foto de David Rivera - New York
Volver al bosque por unas horas y sentarme ante la ventana que se llena de nubarrones densos: viene lluvia del Sur cruzando la sierra y el sol, débil y tierno, enciende esperanzas de luz con alegria, con brillo, con chispa. Lo que tenía que ser una semana o diez días de estancia en un hospital va a convertirse en más tiempo y la prudencia aconseja una visita a la librería para acumular lectura. Hay que ser riguroso y disfrutar de la selección dejando de lado el hábito de comprar por la red. Vamos a relajar el cuerpo y la mente yendo en persona a caminar entre los libros, seguro de comprar algo que no servirá más que para leer algunas páginas, pero lo apetecible es la visita y el deambular entre los estantes, las hileras de literatura (no me resulta fácil llamarla así en su totalidad) y las enormes acumulaciones de las falsamente llamadas novelas históricas. Me asombra la enorme cantidad de misterios insondables procedentes del medioevo por metro lineal. Entre códigos y sábanas andan las palabras enredadas en historias de enredos deleznables. Sugiero leer a quien me lea la "Crónica verdadera de la conquista de Nueva España" de Bernal Días del Castllo o "Las Cartas de relación" del mismo Cortés, en sus versiones originales. Pasada la primera página el castellano se abre y la realidad supera a cualquier ficción mal tramada y peor urdida. O asomarse a Tácito, Livio o Salustio, sin ir más lejos. O a Galdós, a Baroja, a Pla, a Delibes por no venir mucho más cerca. Entre libros andaba yo, metido en ello, con cuatro o cinco volúmenes a media selección entre los brazos, cuando la cara de Isabel apareció ante mi, me cogió del brazo y me dió los dos mismos besos que le devolví con todo el cariño de más de veinte años comprando en su librería, arrastrando mi cuerpo por sus pasillos en busca del placer del tiempo perdido de verdad. Isabel y Concha son dos hermanas que regentan, en una urbanización medio yuppi medio kitsh, una librería que ha crecido con las ilusiones de los lectores. Siempre, detrás de su mostradorcito, o entre las hileras de libros surtidas de todo o casi todo, han tenido una recomendación para los indecisos, un apunte para los conocedores y una sonrisa para todo el mundo. Les hace felices vender la felicidad de la lectura. Sus vidas, de las que poco sé, contadas a ratos y a trazos, como la mía, son las vidas preocupadas de quienes viven en un lugar alejado de la utopía por años luz; en el camino contrario, me atreveré a escribir. Hablamos un rato ayer, como siempre hemos hecho y de improviso me pregunta: ¿desde cuando no nos visitas? Hace más de un año, lo sé, desde que me fuí a vivir al bosque y me separé de ellas sesenta kilómetros, que no son nada. Espereba una regañina: tenía derecho a hacérmela, porque a los amigos de la superficie de la vida, del roce continuo, de la amabilidad cotidiana, no se les debiera dejar abandonados tanto tiempo. Ellos son el secante de nuestro aislamiento y el antídoto para la soledad. No es por los libros, sino por los silencios; cuando vamos prescindiendo de voces nos quedamos como sordos en medio de la nada. "Entonces, me dice, ¿no sabes lo de Concha?" No sé lo de Concha aunque una clara sensación de miedo me penetra por la boca del estómago. "Murió de cancer, hace cuatro meses" No va a llorar, ya lo ha hecho demasiadas veces. No tengo palabras porque estoy mirando a Concha a la que veo ante mi, en su lugar entre los libros, riendo, con sus enormes ojazos oscuros, con su belleza echada para delante, simpática y radiante: Concha era guapa, muy guapa. Hay personas que cuando miran a los ojos te dicen la verdad. Otras no te dicen nada. Concha era de las primeras aunque tu no supieras de que verdad se trataba. No supe que decirle a Isabel ni como devolver su mirada estremecida de pena (no se me ocurre otra adjetivación). No vas a abrazarla de repente, ni a darle otros dos besos, ni a decirle "lo siento tanto". Estaba viendo a Concha con la sonrisa de los mil días en que nos hemos visto, con su ánimo y vivacidad, con su mirada como una espada de risas ante la que te quedabas inerme: yo por lo menos. Me fuí con mis libros en la bolsa y mi mirada metida hacia dentro. Una larga colección de figuras componen mi paisaje y de repente descubres que muchos de ellos ya no están vivos. Hoy Concha, por ejemplo. Tú los ves como los viste siempre mientras tuviste alguna relación con ellos, pero ahora de repente, sabes que ya no están ni son sino ese recuerdo como de fotografía. Tu paisaje se vacía de figuras, has sido derrochador y no has sabido de ellas en tiempo y si no te lo dicen como por casualidad, morirás centenario creyendo que todos tus amigos de siempre permanecen tal y como eran, cuando la verdad es que están muertos y tu album de fotos se despuebla. No harás la lista, no pasarás revista porque tendrás miedo, pero deberías hacerlo para comprender la magnitud de la devastación. Poco a poco el cuadro se convierte en un paisaje sin figuras y ya no tienes tiempo para reponerlas.
Muy bonito y con un punto de tristeza muy grande. Pero en ese paisaje de figuras que se van vaciando, hay que ver también, las figuras que van llenando el paisaje interior, el de la vida. Ese que tenemos en el corazón...ese nunca estará vacio.Concha y sus ojos estarán ahí.
ResponderEliminarEn menos de un año, a veces en horas, puede cambiar no sólo el paisaje, las figuras y el personaje. Carpe diem.
ResponderEliminarBasta con que te enteres repentinamente que una cantidad apreciable de las personas de las que has perdido el rastro y a las que recuerdas eternizadas en un momento, imagen, forma, actitud, han muerto. Ya no están y no te habías enterado. No me refiero a aspectos de nostalgía, que permanecen sino al demoledor efecto del tiempo con el que no contamos, en las vidas de los demás. Eso es el paisaje sin figuras: se han borrado del cuadro y ni siquiera lo sabíamos.
ResponderEliminarMi edad ha hecho que mis pensamientos se llenen de esas imágenes que comentas, no me abandonan, no. Sigo con ellas y ya las voy aceptando. La muerte, ese trance que hemos de pasar.
ResponderEliminarCada vez, la muerte, se definen más sus rasgos en mi imaginación, ya la costumbre, como digo, va calando poco a poco en mi y eso me tranquiliza. Lo que en un principio fue pánico ahora se ha transformado en miedo.
Se debería hablar más de esto, deberíamos tratarla como a una vieja conocida.
es el que hi ha....
ResponderEliminar"La mort és purament, un canvi més."
Hauriem de parlar d'en Roberto Bolaño.
La mort es un problema d'els que quedan. Per al que mor es poca cosa, deixant apart el moment del transit i les molesties i angunies que conlleva, que no son de la mort, sino de la vida.
ResponderEliminarEl epicureos deien que no calía tindre angunia de la mort, que cuand tí hi ets ella no, i cuand ella hi es tu ja no.
En Paisajes sin Figuras parlo de aquells que s'en van i no ho saben. Ens deixan un desert i ho ignorem. Sempre pensem en el eterns als que no veiem fa temps.