Hay una historia china que describe lo que es una aventura. Sucede durante la dinastía Jin del Este. Charlaban cuatro personas y una de ellas propuso que cada una de ellas contara una historia de aventuras. "Lo más aventurero, dijo la primera, es limpiar el arroz con una lanza y tomar la espada como leña". El segundo: "Un anciano de cien años trepando a una rama seca". Llegó el tercero: "Un bebé durmiéndose en una noria que da vueltas". Llegó el turno al cuarto: "Un ciego está montado sobre un caballo ciego que pasea sobre la orilla de un estanque de aguas profundas".
Cuando el Hombre del Prado conoció esta historia recordó de inmediato una novela de serie negra, de Chester Himes, titulada "Un ciego con una pistola". En el capítulo final, dentro de un terrible caos que se produce en una estación de metro, una pistola cae en manos de un ciego y este, en su desesperación y rabia empieza a disparar a diestro y siniestro: ni ve a que dispara ni a quien. Chester Himes murió hace algunos años en Marbella, donde vivía, y son insuperables sus novelas en las que Harlem adquiere ribetes surrealistas, enormemente coloristas y desgarrados.
Un ciego sobre un caballo ciego o un ciego con una pistola parecen el absurdo. Nada más allá puede producirse que no sea consecuencia de ese hecho inicial que arranca de aquello que nunca debiera producirse para que no se produzca lo que no debe pasar. Cuando no se es dueño de nada, y el destino que se intuye pasa de largo de cada uno, es el absurdo y solo asumir la muerte libera de él. Todo volverá a estar en orden.
La pasada semana nevó sobre el bosque y se desencadenó un invierno moderado. Ciertamente hacia frío, pero el cálido interior de la casa acogía confortablemente a quien, desde detrás de los cristales, no hacía sino que mirar el exterior sintiéndose feliz al sentirse a salvo. Ese es el primer peldaño de la felicidad, piensa el hombre del Prado: el sentirse a salvo impulsa la noción de felicidad. A salvo del frío que azota bajo cero los cristales del invernadero y hace funcionar el calefactor sin pausa para que lo que allí se guarda no perezca. Tiene. la caja de cristal que se alza en el extremo norte del jardín, un toque de arca secreta del tesoro, y tras sus cristales se ven vivos y pujantes los colores bermellón, rosa y blanco de los geranios, o los verdes diversos de aromáticas, planteles, semilleros. Cubiertos de vaho por el calor interno, los cristales descubren una mezcolanza de colores desvaídos, desdibujados sus perfiles, que remedan un impresionismo pictórico. Nada es lo que es, pero no es la aventura salvo que una noche de frío intenso, deje de funcionar el calefactor y se hielen las plantas, aunque las más resistentes acabararán sobreviviendo. Fué en ese invierno pasajero cuando sonó el teléfono y Jani le dijo que su padre Conrado, internado en un hospital de Guadalajara, había pedido que avisaran al Hombre del Prado, de su estado.
¿Para qué escribir un blog? se pregunta el Hombre del Prado. No un blog cualquiera, sino este. La razón está en una diminuta figura, demacrada, que de espaldas en la cama de un hospital de Guadalajara, junto a una ventana por la que entraba una bella y clara luz, le decía: "Luis, yo creo que he pintado todo lo que he tenido que pintar, he pasado toda mi vida pintando; he trabajado mucho, he mantenido a mi familia; tengo una buena familia y creo que soy un hombre bueno. ¿Qué me queda sino morirme?" Cuando ya no queda nada es el absurdo, vivir es el absurdo. ¿Qué queda sino morir? Y en la asunción de la muerte, al aceptarla y controlarla, se domina al absurdo y se le quita toda suerte de preeminencia. Sorteando el absurdo, aún cuando se sea ciego montando un caballo ciego, por el borde de una laguna de aguas profundas y orillas peligrosas, el caballero avanza a la menos absurdas de las aventuras: morir en paz.
