lunes, enero 26, 2009

Una noche de conversación, instalados entre amigos en un VIPS, a la salida de un espectásculo, el Hombre del Prado sintió desinterés por la conversación, que él entendía banal, y se fue de la mesa hacia la zona de librería. El encanto que tiene el caminar entre libros, ojearlos y hojearlos e incluso comprar alguno a las dos o tres de la mañana, es para quien gusta de ello, indescriptible. De las palabras huidizas al hecho formal de las palabras impresas en papel. Con un libro entre las manos, la espera de volver a casa es menos acuciante.

Un volumen editado por Taschen le sugirió compañía. Ya se sabe que los libros apelan a los mirones, como dos solitarios se ven en los ojos el desasosiego y hacen por encontrarse. Así fue en este caso y terminó por llevarse el libro,  impreso en papel couché, con profusión de ilustraciones, de hecho todo el libro se basa en ellas, y multitud de sentencias que las sitúan en el espacio temporal en el que surgieron.

Como tantas cosas que se toman fruto del desinterés por otra, el libro paró en un estante de la biblioteca, junto a varios estudios sobre El Beato de Liébana.  El libro muestra el título: El Museo Hermético. ALQUIMIA Y MÍSTICA, y es una reunión de imágenes y textos que ha hecho Alexander Roob. 

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