencio. "Seguid, seguid, les dije, ¿cómo acaba?" No, no, sonrieron con la cabeza gacha, y se dispersaron como si se tratara de una manifestación no autorizada. Eres poderoso, digo, cuando no puedes asistir a las conversaciones de la gente que trabaja para ti, o cuando si estás en un grupo con ellos, masticas el silencio de todos esperando que seas tú quien marque el territorio de la conversación.

Se es poderoso cuando cuando se tiene el control sobre las cosas y el nombre de las mismas; cuando se tiene el hilo de la realidad y cuando nadie se levanta para irse de una reunión sin autorización. Cuando se consigue ese nivel de sonido alrededor tendente al silencio, el poder viene a habitar muy cerca y empieza a atormentar la eterna pregunta del afecto: ¿porqué no me quieren? ¿Porqué solo parece que me quieren? ¿Y porqué han de quererete? Es que soy bueno, dice el poderoso. ¿Y eso que importa? El poder, se quiera o no, insulta, escupe a la cara la indignidad de súbdito. No basta con ser bueno y parecerlo además, sino que lo mejor que se puede ser es sincero. Se es poderoso cuando se reta al otro a que diga la verdad sobre uno mismo, dime lo que piensas de mi, ¿que es lo que hago mal? y el otro calla o halaga. ¿Cómo no creer que es sincero? ¿No somos todos tan sinceros que dejamos el poder encima de la mesa? El poder es tan cercano que leí no hace mucho que un porcentaje terrible que no recuerdo, de seres normales y queridos, se comportaban y eran esquizofrénicos ligth y psicópatas caseros. Cuando se grita se tiene la razón, o cuando se golpea la mesa, ¿quien lo duda?

No escribo sobre el sutil poder del amor o del deseo, o el de la avaricia. Hablo sobre el poder cotidiano de la gente que nos rodea y trato de saber para que sirve, a que objeto satisface. ¿A la riqueza? Creo que no, la función principal del poder no es enriquecer a nadie, pienso yo, sino demostrarle que es alguien por encima de la media y de la norma. Este pequeño poderoso de andar por casa quiere levantar la cabeza y ver a todos los demás desde la perspectiva del peluquero, por encima de las cabezas; se lo ha merecido; lo ha ganado con el esfuerzo y la inteligencia, ha sido listo, hábil, sabio y piensa que podría llegar mucho más alto si la opoprtunidad se presentara. A veces pienso que todos, o casi todos porque, dejo fuera a los pusilánimes, podríamos ser Hitler o Mao o Stalin o Franco (siento debilidad por poner al general cerca de los otros tres) por poner ejemplos cercanos. Bastaría con la oportunidad y un poco de esfuerzo. No quiero insultar a nadie y quien me lea y crea conveniente hacerlo que se excluya, pero creo que pocas cosas son tan difíciles como negarse a poder, en el nombre de Dios o en bien de los demás.

martes, octubre 10, 2006

Luna y Primavera

La historia es sencillamente sencilla y sencillamente bella. Pertenece a Cantares de Ise, o en japonés al Ise Monogatari. Entre los tres grandes clásicos de la literayura japonesa, el Heike Monogatari, el Genji Monogatari y el Ise Monogatari, yo tengo a este último por el mejor de ellos a causa de su sencillez expositiva, brevedad y delicadeza.. Lo considero un libro de bolsillo y tengo por tales a los que lleva uno de un lado a otro cuando no sabe que libro escoger para que le acompañe. Yo tengo cinco o seis que cumplen a las mil maravillas esta función: son libros que se pueden abrir por donde se quiera y acometer una lectura que produciendo placer estimula el pensamiento y la comprensión (no siempre es fácil entender lo que se está leyendo) y ayuda a reducir el tiempo a un lugar solitario y personal.

