viernes, septiembre 14, 2007

Crónica de un crimen de novela

Pasamos la vida construyendo una identidad, le digo a Ana. Pero, me contesta, ¿no es en eso en lo que consiste la vida? Estamos frente al mar, sentados en la terraza; el sol velado por la calima produce un calor bochornoso. Un ferry entra en el puerto de Alicante y su blanco refulge ligeramente, como hijo de un vaho, mientras la isla de Tabarca ha desaparecido dentro de una masa opaca en la que el azul mediterráneo ha dejado paso un desvaído color salpicado de grises y de bordes blancos, causa de la luz del sol al contornear las nubes.

Hemos llegado hace dos días con la intención de pasar poco más de una semana, con el coche cargado de libros apilados en cajas plegables de plástico de las que se compran en las tiendas almacén de bricolaje. El hombre moderno se ha convertido en un habitante de Leroy Merlín, de el Corte inglés, de Carrefour, pensaba mientras metía los libros seleccionados en las cajas, amarillas y azules que parecían realmente barquillas de fruta: las novelas de John Le Carré, de P.D. James, de Henning Mankell, y también las más antiguas, de edición rústica que guardan a Hammet, a Chandler, a Mc Coy, Macc Donald, Himes, Quenn,Mc Cann y la Highsmith, sin olvidar a la reserva espiritual que representan Simenon, Cristie, Doyle y como una joya preciada, antigua. anticuada, reaccionaria, la obra de Edgar Wallace. También, se dijo, somos almaceneros de un almacén propio, colección de horas pasadas, archivo de enigmas vividos en el pasado, sólidas tardes de hastío convertidas en tardes de gloria.

Acarició una novela de Chester Himes, cuyo título es en sí una obra maestra de exposición inquietante: "Un ciego con pistola". Himes era un escritor de Harlem que fotografió su barrio suburbial y retrató a los personajes que pululan por él construyendo una identidad basada en la supervivencia y en la destrucción: vivió y murió en Málaga, escribiendo al sol del Mediterráneo, entrecerrando los ojos y soñando un Harlem violento de pequeños enanos monstruosos. La manera magistral con la que Himes traza una novela, las elipses que dibuja para ir y venir de un sitio a otro saltando por los capítulos, es una lección de la mejor literatura.

Entre toda esa novela una joya americana de Boris Vian: "Escupiré sobre vuestras tumbas". La admiración que siente por este autor es similar por grande con la que siente por Celine. En ambos casos, piensa, la locura de estos hombres es la de aquellos que lo han perdido todo menos la razón, según escribió Nietszche en algún lugar de su obra. ¿Porque piensa que este autor alemán es en realidad un magnífico autor de novela negra? Probablemente por las horas dedicadas a resolver los enigmas que plantea la muerte de dios y el nacimiento de un hombre empujado por la voluntad de poder, llevado en andas por el eterno retorno de su humanidad, una y otra vez cercenada, una y otra vez resucitante. A veces ha pensado, por pensar, que la mejor literatura no es sino novela negra, plagada de buenos y malos, de violencia moral y física, de castigo y redención, de culpables, siempre culpables, expiando su parte de insoportabilidad del mundo y de la vida: Crimen y Castigo, que leyó en 48 horas seguidas, interrumpidas por un sueño ligero de no más de tres. mientras cumplía el servicio militar, sin poder dejar el libro de las manos hasta llegar al fulgor de una frase: "el miedo a la estética es el signo de la impotencia". Faulkner, magnífico señor de la disolución del sur profundo, con un bourbon al alcance de la mano y un universo poblado de fantasmales deseos; Balzac, recorriendo con morosidad los salones donde el crimen se manifiesta contenido, irrealizable igual que despiadado; James, Miller, Tolstoi, Baroja, Galdós, Zola... En toda novela se cierne el asesinato del autor a manos de sus personajes, del lector a manos de la historia.

No se puede ordenar una biblioteca sin demorarse en los títulos, en las portadas y en la memoria. Las paredes de la habitación se visten de palabras, y convertida en cuarto de estudio y biblioteca abren sus ventanas a la sierra que rodea Alicante, peladas de vegetación, macizos informes de tierras pedregales, de inmensos roquedales que niegan la vida afirmando la voluntad de muros carcelarios, anticipo del África que al otro lado del piso se adivina exactamente en la frontal, la terraza, el mar, la línea del horizonte, la línea del sur trazando una línea recta desde el norte de la ventana hasta la misma Argelia, donde nada se divisa. Piensa que allí nació Camus, del que ha traído a Alicante algunos libros que tiene repetidos: El mito de Sísifo, El extranjero, El malentendido, Los justos... Todos novelas negras, se dice, todos libros de enigmas terribles que tratan a la vida y a la muerte como la misma cosa indiferente y banal.

