viernes, agosto 17, 2007

Hortus clausus

Reparo en que hace dos meses que no entro en el bosque, que en verano adquiere un ambiente cálido, bochornoso casi, y se llena del zumbido de insectos que suelen acompañar al visitante a lo largo de todo su recorrido. Como aquella hija de dios griego condenada a huir permanentemente de un tábano convertida en ternera, quien pasea por el bosque en verano no deja de moverse convulsivamente, de palmearse partes del cuerpo y de proferir quejas, mientras el sol implacable entra por entre el ramaje y abruma. NO es el bosque en verano el lugar adecuado para dejarse ir en pensar; sí por la noche, cuando en la comedia de Shakespeare, una luz de luciérnagas ilumina todo aquello que pareciendo evanescente permanece, surge de la espesura la Reina de la Noche y las hadas atolondradas nos llenan el oído de sátiras divertidas y malignas travesuras. El Sueño de una Noche de Verano es el sueño de varias pasiones que ciegan los sentidos para que se alcance la felicidad con lo inalcanzable. Pero este bosque, ay, no es el que se habita en el prado, en la esquina norte que forman las sierras de Guadarrama y de Malagón.

Tiene además el verano una esclavitud añadida: el trabajo en el jardín, el cuidado de un terreno cerrado por setos que aspira a convertir el Hombre del Prado en su Hortus Clausus: jardín cerrado, jardín del edén, paraíso reencontrado salido de las manos del hombre, por eso más apreciable todavía y por ello más dichoso quien lo habita. El jardín que es a un tiempo morada interior y paisaje exterior, espacio cerrado abierto a un todo que se desconoce porque no es posible definirlo, conoce de la mano del creador que cada día se aplica en él para que sea la calma y la quietud, el color y la luz, lo que compongan un espacio de vida que ha de ir quemando sus días hasta que llegue el momento de volver algunas plantas al invernadero para aguantar la invernadero, siempre bajo cero. Son muchas las horas que cabe dedicar a un jardín para que crezca por dentro y por fuera, unido por raíces de misteriosa esencia que van de la tierra al corazón de los sentimientos siendo ambos espacios uno mismo. Hace unos años, el Hombre del Prado decidió que en su jardín no entraría otra mano que la suya, tal vez alguna ayuda con la azada, pero en lo general solamente él se haría cargo de esta construcción que va unida al libro y al pensar y al sentir. El día en que no pueda, con sus fuerzas, recrear la arquitectura del edén en este espacio de tierra entre montes y bosques, volverá a vivir en las torres de los hombres y cultivará bonsáis.

Para llegar a comprender el jardín es necesario desprenderse del sentido de la propiedad y del tiempo. Nada más humano que poner las manos en la tierra y semillar una dalia (prodigio de la simplicidad) o un geranio (explosión de alegría) y esperar a que la planta en el invernadero alcance los dos o tres centímetros de altura para clarear sacrificando a todas menos una de cada macetilla. La primavera es lenta en el prado, y tardía, y hay que mantener el invernadero con calor para que aguante la noche tanta delicadeza. Cuando ya el tiempo lo dispone se sacarán las plantas para formar las hileras en los lugares en que los bulbos han florecido y decaído, trasplantando la planta nueva y sacando del invernadero la del año pasado que allí se refugió para pasar el frío y el helor. Mediada la primavera parece que todo se dibuja, con poco color aún, verde sobre verde. Mientras florece los árboles, la zona del huerto de frutales y la que él llama boscosa donde alterna castaños, hayas, cedros, arces y abetos en plurales de no más de dos, no se vaya a pensar que se trata de un bosque dentro de otro bosque.

Es cuando el verano se asienta cuando la sonrisa de un dios desconocido parece que brota de la tierra y sobre la hierba cortada o sobre la grava rosada del espacio para sentarse y estar, el color reclama con su presencia la atención de tal manera que quien por allí camina le parece que todo le llama en un enorme guirigay al que no quiere prestar atención: es imposible. Al mismo tiempo, en la ligera zona de huerto tomates, pimientos, guindilla, rábanos y pepinos, empizan a correr atropelladamente hacia la flor y conviene no perder la costumbre de mirarlos cada día, después del riego de la tarde. Un buen amigo tiene que le reprocha que no tenga más cosas "que den" y cada vez que planta, un nogal hace unos días, regalo apreciado e inesperado, le pregunta: "¿y esto que da?". Contento, le responde y el otro, llevado de una simplicidad hija del tiempo le dice: "Ah, pero el contento no se come". ¿Qué sabrás tú? piensa el Hombre del Prado sonriéndole con cariño, porque es amigo al que cabe apreciar mucho.