Ise Monogatari, o puestos a ser más claros Cantares de Ise resulta una delicia que guarda en su interior el que se considera el zenit de la poesia nipona. Hay que tener en cuenta que este libro se escribió en el siglo IX de nuestra era y en la literatura que consideramos más nuestra no cabía hallar este cúmulo de delicadeza.

A veces, cuando subo por el bosque a las cumbres, lo meto en mi bolsillo; me basta con abrirle arriba, mientras descanso unos minutos y con ler una cualquiera de sus historias, en total unas ciento veinticinco. Historias son que no tienen más de veinte o treinta líneas y narran todas las múltiples aventuras amorosas de un personaje de la corte que a ser bello, bien situado y buen amante, habría que añadirle la virtud de la memoria y la de un gusto extraordinario en el estilo literario.

Leer esas breves líneas, casi siempre acompañadas de un poema, es suficiente para dejar que después, en la bajada, mientras se ven las cosas del bosque a nuestro alrededor, el pensamiento va desarrollando paisajes, textos y situaciones hasta llegar a comprender que lo que ha leído es la síntesis magistral de una historia de amor o desamor, de un deseo apasionado o del cansancio de un amante que envejece.

Los libros que se aprecían no lo son porque estén ordenados en un estante de la biblioteca, sino porque contienen un texto capaz de transformarnos de manera instantánea al tiempo, que habiéndonos sorprendido sigue actuando en nosotros por tiempo. Uno no es nunca el mismo que era antes de empezar a leer un texto; ni siquiera habiéndolo leído ya tiempo ha, y conociéndolo por tanto. Resulta que mudables como somos el libro no se acomoda nunca a las manos del mismo, sino que en su segundo o tercer encuentro, es otro el que lo sujeta y lee, y el que descubre un nuevo texto revelado en el aunque antes no había caído.

Al cabo de los años, creo que bastantes, he perdido todo respeto al libro como objeto de culto capaz de generar mitomanías. Un libro es un texto o un objeto decorativo, y en ocasiones ambas cosas, pero lo mejor para cada cual es saber que es lo que tiene en su poder y cual es el respeto que debe de guardar. Yo tengo varias primeras ediciones de descripciones de la construcción o simplemente de la fábrica y su contenido, del Monasterio deEl Escorial; me dió por ahí y tengo entre otros varios de los siglos XVII y XVIII, el que considero fundamental: la descripción del Monasterio del Padre Sigüenza. Ese y los que le acompañan son para mi objetos de culto, lo reconozco, pero no son los libros para leer, que de todos ellos tengo ediciones modernas o fascímiles, donde leer y ver láminas es más cómodo y seguro.

Cantares de Ise es un libro que tiene infinitas lecturas que son siempre la misma. De la misma manera en que un jardín de cerezos en flor no tiene una sola mirada sino muchas, en la misma estación y en diferentes, porque nunca será igual, nunca el mismo, igual que el río ejemplar del budismo en el que uno nunca se baña dos veces en el mismo.

La Historia Cuatro de Cantares de Ise, se llama Luna y Primavera y es la que contiene ese hermoso poema al que he hecho referencia antes. Es resumida la sieguente:

"Un cortesano corteja a una dama durante un tiempo pensando que era empresa imposible; pero consiguió verla a solas dos veces. Al cabo de un tiempo ella desapareció y aunque él conocía su paradero, no podía acercarse: el lugar donde ella se había retirado y su posición en Palacio impedían seguir con el cortejo.

