martes, septiembre 11, 2007

El lenguaje y nada

Azorado ante las páginas escritas, ante las palabras alineadas, no consigue comprenderlas pese a que son las suyas. Años de escribir tratando de dar con cierto magisterio le conducen finalmente a la desesperanza. ¿Que es peor, se pregunta, escribir para uno o para otros? Siempre se escribe para uno, es la respuesta, para uno más uno, que es el lector, o más dos... Pero intentar escribir para más de uno es tarea ingrata porque en cada palabra escrita con un significado cada lector hallará otro diferente. Si el impulso de escribir, la pasión por hacerlo, la pasión de hacerlo apasionadamente, tuviera un objetivo menor, podría darse por satisfecho, pero ingenuo, ha tratado de hacerlo para que uno, solamente uno, comprenda lo mismo que él ha escrito palabra por palabra. La desolación está pues en el lenguaje que funciona, cabe reconocerlo, como un limitador de la comunicación, un simple "para entendernos" cuando el objetivo era "para que seas lo que yo soy cuando escribo".

Azorado ante tanta página en la que se enfrasca sin comprender nada, sin otra cosa que ver que un ciertamente elegante estilo de componer las frases, entiende que es llegado el tiempo de empezar de nuevo. Hasta las comas se le han rebelado y parecen haber cambiado de lugar jugando al escondite con la ilación de los conceptos. Hay que comprender que no es el maestro que al dirigirse a los alumnos asume la paternidad de la verdad que está explicando. Después de todo, este pensará que ellos tendrán que romper sus palabras en mil trozos cuando les convengan; objetivo, como debería ser, se sentirá reconfortado al saber que probablemente no dejará otra huella que un rastro de memoria acumulada, el tiempo la borrará o la transformará en un mito: todos seremos narrados durante un tiempo hasta que nada. El no es el maestro, acude a la plaza pública para lanzar al azar una voz con una o dos palabras y esperar que alguien las pueda oír y comprender. Podría decir a los demás ante su pasividad "puedo explicaros quien soy y así me podréis entender en la justa medida". Es otra falsedad ante la que hay que pasar de puntillas, porque no existe una justa medida, un sistema de pesos en lo humano que establezca cuantos son los gramos necesarios para que una incierta verdad, apenas entrevista, pueda hacerse evidente.

Cuando para explicarse el individuo acude a su biografía, asume lo falso y la mentira como propio, tal vez siempre lo ha hecho pero en esta ocasión la evidencia es sorprendentemente clara, pues ante el rechazo debe insistir, sujetar al otro por la manga y retenerlo. Le va a hablar de él para rogarle un tiempo de atención, tal vez tenga un resumen escrito en una cuartilla en la que desde la fecha del nacimiento hasta la superación de sus miserias se mostrará ejemplar. Padre y madre, y hermanos, y mujeres e hijos, formarán un retrato de familia en el que el fotógrafo de turno habrá proyectado un foco de luz maquilladora. Probablemente, para hacerlo más interesante haya creído recordar que fue un hombre terrible, alguien que fustigaba a la mediocridad. Siendo la verdad una pura convención moral frente a la otra verdad, no hace sino procurarse un hogar habitable, una explicación de sus pecados. Guardará esa cuartilla para releerla en la noche solitaria, al borde del camino, hasta saber, finalmente sabrá, que nadie habita en su biografía, ya que suele ser un disfraz.

El individuo ahora se encuentra en el camino, no en la biografía, y estando en él no puede detenerse; no es quien camina sino que es el camino el que recorre el trayecto a la inversa y se le impone; le dice "déjame que sea yo quien te guié, déjame que transcurra por ti, así es más sencillo, es menos doloroso. ¿Para que la voluntad si en el sendero las marcas de dirección están marcadas y vas justamente hacia donde yo te conduzco? Puede tratar de encontrar su explicación en jornadas anteriores recordando un hecho, un acto, un hostal, un cruce, una sombra que le dirigió la palabra o un banco en el que se sentó junto a la fuente, pero las ha olvidado convirtiéndolas en historias de sí mismo, apenas nada que pueda interesar. Lo que ve a través de sus ojos no es sino la representación del camino que se ha impuesto, eso cree, cuando es la pasión de la vida la que le sitúa en él sin más motivo.

