martes, julio 10, 2007

Me visita el recuerdo del señor Shiva, en una tarde fresca, impropia de un verano inexistente. Insisto en leer en el jardín aún cuando el calor que brinda el sol es débil; me abrigo; busco un lugar en el que la fachada de la casa me guarde de una brisa que llega desde el norte. En un lector de CeDes conectado a mi oído por un auricular, suena música del Ensemble Nipponia, un grupo de músicos japoneses que trabajan en en promover la música tradicional de su país. La lectura en sí nada tenía que ver con el sonido de flauta y percusión que llegaba a mi como un componente más del apacible paisaje que me rodea; tiene esta música tradicional una capacidad enorme de acomodarse a la naturaleza y confundirse en ella y con ella. Uno de los enigmas que no alcanzo a desentrañar es la razón por la que pueblo cuya historia muestra una tal violencia histórica, como es el japonés, ha sido capaz de crear a partir de unos esquemas tomados del modelo chino, un compendio de arte y belleza de tal sensibilidad, tan cercano a lo natural, tan cuidadoso con los sentimientos que afloran én la íntima habitación del ser humano en su entorno. La flauta imita al viento y llega a ser viento; el sonido se hace silencio y este es a su vez sonido, espacioso, profundo, en el que se disuelven los ecos de la última nota emitida.


Así es como ha llegado al prado el señor Shiwa, de estatura mediana, delgado, vestido con el traje gris, la camisa blanca y la corbata azul, vestido con su sonrisa amable, vestido con sus aparentes cincuenta años. Camina a pasos cortos y nerviosos, y cuando llega, para saludar parece agitarse antes por una descarga eléctrica que le pone en movimiento todos los miembros del cuerpo; se inclina ligeramente primero y extiende después la mano diestra y estrecha la mía blandamente. Hace años que no se nada de él, será pues ya fantasma de mi vida y en ella habitará hasta que yo muera, pues no le he olvidado ni creo que lo haga.


Le conocí hace veinte años, en Madrid. La historia en su totalidad está cuajada de momentos de comicidad, que acabamos comprendiendo ambos con diferentes puntos de vista. El señor Shiwa apareció un día en mi oficina comisionado por la NHK, una estación de televisión de propiedad pública y sede central en Tokio. Él no era un empleado de la emisora sino que estando en madrid por razones de tipo comercial, traía y llevaba cosas de allí a aquí y a la inversa, estando vinculado a la embajada, cuando los ejecutivos de la NHK pidieron que alguien les gestionara unos contactos, en la oficina comercial de aquella les dieron las señas del señor Shiwa.


Por razones que no vienen al caso, a la Asociación de Magos de Zaragoza, les fué adjuddicada en un congreso internacional, la producción del Congreso Internacional de Magos. Los asistentes al acto de la ciudad de Zaragoza, que pujaron por esa adjudicación eran, un médico afamado, un industrial y un comemrciante en electrónica. Los magos que asisten a los Congresos son profesionales o no,

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