Un año pasó sin verla, recordándola y llegado el mes de febrero, cuando se cumplía ese año de soledad, fué al lugar en que se habían visto y estado juntos. Miraba a su alrededor y todo era lo mismo, la hierba, la luna, el jardín, todo pero ella no estaba. Todo le parecía diferente y rompió a llorar y abrumado por el recuerdo escribió este poemita:

¿No es esa la luna?
Y la primavera
¿no es la de siempre?
¿Cómo es que yo solo
soy el mismo que era?
Y volvió a su casa llorando durante todo el camino."
Esta tarde, al volver a casa después de pasear una hora con Ana y Goyerri por el bosque al buen tun tun, ella me ha cogido del brazo y me ha dicho señalando a un punto de la espesura: "¡Mira! ¿Qué es?" El corzo corría frente a nosotros y se ha perdido entre los árboles, velos y ligero, nervioso; el primero que vemos este año, para Ana el primero de todos, pues hasta ahora no ha visto ninguno; yo llevo cinco ocasiones y doy fe de que cualquier rincón del bosque no vuelve a ser el mismo después de haber visto a un corzo cruzar veloz por él. Y, sin otra razón que el capricho neuronal, me he acordado de Cantares de Ise y me he dicho que dedicaría el blog de hoy a esta historia de la tristeza del amante desamado.

domingo, octubre 08, 2006

Del decir y el entender.

