lunes, marzo 10, 2008

Los engarces de la sabiduría.

Ha estado dando vueltas a su teoría de los diversos yoes que se van acumulando a lo largo de la vida alrededor del primero e inicial, incluso del primer yo no nato. Como la tarde ha sido lluviosa, habitada por vendavales intensos que agitan el tejado y parecen henchir las ventanas, ha salido al jardín o al bosque lo justo para dar el paseo con Goyerri. Cubierto con impermeable y un sombrero de lona y ala ancha para evitar que las gotas cubran los cristales de sus gafas de miope, el Hombre del Prado, ha snrido el desasosiego de los días que son hostiles y ha vuelto pronto al refugio de la casa. Durante el paseo pensaba en el yo, bajo otro yo, unidos por una identidad formada por el nombre y un depósito de recuerdos, que son comunes a todos; en un momento, azotado por el ventarrón serrano, ha visto como las cosas del prado se enochecían hasta desaparecer en la oscuridad, una noche disolvente, una carencia de luz que parece infiltrarse en todo hacia la oscuridad. Ha sentido algo así como miedo, o mejor inquietud, o más aún, presencia de algo que devorando las cosas tendía a imponerse como lo absolutamente invisible: lo negro. Y ha vuelto a casa apresurando el paso.

El viento sigue sonando, ha sido así toda la tarde y le parece, más que lo que es, el ruido sonoro y temible del oleaje en alta mar o batiendo la carena del acantilado, como si de un enorme barco se tratara. Después de cenar ha sentido de nuevo la presencia del cortejo de yoes, como si estuvieran sentados en el sofá, frente al televisor, junto a él, un yo dentro de otro yo, y otro y así hasta un núcleo pequeño del que sin tener recuerdo, sabe que existe y que él si lo tiene, porque fue el principio.

Viene esto a cuenta de la lectura que ha hecho de un muy interesante post que aparece en el Blog Petrusdom, siempre interesante en el fondo y magnífico en la forma, siempre de una delicada ligereza. Habla de releer y de como las sucesivas lecturas de un libro van formando en él una calidad de palimpsesto a base de acumular capas que el tiempo suaviza, en algunos casi se muestran con diáfanas o por el contrario turbias transparencias mientras va quedando de aquel un poso en la memoria, que no se refiere solamente al asunto sino al placer que provocó y que como la magdalena proustiana facilitan el retorno de lo pasado.

Un paisaje y un libro, son ambos lecturas. Y una ser humano visto una vez, o varias, o muchas. Todo son lecturas de una realidad que nos concierne, leturas y relecturas que conservan, en cada capa del yo, o en el yo que es cada capa. una huella que no siempre es igual a si misma, porque el paso del tiempo, su marcha, se desvanecerse, la hace de diferente tamaño y profundidad. Ha escrito un libro, un paisaje, una persona, ciertamente: y una luz, un sonido, una canción o una sola frase, que pronunciada hoy aún por la misma voz, no puede leerse lo mismo.

Todo tiende a relacionarse: tantas veces ha visto anochecer e el prado y lo tenía por un disolverse en la noche de las cosas, cuando hoy lo ha visto de otra manera, era la noche negra en su absoluta oscuridad la que todo lo disolvía en si misma hasta ser todo. Cuestión, se dice, de lecturas y relecturas. Pero no va a aceptar que es así, aún sin saber como es este "así" que establece una elipsis. "Así" no es nada, de ninguna manera, porque siempre es diferente de aquel que se toma por paradigmático..

El Hombre del Prado, ahora lo sabe, cuando relee no es nunca quien leyó, y todo, libro, persona, paisaje, canción, es de nuevo.. Cuando se relee, sentencia satisfecho de si mismo, siempre se lee de nuevo porque el placer está en encontrar lo que nunca ha estado allí o cuando menos no se ha visto. Es inútil tratar de pensar que puede sentarse a releer "La isla del Tesoro", que es libro que siempre ha estimado mucho y se llevaría a una isla desierta, a un Pitcairn particular, que puede sentarse a leer "La Isla del Tesoro" por el placer de revivir desde su memoria la emoción primera: no puede hacerlo. Cuando relee lo que hace es leer de nuevo para encontrar en el texto que conoció todo aquello que nunca llegó a ver, a intuir, a disfrutar.

Hay selvas inexploradas recorridas mil veces por multitudes y misterios que cuando más se investigan menos simples parecen. El gran prodigio de la memoria es liberarnos de la esclavitud del pasado borrando la fotografía, impidiéndola una total permanencia.
Releer es una ciencia que exige un cierto sacrificio, porque no se trata de reencontrarse el placer de ayer, sino estar dispuesto al sacrificio de lo que fuera placentero.

Cuando ya todos duermen en la casa y solamente el piano de una grabación desgrana las notas de una sonatas de Beethoven, le parece oírlas de nuevo, tan magnífica compañía le hacen que cree que debe prestarles una atención amante. Si detiene el divagar de las ideas, el sonido penetra con mayor profundiad, no potencia o volumen, sino que se hace más presente, disipada una niebla invisible que le coultaba. ¿Cómo las oiría entonces, cuando fuera, que ahora no recuerda el momento ni el tomo ni la melodia, y pues eso es así, le suenan nuevas y hermosas como nunca lo fueron?

