viernes, febrero 29, 2008

Juste avant la nuit.

Es el título de un curioso film de Chabrol basado en la novela The Thin Line, de Edward Atiyah. Acaba de verla, sentado junto al fuego al que le cuesta arder con llama enérgica y entusiasta, porque un tronco está húmedo. Es cosa de la lluvia que ha estado cayendo desde ayer, cuando llegaron provenientes de la playa. Lluvia y lluvia, menuda, persistente, calando todo que llega a empaparse y a rezumar gotas que recorre caminos naturales: la pendiente de una barandilla de la escalera de entrada, las patas de los veladores del jardín, los canalones que mal encajados adornan las cuatro esquinas del invernadero, el buzón donde el correo de tres semanas se muestra empapado, con letras descoloridas, manchones de tinta que desdibujan los nombres.

Cuando ha paseado a Goyerri, sobre las seis de la tarde, ha podido oir como el Arroyo, al que llaman Mayor, baja crecido y torrencial y presenta su voz. El bosque que lo encierra brilla en la penumbra del atardecer; las hojas de los árboles muestran superficies lisas que espejean. El perrillo se resigna al paseo y el Hombre del Prado lo disfruta, calado el sombrero de lona de ala ancha que le han regalado por la mañana, muy ancha le dicen para que las gotas no inutilicen los cristales de las gafas de miope. Esta noche, han comentado Ana y él, podemos ver una película.

La historia es la de un hombre burgués, honrado, que comete un crimen y vive en la angustia constante de su necesidad de expiarlo, hasta que decide entregarse a la policía. Nadie a su alrededor, a los que confiesa el hecho, su mujer y el marido de la víctima, que es su mejor amigo, quieren una justicia social más allá del círculo íntimo en que se mueven, de la propia angustia del asesino no encuentra eco. Extraña confesión sin destino. Lo hecho, hecho está, le dicen. Nada va a cambiar las cosas y la vida, construida con tanto esfuerzo a partir de pequeñas cosas, no debe saltar por los aires cuando lo que queda atrás es irremediable. Ningún castigo podrá cambiar aquello que pasó; escribe Dreyden en una versión del Carpe Diem de Horacio, en el siglo XVII, unos hermosos versos: Not heaven itself upon the past has power (1) . Los actos de los hombres se trasladan con el tiempo pasado al esperado, deseado olvido. La diferecioa entre la justicia de todos y la propia, es que esta última es absolutamente capaz de perdonar u olvidar, eso la hace tan peligrosa y corrompida. Si la infidelidad y el crimen no son capaces de indignar hasta el odio, si el acto miserable del marido y amigo no merecen la hostilidad de quien los sufre, ¿donde está el crimen? ¿Donde la culpa? ¿Que puede hacerlo, al cabo, que sea realmente terrible? Decidido nuestro asesino a entregarse a la policía, es su mujer la que suministrándole un somnífero le ayuda a suicidarse. Las últimas palabras de él, cuando tendidos en el lecho se toman de la mano esperando el sueño del somnífero, son pidiéndole a ella que apague la lámpara de la mesilla de noche: ahora, que venga la oscuridad.

Tiene Chabrol la minuciosidad de un microscopio. Argumento con ribetes de Dostowiesky, la película avanza hacia la complejidad psicológica y el retrato de familia en una ciudad cercana a París, de esas minúsculas, en las que el director francés se encuentra tan a gusto. Parece que en esas ciudades puede suceder todo a la vista de todos y la mayor de las tragedias sucede con la naturalidad de lo cotidiano. En la última secuencia, leyendo la viuda una carta del amigo íntimo, tropieza con una frase que al Hombre del Prado le llama con vehemencia y es causa de este post: No podía vivir sin su dignidad.

Apagadas las luces de la casa, recogido el lector de DVD y ya en el estudio en el piso alto, mira a su alrededor: los estantes de libros, los recuerdos de una vida, papeles, cuadros, las ventanas que se abren a la oscuridad... Todo cuanto le rodea forma parte de su vida y es su vida, en los detalles en que está se arma físicamente con las cosas. Las cosas que son objetos sin función hasta que saltan a la vista y tienen nombre e historia. Piensa en "su dignidad", no la del asesino, sino la suya; no la dignidad como una cosa genérica, sino su dignidad personal. Escribe Kant que "aquello que está por encima de todo precio, y por tanto no admite nada equivalente, eso tiene dignidad" Es pues la dignidad un valor y de cuantificarse lo sería en respeto. Las cosas que le rodean no tienen ese valor, él sí, piensa que si, o que merece tenerlo, o que está capacitado para tenerlo.