Hace años comía con unos conocidos en Santiago de Compostela: me habían llevado a degustar, de manera especial, lamprea en su sangre y no me gustó: me pareció un plato salvaje, agresivo de aspecto y de sabor, con un toque bárbaro que me hacía pensar en Valle Inclán, sin razón alguna, pura elección de los derroteros del pensamiento. Habíamos estado trabajando toda la mañana los dos grupos, los que llegábamos desde Madrid y los que residían y trabajaban allí. En la sobremesa uno de los nuestros empezó a desgranar preguntas sobre viejos conocidos que no estaban en aquella mesa.
- Oye, le preguntó al anfitrión. ¿Y Moura?
- Marchó . contestó el otro categórico mientras le escanciaban el orujo en la copa de balón.
- ¿Marchó? - pidió aclaración quien había preguntado.
- Marchó a Coruña por estar cerca del hijo, que ya casose.
- Ah - rebuscó el inquiriente por otro nombre - ¿Y Gerardo?
Miraba el orujo y a través de él a un lugar indeterminado del techo
- Marchose.
- ¿A Coruña?
- No, este murió.
Siguieron las preguntas y yo me quedé con el reflexivo diferenciador de la vida o la muerte. Me dijo que estaba ante un comentario típico de gallegos: laconismo y sentido. Indefinido: viaje al futuro. Reflexivo: muerto. No había más que añadir y decir salvo el asombro que te causa el lenguaje cuando no es el tuyo. Me acordé entonces de otra ocasión, en la que, hablando por teléfono dsede Madrid a Villagarcía con un amigo al que iba a ver horas después, le pregunté:
- Oye, ¿y que tiempo hace ahí?
Y lacónico me contestó.
- ¿Y que le vamos a hacer?
Yo, por si acaso añadir al equipaje prendas de abrigo.
El lenguaje es la puerta de entrada a las personas, la bandera de señales, el sonido conocido de la comunicación o de la incomunicación, que pueden ser ambas cosas a la par o una después de otra. Conozco a quien se chifla por oir una voz humana aunque no entienda lo que dice: cosas del aislamiento, probablemente, o de la soledad que no es estar aislado sino estar solamente entre la gente. Por Madrid y en coloquial se dice "solateras" y así es, así lo entiende todo el mundo. "Está solateras" y hay para compadecerse del triste solitario que no encuentra a quien llevarse a la vista y a la palabra.
Más habitual que "ir a Coruña a estar cerca del hijo, que ya se casó" es morirse. Es cierto que el acto de morir incide solamente en uno, no trasciende más que del hecho de ser al de no ser. El "se" final de corresponde como anillo al dedo, "morir a sí mismo, a sí o se" para cancelar la noticia de su vida, pero cabe mejor aplicarle el eufemismo dinámico de la marcha, marchose, se marchó, por decisión propia o por lo menos por acto propio, que nadie puede hacer por él. Podría decirse "lo marcharon" y eso sería la acusación inequívoca de una muerte violenta, que no fué el caso.
El lenguaje es el arte de la incomunicación y a veces se entiende. Si se escribe para los demás, o se habla para ellos, se les pone difícil porque escribimos o hablamos desde nuestra propia mesura o desmesura, y es más habitual esta última que la primera. Me suele suceder recibir comentarios a lo que digo o escribo que no toman mis palabras por lo contrario a lo expuesto, sino por caminos radicalmente diferentes. Hablo de soberbios y me devuelven héroes, por poner un ejemplo. Vuelvo a reflexionar sobre mis palabras y nada en ellas me lleva a lo entendido, pero debo aceptar que es así, que no digo bien lo que quiero pero si digo bien lo que entienden. Me gusta la ver la cara de quien comprendiéndome no se acerca en nada a mi intención y me la devuelve cambiada y afirma entusiasta mi razón. No le digo nada, me averguenzo, no le considero un tonto, lo soy yo, ¿porque no escoger otras palabras? ¿Quien y que se esconde detrás de mi lenguaje? ¿Un pedante? ¿Un inútil? ¿Cómo puedo desperdiciar las pocas ideas que tengo explicándolas mal?
No conozco todas las palabras, y de las que conozco, no todos los significados. Se de pocas personas que hablen con propiedad y en una línea de sencillez expositiva que permita saber, - si, es de saber de lo que se trata - lo que me han dicho para poder confiar en mi respuesta. Cabe naturalmente decir "bueno, ya se sabe..." como salida estúpida, la cara acompaña a la expresión, que no quepa la menor duda, antes de decir francamente "no he conseguido entender lo que has dicho". Si aquel que me escucha no me entiende, pero afirma rotundo que admira mi sabiduría, será que entiende que la sabiduría es algo que no debe entenderse a la par que se escucha, o será que no escucha atropellado por demasiado conocimiento que no desea, o simplemente que se sale de rondón del tema, desinteresado por el tema y por la ocasión. Será cualquier cosa, aunque yo pienso que seré yo que no hablo claro.
El otro día me encontré a J... en el bosque viniendo él del pueblo y yendo yo. Tiene noventa años, paso calmo, acentuado Parkinson, bastón en la mano, gorra sobre los ojos que se han convertido en dos ranuras por los que mira y ve. Nos vemos cada día por ahí y me asombra su vivir cotidiano, siempre caminando, de la casa suya a la del hijo, al pueblo, por el prado, en la linde del bosque, siempre deambulando. Tiene también un cancer de próstata, me dijo su hijo. Camina derecho, recto, soportando la degradación temblorosa con templanza y buen humor.
- ¿De donde viene? - le pregunté.
- Del bar - me contestó añadiendo enseguida - He estado un rato para ver jugar a las cartas.
- ¿Y usted no juega?
- No, yo ya no juego.
- ¿No le gusta?
- Mucho, he jugado mucho y me gusta mucho.
- ¿Y entonces?
- No puedo - alzó su mano de Parkinson a la altura de mis ojos- Con este Parkinson se me ven las cartas.
Siempre hay una explicación final en un diálogo, que cierra el tema y que facilita incluso el escribirlo. En un diálogo entre dos debe saberse desde donde se viene, con qué a cuestas, y hasta donde se va a llegar. Lo contrario es divagar entre quienes no escuchan sino a si mismos, que es ocupación agradable, de eso no cabe duda, pero inútil. Quien se escucha a si mismo ya conoce la canción y por mucho repetirla no la hará mejor; esto me lo decía un maestro de mi infancia que ya habrá muerto, hace años. Marchose, ya se sabe.