Esta misma noche, porque los pensamientos se engarzan al margen de las casualidades, con los hechos, formando un continuo que es vida y descubrimiento, ha tomado un libro alz ar por matar un rato que estaba sin contenido, o era ese todo el contenido, tomar un libro azar. Y ha resultado ser Los engarces de la sabiduría de Ibn-al-'Arabi. Lo compró y leyo unos quince años atrás y recuerda muy bien que le indujo a conocer a otros autores andalusís, en los que se iba adentrando maravillado como quien camina por un jardín del edén y se deja envolver por él, cautivado. Ahora, jyustamente esta noche en que el blog de Petrusdom ha venido a concretar un poco más la tonta teoría de los yoes, encuentra al Arabi y abriendo una página alazar, que está señalada con el doblamiento mínimo de una pestaña en la parte superior de una página derecha, lee:

Y entre los signos
están los de las cabalgaduras,
en ellas estriba
la diferencia de las sendas.
Hay quienes en ellas
se establecen con rectitud,
como los hay que atraviesan
desolados parajes.
Los afianzados encuentran la fuente,
y quienes viajan remotamente,
se alejan.
Todos encuentran las claves,
desde todos los lados,
para acceder a su escondite.
Y un poco más abajo:
.. la razón está edificada sobre la singularidad en sí, y le corresponde lo impar, que es desde el tres en adelante. El tres es el primero de los singulares. En esta presencia iláhica toma existencia el Mundo, diciendo Allah: Cuando deseamos una cosa, sólo decimos: Se, y es.
Se dice que no recuerda nada de aquella primera lectura que sin embargo debió impresionar a aquel yo lo suficiente para marcar la página, y es entonces cuando sabe que no existe el releer, sino el leer de nuevo, como el ver un paisaje nuevo cada vez que se mira, o oír una melodía.


15 comentarios:

  1. Ni los libros ni los paisajes son nunca los mismos, por veces que se visiten, supongo que afortunadamente e inevitablement. Aunque a veces se echa a faltar la magia primeriza del descubrimiento.

    Buenos días, Luis!

    ResponderEliminar
  2. ¿Y si lo que no existe es el texto? Quiero decir, ¿y si el texto sólo nos es accesible como interpretación? Pudiera ser que hasta para el autor (y estoy pensando ahora en un Dios posible) la única posibilidad de relacionarse con lo creado fuera la de la interpretación. Pienso en la misma naturaleza, en lo que describes, en ese mundo que te envuelve en el bosque...

    ResponderEliminar
  3. Claro, Julia, Lo contrario sería en gran medida muy aburrido.

    Buenos días. Cuando veo tus horas me estremezco0.

    ResponderEliminar
  4. Cita más adelante Al Arabi que el hombre lo crea Allah por medio de la voz para ver lo Creado.
    Y por lo dem´ças, iamgino que todo acto de relación no es sino un acto de interpretación.

    ResponderEliminar
  5. A veces las segundas miradas pueden ser más intensas.

    Y Señorcito querido, no lo olvido. Lo leo no´más.

    Apapachos a Goyerri. Y cariños a Ana.

    ResponderEliminar
  6. Señorcita querida: me encanta verte por aquí. Y saber de ti.

    ResponderEliminar
  7. Sabes que me encata fijarme inencionadamente en aspectos marginales de tus textos (ah, ¡se siente!, privilegios del lecto)

    Sería complicado vivir en donde tú vives y no desarrollar, o no acabar desarrollando, una cierta sensibilidad (o intuición) hacia "cosas" que el ser humano supo desde siempre, por ejemplo, que no estamos hechos para habitar la oscuridad

    Llámalo una cierta sensación de...

    ResponderEliminar
  8. Celebrador: eso si que es una novedad. Noche y día forman parte, biológicamente naturales, del ritmo del ser humano y de mi perro Goyerri, que desde cachorro ha celebrado la noche con entre 6 y ocho hopras de sueño.

    Luz en la oscuridad es un hecho artificial.

    De hecho el "hágase la luz" demuestra una cierta incomodidad al entender que no conseguía ver nada entre aquello que había creado hasta el momento.

    ResponderEliminar
  9. releer es como remirar un cuadro, nunca lo vés igual. El bosque es cada dia, a cada instante diferente, por más veces que lo veas nunca serà exactamente igual.

    ResponderEliminar
  10. Francesc: y si nunca es igual tampoco es el mismo.

    ResponderEliminar
  11. Grácias por tus elogios.
    Me ha impresionado tu imagen,brutal cuando dices "ha sentido de nuevo la presencia del cortejo de yoes, como si estuvieran sentados en el sofá, frente al televisor"
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  12. No hay elogio sin merecimiento, Petrusdom. Te agradezco esa referencia al "cortejo de yoes" que es realmente una experiencia casi sentida.

    ResponderEliminar
  13. Pero hay un momento para pasear por "el bosque", y ese momento no es la noche

    ResponderEliminar
  14. Celebrador, eso es obvio, aunque con antorchas podróiamos pasar por la "Santa Compaña" o contrabandistas de aguardiente. No olvidemos que este bosque es puerto.

    ResponderEliminar
  15. es que se trata de eso Luís, a veces pienso que al releer el texto se ha modificado, de la misma manera que se modifica el paisaje que nunca vemos igual, o igual pasa con los cuadros, o quizás sea que reller o contemplar de oyra una manera un paisaje, ser ver lo que no supimos ver la vez anterior.

    ResponderEliminar