Puedo escribir con absoluta convicción que no creo que la vida sea, especialmente, un lugar cómodo para vivir. Confundimos a la vida con un enorme montón de cosas bien intencionadas que acumulan buenos sentimientos como si se tratara de algo connocido, asequible y cercano; es mentira: la vida es el transcurso de nuestro tiempo vital y nada más. Recuerdo que alguien me dijo una vez "me has destrozado la vida" y no supe que contestarle; sigo sin saberlo: no he envejecido tanto y han pasado más de treinta años. Por lo que se su vida sigue.
Creo que no sabemos lo que es la vida, filósofos aparte, como no sabemos lo que es la verdad, la mentira, la felicidad, el amor, el desengaño, el cansancio, y la muerte consentida o la muerte de repente. Para vivir conviene experimentar y para experimentar conviene tener una capacidad para el análisis, entendiendo como a tal el beneficio que produce la busca desapasionada, razón mediante, de una explicación ante los aconteceres. Abandonando el grupo, la posición estadística que nos corresponde, la ideología que nos ha sido asignada, no por azar sino por pura causalidad -siempre estamos donde debemos estar- pensar en nosotros es, pareciendo sencillo ya que nos vemos solos y singulares, dificil y peligroso, porque huimos de la verdad acusadora. Dejados de lado los conceptos básicos (vida, amor, felicidad, salud y confort) nos queda apenas nada sino la perplejidad. Empezar entonces es lo saludable.
Por muchos libros que leamos el espíritu científico se tambaleará frente al impulso ciego: la pasión, la rabia, el odio o el más vibrante deseo. Llevo meses postulando la necesidad de desaprender y deconstruir porque creo que cuanto hemos aprendido y construído, si nos ha sido dado, no vale gran cosa, aunque nos distraiga. No se a donde nos conduce la sutileza sobre el ser si lo que tenemos claro es la nada en cuanto alguien se sincera consigo mismo. Querría no tener literatura, que inevitablemente va unida al ansia de escribir, para poder sintetizar en una sola palabra un sentimiento generoso; aunque los demás no lo merezcan o yo así lo crea, y ¿quien soy yo para creer semejante soberbia?
Lo que no soporto de la gente (expresión de dificil traducción) es el primer plano, la cercanía bochornosa, las palabras comunes; lo que si me emociona de aquella es el sentimiento, la transcripción del dolor, del miedo, la congoja de la soledad. No hay palabras que puedan encerrar en términos eruditos una verdad tan desgarrada como el miedo a la muerte del ser querido, o la sorpresa repentina de la propia mediocridad. Solos y abandonados, ¿que nos queda? ¿Con que filosofía descubriré quien soy? Nadie, nacido hace tres mil años puede decirme cual es mi burbuja en la que me sostengo ingrávido; no hay ciencia capaz de describir la emoción de un ser desesperado enfrentado a su vida vacía, sin objetivo, sin posibilidad de triunfo. Terrible es la enorme cantidad de fracaso que nos concierne en esta aglomeración de conocimiento y nosotros, -¿quien?, ¿cual?- siempre podremos responder con la insignificancia. De aquí millones de años nos extinguiremos, no nosotros, ni nuestros descendientes, sino esta abstracción de la que hablamos tan a menudo que es la especea humana, y eso solo afectará a los últimos habitantes de la tierra. Todo problema es el del individuo. No hay más conflicto que el de cada uno.
Diré una verdad que pienso cierta, la única tal vez, no estoy seguro, pero me surge del pensamiento y por lo tanto existe. Cada vez que este individuo que creemos ser se pretende analizar al círculo alrededor, a lo concéntrico que cree poder clasificar, olvida un ejercicio de mínima humildad: es sobre si sobre quien debe investigar, sobre su propia desdicha y sobre su narcisismo. No existe conocimiento sin autocrítica, musitada en el silencio del estudio, a media luz. Conviene mirarse al espejo y decirse a uno mismo lo que se piensa del extraño individuo que nos mira desde el espejo.
Tal vez, de hacerlo, se llegue a descubrir que la mitad de las palabras sobran.