viernes, octubre 06, 2006

La sombra de la duda

Cuando subo las gradas de la Basílica de Ara Coeli, en Roma, me embarga siempre la religiosidad; tengo la certeza de que solamente se trata de un símbolo, bello en todos los sentidos, inhabitado sino fuera porque en él se refugían las esperanzas de los hombres. No tengo duda de ello y el contenido me sugiere, salvo en cuestiones de arte o de historia, menos, mucho menos que el continente. Tienen las basílicas romanas una carga de luz que las dignifica, a diferencia de los templos en España, que son oscuros por dentro, para que resalte el adorno; la luz romana lo llena todo desde ese piso alto de ventanas, que es una solución arquitectónica de la vieja República. En una basílica de estas a las que me refiero, cuando se apaga la luz exterior es tiempo de salir a la calle y volver a cualquier lugar del mundo moderno en que se habita.
Vuelvo a mi subida por las gradas, espectaculares, que alcanzan el mismo nivel, parejo y unido de la colina del Capitolio; al lado de los museos está la Basílica y mirando hacia abajo, en dirección contraria al Foro, la vista alcanza al Teatro de Marcelo y a la calle en curva, majestuosa que dejando a un lado el Pórtico de Octavia baja hacia el Foro Boario. Uno conoce Roma y ahí, recuerda, se le convirtieron innumerables dudas en certezas, que es el camino de la duda cuando aspira a dejar serlo y no trata de convertirse en algo tan irreal como es la verdad, que necesita de una mentira para revelarse. La mentira es cosa de los hombres: la verdad (se dice) un estado del alma, pero aunque me gusta la expresión y la encuentro afortunada, debo tratar de dilucidar si es alma eso en lo que yo creo y además si es lo mismo a que se refiere quien se expresa de tan rotunda y poética manera.
Creer, lo que se dice creer, creo en la duda y la certeza y cuando esgrimo la verdad me refiero a actos, a hechos. Es verdad que quiero a mis hijos desde la más profunda esencia que se pueda encontrar en mi encarnandura y aquí, la irrealidad se transforma: no hay duda, la certeza es verdad aunque alguien siempre podría decir que entra dentro del relativismo en que todo lo que es puede dejar de ser. Los jóvenes son muy aficionados a lo relativo y a lo subjetivo, porque todavía no saben tanto como se puede saber, aunque siempre sea poco, y así se defienden. Los jóvenes que piensan y los viejos que se niegan a pensar coinciden en que todo es relativo y subjetivo porque ambos enmascaran su ignorancia: los primeros por que todavía no han tenido tiempo de cultivar sus certidumbres y hacen uso de las de los demás; los segundos porque nunca han cultivado nada y así seguirán hasta la única verdad que les asusta.
La verdad no existe, solo hay hechos o enunciados verdaderos, entresaqué la frase de un libro y olvidé anotar la fuente. Pero ¿cómo saber si el hecho es verdadero? ¿Cómo averiguar si el enunciado lo es asimismo? La duda es la palabra que soluciona el problema. Dudamos de la verdad que pueda contener una afirmación, pues dudemos; por clara y evidente que sea, dudemos. Yo dudo de mi religiosidad, que no sé con exactitud lo que es, cuando asciendo por las gradas de Santa María Ara Coeli, acompañado por Ana y creo ascender hacia un éxtasis de felicidad que no puedo describir porque desde lo alto, aún antes de entrar, podré ver, cercano al cielo, a mi amada ciudad a la que adopto como mía, (eso es verdad: amo a Roma) y creo encontrar en mi emociones todo lo que me place. Dudo de mi religiosidad, pero lo es, aunque no tiene que ver con Dios: si con la base de cultura cristiana y humanística, lo segundo es consecuencia de lo primero. Insisto en que el cristianismo es una ideología que siembre certezas en las realidades concretas del hombre y dudas en la parte esencial de la divinidad. Se