lunes, octubre 30, 2006

Domingo: el espejo retrovisor y el rabo de toro.

La lluvia que ha caído en las últimas semanas, torrencial y continua, le ha devuelto la vida al bosque justo cuando al final del verano parecía perderla; esto no cierto ya que para que un bosque muerra es necesario mucho más que una sequía de meses, pero la licencia es literaria y en realidad escribir parecía es un acomodo a la realidad: lo parecía. Ahora han empezado a aflorar las fuentes y los regatos bajan con energía, Aguas Vertientes empieza a hacer honos a su nombre y en toda la masa boscosa que me rodea flota un aire de humedad clara, dibujadora de los contornos de la sierra.

Ayer cammbió el tiempo, ya amaneció para el sol y al mediodía, mientras bajábamos el puerto metidos en un grupo de coche, a buena velocidad todos nosotros, rodeados además por motos, apareció en la entrada de una curva un coche lanzado de tal manera que perdió la trazada e invadió la línea blanca y algo más, pasando a escasos centímetros del mío. Ana al verlos venir dijo una interjección asustada y premonitoria y yo me quedé en suspenso, sin hacer nada, porque fué una exalación que al cruzarse conmigo produjo un chasquido y mi espejo retrovisor saltó hecho añicos, imagino que por el contacto violento con el suyo. Aflojé la marcha con la intención de parar pero el coche no estaba ya, se había ido entrando en la siguiente curva, a su velocidad, siniestramente amenazadora.

Seguimos camino hasta llegar a El Escorial, donde teníamos cita para comer. No me gusta hacer divagaciones sobre lo que podría haber pasado si hubiera pasado de otra manera, sobre la posibilidad de habernos estrellado de frente, de haber salido de la carretera por un golpe de volante, por citar ejemplos. No me gusta nada que tras de una acto terrorista alguien recuerde que allí cerca hay un colegio o que la noticia sea que una persona pasaba por allí habitualmente, pero ese día no lo había hecho, no me gusta la noticia del "si" condicional; siempre he creído en la realidad concreta de lo que ha sucedido sin más y en este caso lo que sucedió fué sencillo: un coche, a velocidad excesiva, descontroló su trazada y se fué lateralmente hasta entrar en el carril contrario y allí con su espejo retrovisor hizo añicos el mío. Imprudencia, impericia, en cualquier caso se marchó sin pararse a ver lo que su acto había producido. Ese si es un hecho constatable: cada día hay más canallas al volante de un coche, canallas por miedo, por cobardia o por chulería, que lo mismo da.

Los hechos concatenan hechos que son concretos y que se producen en cascada: pensábamos irnos a pasar unos días a la casa de la playa y no podemos hasta que esté reparado el espejo para lo cual el taller de la marca me da quince días de plazo para la admisión; el seguro me anula la bonificación para el año que viene porque habré dado más de tres partes en el año con este, ya que los tres mínimos los di hace dos meses en esa revisión de chapa por los cuatro lados que se hace una vez al año cuando la seguridad lo es a todo riesgo; tendré que llevar el coche al taller haciendo treinta kilómetros con el espejo colgando lo cual es en sí una molestia si se prefiere a llamar una grua, cosa que no creo necesaria.

Y es que "el domingo es mal día para ponerse en carretera" como reza la frase popular que nos recordaron nuestros amigos cuando nos sentamos con ellos a la mesa.

Como no hay mal que por bien no venga y conformarse es de sabios, este tiempo tan azul y brillante, tan limpio, este sol tan suave que ilumina sin agobios de calor, me consuelan como me consoló el fantástico rabo de toro que me sirvieron en Charolés, restaurante de paredes de piedra de verdad, de grandes bloques, encajado en las viejas lonjas que circundan al edificio y de cocina espléndida donde los jueves y ahora también los viernes, por la demanda, preparan un cocido para insensatos con tiempo por delante. Acabando de comer dimos una vuelta por las lonjas y el patio del Monasterio, y en una sala abierta bajo los porches de la Iglesia, donde hay pinturas inestimables de orden menor, dentro de la colección de aquel lugar, ahora muchas de ellos en El Prado, vi que en una que de antes venía etiquetada, incluso en libros, como de Navarrete el Mudo, ahora reza Anónimo: la píntura ha perdido la paternidad y yo estoy vivo, quien no se conforma es porque no quiere.

3 comentarios:

  1. Bueno, ya sabes que ahora nos toca a los demas con el "pues yo iba una vez en coche a...". Pero no. Es curioso cómo nos hacen hablar las desventuras ajenas y, sobre todo las enfermedades, y cuanto menos gloriosas mejor. Hay como una... la iba a llamar solidaridad instintiva, pero no sé... quizás se trate delo contrario, de una pugna, una competición automática por ver quién ha tenido una enfermedad más truculenta, un accidente peor, un... bueno, que me alegro por el rabo de toro. ¡Eso sí que es una noticia!

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  2. Me inclino por creer que es una pugna que en ocasiones resulta incluso educada y en otras es tremendamente competitiva. Tenía un amigo que cuando me preguntaba por mi salud, al escuchar mi respuesta, esperaba mi primera paus apara respirar para empezar él su historia clínica. LO tewrminé un día en que, convalenciendo yo de una operación de hernia discal, cuando empezó a elicarme sus problemas le interrumpí diciendo: "no, tu me has preguntado por mi salud y vas a escucharme; y date cuenta de que no te he preguntado por la tuya, ya que te veo bien, sano y feliz". Nunca más volvió a suceder.

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  3. En el bosque de la china una chinita se perdio, jaja no podia dejar de poner eso sorry!!

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