miércoles, diciembre 19, 2007

El camino del bosque en la oscuridad

No es todavía la nieve, pero avisa. Una capa ligera, de pocos centímetros, cayó ayer por la noche en el prado y en el pueblo y dejó un manto blanco, extenso e intocado. En su falta de marcas sobre la superficie, suavemente ondulada sobre el terreno, se adivina una quietud visual a la que acabarán rompiendo pisadas de gentes y animales, bloques de nieve desgajadas de las ramas de los árboles, grietas de la humedad que abren extrañas cavernas, recovecos por donde mana un agua cristalina y se adivinan profundidades oscuras. Es ciertamente una quietud visual y en apariencia silenciosa, aunque suenen los vientos de una borrasca que sin acabar de romper con tumulto, permanece en lo alto, vigilante.

Esta nieve es gozosa y aunque llegue en un día gris parece anunciar una transformación del lugar en la esperada bienaventuranza del año: ¡ha nevado" es la voz que despierta a los demás y a través de los cristales, entelados, se percibe una extensión de blanca pradera por la que correrían las figuras de la pintura flamenca, se adivinarían tras los setos los cursos del agua helada y aparecerían por una esquina del paisaje los patinadores cruzándose por el que lleva una carga de leña o un saco de pan, yendo o viniendo del pueblo en que humean chimeneas. Todo como en una felicitación navideña, el "¡ha nevado!" llega siempre en tono de sorpresa.

Suena el teléfono, "¿ha nevado?" y "claro que si, está muy bonito". Oye la voz de Ana en la planta baja y aspira el olor de las tostadas. Ese es el punto de síntesis en que se resume la primera nevada del invierno: todo es bonito y poco importa que las horas vengan a romper esta quietud con sus roturas.

Al anochecer, que es ahora muy temprano, el Hombre del Prado y Goyerri salen a caminar su paseo vespertino y se empeña el perrillo en ir al pueblo por la carretera y volver por el camino del bosque, que entre árboles, paralelo a la nacional, deja a un lado colegio, piscinas, pista de tenis, y se adentra en un espacio boscoso, que se inicia con una tramo plano, desciende después de manera sostenida y acaba subiendo hasta el nivel del prado de manera abrupta en una pendiente que requiere esfuerzo y prudencia. En este final ya se incorporan al camino algunos chalés, detrás de la primera línea de árboles.

Caminan los dos entre las sombras: el Hombre del Prado siente respeto por la noche oscura del bosque y no se siente tranquilo caminando por él; aprensión tal vez, miedo probablemente. Un miedo sin sentido diría de buenas a primeras, aunque cabe reconocer que no hay miedo que no tenga sentido cuando afecta al recelo, a la entraña que se revuelve, al apercibimiento deo oído que trata de adivinar, entre tantos ruídos y más rumores, aquellos que pudiera ser hijos de la amenaza. Quedan atrás las luces últimas de los faroles que iluminan la calle de las escuelas y ahora la nieve es una luminiscencia que se extiende hacia delante y sobre la que en la pendiente lejana, parecen recortarse las ramas de los árboles que hunden sus raíces más abajo. El Hombre del Prado, manos en los bolsillos de la zamarra, calado el sombrero hasta las cejas, escucha atento el sonido breve y ligero del caminar de Goyerri, veloz en su paso corto, movidas sus patitas con ligereza y prontitud de tal manera que oye "chichicchichic" en una serie de cuatro sonidos que son una serie completa del pasear del animal. Cuando deja de oírlo se detiene el Hombre y se vuelve tratando de ver en las sombras, que no es cerrada oscuridad, la breve silueta del amigo, a ras de suelo, buscando en la dirección del sonido, tratando de adivinar sobre la claridad de la nieve el lugar en que aquel se ha detenido. En un momento alcanza a ver una sombra, apenas una sombre diferente, que parece moverse rastreando, acercándose, y entonces sabe que no se han perdido. En una distancia más corta puede ver que en la parte frontal de la sombra entrevista, hay como una mancha de blancura, un reflejo más claro, y sabe que son los pelos del flequillo y de las barbas del animal, yendo por delante.

