miércoles, marzo 19, 2008

Título en blanco

Interior del Monumento al Holocausto - Berlín

Debe reconocer que esa idea última de los yoes sobrepuestos como capas de cebolla, le resulta creíble. No se trata de disponer de una certeza absoluta sobre nada, algo que ha abandonado del todo, sino de aceptar que existe en él una tendencia a creer en la posibilidad, una explicación razonable al tiempo que emocional, de como sobrevienen las cosas, de como vienen siendo.

Sabe que poco de esto interesa a los demás, pero inevitablemente debe seguir con ello, porque ese desinterés le afecta poco. A estas alturas del pensamiento, que no de la vida, puede lamentar el abandono de ese territorio común y cordial que es el agrado entre todos; también sabe que agradar es algo que le ha movido a lo largo del tiempo, una velada motivación. ¿A quien no le apetece agradar? ¿Quien no maquilla palabras para oídos ajenos? Eso es el agrado. Y cuando piensa que ya no es su caso trata, con amplio escepticismo, de suavizar toda arista que esa afirmación pueda transportar en sí misma hacia los demás, que no es desafecto ni desinterés. No es el hombre solitario que se afirma frente a la vulgaridad de los demás, ni el héroe que toma un sendero que nadie ha pisado, o de quien se enfrenta a mil peligros llevado por el coraje de la superación o de la generosidad; se trata de una simple reducción de quien fue a quien es. Esta frase, que acaba de escribir, le satisface por todo lo que ha escrito en los últimos tiempos porque ve en ella, una verdad que le concierne. Reducción de quien fue a quien es, que es un enunciado culinario, lo que en realidad sucede en cualquier preparación gastronómica, el resultado final de una salsa con éxito: todo debe ser reducido a una entidad menor de la suma natural de sus componentes: esa es la base del sabor. Y esa debe de ser, piensa, la base del ser humano: su propia reducción a lo que es desde lo que creía ser.

Es por lo tanto, al ser quien es, una simple reducción de quien fue, y creyendo ser, interpretó el presente como un libro abierto, el presente contuo que al convertirse en pasado está sujeto a revisión y a asombro, tan vacio puede estar. Cada día, cada tiempo, tiene su propia sabiduría e insertado en ella, el caminante del bosque, cualquiera que sea, tiende a estar satisfecho de su anormalidad. Cuando el emboscado alcanza la plenitud de su conocimiento rebelde, probablemente alcance al mismo tiempo el culmen de su soberbia y su inteligencia: a fuer de querer ser diferente, llega a disolverse en la vanidad de ella pasa a la inanidad: es ahí donde se encuentra cómodo.

No es fácil escribir todo esto, porque en el fondo le gustaría ir directamente al grano que parece caracterizarle: el bosque, el prado, el paseo, el amigo perrillo y el dios menor... Con todo ello conseguiría que la escena ratificara la esencialidad del lenguaje si se diera el caso de que desde el exterior alguien pensara que ahí estaba un paradigma de la lucidez, cuando era solo un tránsito. Se tratarúa de volver a emitir una melodía que agrade para sentirse en paz, pero no es eso, a que el sentido de ello? Sucede que acabada la obra de teatro conviene que caiga el telón o se apaguen las luces para marcar el fin de un tiempo. ese es el momento de la sinceridad dentro de la tragedia y, piensa, toda sinceridad es interpretativa y por lo tanto susceptible de falsedad.

Convendría hacer,un examen de existencia antes que de conciencia y de ser así podría desmenuzar los gestos que son ya inútiles para aportar ahora una inmovilidad, hija de la contemplación, absorta de lo otro. A fuer de ser sincero, está a punto de escribir que nada tiene contra nadie y mucho contra sí mismo, puesto que nadie y sí mismo llegan a ser la misma cosa. Sin que nada sea lo mismo, piensa que todo debiera darle igual como si lo fuera pues se trata de reconstruirse. Es cuestión de objetivo y lo demás es accidente. Pero, ¿cómo tener un objetivo? Resulta que, vaciada la mente de biografía intelectual, en busca de otra nueva y aceptando el beneficio de la situación, parece muy difícil alcanzar una meta ante el riesgo de volver a la religión de paradigma, que surge ante sus ojos continuamente, siempre diferente, siempre ejemplar, siempre apelándole, invitándole a unirse a lo que desconoce.