Todo lo que oye es lenguaje y lo que ve lo mismo y el mismo sentir sus sentimientos no son sino convenciones del lenguaje. Mientras no esté solo, desnudo en soledad, no alcanzará un territorio libre para perderse, pues no hay otro destino. Tal vez pueda entonces intuir que en la ausencia de meta se encuentra la parte más prometedora de su proyecto de viajero en la vida; tomará cuantos senderos se le antojen siempre convencido que ese que toma es el que más conviene a su momento y al cabo el momento será ya otro y habrá perdido la urgencia de resolver el conflicto y hacer la elección.

Absorto en el bosque no hace sino negar lo que ha sido creyendo ser y tratar de saber lo que fue sin saber. Podrá interrogar a los demás, pero el lenguaje, una vez más, le dará noticias falsas, poniendo ante sus ojos mil figuras y formas que, a su entender, no le corresponden. ¿Quien vivió por mí? se preguntará y no encontrará otra respuesta que "uno que fue antes que tú y al que ya has olvidado". Se tratará seguramente de él mismo, pero ¿cómo saberlo? ¿Cómo reconocerlo? No hay compañía aunque revolotee en torno a él toda la ternura del mundo hasta el punto de llegar a emocionarle. Filosofador al fin, tendrá que aceptar que una vez más le engañan los sentidos que se engarzan a la memoria como valores añadidos, como algo más que deberían, si eso fuera cierto, dar valor y coherencia, resumiendo una verdad que sabe que no existe. Yo no soy la verdad, se dice, que no existe o que puedo ser cualquier verdad en cualquier momento. ¿Cómo borrar esa perturbación de la memoria para que la emoción no le distorsione la visión? Como en un horizonte lejano, cuando volvemos la vista atrás del camino en el monte, vemos el paisaje que hemos recorrido como otro, vuelto del revés y ahora también el individuo es otro. "La vida es muy cruel" repetía alguien cerca de él, e irritado sentía ganas de decirle "¿que sabes tú de eso?". Fue en una noche de tormenta, alrededor de un fuego: no quiso consolar al que lloraba, bastante tiene cada cual con lo suyo.

Yo, afirmará rotundo en el silencio de la ausencia de otros, he sido feliz y de inmediato, el poco tiempo que se tarda en descubrir la traición del lenguaje, un instante cargado de cegadora luz, tendrá que decirse a si mismo o gritar al sendero que no puede saber lo que es, ha sido, será, ser feliz. ¿Acaso he sentido la placidez de ser creado? No cree que se pueda sentir otra felicidad que el saberse acunado en este mundo, cuando comprende al fin que ha sido dejado aquí, arrojado de manera brutal, despiadadamente. Y una vez más el lenguaje: ¿Que quiere decir "arrojado despiadadamente". Todo cuanto piensa con palabras debe ser vuelto a reescribir, borrar palabras que cambian el sentido de las cosas y finalmente encontrarse que de miles de palabras le han quedado las justas, una línea, diez o doce vocablos en los que el sujeto y el predicado están unidos por la vaguedad más absoluta.

Azorado ante tanta página escrita carente de sentido, alcanza el silencio sabedor al fin de que es la ausencia de lenguaje el único idioma capaz de ser comprendido. Aunque, le asalta una frase que leyó hace años de Pierre Klossowski: "¿de que forma podemos hacer para saber lo que somos cuando nos callamos?"

11 comentarios:

  1. Pues "pa" mi la felicidad es un sentimiento muy tajante, al igual que la des-felicidad, claro. Es como el embarazo: está embarazada o no está embarazada. Es como comer: o se ha comido o no se ha comido... ¿a qué engañanos?

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  2. Luis, hay muchas cosas que crecen en silencio (el trigo, por ejemplo), un lenguaje del que no se debe abusar aunque está bien utilizarlo... de vez en cuando.

    Respecto a la felicidad...además de ser consciente de haberlo sido, que está muy bien, lo realmente "sublime" es serlo y darse cuenta en el momento.

    Un abrazo silencioso.

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  3. Ana, reiki, la felicidad en el sentido en que la refiero es un sentimiento general de permanencia, satisfecho de estar, consciente de estar aquí, por eso la declaración de precaución ante el sentimiento, ya que el individuo (este individuo) piensa que el hombre, cada ser humano, es arrojajdo al mundo sin contemplaciones. No se trata de la felicidad ahora y por tal o cual cosa, sino de la satisfacción íntima, casi permanente.

    Creo que la otra felicidad es en sí una sublimación de la satisfacción, un estado de ánimo que tiende a sobrevalorarse por exageración, un pletórico estar y sentirse que tiene su contrapartida en el bajón al romperse la causa.

    En cuanto al lenguaje, Ana, esconde siempre no la posibilidad, sino la imposibilidad de comprensión exacta. Traducimos pensamiento y sentimiento con un lenguaje que no tiene porque ser el que usaría el otro.