puede trener la certeza de Dios, pero no afirmar que es verdad que Dios sea. Yo dudo de mi religiosidad hasta que la acepto como emoción profunda que trata de salir de mi cual pulsión incontrolable. Así por esa proceso de reflexión y algunos otros, a nivel de ejemplo, puedo decir que he cambiado de parecer y ya no dudo, mi religiosidad es cierta y al denominarla y situarla en un escenario adecuada me atrevo a decir que verdadera: juez de mi mismo soy y esto es peligroso, pero en cualquier caso mientras aliente un pensamiento racional y busque un orden lógico, creeré que es verdad aquello que tengo por cierto, pero no lo afirmaré como verdad irrefutable, verdad absoluta, Verdad a fin de cuentas.
Alcanzo la verdad, pequeña y cotidiana, cuando cerca de la basílica, en "Est, est, Est" ceno un bacalao frito. Filosofar gratuita y escasamente, como emocionarse y deambular por ahí, abren el apetito y hasta la sed. Son hechos y el bacalao es un hecho de pequeño calado y corto recorrido. La duda hiperbólica, descomunal, artificialmente hinchada para provocar el ejercicio del pensar, de Descartes, es un buen punto de partida: cabe dudar de todo si abre el camino a alcanzar la certeza. Al "pienso, luego existo" del filósofo, creo yo que antecedería en su busca intelectual un modesto "dudo, luego pienso". Conozco personas que convierten la duda en negación y se les agría el caracter; un buen amigo mío, cuando le saludas bajo un sol radiante con un pletórico "buenos días" te contesta "pero estuvo a punto de llover".
Naturalmente no puedo evadir la expresión feliz de "la verdad es un estado del alma". Pero de ¿que alma? ¿Que alma puede contener la verdad o lo que es más inquietante, cambiar de estado hasta alcanzarla? Reconozco que no creo en el alma inmortal, ni en el espíritu, ni en la reencarnanción, ni en la energía permanente, ni en la vida, ni en el reino de los cielos, ni en gozar de la visión de dios (claro está que del infierno ya ni hablemos, que bastante es este que tenemos: lo dijo Sartre) ni en tantas otras cosas en las que sí cree gente inteligente, emocionalmente equilibrada, de pensamiento racional y lógico. No considero que creer en el alma o en dios o en la vida eterna sea un acto de estupidez, o de ingenuidad, o de ignorancia; nadie está obligado al pensamiento científico, el que por cierto carece todavía de innumerables respuestas aunque en su favor hay que decir que no emite verdades sin probar, y que me perdonen los que son creyentes en algo esta breve puntilla. Tengo la certeza de que nada de eso existe y alcanzo en ella un nivel de absoluto: son mi verdad y a diferencia de otros, mi padre que ya murió, por ejemplo, no van transfiriendo su descreimiento al altar convertido en necesidad ciega de fe, a medida que ven que los años se le escapan y quieren compensar los perdidos con vida eterna.
Pero no creo en el alma eterna, volátil, espíritu o lengua de fuego, sino como un aglomerado de inteligencia racional, deductiva, lógica, emociones, experiencias y que se yo cuantas conciencias o inconciencias puedan sumarse ahí, incluyendo la psique. Imagino a ese alma, que no soy yo quien le da ese nombre, como una de esas aglomeraciones de pequeñas bolitas de colores diferentes que a modo de moléculas, virtuales totalmente, se mueven en un espacio que no sentimos físico pero que surje dentro de nuestra identidad, cada vez más pujante y poderosa. A la manera de Lucrecio la veo evaporarse, o en mi caso, dispersarse y diluirse en un espacio que ya no nos pertenece, cada bolita por su lado, apagándose con cierta dulzura, hacia la nada eterna. Y en ese alma que he dibujado mejor que descrito, si creo que se incorpora la verdad como un estado de la misma cuando una certeza se hace lo bastante poderosa como para llegar al absoluto.