Volver a pensar desde desde los restos del naufragio es absolutamente inútil, además de que se le hace imposible, pues se siente incapaz de proceder a ello. Todo el lenguaje que fue se ha disuelto en la nada y lo que resta vivo debe ser ordenado. Lo que no puede ser no es, que dice el casticismo. ¿Cómo recorrer tres mil años de existencia humana para dar con una afirmación que le suene a certeza absoluta, a certidumbre? Tan imposible es que, aunque arriesgado, ha decidido mantenerse en el terreno de la empatía. ¿Y que importa responder a las preguntas básicas con coherencia si lo que se busca es trascendente? ¿Quien soy? ¿De donde vengo? ¿Donde voy? Cuando las respuestas se muestran en una sencillez tan cargada de desolación, por desilusión, que merecen el silencio, lo que resta es la sencilla y vulgar inmediatez: Soy LR, vengo del prado y voy a trabajar un rato en el jardín, o a escribir un post que se resiste hace unos días, o a ejercer la pereza.

Se trata de jugar a la idea del vacío cuando uno llega a la conclusión que todo es un juego: la filosofía, la historia, el conocimiento e incluso la palabra, y añade, el fútbol, el cine, la literatura, el viajar, lista interminable de referentes que han perdido sentido. Una idea del vacío que no existe o del que es la nada que no es, porque despojada de todo sigue existiendo lugar que puede ser descrito con una palabra y que por ello es y siendo nos llama. Todo este proceso de construir una identidad cultural no es sino, piensa el Hombre del Prado, un recurso a lo más lúdico de la existencia: pensar y concluir para asentar una base frente a los demás: aparente sabiduría. Después de todo, piensa, habría que establecer que lo único que realmente es, consustancial al hombre, es la dualidad que viene a disolverse en disimulos: Eros y Tanatos. Y todo lo demás parece cortesía.

7 comentarios:

  1. "Y todo lo demás parece cortesía": ¡Magnífico final! ¡Tal cual!

    Los neoplatónicos, basándose en uno de los diálogos más curiosos de Platón, el "Alcibíades I", diferenciaban tres yos superpuestos:
    1) el más exterior es el yo es el del cuerpo que se reconoce en sus posesiones.
    2) El segundo es el del cuerpo en tanto que poseedor.
    3) El tercero es aquella instancia que puede decir "mi"
    .

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  2. Gracias, Luri, por el magnificat.

    Tendría que tener en cuenta y añadir a mis yoes, formados por los diversos en las diversas etapas de la vida, ese eje transversal al que haces referencia.

    Entiendo que esos tres a los que haces referencia sería:

    - yo soy lo que tengo
    - yo soy quien tiene
    - ¿Y ese mi? ¿Es acaso el yo íntimo, una especie de fuente de los otros dos?

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  3. En el "Alcibíades I", que no es un diálogo especialmente conocido de Platón, aunque es una auténtica joya, se diferencia entre:

    1) El conocimiento de "hemas autous" (nosotros mismos)
    2) "ta hemétera" (lo nuestro)
    3) "ta tôn hemeterôn" lo que se refiere a lo que es nuestro).

    Soy yo quien interpreta que aquí hay una progresión cuyo objetivo es saber que diferencia hay entre el yo que dice "esto es mío" y el "mi" que hace posible toda posesión (los filósofos árabes, que estaron atentos a este texto dirán que ese "mi" es el alma como "alif").

    La preeminencia de uno de estos yos en el hombre daría lugar a la tipología humana de los neoplatónicos (Dalascio, Olimpiodoro, etc):

    1) El que se preocuopa por sí mismo es el hombre teórico.
    2) El que se preocupa por lo suyo es el "catárquico"
    3) El que se preocupa por lo que pertenece a lo suyo es el hombre político (en el sentido aristotélico de el hombre como animal político).
    O sea que ese "mi" seria el sustento de los otros dos y sólo podría llegarse a él purificándose del sentido de la pertenencia, que es lo que nos permitiría acceder a un poseedor sin posesiones.

    Pero un poseedor sin posesiones no es nada. Esta es la conclusión de los sufís. Y esa nada es Dios. De ahí que los derviches busquen en sí la nada tras un proceso de cartarsis que los ponga en contacto con Dios.

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  4. Vale, pues yo lo que dio que soy, es decir un "celebrador", alguien dotado de la capacidad de admirar la vida

    Una capacidad cuyo uso me produce un sentimiento

    Disfrutar ese sentimiento es mi fin último. Más claro: líquido de color oscuro, azucarado, de marca americana, con tres "c", que crea una fuerte adicción, que sacan mucho por la tele, que...

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  5. Celebrador: tengo la impresión de que crees que celebrar la vida es contrario a pensar en la situación del Yo en ella. O no del yo, sino de cada cual en su propio ámbito. Nada más lejos de mi, que celebro cada momento, de pie sobre la tierra.

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  6. Rivera:

    A mí si que se me están imponiendo algunas certidumbres enormes, pero lo son mientras me muevo y las vivo.No me da la gana de formularlas ni nombrarlas, pero son clarísimas para mí.Y esa zona "incomunicable" crece un poquito cada año.

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  7. Comunicable o no, Dhavar, "esa zona crece cada año" hasta que probablemente se disuelva por sí misma.

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