Entre los libros que han llegado en cajas a la playa, está la novela de Vassily Grossman, publicada en francés, Vida y Destino. La casualidad hace que el mismo día en que lo coloca en un estante, se entere de que va a ser publicado de nuevo en español, ya lo fue hace muchos años por Seix y Barral, pasando desapercibido, o eso cree recordar. Recuerda perfectamente que llegó a sus manos como un regalo de un amigo que viajaba muy a menudo a París, y que le costó esfuerzo leerlo, ya que meterse en 900 páginas en francés, contando con una habilidad media para leer y comprender en ese idioma, requiere dos cosas: paciencia y suficiente interés para perseverar en el esfuerzo.
El libro de Grossman le pareció terrible y lo relacionó con otro libro que había leído años atrás: El cero y el Infinito, de Arthur Koestler. Ambos exponen, de los libros conviene hablar en presente cuando son actuales, la cara perversa y escondida del totalitarismo. Y, como por obra de una maldición que actúa sobre la mente de los individuos y que no es sino el peso de la propaganda, machacona, sobre las personas, cuesta creer en sus contenidos. tachar a estos libros de contenido anti comunista, a secas, podía resultar eficaz en los tiempos en que los leyó, pero calaron en él.
No fue hasta mucho más tarde cuando se encontró con Los Orígenes del Totalitarismo, de Hanna Arendt, del que Vida y Destino parece ser la puesta en imágenes (después de todo funciona como una novela) del libro de pensadora judía. Lo que esta teoriza apasionadamente, comparando las dictaduras soviética de la epoca de Stalin, con la dictadura nacional-socialista, aparece reflejado capítulo tras capítulo en la obra de Grossman, de tal manera que uno y otro forman una dualidad compenetrada, un todo coherente narrado con dos lenguajes y si en el libro de la Arendt las imágenes las pone el lector, que ha recibido harta información gráfica de aquellos hechos terribles, en el de Grossman el pensamiento que allí late está claramente expuesto en la obra de Hanna.
La casualidad le ha llevado hoy a encontrar, entre los libros por clasificar, un pequeño volumen, de unas 170 páginas de caracteres grandes y espaciados, titulado Historia de la columna infame. No lo había leído, estaba olvidado en ese sueño que les corresponde a muchas obras que esperan con paciencia su turno y que algo deben de tener, porque en las limpiezas periódicas de una biblioteca, mudan de lugar pero nunca abandonan el sitio. Esta Historia es obra de Alessandro Manzoni, su siguiente trabajo después de haber escrito y publicado Los novios. Manzoni, está seguro, no es sino una referencia en los libros de literatura, cuando se habla de los románticos italianos, y en verdad fue un romántico al que un día arrebató la razón del puro romanticismo y ganó una visión crítica de la historia y del tiempo. Lleva un prólogo de Leonardo Sciascia al que he de volver enseguida.
A las 4,30 de la mañana del día 21 de junio de 1630, Caterina Rosa, una mujer de clase baja vecina de Milán, estaba asomada a la ventana cuando un hombre que caminaba por la calle le llamo la atención. Escribía algo en un papel y de vez en cuando pasaba la mano por la pared. Extrañada recordó que se hablaba en la ciudad, que sufría los coletazos de la peste, del infame untar paredes con ungüentos terribles para que la plaga se extendiera. Y en este sentido denunció al viandante. De como los jueces, la opinión pública y los funcionarios de la justicia convirtieron aquel hecho explicable en un acto de terrorismo contra la ciudad, a partir de la aplicación de la más salvaje tortura, del más horrendo suplicio moral y físico, da cuenta el libro. No uno, sino varios encausados por confesiones alocadas hechas por los encausados para salvar, no la vida, sino limitar o acortar la tortura, fueron apareciendo en nombres sugeridos al azar, sin conocimiento entre ellos ni relación alguna. Los dos principales encausados fueron condenados a ser paseados en carro por la ciudad mientras se les atenazaban las carnes con tenazas al rojo; se les cortaban, primero una y luego la otra, las manos; se les descoyuntaban lentamente los huesos, les rajaban las carnes y finalmente los colgaban cuidando de evitarles la muer5te para degollarlos seis horas después. Sus casas fueron derruidas y finalmente en el solar de una de ellas se levantó una columna, que se llamó infame, en memoria de los hechos y que ya no existe.