Este jardín, Hortus Clausus donde habita el alma, dentro del prado que está a su vez dentro del bosque que se encierra en la sierra, no es sino el jardín interior de una serie de círculos que le garantizan el aislamiento de cuanto no le gusta. Podría decirse, que como en las catedrales, según le explicaba muchos años atrás, cuando era niño, un arquitecto y arqueólogo amigo de su padre, la forma de la enorme catedral con su aguja encierra a una bóveda inmensa que encierro un ábside menor que se sitúa en su corazón un baldaquino en el que se guarda una custodia que contiene al fin un círculo de harina: lo más sagrado. Todas las formas son úteros, espacios que guardan a otro espacio que a su vez contiene otro y otro, no como las menudas muñecas rusas que van hacia dentro minimizándose en su decrecer, sino hacia lo grande y extenso, pudiendo él poner el límite donde lo crea conveniente, donde la frontera señale un más allá del que quiera estar más acá. Piensa a menudo en el retiro del Jardín del Edén de los monasterios románicos o góticos, en los que la fuente central no hacía sino remedar el agua de Tigris, Efrates y Jordán y los setos de boj abriendo paso al camino los senderos por los que transita el alma.


Todo es metáfora, se dice, todo, todo cuanto se quiera que sea metáfora lo será, y en el bosque y el prado y el jardín, la metáfora de la vida es rehuir la parte de ella que de manera más grosera puede asaltar a uno recreando una belleza que devuelva el sentido de la palabra paz. No cabe ignoprar que sucede la vida de puertas para afuera, que acontece con la misma intransigencia e insultante soberbia con que se viene comportando desde que un dios furioso, llevado de un rapto de furia, hechó del paraiso a dos pobres idiotas que creyeron que lo bueno podía durar siempre. No había nacido ingenuos, o sea: libres. El Paraiso nunca fué más que un préstamo. Ahora también.

Pensando y escribiendo en lo que se va el tiempo, las dos hayas crecen lentamente, doradas por el sol cuando se oculta en el oeste. Tan iguales son que les ha puesto nombre, Castor a la primera, Pokux a la que aparece detrás a la derecha. Ahí están, dioses del bosque convertidos en eterno, anteriores a la razón y a la palabra, hijos del mito. Se reconforta el ánimo viéndoles cuan diferentes son y tan iguales; como en la cercanía su belleza es distinta y y al verlos desde una distancia moderada forman una línea de similitud sin uniformidad. En el bosque, en la misma naturaleza, no existe la moda y cada cual es según su esencia natural, se tener que ser y estar, le dicta. Montan las hayas alegre guardia tras una hilera de parterres que cobijan a dalias de muchos colores, amparadas por un seto de brezo que justamente ahora empieza a levantar cabeza y a ensanchar el territorio que necesita: en otoño dará una flor que allí estará hasta que los fríos estén bien instalados. También el Paraiso, aquel inexistente, aquel forjado por las historias de viajeros en las mentes de los sedentarios que sobrevivían a la vida, perdía después del verano el dulce aroma de la fruta madura y el brillante color de las verduras. Aunque para enmascarar una verdad que lo convertía en un paraiso humano, el viajero decía que durante todo el año, todo, maduraba la fruta y brillaban espléndidas flores de todos los colores.

8 comentarios:

  1. Me encanta, servidor tiene dos de esos paraisos. En mi casa de ciudad un pequeño jardín en el que ahora dominan los don-diegos.

    No hay que sembrarlos, ni aclarecerlos, ni trasplantarlos ni... son completamente espontáneos (como una mala hierba), solo que explotan en una miríada de flores de todo el arco iris.

    Yo solo los riego, y ese riego de tardes cuando el sol ha bajado, es un placer de colorido y además de fragancia

    Allá arriba en el Valle de Ansó, claro, todo es un jardín.
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    Y me encanta el chascarrillo bíblico de la expulsión del Paraíso terrenal, quien fuera que lo inventara sabía "latín", y eso por lo menos.

