lunes, diciembre 17, 2007

Sobre las Disputaciones Tusculanas y otros muchos embrollos.

Escribe Cicerón en "Disputaciones Tusculanas" sobre el efecto que produce la filosofía:

... en realidad éste es el efecto que produce la filosofía: cura las almas, libera los deseos, disipa los temores. Pero esta fuerza suya no ejerce el mismo poder sobre todos. Su eficacia es grande cuando se encuentra con una naturaleza idónea. No es sólo la fortuna la que ayuda a los fuertes, como se dice en el antiguo proverbio, sino mucho más aún la razón que mediante determinados preceptos refuerza, por así decir, la eficacia de la fortaleza.


No puede negar que siente por el Arpinate, -porque había nacido en Arpino, en el Lacio, cerca de Roma- una especial sintonía humana, una relación de tú a tú que le hace sentir vivo al escritor, vivo y cercano. Le sucede algo similar con Sócrates cuando lee su Apología o cuando se sumerge en la lectura apasionada y apasionante de la Crónica de la Conquista de la Nueva España de Díaz del Castillo, o cuando sigue a Jenofonte en su recorrido del Anábasis o en sus obras menores, de las que el primer párrafo del Agesilao le sigue maravillando, como si se tratar de un fulgor en la oscuridad:

Se que no es fácil escribir el elogio que merece la virtud y fama de Agesilao, pero sin embargo se ha de intentar, pues no estaría bien que por ser un varón cabal no tuviera, al menos, la suerte de conseguir elogios mucho más modestos.


Hay en Cicerón y en su obra de divulgación filosófica, un pulso humano del hombre antes que del filósofo. Como el Hombre del Prado no es un erudito, antes bien es un aficionado aspirante a una erudición que por amplia y profunda se le escapa, debe atenerse a los fulgores instantáneos, entendiendo por fulgor además de lo que este representa desde el punto de vista de la percepción (resplandor intenso), lo que viene a decir Levinas en el Prefacio de El Tiempo y el Otro: "la verdad a medias del instante". Pues bien, intuye el Hombre del Prado, ahí está un Cicerón propio, de transcripción personal, como si él hubiera estado en esos cinco días en la villa de Túsculo, y allí, como oyente humilde, hubiera sentido al tiempo como límite del hecho que estaba sucediendo. Bien podría ser él el interlocutor que no tiene nombre y que es llevado de un lado a otro por el orador reconvertido en político y después, finalmente, en filósofo, o lo que le parece mejor aún, en un hombre que viendo el fulgor de la filosofía la intuye y trata de ofrecerla a los demás. ¿No es eso un magisterio?

Lee y relee las Disputaciones Tusculanas, porque en el libro se encuentra a gusto; no pasa eso con todos los libros, antes bien, cree que sucede con pocos. Tampoco pretende llegar a ninguna formulación que le permita decir, "yo sé con exactitud lo que decía", sino que como oyente asiste a lo que le parece ser una síntesis de lo que el Arpinate cree saber, cree discurrir, cree entresacar de cuanto ha leído y oído, y sobre todo, cree poder rebatir, con la razón que basa en su oficio de orador, tantas y tantas sentencias que por cortas son insuficientes y por dogmáticas insatisfactorias. Marco Tulio, en Túsculo, después de la pérdida de su hija Tulia, -irreparable, sentimiento terrible, vacío poderoso, inhumana soledad- escribe como iberación del dolor -refutando al epoicureismo de su ínitmo amigo Ático-y escribe sobre la filosofía porque ha llegado, tal vez, a su vocación tardía, que es explicar sobre el alma, sobre el dolor, sobre la virtud, sobre los dioses, sobre la poesía, lo que ha, bien o mal entendido, sacado de Platón, de Aristóles y de todos los que fueron componiendo o recomponiendo el espíritu de la Academia. He ahí a un hombre dolorido que trata de esconder su dolor en el conocimiento. La palabra "razón" que se encuentra en el párrafo inicial de este post es pista, -seguramente mal entendida, que el Hombre del Prado lee mal latín y nada griego, así que lee traducciones- de un anhelo de razonar sobre lo ya razonado para encontrar un espacio de eternidad más allá de las palabras, un espacio de libertad en el lugar lejano del universo donde, por razón de su escaso peso, van a morar las almas cuando se reconocen con el eter que les es morada natural y allí siguen eternas pudiendo contemplar la verdad, que no sabemos cual es: ni él lo sabe.