Manzoni, en este informe, que no es una novela, centra su interés en los jueces, hombres que debiendo ser responsables, se entregaron a un festín de sangre y tortura a partir de una palabra: "inverosímil". En la medida en que los interrogados por la tortura negaban las versiones que los culpabilizan, la respuesta de los jueces, escritas en las actas del juicio era: por ser su respuesta inverosímil, se le vuelve a dar tortura.. Hay palabras que no son inocentes cuando quien las usa es capaz, porque tiene el poder, de darles el sentido necesario. Curiosamente aparece en las citadas actas una expresión que no es caprichosa y si reveladora: esta verdad referida a las confesiones de inocencia de los reos, son las dos palabras que crean para la verdad la existencia de dos niveles: esta verdad, la suya, no es verosímil y si se observa bien la frase veremos cuan reveladora es de la certeza de que la inverosimilitud es porque no se adapta a esta verdad, la nuestra.
En el prólogo, Sciascia expone un concepto que le llama la atención nada más leerlo: la burocracia del mal. Se refiere a la maquinaria de la justicia que, de buenas a primeras, empieza a funcionar ignorando pruebas, falsificando razones, forzando confesiones y decretando torturas sin cuentos y horrendas ejecuciones de inocentes. Esta burocracia del mal que narra Manzoni y cita como concepto Sciascia, viene a ser aquella banalidad del mal a la que se refiere la Arendt en El Juicio de Eichman. El mal convertido en burocracia se convierte en ciega maquineria cotidiana desprovisto del horror, salvo por la víctima; aplaudido incluso por la ciudadanía que llega a creer en aquello tan formal de algo habrán hecho, ya que ningún ciudadano, en su cabal juicio, podrá pensar nunca que los jueces que deben proteger a la sociedad puedan dedicarse a instaurar el mal, como norma moral de vida.
Al acabar el día, tras haber dado cuenta del libro en una tarde de lectura, una noticia le llega y en cierta manera le conmueve: ha sido detenido y va a ser juzgado el número dos del khmers rojos, co responsable de la persecución y muerte de 1.400.000 ciudadanos camboyanos. Hilando fechas se da cuenta de que todo tema de este cariz no es sino la presencia del mismo mal a lo largo del tiempo, parido por los hombres.
Inverosímil le parece todo lo que ha ido hilando. Esta verdad, se dice, no puede ser cierta porque es inverosímil. Y recuerda la frase de Brecht: aún esta vivo el vientre que parió a esta bestia.
Nunca estamos ni estaremos vacunados contra el mal, colectivo o individual. Me sorprende todavía la necesidad de dar a ese mal institucional i institucionalizado, irracional con frecuencia, una estructura de supuesta legalidad, burocratizada.
ResponderEliminarHago mías las palabras de Júlia: No hay manera de prevenirnos contra una crisis de fanatismo. Pero me parece que ese sentimiento de la fragilidad de la democracia o, si se quiere, de la fragilidad de la normalidad, es algo que cada vez parece menos compartido. El que un país tan dado a las contiendas civiles como el nuestro llegue al centenario del 36 sin volver a las cainadas debería ser un objetivo común e indiscutible. No sé si es así.
ResponderEliminarComparto sorpresa y dudas.
ResponderEliminarY sí, "la fragilidad de la normalidad", me apunto la expresión.
Hablando con unos sobrinos, trentañeros, la vida les sonríe, una hija preciosa, buenos puestos de trabajo, un piso propio, unos tíos majísimos (nosotros) que les adoramos... En fin. Pues nada, que la Monarquía... a tomar viento. Pero ya mismo, vamos, sin contemplación ninguna. Luego, les contextualizas su radicalidad y te das cuenta que es meramente superficial, fruto de una ignorancia histórica supina y de una falta casi total de reflexión política. Y estoy hablando de licenciados universitarios.