Los libros son identidades compartidas, trozos de identidad que son del autor y del lector, por separado, unidos por los puntos vagos de las horas de lectura, del pensamiento prestado al otro que escribió en el otro lado de las palabras escritas, impresas en páginas de papel blancuzco. Tantas palabras para construir una realidad que es el hombre del Prado, que es al mismo tiempo el Caminante en la Playa y que es en resumen Luis R..., un personaje que se difumina en su realidad por el nacimiento de un hombre nuevo, de una identidad vivida y al tiempo inventada. Quien no inventa su identidad, quien no se ve a sí mismo como si fuera el otro, quien no participa en el asesinato ritual de aquel a quien intenta entender y no lo consigue, pierde una visión de su criatura. Todo individuo, al mirarse, no ve sino una metáfora de sí. Un ciego con una pistola o una hombre con una pluma y otro hombre en el prado que viaja a la playa y se refugia en el paisaje del crimen que ha cometido y nunca ha confesado: vivir inadvertidamente. ¿No es eso una forma de asesinar a un ser humano?

Claro, le dice a Ana, en la terraza, es eso la vida, nada más que construir una identidad, saber unir -saca a colación a Pitágoras de nuevo- el principio con el final. Abajo, en los jardines de los chalés adosados que extienden praderas irreales, metáforas de lo natural, adornadas de piscinas y columpios, un niño de seis o siete años trata de levantar al aire una cometa en un día sin viento, y no lo consigue. Corre esforzadamente arrastrando el armazón vestido de tela de colores, donde domina el amarillo, y aquel a trompicones tropieza con la tierra y se arrastra tirado por el hilo: tozudo el niño y terca la tela el intento se convierte en furiosa carrera en torno a la piscina en la que el agua centellea. Al fondo el mar, presente, siempre, una línea que grises que se dibuja desde la colina que soporta el faro hasta el hasta el Cabo de Santa Pola. En su recorrido, interrumpen la pureza de su línea algunos edificios de muchas plantas y en ellas muchas viviendas, colmenas del desarrollo demencial. Destruir un paisaje es también una historia negra, piensa, un gesto plagado de crímenes. Cansado el niño vuelve a su casa entrando por el trozo de césped, que enmarcado en una valla de madera blanca, crea la ilusión de un jardín particular; la cometa yace inmóvil sobre la hierba, como el toro en el albero, exangüe, muerta. ¿Cómo, se pregunta, pude vivir inadvertidamente tanto tiempo y ahora miro las cosas con tanta mesura, con tanto tiempo, tan detenidamente? ¿Quien puede contestar a la metáfora? Una brisa, repentina y breve, ondea las faldas de los toldos que parecen saludar, saludarle.

Goyerri empieza a inquietarse, son casi las once y entre un lento despertar y un soleado desayuno, han pasado dos horas y el amigo perro reclama salir a la calle, caminar por el paseo hasta el descampado en que se encuentra con todos los olores de todos los perros del mundo, eso debe sentir él, que tanto le ilusiona y le hace corretear siguiendo un rastro hecho de zigzags donde en cada vértice se detiene para hundir su hociquillo en el suelo y aspirar el aroma de perronidad que tan caro le es. El perrillo, casi humano, de identidad transformada, encontrará en esos rastros aquella que ha ido perdiendo entre sofás, alfombras, rincones sombreados, el bosque, el jardín. No parecerá importarle ni sentir desesperanza alguna por rencontrar un rastro que le conducirá hacia lo primigenio y propio: no tiene mitos.

Ana se pone en pie: hay que sacar a Goyerri. ¿A la playa o al acantilado? Le da lo mismo, lo que Goyerri marque. lo que le indique el minúsculo y adorable hocico cubierto por las greñas canosas de su especie. ¿Me acompañas? le pregunta a ella. Claro, le contesta, me visto y bajo contigo.

Buenos días.