jueves, octubre 05, 2006

De la inexistencia de la verdad o de la mentira de tal afirmación.

La verdad no se encuentra en los libros ni en los surcos del campo, ni en una caricia, ni en la mirada franca de quien nos quiere, ni en la tradición contada: la verdad no es hasta que está la mentira, porque hasta que esta llega no se hace evidente. El día sin la noche sería lo absoluto; eso sería la verdad sin la mentira. ¿Nos preguntaríamos por la naturaleza de la vida si no existiera su final: la muerte? Ser espectadores de la muerte y de la mentira nos convierte en sabios porque dan que pensar; pero la verdad no está tampoco en los pensamientos. Si he dicho que no existe he sido demasiado rotundo: debería haber dicho que no se manifiesta, pero no manifestarse es como no existir porque no se goza de sus beneficios, que es sabernos en su posesión. Ka verdad no se revela porque no está oculta, se manifiesta como reflejo contrario, espejo de la mentira. Es su otra cara de lo que podríamos deducir que ambas son de la misma naturaleza, la misma cosa, dos caras de lo mismo, en conjunto la sutileza de la ambiguedad.
Se trata de un especie de tesoro, apropiada por todos. Y si no se manifiesta, quien determina a la mentira: ¿la buena voluntad de los seres humanos? ¿Existe? La buena voluntad es un acto de fe en uno mismo, y otra vez la pregunta: ¿la tenemos? No debemos dejar de lado, acer en el olvido, que junto a la mentira está la verdad que no es la realidad; esta no necesita de su reflejo contrario para ser vista y comprendida: es al explicarla cuando la mentira nos ofrece de nuevo la verdad. Si es de día y digo es de día no hay nada que objetar, pero si lo que afirmo rotundamente es "es de noche" manifiesto una falsedad, manifiesto una mentira y la verdad, que es el sentido contrario dentro del pensamiento se manifiesta y es.
Aquí en el bosque se diría que deberíamos conocer la verdad, porque siendo pocos y no metiéndose nadie en la vida de los demás, esto debería resultar una Arcadia feliz. Pero la mentira puede convivir en la Arcadia feliz, en el seno de los hogares de los hombres. ¿Porque no? Se puede vivir plagado de mentiras y ser feliz; de grandes mentiras en torno a los hechos relevantes en los que se debe creer, ya se sabe que me refiero a todo ese cúmulo de verdades absolutas que nos han sido dadas y que resultan mentiras a poco que se alcance a verlas desde el prisma de la otra mentira, que sería la verdad. Hablo de Dios, de la paz, del amor, de la convivencia, de la naturaleza privilegiada del hombre, del alma, de la esencia, de la fe; hablo de cosas que todos comprendemos y sabemos, pero también saber es una palabra irreal, porque si sabemos algo que no es sino mentira (o preferiría algún lector que dijera inexactitud) no sabemos nada acerca de ello. O somos ignorantes o mentirosos. Deseamos a Dios para sentirnos confortados o ¿existe realemente? No escribo por mi, que sé, una vez más el vértigo de saber sin la menor prueba, que es un ser inexistente y este conncepto de dos palabras, "ser inexistente" me abruma por su horrorosa ambiguedad. ¿Que fué antes? ¿La inexistencia o el ser? ¿O ambas cosas a un tiempo? Un señor en la sombra, un velo en el pensamiento, una ráfaga de luz en la oscuridad. Dijimos "alehop" y nos quedamos sin Dios en el que nunca habíamos creído algunos o muchos. Primero fueron los dioses los que dejaron los templos vacíos y luego el otro dios patriarcal, señor de tribus y rebaños del desierto que señalizó la entrada para la tierra prometida al pueblo de Israel como se señaliza hoy la compra y posesión de un terreno en el campo.