Una pregunta que hace Levinas en el mismo prólogo que se ha mencionado antes, le hace ligar lo imposible. Es natural que, sacando la cosa de contexto pueda parecer que todo encaja, pero esa es libertad de aquel que piensa por distraerse o por ocupar su tiempo y por realizar su proyecto. Pregunta, o se pregunta, Levinas, si "¿Es el tiempo la limitación propia del ser finito o la relación del ser finito con Dios?" Tienen para el Hombre del Prado las palabras el sortilegio de despertar en él algo más intenso que la curiosidad: se trata del anhelo de descifrar el jeroglífico que las palabras, al ser enunciadas una a una, van dibujando en el espacio imaginario del pensamiento. No sabe contestar, y a fuer de tener fe en la no existencia de un ser creador, nada le resulta seguro, desde que ha descubierto que todo asentamiento en principios, teológicos o racionales, es cuestión de fe y por mucho que le pese no hay otra palabra que pueda proporcionarle una salida al embrollo. Todo cuanto se ha imaginando es, o existe: Dios o el Alma. No hay refutación posible por la razón, salvo asumir que creer en la razón de la ciencia es una cuestión de fe, lo que deja al científico que así piensa en posición delicada.

Leyendo las Disputaciones Tusculanas, pues cabe volver una vez más a Cicerón, se piensa que este hombre, de no haber vuelto a la política -un vicio contra el que no tenía a mano virtud alguna- hubiera quedado recluído en sus fincas, ligado a su amistad con Ático y hubiera seguido escribiendo impelido por la fiebre de la ausencia de la hija, de la soledad de sí mismo. Yendo en la finca, en la que pensó erigir un altar a la memoria de su Tulia, de una Academia a otra, de la grande a la pequeña, en las que guardaba su biblioteca, nunca sufieciente y en las que había acumulado obras de arte - los Hermes y el brocal de pozo que en su correspondnencia reclama a su amigo Ático para embellecer esos lugares- hubiera seguido leyendo a Platón, objeto de su admiración del que dice en un momento que si no aportara pruebas sobre la existencia del alma y la afirmara simplemente, igual le creería; a Aristóles, y a una lista de menores muy mayores. Hubiera envejecido leyendo a Ennio y a Lucilio, hubiera radicalizado, probablemente, su afiliación estoica y su inquina epicúrea, y hubiera muerto de vejez; siguendo el camino enciclopédico que al hombre del Prado le parece que se inicia en las Disputaciones. ¿Quien sabe si no hubiera vuelto a escribir todo, de nuevo?

El Hombre del Prado, en unviaje por Italia, llegó a Arpino y a Túsculo en busca del aire esencial de su amigo Marco Tulio. Y a decir verdad, lo encontró.

10 comentarios:

  1. Me has hecho levantarme en busca de mi ejemplar de las "Tusculanas" para buscar la frase exacta. II.64: "Todas las acciones bellas quieren la luz" (omnia enim bene facta in luce se conlocari volunt). Podría traducirse también como "todo cuanto está bien hecho tiene querencia a la luz".
    Los griegos y los romanos eran más nobles que nosotros precisamente por esto: Porque querían exponer lo mejor de sí mismos a la luz pública.
    Por eso Cicerón tenía que ceder, necesariamente, a su vocación política.
    Hoy sospechamos -sospecho, al menos- de la claridad de esa luz. Ese es -probablemente- nuestro mal.

    Y ahora lo importante: magnífico el diálogo entre los textos de Cicerón y Levinas. Nunca se me hubiese ocurrido ponerlos en relación, pero evidentemente, como tu me has descubierto, tienen muchas cosas que contarse.

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  2. Gracias por el magnífco texto que sin grandilocuentes epígrafes nos has regalado. Es de esos escritos que después de leerlos te impulsan a buscar más.
    Saludos cordiales.

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  3. Pues ave, Marco Tulio Cicerón. Y ave (y muy ave), su discípulo homo-pratensis

    La cuestión que suscitas sobre la filosofía, el alma y Dios es de lo más entretenida. Te sugiero que (si lo tuvieras a bien) averigues algo sobre el final de la vida de un filósofo tan creyente en la potencia de la filosofía en si misma, en definitiva en la potencia de la razón humana como vehículo para alcanzar todos los confines (incluida la existencia de Dios), como fuera el mismísimo que vivió y calzó: Tomás
    de Aquino

    El mismo rechazó todos sus montajes, algo en lo que no suele profundizarse en los manuales de historia de la filosofía

    Existen respuestas a ciertas preguntas que llegan en la forma de un pensamiento

    Pero existen respuestas a otras preguntas que solo llegan en la forma de un sentimiento; ¿lo sabía Cicerón?

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  4. Luri: no es, efectivamente, la claridad de la luz una de las virtudes cívicas de los tiempos. ´
    Tal vez debamos envidiar algunas de esas virtudes que permitían diferenciar al varón virtuoso de la "plebe".

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  5. Petrusdom: agardezco tus palabras. Meterme dentro de un clásico es casi siempre algo más que un placer.

