viernes, febrero 03, 2006

Amanece en la playa


Estás solo. Te asusta la prolongada línea de soledad formada por una cinta de arena batida por las olas. Son varios kilómetros de curva bañada por la espuma blanca y verde. Las palmeras en la arena dormitan sin mecer siquiera las palmas. Los restaurantes y chiringuitos están cerrados desde hace meses. los edificios de apartamentos están cerrados a cal y canto. Y sin embargo caminas por el borde mismo de las olas, donde la arena mojada muestra la superficie endurecia y quedan marcadas las huellas del calzado. Es invierno y el tiempo es fresco y ligero. Nadie a la vista. En el paseo cercano los faroles siguen iluminando bajo un cielo violeta durante sus últimos minutos por hoy. Recuerdo algunos versos que me han acompañado desde que los leí, cuya sonoridad ha sido para mi paradigma de expresión literaria: "y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira midiendo la inmensidad de todo aquel centro frío" o aquel otro "cuando las etéreas salas cruza con velocidad negándose a la piedad del nido que deja en calma". No se trata de adivinanzas, es Calderón en estado puro y trascendnente. Describe al pez y al ave en sonoro barroco. Describe la duda ante el libre albedrío; demanda la racionalidad negada hasta entonces en beneficio del dogma. El pez dueño y señor de su vida en el océano, el ave señora del vuelo entre las nubes, determinada a dejar el nido y a volar su aventura vital. Concluirá Calderón "¿y teniendo yo más alma tengo menos libertad?". Paseo por una playa del Mediterráneo y me viene a la cabeza una frase de Pla: "es más fácil creer que saber". El problema de meditar cuando se pasea, por el bosque de cada día o por la playa ocasional, es la abundancia de ideas sobre las que dibujar un tortuoso camino de reflexiones. No hay límites y las ideas, abandonada la literalidad de las palabras se convierten en vehículos de expresión mágica. Un poema aprendido en la juventud se convierte en en la música de nuestra vida y alzando la voz lo recitamos por encima del ruido de las olas. ¿Quien no lo haría si comprendiera el significado de lasa dudas? Y das con él en el primer verso, el verso de las palabras rebeldes, el de los malos pensamientos, el del atrevimiento: "Ay mísero de mi, ay infelice" donde se da fe de de la pequeñez ante el sufrimiento del ser y su desconocimiento para terminar rebelde y exaltado con una pregunta desafiante. "Qué delito cometí contra vosotros naciendo?" Ahí quiso el dramaturgo dejar claro su compromiso con la hondura de sus preguntas a si mismo. Y llega de repente otra frase mojada por las gotas desprendidas de una ola que casi ha llegado hasta nuestro calzado. "¿Quien, de entre las cohortes de ángeles, me escuchará si grito?" Este es Rilke, tan amado. Y como en la respuesta del Dylan juvenil de Minesota "la respuesta está en el viento".
Pronto, unas olas más allá, será el momento de dar media vuelta y volver al piso con su terraza sobre el cabo. Viendo como los cargueros esperan entrar en puerto, tomaremos café con leche y croisants.

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