Tiene Horacio un gusto por el vino, por el cordero asado en el horno de leña, por los amigos, por las veladas nocturnas hablando, por las charlas de poesía, por la autocomplacencia, por la vanidad de saberse llamado a la gloria literaria, por las muchachas y los muchachos hermosos, por el sexo desvergonzado (¿imaginado?), por el pasar de los días, por el ruido de la alquería, de los cerdos, el mugir de las vacas, por el fresco estío en la montaña.
Ocasionalmente viajará a Roma para leer sus poemas y visitar a sus amigos. El Augusto le ofreceráa una secretaria, pero la vida romana no convence a este hombrecito pequeño, de cara redonda, mofletes salidos, rizos de mocoso y del que cuentan que tiene un sexo enorme para su estatura.
De él es ese verso que dice "dulce y bello es morir por la patria" pero no creo que lo escribiera sintiéndolo. En la batalla que años atrás enfrentara a Bruto y Casio con Augusto y Antonio, el joven Horacio, tribuno del primero, mostró su rostro carente de coraje frente a los dos últimos. Defendía él la república. No cumplió con su miedo lo bello y lo dulce de la muerte por la patria y huiría arrojando el escudo. Años después escribiría sobnre sí mismo sin asomo de verguenza:
...y la veloz fuga
y el mal dejado escudo cuando roto
quedó el valor y la barbilla
tocó del bravo la indigna tierra.
Fiel a su amigo Mecenas, del que además de recibir favores recibe una segura amistad que le conmuevle, le escribe algo que cumplirá a rajatabla. Promete seguirle a la tumba cuando aquel muera con versos hermosos y sonoros incluso en traducción
No, no es este engañoso juramento:
me iré, me iré tan pronto me precedas,
compañeros los dos, al último viaje
dispuestos ....
Duró dos meses nada más. Murió en el predio sabino llorando el bienestar perdido. Nada hay tan doloroso como la muerte de los seres queridos, y nada deja un tan gran vacío como la muerte del amigo. "Como del rayo", escribirá Miguel Hernández por la muerte de Ramón Sijé, y en verso inolvidable, único, cuatro palabras y una miserable coma, cerrará la elegía con aquel "compañero del alma, compañero" que rompe el corazón de solo leerlo.
Yo conocí a Horacio hace unos pocos años cuando Roma me hirió abrumadoramente. No pude resistirme y decidí habitarla. Llené mi mesa de trabajo de libros con textos viejos de dos mil años y poco menos. Leí, leí y leí y de repente me entró en el cuerpo el aire de la Suburra, el olor del Tiber, el gentío en torno al Coliseo, la subida al Capitolio, los pinos recortados en el horizonte, las puestas de sol sobre un cielo azulísimo. Supe que si los dioses existen no se ocupan de los hombres. Recojí de Horacio el consejo: "mientras hablo, me dice, el tiempo celoso habrá ya escapado: goza del día y no jures que otro igual vendrá después". Solo el presente.
Oí la retórica brillante de Hortensio y de Cicerón. Vi como Virgilio se inventaba la historia de Roma cargándola en las recias espaldas de Eneas, el fugitivo de Troya. Asistí a las polémicas en las rostras y me fatigó el árido puritanismo de los dos Catones. Leí a Ovidio y sus juegos de amor, y a Cátulo y su amor imposible, o a Tíbulo y sus noches ebrias de muejrzuelas y tabernas. Tácito y Tito Livio me contaron lo que sabían. Aprendí y aprendí de un fresco inmenso en el que cada cosa que aprendía me era familiar, de mi propio tiempo. Aprendí que los años nos convierten en escépticos y que la duda habita permanentemente frente a los heróicos ejemplos de generaciones. Que al fin y al cabo, en cada anochecer no se conquista el mundo y vale la pena no contar los segundos que nos quedan para habitar nuestra eternidad. Y que nadie quiera acelerar el tiempo. A veces, lo reconozco, me confundo y creo que soy una ruina romana. Aprendí que todo lo que pasa en la vida ha pasado en la historia, que fue vida. Es imposible no reconocer los hechos, los deseos y los sentimientos. Todo lo que se ama ya se ha amado. Todo lo que se odia ya se ha odiado. Nosotros contenemos los sentimientos de siempre y creemos descubrirlos, con ojos de niño herido por una espina o una torcedura. Nos hiere el desamor o la vesanía, nos duele la verdad cuando no la soportamos, cuando nos agrede con su razón indiscutible y no estamos en ella y nos duele la mentira que suponemos del que afirma que mentimos nosotros. Nos dolemos y congratulamos en nuestra infelicidad o exultamos en nuestra felicidad. Como todos cuantos han pasado por aquí y como todos cuantos pasarán.
Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol, cada persona lo ve, o lo siente, de una forma diferente cada día. El sol y todo lo demás.
ResponderEliminarQué bien suena Roma en tu relato. Respecto a Horacio...debía de pensar que más vale un cobarde vivo que un valiente muerto.
Sobre todo porque el idealismo que llevaba dentro no era motivador. republicano, si. Pero no muerto. Era un señorito en Atenas hijo de un liberto. Luego, fué depurado y arruinado y ganó en humildad. Gracias a eso nos han quedado sus Odas, los Carmine y su invento de la clase media: la aurea mediocritas. La dorada mediocridad. Ya ves que no hay nada nuevo bajo el sol. Y tampoco bajo la luna.
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