Lo explico porque me parecen paradigmáticos. Y claro, después de leer a Arendt, sabemos que esa inconsistencia masiva si se cruza en el camino de unas determinadas circunstancias históricas, pues ya tenemos servida la debacle.
Lola
Dicen que a veces nos cansamos de 'estar bien', y debe ser verdad.
ResponderEliminarJulia, Luri, Lola: es que parece que el mal llega como el rayo, inesperado, triunfante, y no hay defensa. El mismo 18 de julio, visto y no visto. Y enseguida los fusilamientos, los paseos, las checas, en ambas partes, no en una sino en las dos. O la antigua Yugoeslavia. Para que el mal se organice y asuma la banalidad o la burocratización, tiene primero que llegar e instalarse, o surgir a partir de la irreflexión de moda. Lo que asombra es la capacidad de los vecinos buenos de adaptarse a su oficialidad, como rpeentinamente surge un torturador que incorpora la tortura a su medio de trabajo.
ResponderEliminarLa enfermedad no es ideológica, sino humana y muy humana.
la capa de civilización que tenemos es finísima, si la rascas un poco, debajo aparece el hombre tal cual, el animal que mata por matar, ni tan siquiera es importante la causa o la razón,es simplemente hacer el mal por hacer el mal, y en eso somos desgraciadamente expertos.
ResponderEliminarSerá Francesc que algunos creemos que nuestra capa, a la que aludes, tiene según creemos algunos, más espesor que la de otros, o que las convicciones que hay debajo son más fuertes, sólidas, tienen mejor anclaje. Cuando me refiero a esa burocracia o banalidad del mal, me refiero a la facilidad con la que un ciudadano normal se convierte en interrogador, torturador o ejecutor, incluso al margen de ideologías o con una sola firmemente asumida: la defensa del Estado, el bien de la comunidad. El mal por el mal me interesa poco ya que sé que existe en la naturaleza de los hombres; lo terrible es la facilidad con la que unos, algunos de estos hombres, asumen el papel de herramientas del mal creyendo que hacen bien, o sin creerlo, disfrutando con su hacer. Ese es para mi el punto débil, la fragilidad de la capa de contenidos éticos, con que se recubre una parte de la especie para ejecutar algo que, en teoría, es ajeno a la conciencia comunmente aceptada por todos.
ResponderEliminarA mi nunca me ha preocupado mucho el tirano: si los cómplices.
ResponderEliminarel que hace daño, el problema, nunca es el tirano, son los cómplices como tu dices. Por cierto arregla el título del post.Pone Inversimil en vez de inverosimil, lo siento, ya sabes que me pierde la estética.
ResponderEliminarHay textos que remueven conciencias y hechos que convulsionan estómagos, quienes creen estar en posesión de la verdad absoluta y liberadora carecen de la primera por canibalismo. Utilizar el terror como arma y generar miedo en la multitud es su artimaña, seguir haciendo las mismas cosas y esperar un resultado distinto es una locura, así que me temo que barbaridades como las que han ocurrido hasta ahora no tienen punto y final.
ResponderEliminarRecuerdos al mediterráneo, besos para Ana, un guau a Goyerri, un abrazo para ti.
Ay, Francesc, la estética. Tienes razón, es inverosímil que falte a la ortografía, aunque sea para que un buen me lo advierta.
ResponderEliminarAna: hay una idea de Nietzsche que aunque no tenga mucho que ver con esto, su enunciado es revelador: el eterno retorno. Todo en la naturaleza del ser humano está, no es que vuelve, sino que está aflora. Y eso es ser cómplice.
ResponderEliminarGoyerri. emocionado guaugua (que feo es ladra) de agradecimiento y Ana y yo te enviamos un abrazo doble y repetido.