Tiene el bosque en esta oscuridad el sonido poderoso de lo absoluto: solamente es sonido, ya que ni siquiera es imagen definida. No son ruidos, rupturas sonoras del silencio, aislados, reconocibles, uno tras otro separados, identificables o no pero con la propia identidad del aislamiento. Se trata de una banda sonora, una orquestación, como si se tratara de una sinfonía en la que descubre el Hombre del Prado un orden armónico que parece que va a repetirse formando una cadena de series audibles saliendo del caos, lo que no es así porque siempre cuando debiera volver aquel que inicia la cadencia, el atisbo de ritmo, deja un vacío, se ausenta, y parece iniciarse otra cosa. Como el sonido del mar, el del bosque no es nunca el mismo si bien se asemeja a su mismo, es su propio sonido. Piensa que esa es la manera de sonar de la humanidad, libre en la oscuridad, protejida del miedo por el ruido de ruidos que la envuelve.

Subiendo la rampa abrupta que ya conduce al prado, las botas parecen no sujetarse en el camino, resbalan, se desliza la suela y hay que afirmarla con cuidado en un camino de tierra y piedras que no se ven, con una capa de nieve que cruje tenuemente al posar el peso del caminante en ella: hay hielo; ha llegado el frío de la noche y ya es casi todo oscuridad cerrada aunque en el fondo del camino, donde la mancha blanca solamente reconocible por imaginarla, una luz clamorosa, un farol simplemente, pero de que potencia, que faro enorme para el navegante, lanza su luz salvadora entre la niebla que empieza a caer y avisa del arribo a lugar conocido. Chasquea bajo los pies alguna rama, cruje la nieve, empieza a lloviznar ysigue el chichicchichic de Goyerri los pasos del hombre; el viento arrecia llegando ahora desde el sur, saltando por encima de Cabeza Líjar y trae polvo de nieve que roba de los árboles, de las rocas, de la ondulación del terreno sobre el que se ha posado toda esta nieve que en la noche disimula su esencia en resplandor. Las gotas de la lluvia, como agujas que, inofensivas, solo pretenden mostrarse para ser reconocidas, leves pinchazos en la piel, le hacen acelerar el paso y en un momento ha vencido al repecho y jadeando se da cuenta de que la última parte del camino la ha hecho deprisa, casi a la carrera, empujado por la oscuridad.

Alcanzado el prado la nieve en el asfalto muestra las rodadas de un coche, que perdida la dirección en la curva, ha resbalado hacia atrás girando sobre si mismo y allí ha quedado en montones, arrebuñada, sucia por el arrastrar del fango sucio que arrastra el asfalto, el polvo de los días secos, dispersándola en un dibujo de torbellino. El Hombre del Prado se vuelve y mira el agujero en que se ha convertido el camino por el que venía en esta noche sin luna: una profunda boca negra, un abismo amenazador, un lugar sin destino, se dice, es el lugar por el que ha llegado hace un momento desde el pueblo. ¡Ah!, cuan satisfecho está por este atrevimiento; por vez primera, a su edad ya madura, ha caminado en noche cerrada por una selva oscura y ha vencido a los miedos, que son propios de cada uno,. a los habitantes de las tenebrosas espesuras, claro está que ha contado con la compañía y protección de Goyerri, que ligero, sin ninguna evidencia de intranquilidad marca su paso breve: "chichicchichic" llevando orgullosos su hociquieto de pelos blancos por delante.

3 comentarios:

  1. ¡Qué bueno es tener cerca un ser vivo que con su chicchicchic nos traza el sendero en oscuridad del bosque!

    Saludos cordiales.

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  2. Aigo Petrusdon: sioempre es bueno un sonido familiar de pasos para no perder el camino.

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  3. A mi no me gusta hesta historia por que no dice nada de cinejos y yo quiero encontrar historias de conejo.
    Yo quiero encontrar una historia que tenga muchos detalles y adjetivos para que me lo llebe a la escuela para tarea

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