Las palabras, piensa que le quedan las palabras; y el artificio montado en torno a ellas: el lenguaje: la incómoda carencia de los verbos, el difícil territorio de los pronombres; el vago espacio de los sustantivos. Todo lo que puede expresarse es vago, de aquí el mejor acomodo del silencio. El pensamiento en él se hace monarca absoluto, reino de la intuición y de lo evanescente: una idea sin palabras siempre tiende a ser una absoluta evanescencia: ahora es una certeza y poco a poco deja de ser certidumbre y entra en en la caja inquietante de la duda.
¿Que ha sucedido? Mientras baja la pendiente del monte sobre el prado, siguiendo a un airado Goyerri que muestra su disconformidad con el paseo elegido, él, que querría ir al pueblo y envolverse en la multitud humana que lo puebla, piensa que ha llegado finalmente al vacío de la deconstrucción: ya no hay referencias, ya nada es indicativo de nada y al cabo de tanto estar en el bosque, de tanto escribir casi diariamente (por lo menos durante un largo tiempo) descubre que la cueva que habitó está casi vacia y que todo lo que debiera ser guía, orden de las cosas, asidero para tomar verdades, se ha desvanecido. Las paredes de piedra, los muros del pinar, los senderos de tierra, se han quedado en eso y ya no son ni metáfora: el hombre desnudo ante si mismo ha encontrado el no, y la palabra mágica, ha surtido el efecto a su alrededor.
El Hombre del Prado, despojado de todo menos de una vaga identidad que le habita, no que habita él sino que le habita, que trata de poseerle y se aferra a su íntimo yo, como si fuera el intimo yo, aunque sugiere que tampoco lo es y que podría´ría desvanecerse, ya no es heredero de casi nada y solamente, volcado en una labor cotidiana de trabajar la tierra y mirar el espacio que le rodea, se descubre en vocación de cultivar la tierra, de cuidar de las flores, de guardarse de la lluvia o la nieve que se anuncia. No más poesía, no más conocimiento:_ antes bien menos de todo ello. Y volver a empezar.
Un hombre se vacia de cuanto le ha sido dado como verdad y encuentra en los adjetivos una trampa mortal. Y en los sustantivos. Amor es amor, y miedo miedo. ¿Porqué no tratar de renacer ya vivo? ¿Porque no caminar a construir otra identidad? Vuela sobre el prado un día de sol radiante y un aire fresco que vivifica músculos y venas? Por los ojos entra toda esta belleza que si puede atestiguar que lo es. ¿Podría pensar de otra manera? Los libros que le rodean son paredes, decoración, colores encuadernados, guardados en tapas, conteniendo palabras. Cuanto se pensó y está aquí se borra, que eso es dejar de tener interés. Cabe tratar de alcanzar una certeza y aún ello, en este inicio, parece no tener cabida. Cuesta llegar a lo cierto, por minúsculo que sea, entendiendo como lo cierto la simple afirmación de ser y estar: tiempo y lugar: accidente no es, que la consecución de las cosas aquí le han situado. Tiempo y lugar, aunque solo sea para rechazarlos a ambos y cerrando los ojos encontrar en el vacío, nuevamente, la cueva secreta donde se hizo siendo ya cosa de otros.
Ahora, incapaz de negar a todo, porque el simple hecho de ser es una afirmación, tal vez malsana, deberá restaurar un puñado de gentes que han alcanzado la misma clarividencia del no ver, no saber, no encontrar. Ningún magisterio puede producirle satisfacción, antes bien, solamente los aullidos desesperanzados de los que entrando en la vacuidad, han descubierto en la tierra una verdad cercana: la planta que semillada crece, el mar que se expande y contrae en respiración afanosa, la azada que abre un surco y el remo que se aferra al líquido en la impotencia de hacer al elemento. De la tierra solamente el sendero tiene el valor de la incertidumbre, del hacia donde ir sin conocer destino. No hay ciudad, ni pueblo, ni refugio. Todo hombre es en sí su destino y solo él puede forjar un esperanzado caminar, si tiene claro hacia donde, hacia qué. Que nadie se equivoque, esto no es terrible, pues se anuncia un nacimiento. ¿Es pues, se pregunta, lo incierto, lo que tiene valor? Y abandonando todo el equipaje que tanto pesa, que tanto le ha pesado, que tanto ha querido ser la guía, la agenda, el atajo para deducir de él lenguaje, se dice que es así. Por vez primera en su vida, como un lamento de niño que solo percibe sombras entre luces, siente la libertad de ser, ahora justamente cuando los años pesan.
Hay que acabar el jardín, marcar el huerto, esperar a las nieves y encontrar de nuevo, en las palabras de los otros, el lenguaje esperado. De súbito, que hermosa palabra, se imagina ante un espejo, salvajemente airado, viéndose vacío y vivo, despojado y pleno, y mientras le asaltan terribles aquellos que querrían despedazarle por su atrevimiento, rompe el cristal en que ve el ámbito que le rodea y se siente pletórico. Es casi un dios, ahora que vuelve a ser un hombre.
Retornos del amor en los bosques nocturnos
ResponderEliminar¡Son los bosques, los bosques que regresan! Aquellos
donde el amor, volcado, se pinchaba en las zarzas
y era como un arroyo feliz, encandecido
de pequeñas estrellas de dulcísima sangre.
Los bosques de la noche, con el amor callado,
sintiendo solamente el latir de las hojas,
el profundo compás de los pechos hundidos
y el temblor de la tierra y el cielo en las espaldas.
¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria,
tener llenos los ojos de los tiempos pasados,
de las noches aquellas en que el amor ardía
como el único dios que habitaba en los bosques!
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Hace tiempo que quería regalarte este poema de Alberti.
Y también este verso de Virgilio, de sus Bucólicas:
Que los bosques nos plazcan por encima de todo.
Nobis placeant ante omnia silvae. (II 62)
Un abrazo.
Jesús: Gracias milk. No conocía este poema de Alberti, que me parece extraordinario y hago mío. No es Alberti poeta del que sea devoto, pero este me llena.
ResponderEliminarY el de Virgilio si, está entre mis escogidos. La lectura de las Bucólicas siempre tiende un puente en el tiempo.
Repito que mil gracias.
Sigue siendo un gusto leerle.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, mar de fondo. Es obviamente un halago que agradezco.
ResponderEliminarEl hombre del prado siempre ha sido Dios, no es malo serlo,lo malo es creéselo. Goyerri me sigue pareciendo un perro muy listo y muy suyo.
ResponderEliminarFrancesc: ese casi dios al que me refiero no es sino el sentimiento íntimo de haber llegado al despojamiento de tantas verdades dadas para encontrarva un hombre desnudo, al final de la vida, como si se tratar de un hombre nuevo y por hacer. Y naturalmente Goyerri, es el compañero ideal.
ResponderEliminarAgradable y hermoso paseo por el bosque, buenos días Luis.
ResponderEliminarBuenos días, Julia
ResponderEliminarCon los bosques, como los de las palabras, ¿cuántos mundos se pueden descubrir?
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Petrusdom: a condición de controlarlas para no dejarse llevar, innumerables.
ResponderEliminarGracias por la lectura, encantadora.
ResponderEliminarSeguiré visitándote.
Tarántula: gracias por tu visita. He estado en tu blog y he leído con agrado tus textos.
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