15 comentarios:

  1. Es cierto que los libros cuentan vidas y por lo tanto muertes y de estas las violentas cuentan más, pero la realidad está en la cometa que no vuela y en el cuadrado de verde intenso del césped en contraste alucinante con el erial que lo circunda.
    Miles de horas de feliz lectura sin haber aprendido a mirar lo simple hasta este final que cierra el círculo.
    Ahora miro con desasosiego y desconcierto las estanterías llenas de libros polvorientos y aunque Luis y Gregorio los acarician , cuando tomo en mis manos, recién comprado la “Incerta glòria” huelo a polvo sin quererlo.
    Somos como Goyerri, aunque “frisem” por lo primigenio, nos acostumbramos a las alfombras.

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  2. Cerillo, tu último párrafo resume un compendio de sabiduría. La que tiene Goyerri, innata y acomodaticia.

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  3. "En toda novela se cierne el asesinato del autor a manos de sus personajes, del lector a manos de la historia": Exacto, como en la vida, que el autor (el yo que suponemos autor) siempre se esconde tras sus personajes (el yo que ejecuta, el que actúa). El ser del hombre, decía Ortega, es un gerundio.

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  4. No tenía presente, Luri, esa frase de Ortega. Obviamente el ser es siempre siendo. Un poeta dijo que vivía en los gerundios, creo que era así, y nosotros nos podemos reconocer en ellos. También es cierto que matamos al yo de cada día a medida que emerge el yo del presentemañana.

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  5. ´Por cierto, Luri, cada día pienso más que la, genialidad?, de Ortega se reconoce en su capacidad para sintetizar en frases su filosofía, tan cercana.

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  6. Empiezo a sentir envidia por Goyerri o ya no sé si es el propio Movie o somos los dos.

    En tus textos siempre me das tantas frases para subrayar y seguir en la colección de "colección de horas pasadas".

    Disfruten el mar.

    Abrazos a los tres.

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  7. Te devuelvo el abrazo y me alegra verte por aquí.

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  8. La cometa es también un arquetipo, arquetipo de la espera d ese viento que la hará volar siempre y cuando el el momento en que el viento llegue, ella esté debidamente unida a su mecanismo de vuelo (en tal caso unos hilos sujetos por una mano)

    Me gustan mucho las cometas

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  9. Quizás la vida sean unas cuantas obligaciones, entre ellas sacar a pasear a Goyerri., y poco mas.
    Y ahora ¿que està pasando con Sales?, olvidado durante años y ultimamente a todo el mundo le ha dado por ahí, lo cual me parece muy bien. De estar muerto física i literariamente ha resucitado de manera brillante en el segundo de los casos. Ya era hora, tratándose posiblemente de una de las mejores novelas en catalàn del siglo XX.

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  10. Francesc: Goyerri está totalmente de acuerdo contigo. Afortunadamente me queda tiempo para hacer alguna cosa más.

    En cuanto a Sales sólo puedo decirte que mi hermana lleva años recomendandome este libro, igual que Camí de Sirga. De los dos ella es lectora en catalán y de novela y yo, no tanto en catalán y poca novela. pero en fin, estoy esperando que me la envíe la casa del Libro a la que se la he pedido por Internet conjuntamente con otras tres cosas.
    Cuando la lea opinaré.

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  11. Hay quien dice que la novela negra o policiaca -la buena- no es más que 'la otra' pero jugando con el misterio, de la muerte a sus causas y responsables, mientras que en el resto suele ser a la inversa, de las causas y responsables a la muerte.

    Sobre Sales, supongo, que, como comentaba en una ocasión Gregorio, está encontrando 'hoy' su público.

    No me convenció Camí de Sirga, no me emocionó, pero quizá tampoc la leí en 'su' momento. Cambiamos tanto!!!

    Hermosos días alicantinos.

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  12. Puede que seamos cometas y nos creamos pajaritos.

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  13. Julia: Muy hermosos hasta hoy en que la borrasca nos ha cubierto de agua, pero la temperatura es buena y la playa estaba preciosa bajo el agua, el viento cálido y vacía.
    Por cierto, Crimen y Castigo ¿no es una novela policíaca?

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  14. Creo que sí, en cierto modo, pero conocemos al asesino en lugar de tenerlo que adivinar, más negra que policiaca, por cierto. Hace poco una amiga mía que es aficionada a escribir se preguntaba retóricamente si 'aún' se leía a Dostoievsky...

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  15. Dile a tu amiga, Julia, que hay quien lo relee. Yo, por ejemplo.

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