Tengo que volver a la verdad, pero después de dos párrafos me pregunto si es conveniente, o si tengo algo más que añadir. No hablo de verdad sino de verdades, eso está mejor. Y añado a Dios: el amor. Pero no es una verdad de un absoluto y espiritual valor sino una pulsión necesaria para la procreación y perpetuación de la especie. Así han llegado los hijos del amor y los hijos del pecado a figurar en las líneas de la literatura y en las comidillas de los demás. Yo que no soy hijo del pecado, entiéndase, desearía serlo para comprender lo que es ser hijo del amor realizado un, pongamos por caso, sábado por la noche, acto antecesor a la felicidad del domingo inhábil, día del señor de su casa que surje destrozado por una semana de luro laborar en la viña del otro. El otro amor es el necesario para poseer a la otra persona, para hacerla de uno, para alcanzar la meta de la entrega total, de la sumisión absoluta, para vampirizar y construir la propia creencia en uno mismo con la energía entregada del otro. Lo demás es sexo de andar por ahí, y está bien jugar a ello, pero es intrascendente. La pasión amorosa solo es verdad cuando es mentira porque algo se le opone, empezando por el otro, el ser amado apasionadamente, y continuando por los acontecimientos que marcan los imposibles: el otro no es libre, deberá mentir; yo no soy libre, deberé mentir; tenemos diferentes conceptos de la vida, no es verdad, nos mentimos, los dos de consuno. Nada sabe mejor que el amor apasionado en circunstancias adversas. La verdad es mentira. Por eso triunfan los mitos del vampiro desde antes incluso de que Bram Stocker nos diera una obra maestra de la novela gótica. Todos somos vampiros y ahí nos reconocemos. Ningún placer para, aspirando la vida, sentirno del todo señores del universo. Pero ese amor imposible, apasionado, romántico, es mentira también: primero alienta, luego construímos un muro inexpugnable y lo vencemos, caemos en brazos el uno del otro y culmina la tragedia con el desasosiego y abandono del amado o la amada. Muerta la pasión no queda nada.

Para mentener el orden necesitamos que la mentira sea verdad. Basta afirmar repetidas veces un hecho incierto, no voy a llamarlo todavía mentira, en el terreno político pongamos por caso, y basta que nuestros seguidores lo crean y lo afirmen con fe. Observemos el hecho atentamente, la transferencia de lo incierto, sabiendo que se miente, a los que lo aceptan como verdad y lo repiten: ignoran que es mentira, ahora ya si debemos llamarlo mentira porque se ha enseñoreado de las conciencias a traición de la incertidumbre. Debería llamarse blanquear la mentira de la misma manera que se llama blanquear a convertir el dinero ganado ilegalmente en legítimo valor de propiedad y riqueza. O a la inversa: gente hubo y yo me cuento entre ellas, que creyó que una mentira lo era hasta que los tribunales de justicia le dijeron que era verdad y en el ánimo se me quedó una congoja que ha secado mi fe en los hombres que quieren hacer de la política su obra de caridad para con los demás. Llegado el momento en que verdad y mentira son la misma cosa, lo incierto ha dejado de serlo y todos, desconcertados, o mejor, concertados cada cual en lo suyo que es solamente un acto de fe, enarbolan su griterío en medio de la sordera general.

He hablado por hablar, sin otra intención que el puro capricho, de la verdad y dios, de la verdad y el amor y de la verdad y los políticos. Y descubro que no me queda nada que sea valorable. ¿Que queda que sea relevante y justifique una buena mentira que ilumine la verdad como ente lejano? A veces la entrevemos en el corazón del bosque o en las llamas que arden en el hogar como decoración y acompañamiento, que la calefacción de la casa es buena, o en un poema que venimos a leer hojeando libros en ese momento en que no nos dicen nada. Pero no sabemos que verdad es o en s búsqueda, palabra por palabra, nos remite a dios, al amor y a la política. Cabe, si todo es eso, optar por la ignorancia. La verdad es que ser ignorante, en el término del conocimiento, es un apacible pasar. Basta con cinco principios, que tienen dos mil quinientos años, que es mucho.

"No temer a los dioses si es que existen: ningún mal nos ha de venir de ellos"
"No temer a la muerte: cuando ella está uno no está, y cuando uno está ella no está"
"Combatir el sufrimiento: la felicidad reside solamente en la ausencia de aquel"
"Cultivar la amistad y mantener a los amigos"
"No intervenir en asuntos públicos en los cuales nuestra presencia no conllevará ninguna solución"

Claro que esto bien podría ser incierto. ¿Cómo saberlo?