Creo que no sabemos lo que es la vida, filósofos aparte, como no sabemos lo que es la verdad, la mentira, la felicidad, el amor, el desengaño, el cansancio, y la muerte consentida o la muerte de repente. Para vivir conviene experimentar y para experimentar conviene tener una capacidad para el análisis, entendiendo como a tal el beneficio que produce la busca desapasionada, razón mediante, de una explicación ante los aconteceres. Abandonando el grupo, la posición estadística que nos corresponde, la ideología que nos ha sido asignada, no por azar sino por pura causalidad -siempre estamos donde debemos estar- pensar en nosotros es, pareciendo sencillo ya que nos vemos solos y singulares, dificil y peligroso, porque huimos de la verdad acusadora. Dejados de lado los conceptos básicos (vida, amor, felicidad, salud y confort) nos queda apenas nada sino la perplejidad. Empezar entonces es lo saludable.
Por muchos libros que leamos el espíritu científico se tambaleará frente al impulso ciego: la pasión, la rabia, el odio o el más vibrante deseo. Llevo meses postulando la necesidad de desaprender y deconstruir porque creo que cuanto hemos aprendido y construído, si nos ha sido dado, no vale gran cosa, aunque nos distraiga. No se a donde nos conduce la sutileza sobre el ser si lo que tenemos claro es la nada en cuanto alguien se sincera consigo mismo. Querría no tener literatura, que inevitablemente va unida al ansia de escribir, para poder sintetizar en una sola palabra un sentimiento generoso; aunque los demás no lo merezcan o yo así lo crea, y ¿quien soy yo para creer semejante soberbia?
Lo que no soporto de la gente (expresión de dificil traducción) es el primer plano, la cercanía bochornosa, las palabras comunes; lo que si me emociona de aquella es el sentimiento, la transcripción del dolor, del miedo, la congoja de la soledad. No hay palabras que puedan encerrar en términos eruditos una verdad tan desgarrada como el miedo a la muerte del ser querido, o la sorpresa repentina de la propia mediocridad. Solos y abandonados, ¿que nos queda? ¿Con que filosofía descubriré quien soy? Nadie, nacido hace tres mil años puede decirme cual es mi burbuja en la que me sostengo ingrávido; no hay ciencia capaz de describir la emoción de un ser desesperado enfrentado a su vida vacía, sin objetivo, sin posibilidad de triunfo. Terrible es la enorme cantidad de fracaso que nos concierne en esta aglomeración de conocimiento y nosotros, -¿quien?, ¿cual?- siempre podremos responder con la insignificancia. De aquí millones de años nos extinguiremos, no nosotros, ni nuestros descendientes, sino esta abstracción de la que hablamos tan a menudo que es la especea humana, y eso solo afectará a los últimos habitantes de la tierra. Todo problema es el del individuo. No hay más conflicto que el de cada uno.
Diré una verdad que pienso cierta, la única tal vez, no estoy seguro, pero me surge del pensamiento y por lo tanto existe. Cada vez que este individuo que creemos ser se pretende analizar al círculo alrededor, a lo concéntrico que cree poder clasificar, olvida un ejercicio de mínima humildad: es sobre si sobre quien debe investigar, sobre su propia desdicha y sobre su narcisismo. No existe conocimiento sin autocrítica, musitada en el silencio del estudio, a media luz. Conviene mirarse al espejo y decirse a uno mismo lo que se piensa del extraño individuo que nos mira desde el espejo.
Tal vez, de hacerlo, se llegue a descubrir que la mitad de las palabras sobran.
¿Melancólico?
ResponderEliminarAlgo en el texto rezuma un aroma desacostumbrado. Me parece.
Dices, y me pones un anzuelo tentador: "Creo que no sabemos lo que es la vida, filósofos aparte".
¿Aparte de qué? El problema es que "la" vida es algo muy etéreo. En cada uno de nuestros casos es "mi" vida lo relevante. Y esa no puede definirse acudiendo a los viejos recursos de género y especie (ya sabes "aninal raciona" y cosas así), porque la vida de cada uno no es un subconjunto de un género más amplio. La vida de cada uno es todo el universo.