Afirma Plutarco que Cicerón ofreció el cuello a su verdugo con un gesto digno, pero Apiano lo niega. Apiano no siente ningún respeto por Cicerón, no gusta del personaje; no siente respeto porque no es capaz de valorar su dignidad, no se la concede, no la ve, no quiere verla. Habrá gente, se dice el Hombre del Prado, que no alcance a verme con los ojos del respeto que debería provocar en ellos mi dignidad; seguramente mucha, seguramente gran parte de sus conocidos, nunca se detendrán a pensar en que están ante un hombre digno. ¿Lo es en realidad? ¿Ofrecería él el el cuello al verdugo, ante la inevitable ejecución?

No podía vivir sin su dignidad, dicen del asesino en la película de Chabrol. Este es un territorio más equívoco, porque se trata de que el asesino no será capaz de respetarse al saberse autor de un crimen y ocultador del mismo. Violencia y mentira le arrebatan a sus propios ojos el valor de la dignidad: no puede respetarse a si mismo. Cuando un ser humano no se respeta, lo ético es sufrir. ¿Se respeta a si mismo el Hombre del Prado? A bote pronto se contesta que si, que tiene una buena opinión de sí mismo, sobre todo últimamente, cuando parece que ha llegado a un punto de partida, a una transición vital y camina, en expresión de un buen amigo, en busca de una biografía intelectual propia, que no sea a fin de cuentas la de todos. Si me respeto, piensa, debo pues de tener mi dignidad bien conservada entre mi guardarropa.

Sonríe satisfecho cuando nadie lo ve; desde el la alcoba, al otro lado del estudio, llegan las voces atenuadas del televisor y una tos de Ana, que como él, parece caminar hacia un estado gripal de esos que arruinan un final de semana y arrasan persona y dignidad, virtud y respeto.

(1) John Dryden (1631-1700) Ni siquiera el cielo tiene poder sobre el pasado...

6 comentarios:

  1. Me recuerda un libro que leí hace muchos años, y que me dejó honda huella, aunque lo he perdido o prestado y no recuerdo el nombre del autor.Se llamaba "El Hombre que quería ser culpable".Ocurría en Suecía, en los sesenta.El protagonista, en un arrebato, mata a su mujer.A partir de ahí todos, absolutamente todos,desde los jueces hasta la prensa y amigos se dedican a la tarea de decir que no es culpable, que no hay culpa, la sociedad, etc.
    Y su angustia crece y crece, porque al hurtarle su crimen le negaban de forma insidiosa y además le impedía sufrir el castigo que podría volver a reconciliarle consigo mismo y el mundo.
    No es dignidad, creo yo, que sí depende de posición, vida,etc.La dignitas como honor del cargo.
    Se trata de ser y sentirse hombre, algo que "da cuenta" de sus actos y su vida.

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  2. Dhavar: es el mismo tema, evidentemente. Quien en la película de Chabrol apela a la dignidad del asesino, y a su deseo de no vivir sin ella, es el marido de la víctima, que no quiere perder una amistad que proviene de la infancia.

    Creo que usan de la "dignidad" cuando probablemente es la "conciencia" aquello que le atormenta. La dignidad es algo que se tiene o no, y que si parece merece el respeto de los demás. La "dignitas" romana era sobrellevar el dolor de la enfermedad sin proferir queja, o poner en peligro la vida por la patria. La dignidad se ve y se intercambia: "pues tienes dignidad yo tye respeto". Si se desploma la dignidad, se pierde el honor, que es la apariencia ante los demás, que excede de uno porque se comparte con el grupo social más íntimo.

    Lo que en la película queda claro es que no hay apelación a la mala conciencia en los demás, el protagonista habla de angustia, sino a la dignidad, a "parecer", aparentar, mostrar lo interior en apariencia exterior.

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  3. Me recuerda un cuento de Papini.
    Muy bonito el nuevo look

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  4. Hoy parece que el remordimiento, la dignidad, la conciencia, tienen menos peso específico literario y cinematográfico, en general.

    Con Chabrol me pasa algo raro, aunque la película no me acabe de convencer, a veces no le salen redondas, siempre hay fragmentos memorables que recuerdo a lo largo de los años.

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  5. Julia: esa es mi impresión con su cine. Formalmente no me gusta, pero sus historias y dentro de ellas algunos momentos, me parecen propios de la penetración de la novela del XIX. Balzac, Dostoiewsky, Zola, Galdós...

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