Al volver a la casa del Prado, después de la visita, recorrió con la mirada las paredes donde cuelgan los cuadros que pintó Conrado. Ahí está su preferido: el puerto de Barcelona, hecho de grises azulones, y manchas de ocres; o la vista de la Iglesia de San Isidro de Madrid, en la que una vez más las superficies lisas de color, que parecen no existir tal es su inocente presencia, son el cimiento de una visión de luz resplandeciente por el cielo del oeste. O los campos inmensos de cereal de Guadalajara; o encinares extensos sobre tierra roja; las líneas de puntos verdes del viñedo; el desgarrón de los cielos sobre los tejados. "Me he pasado la vida pintando"... Un hombre que elude su destino no tiene nada, y está situado en el absurdo, pero si su destino es pintar y pinta, desesperadamente, interrumpe el pintar para trabajar en otras cosas y ganar algún dinero con que mantener a la familia: no eludiendo su destino de pintar habrá llamado al mundo, apelado a él, y este le habrá contestado.
¿Porque pinta un hombre que se sabe destinado a pintar? ¿Por desesperación? ¿Como se puede comprender la felicidad, que no es sino que acallar la angustia de no hacerlo, que nace de, pincelada a pincelada, con un guiño cómplice entre mano y ojo, construir el universo dentro del lienzo. No se trata de un universo particular, sino del universo entero. Se puede ser pintor y se puede pintar. La categoría del primero, es la del que comprende que todo el universo cabe en un paisaje de cereal castellano o en el viejo Muelle del Carbón de Barcelona. No puede contestar el Hombre del Prado porque sabe que esto es cierto sin más , ni explicar por que que le basta con ver una pintura para saber si está ante un pintor o ante alguien que pinta; todo depende del mundo que cabe dentro del lienzo, es cuestión de mirada.
El hombrecillo de la cama del hospital de Guadalaja le dijo apretándole la mano, pues hablaban con las manos entrelazadas: "si esto ha de seguir así, prefiero suicidarme". No lo diría en serio, piensa quien escribe, porque el suicidio depende de disponer de la voluntad, los medios y el silencio. Pero está en su mente lo absurdo de una continuidad sin destino, como un barco que navega por navegar: si no hay puerto de arribada, mejor hundirse. Julieta grita en el tercer acto de la obra de Shakespeare: "aún conservo el poder de morir". Quien lo sabe está vivo y vence al absurdo, que es confrontación entre, como escribiera Camus, la llamada del hombre y el silencio irrazonable del mundo. Cuando el pintor amigo tenía diez o doce años, vió un roble y en su mirada se transformó en un árbol pintado por Monet, una lámina que colgaba en una pared de su casa. Reconoció al mundo a través del poder de transformación de su mirada, se encontró con ella, alcanzó todas las respuestas necesarias . Llamó y el mundo le contestó: pocos alcanzan eso. Tal vez nunca supo con entera claridad que vivía para pintar, pero desde luego no vivía por vivir.
"¿Por que, ahora, con setenta y cuatro años, tengo que luchar para seguir viviendo, si ya lo he vivido todo? Ya lo le luchado todo", le dijo Conrado en un susurro entre el gentío que se agrupa en torno a la cama y que no es sino una unidad de destino formada en torno a un lecho junto a otro lecho en el que se agrupa otra unidad de destino completamente individualizada, unidad separada, identidad aparte, dolor, angustia, preocupación, todas ajenas. Piensa el Hombre del Prado que el poder del suicidio es no luchar y dejarse morir antes que tomar la muerte por la mano: tomar la muerte por la decisión, disponer por el tiempo que resta del poder de morir, adueñarse del destino, cabalgar ciego el caballo ciego con la seguridad de quien todo lo ve y ningún peligro le acecha pues la muerte es nada cuando todo se ha hecho..
Te transmito mi silencio.
ResponderEliminarY lo recibo, Luri. Con mis mejores deseos.
ResponderEliminarYo me quedo callada. Pienso en la muerte, con insistencia.