Fue un filósofo de origen español, Santayanma, quien dejó escrito que la vida no está hecha para ser comprendida, sino para vivirse.
¿Melancólico? No creo
ResponderEliminarEsta tarde he estado soportando a uno de esos que yo llamo filósofos de cocina hablando sin parar acerca de las lecciones quer nos da la vida.
Mientras él hablaba yo he empezado a pensar (por aliviar mi desagrado frente al discurso moral) que "la vida" no es nada en un sentido genérico, ni siquiera es un concepto que pueda caractaerizar nada más que vaguedades comunes.
No he intentado ponerte un anzuelo tentador, pero tenía que haber reparado en que lo tomarías al vuelo. Vuelvo atrás, me refiero, coloquialmente al filósofo parlanchín, o al que filosofa parloteando.
Santayana está en mi pensamiento
Y guardo esa frase magnífica que creo que resume lo que he escrito: "La vida de cada uno es todo el universo". La hago mía.
Sintetizo: no existe un magisterio de "la vida" sino un aprender a partir de el tiempo vital de cada uno con su acontecer.
Y matizo ¿aprender?
ResponderEliminarEl texto que acabo de leer también me ha parecido, como a Luri, algo melancólico, pero luego tú dices que no, y lo creo. Lo he leído con mucho gusto, y una cree saber de qué hablas y admira que tengas tanta capacidad para tocar temas que parecen intocables por lo complicado y dificultoso ya no sólo de explicarlo como uno lo piensa sino porque primeramente hay que lograr pensarlo.
ResponderEliminarPor cierto, la frase de Santayanma, me ha recordado una anécdota muy conocida de Picasso: en una ocasión una dama que mirando sus cuadros, (en su estudio o en una exposición,) se le acercó y le dijo: me gustan mucho sus cuadros, lo que pasa es que no los entiendo. Entonces Picasso le preguntó: Señora, a usted le gustan las gambas?, y ella contestó: !Me encantan!, a lo que Picasso respondió: ¿Y las entiende?
(Bueno, sobra decir que seguro que esta anécdota no sucedió exactamente así: pero eso son ya problemas de "la traducción")
Pero creo que la anécdota de Picaso evidencia muchas cosas de este texto.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de melancólico me gustaria matizar que no, pero tal vez algo cabreado, proque el tipo que me dió la tarde me iba sacando de quicio. Fué un monólogo en mi casa entre un grupo de amigos, y la gente se iba yendo a dar una vuelta al jardín, a la cocina, a la biblioteca, todos menos yo que era el anfitrión. Así que al acabar la conversación corrí al bhlog y descargué mi opinión contra esa filosofía casera hecha de frases hechas, que no conduce a nada.
Lo leo con placer.
ResponderEliminarQue decirle más que concordancias
Difícil el arte de mirarse a solas, tanto como encontrar lo molesto en el otro que sobra en uno, como esas palabras que UD. dice.
Creo que uno se expande en todos sentidos para después contraerse ( sintetizarse o simplificarse?)
A veces las palabras que sobran afuera, son las que estaban demás dentro. Si es que escribir es una forma de descargo terapéutico y análisis. Y que sea leído por otros ya es otro tema.(que tendrá que ver con los “para que”)
Me recuerdo ahora a Tom Peters uno de los autores utilizados por mi profesor de filosofía, (A. Rozitchner) que dice que un buen Currículum Vital tendría que tener una buena serie de fracasos, porque quien no fracasa no se arriesga, y tener unos buenos fracasos rotundos indica los riesgos que uno es capaz de tomar. Y como dice él “La vida no es mala o buena, es propia, es un quilombo y eso también es naturaleza”
Creo que la filosofía sirve, si uno se incluye en ella, y solo para ver la paja en el ojo ajeno.
Le dejo Saludos.
Marcela
Mar: tu profe, como tu Abu, son personas que saben de que hablan, es un privilegio recordar sus frases. Si, ciertamente sería estupendo que a la hora de tomar un trabajo, alguien te preguntara: bueno, y usted ¿en que ha fracasado?
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