    Atiborrase de los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal: bueno/malo, justo/injusto, hay derecho/no hay derecho...bla bla, bla bla.

    Así, claro, no hay quien perciba un Paraíso ni por "en las narices" que lo tengas; con lo eficiente y práctico que sería el simple: a mi me gusta / a mi no me gusta

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  2. Hermoso texto. El jardín como metáfora siempre se ha confrontado con la del huerto, más útil, en teoria, un poco como la cigarra y la hormiga. Un amigo mío era amante de la naturaleza pero en esa vertiente utilitaria, conocía todo lo que podía comerse y aprovecharse, setas, frutos silvestres, verduras, el resto no le interesaba demasiado.

    Los dondiegos que menciona reikiaduo me encantan, siempre los asocio a casas de pueblo, a calles estrechas, con aquel olor tan particular y su colorido.

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  3. Reikiaduo: me encanta que te encante. Todos tenemos un jardín que los demás no ven, oculto, ensimismamdo en nuestro pensamiento aunque al visitarlo alguien nos diga: ¡oh, que bonito!

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  4. El auténtico "hortus clausus" del medioevo, no necesitaba de alimentos sino que era pura aspiración visual, simbología, significación. El rincón que guardo yo a mis tomates y pimientos, y cuatro o cincoi cosas más, es como decimos en Cataluña, o como dec´ñis ya que allí no estoy, Julia: a més a més.

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  5. hermoso jardín, trabajo tiene que darte. ahora, discrepo en lo de ir al bosque, yo voy en la bici casi cada dia al amanecer y es realmente hermoso ver como se van poniendo todos los colores, la infinidad de ruidos silenciosos que hay en un bosque a primera hora de la mañana, me como tranquilamente mi bocadillo enmedio del bosque, mientras veo pasar conejos, porquèeste año hay una de conejos que parece Australia.

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  6. Francesc, mucho trabajo, poero por el momento disfruto con ello.

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  7. Cuando éramos niños chicos, allá en la escuela, nos enseñaron aquel principo básico del magnetismo: los polos opuestos se atraen

    Después en la vida resulta obvio que mucha cosas funcionan justo al revés, y que es lo semejante lo que atrae a lo semejante. Por ejemplo, un punto de suciedad suele acabar atrayendo mucha más suciedad (de todo tipo y condición) a su alrededor; afortunadamente con la limpieza sucede lo mismo

    Osea que un jardín exterior sea de cualquier tipo que sea (de flores, de hortalizas, o el arbolado de un bosque, o...), suele atraer con facilidad a quien tiene tendencia a entrar en contacto con su jardín interior. "Piazo" jardín por cierto.

    Físicamente tiene un nombre: "resonancia"

    Eso lo supieron muy bien los monjes que organizaban claustros con setos y fuentes en sus monasterios

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  8. Reikiaduo: el cuidado y dusfrute de un jardín (de los que el nombre de "hortus clausus" lo lugar cerrrado tiene un mayor alcance, proporciona espacio interior y exterior para ordenar la visión, para componer un universo armónico en el que cabe encontrarse bien.

    El siglo XX, tan benéfico en todo, ha convertido el jardín en un hecho social de disfrute para todos y a los ciudadanos en personas que no ven el jardín o el parque. Los japoneses suelen ir cada año a ver los almendros en floración en diversos luigares, porque el espectáculo nunca es igual. De hecho ellos dan por descontado que las cosas deben ser miradas a todas horas del día y en todas las estaciones y desde todos los ángulos, porque siempre son diferentes.

    Ese es para mi el sentido del jardín, o dos:

    1 - trabajarlo, acondicionarlo esperando que el tiempo sea propicio.

    2 - ver como evoluciona y se adapta en las estaciones y en los años.

    3 - además, no es un peazo, pero la foto lo saca bien con el angular. De hecho la parcela tiene 1000 metros y el jardín ocupa alrededor de la casa los 800 más o menos. LO he acondicionado para que sea muy amplio visualmente y para que parezca que tiene muchos lugares, pero siendo grande como particular, no es grandísimo.

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