ResponderEliminarAbrazos entre tus letras.
Clarice: debiéramos darnos cuenta de que la muerte no existe para nosotros. Cuando ella esté nosotros no y nada añoraremos. No pienses demasiado.
ResponderEliminarLo que me inquieta más es eso de no poder decidir cuando querrías decidir sobre el tema.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Julia, en que eso es lo inquietante. Pero no deja de ser una espera, como cuando estás ante los resultados de unasoposiciones.
ResponderEliminarLa muerte, algo que nos preocupa casi toda una vida y se consuma en un instante.
ResponderEliminar"La vida és un instant entre dos plors"
Luis:
ResponderEliminarYo, que soy de los que vivo para vivir, siento una extraña admiración, como ante un objeto muy bien acabado, ante los que, como tu amigo,viven para pintar (o escribir, o tallar piedras, da igual).
Quizá los suyos, como la pintura,le dejen partir soberano.
Me ha conmovido tu historia.Además hoy he pasado el día en Guadalajara, curiosamente.
Saludos
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ResponderEliminarDhavar: yo que he seguido su vida durante veinte años apreciándole, siento ahora también admiración, porque sabe lo que sabe.
ResponderEliminarSi, Franbcesc, así es, pero para unos debe ser "más vida" que para otros, aunque no lo sepan, o no lo sientan.
ResponderEliminarUna vez mas compartimos experiencias a distancia. La mañana del jueves 27 apareció nevando y nosotros también encendimos el hogar con madera de haya (un lujo local)
ResponderEliminarEs una sensación confortable y sin duda protectora en el sentido emocional que dices. En todo caso, derrocha belleza
Pero tu tema de fondo es la vida y la muerte, así que por esta vez no me saldré a cuestiones marginales.
Yo no sé lo que es la muerte, fuera de la experiencia de haber asistido a agonías reales, sencillamente porque aun estoy vivo; puedo especular, eso sí, cuanto me venga en gana, pero realmente no lo sabré hasta que la viva por mi mismo.
Puedo sin embargo sentir este aliento que acabo de experimentar, y eso no lo podré hacer luego, así que cada cosa a su debido tiempo.
Celebrador: veo en ti un empeño en converir cualquier reflexión acerca de la muerte en una cuestión que afecta tan solo a tu persona. A mi edad, que no es tanta, veo morir a gente y pienso en ellas, no en su muert, si en ellas. Yo no reflexiono acerca de la muerte, sino de la vida.
ResponderEliminarPor otra parte, compartir tus troncos de haya (ciertamente un lujo) o el pino que bajo de Aguas Vertientes (otro) es algo que nos regocija a ambos. Es la vida. ¿Que tiene que ver esto con la muerte? Nada, es obvio.
Yo no reflexiono sobre vida y muerte, sino sobre la vida. Morir es parte de ella, mínima, un instante nada más.
Hablo desde mi experiencia porque soy un empirista convencido, me interesan los hechos y sobre todo los hechos que yo mismo experimento
ResponderEliminarPor otra parte las elucubraciones son un interesante tema de entretenimiento, interesantísimo tal vez por algún momento, y aun más si puede ser al amor de algún fuego
Solo que cada cual se concentra en lo que más le interesa
Y para recordar a los que ya se han ido, una frase que se pronunció (es verdad) a la muerte del gran "pandit" Neru, padre político de la India actual: Fué admirable, hizo muchas cosas, logró muchas cosas, pero ¿estuvo entre ellas su felicidad?
Yo no pienso en la muerte, me parece algo reiterativo, porque la siento al lado, pegada a mi espalda y presiento que cuando la tenga delante la asumiré agradecido.
ResponderEliminarNo quita que me agrade leer relatos, textos magníficos como el tuyo, en los que una persona reflexiona en voz alta sobre la vida y por lo tanto ensu final.
Un abrazo
Petrusdom: tampoco yo pienso en la muerte de una manera voluntaria o con ánimo depresivo, pero está ahí.
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