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  6. Celebrador: gracias por lo de homo-pratensis, que tomo de inmediato en usufructo.

    No soy nada experto y menos conocedor de Tomás de Aquino: mi gusto por la filosofía es erratico y se niega a seguir una senda ortodoxa.

    En cuanto a lo que dices sobre sentimiento y pensamiento, él estaba bien armado para enfrentarse a preguntas y respuestas, siempre de manera dialéctica, porque era inteligente, muy leído, muy culto y muy capaz. Pero no era un filósofo propiamente dicho, si entendemos por esto a un pensador con un sistema de filosofía pensado en la cabeza. Divulgador, hombre al servicio del bien público, muchas cosas que la historia oficial y los autores sabios le niegan, no se porqué, en función de pensar que era solamente vanidoso.

    Cabe pensar que Cicerón, en su afirmación de la existencia del alma, poniéndose en situación estoica, maneja teorías científicas, antropológicas, históricas, etc. Todo ello metido en razonamiento tras razonamiento.

    En cuanto a respuestas y sentimientos, una vez más mezclas lo que yo prefiero no mezclar. Pensar y sentir pueden ir de la mano, dejarse un rato, y volver a encontrarse si conviene. Si me dices que no crees en la existencia del alma, por puro sentimiento, como si me dices que por razonamiento, el resultado es el mismo: no existe respuesta ni certidumbre en ninguna posición en que te sitúes. Y un sentimiento no es una respuesta, es un sentimiento. Yo puedo ser ateo por sentimiento, y así es en realidad, pero la inteligencia, la ciencia y todo lo que quieras, no me da ninguna razón que afirme mi intuición.

    Respuestas y sentimientos son cosas diferentes, en ocasiones lejanas.

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  7. Verás, no lo digas muy alto; para mi profe historia de la filosofía en el instituto, España es la gran poencia tomista del mundo mundial.

    Si le dices que eso no es filosofía, aparte de darle un sínmcope o algo así, quedas en la calle peligros de que te meta en toda la teorizacón de lo que llamaba "silogismos cornudos"; y no me extenderé en el asunto

    Y cada cual habla por su experiencia, yo por la mía y seguro que tu por la tuya. Hay sentimientos que, cuando se experimentan, hacen callar a todas las preguntas... si eso no es responder ya me dirás

    Y no no mezclo para nada pensar y sentir, de hecho son funciones marcadamente diferenciadas, aunque como somos un todo existe cierta correlación parcial; digamos, por ejemplo, que un sentimiento de paz suele llevar a pensamientos más bien pacíficos

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  8. Celebrador o a sentimientos violentos. Cuando hablo de pensar hablo de razonar, es decir, buscar razones. Ya sé que nuestra polémica particular es justamente esa, pensar-sentir como binomio que admite la selección de uno u otro botón. Natyuralmente tienes razón: si sientes amor por una personas, que es sentir, luego plantearás si debes avanzar o no: acabarás escogiendo aquello que pueda más en tu naturaleza: prudencia o arrebato. Y también es cierto que un sentimiento se convierte en verdad, por ejemplo el mismo creer, acto de fe, cuando se trata de una verdad que ha sido dada por la cultura (desde la infancia) independientemente de la presunción, que considero real, de que en el trasfondo de todo hombre hay un sentimiento religioso, que podríamos llamar de bienaventuranza inidentificable.

    En cuanto a Tomás de Aquino, no me quiero disgustar con tu profe de historia de la filosofía. No he profundizado en él, si por ejemplo en San Agustín aunque no a nivel de erudición, pero Tomás de Aquino no ha llamado nunca a la puierta de mi interés, aunque ahora que lo mencionas, empiezo a sentir una mayor cunriosidad.

    Un abrazo.

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  9. Hay un sentimiento de bienaventuranza. Lo has "clavao".

    Ya el considerarlo o no como algo "religioso" solo es cuestión de vocabulario

    Y Tomásd de aquino no me interesa para nada (salvo acaso, solo acaso,en su etapa final, pero esa no es la que sale). Aparte de que lo veo como el paradigma del ser que trató de llevar la razón fuera del campo que le es propio, nos impidió avanzar en autores mucho más interesantes; de hecho pasamos tanto tiempo con el santo "de ninguna parte" que no llegamos, en ese curso, ni a Kant

    Y cualquiera le dice nada al profe, según él: "no estaba hecha la miel para la boca de los cerdos"; donde cerdos = nosotros, y miel = su sabiduría

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  10. Celebrador: mi suegro primero, que era de Guadalajara, decía algo que me parece más acertado y castellano:

    "No está hecho el chocolate para los mulos de collera"

    Como verás, es mucho más elegante.

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