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  4. Buenaaassss, recuerda cuanto tu mismo eras pequeño, a veces (muchas veces) sentías una felicidad "pó-que-sí", sin necesida de una "causa" que nuestro servidor (el cerebro) pueda indentificar como tal

    Lo que no significa que tal causa no existiera en realidad

    Esa causa sigue presente (claro está), pero nuestra capacidad de percibirla ahora, ya como adultos, es otra cosa. Se va producioendo habitualmente una pérdida de tal percepción, y acertar a recupararla en medio de los sube y bajas de esta especie de "montañica rusa" que es lo que nos va ocurriendo en cada momento de nuestra vida ...

    Ese es un tema que me encanta (como es sobvio), pero tambén me interesan otros y desde luego me encanta tu blog

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  5. Luis, este ser arrojado al mundo sin contemplaciones... sólo los brazos dispuestos a parar el golpe, es decir, el amor, pueden remediar que el golpe sea mortal, evitar que no merezca más la pena "no haber nacido, estar muerto", según sentencia clásica.

    Lola

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  6. Lola: ciertamente es el amor, en todas sus formas, la compañía, la alianza con el otro, uno o más, en un tiempo o dado o en todo el tiempo. Sin embargo, al fin el lenguaje crea límites y mantiene esa sensación inexcusable de soledad, de deuda con uno mismo, de rechazo de lo gregario, a lo que se tiende en cuanto se entrecierran los ojos.
    Es, en cierta manera "la voluntad de poder" de Nietzsche que pugna por entregarse y disolverse o por aflorar y establecer la individualidad feroz.

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  7. Reiki: para mi la felicidad es la satisfacción de vivir. Cuando es excelsa, pasional, obtención de lo más deseado, es momentánea y crea un cielo, unn horizonte no siempre alcanzable. La mediana felicidad. la satisfacción del vivir, la "dorada mediocridad" de Horacio es la satisfacción del corderito, la conversación inteligente, el futbol por la tele, un buen libro, el jardín, los hijos creciendo (un totum revolutum) es esa a la que creo que haces referencia y que acepto en toda su plenitud.

    Por otra parte, tal vez suceda que yo no recuerdo de manera especial haber sido un niño feliz, aunque no creo que fuera un niño infeliz. Dos o tres imágenes, tal vez más, me traen recuerdos de ternura infinita, vinculados a la figura de mi madre, que eran los brazos que me acogían.

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  8. Reiki: sin embargo tengo muy presente la frase de Calígula en la obra del mismo nombre de Camus: "los hombres mueren y no son felices".

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  9. Tienes razón Luis, encontrar la palabra adecuada es muy complicado a veces; si la encontramos puede que no nos comprendan y si callamos... ahí es cuando el silencio abusa de su lenguaje de silencio, porque quien escucha lo interpreta a su manera, que no tiene por qué ser la nuestra.

    A mí me ha pasado que tiempo después encuentro las palabras adecuadas a mis silencios, normalmente escritas por otras personas, en ese momento comprendo un poco mejor por qué me han arrojado al mundo.

    Un abrazo y gracias.

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  10. Un viajecico a una Italia menos antigua:

    Así es (para vos), si así os parece (a vos). Y así será (para A. Camus), si así le pareció (a A. Camús)

    No obstante su observación es empíricamente perfecta, muchos hombres han muerto exactamente así, como sabes me encanta "filosóficamente" el empirismo incluido ese homo hóminis lupus (y cuando el lupus está jodido...; claro, que cuando el lupus está satisfecho...)

    ¿Todos?. Empíricamente también podemos afirmar que no, que todos no han muerto infelices

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  11. No dice que mueran infelices, sino que "no son felices" desde el prisma de que no consiguen aquello que ambicionan, no cumplen su vocación, pierden el proyecto de su vida, caen en el absurdo, etc. Eso no es la infelicidad exactamente, tal vez el "absurdo" en términos existencialistas. Cuando la vida carece de objetivo. Por ejemplo, un anciano que vive satisfecho de si mismo, pero que ha tenido hijos y nietos, han crecido, viven su vida y él se aburre sin nada que hacer. ¿Es feliz? Tal vez no, lo quen no quiere decir que no haya sentido la felicidad en otro momento. Pero en el ejemplo que pongo hay en su vida un espacio vacío en su proyecto de futuro. Ni lee, ni juega a la petanca, ni pasea: ve la televisión y nada más. No se siente feliz, si le preguntas dirá que no es feliz, y no lo es.

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