sábado, agosto 18, 2007

El Jardín del Edén y la Edad Dorada

Un día de otoño encontró en el bosque a un diosecillo; gordezuelo, viejo y arrugado, sucio, allí vegetaba esperando un milagro: el de volver a casa. O tal vez no lo encontró, sino que lo imaginó; imaginar y soñar son cosas parecidas, casi sinónimas, así que tal vez lo soñó. Pensándolo esa es la manera de ser de los dioses, se dice: ser soñados hasta alcanzar una realidad intangible. Aquel diosecillo, entre el sueño y la realidad, probablemente nada sino una evanescente presencia de sueños alimentada con sueños, quiso confraternizar con Goyerri y este se negó. Un perro y un dios, por pequeños que sean ambos no tienen porque estar hechos el uno para el otro. El diosecillo del bosque comía frutos secos cuando él Hombre del Prado se los llevaba y tiernas raíces sin especificar cuando quedaba solo. De tan pequeño que es el bosque, habitante de una sierra pequeña, en términos de magnitudes modernas, está bien claro, el diosecillo tendía a perderse cada día por miedo a salirse de los límites. Un dios menor, entre los árboles, es alguien, pero fuera de ellos en el llano mesetario que lleva a Madrid, se convierte en humo, en nada.

El bosque, como el prado, como el jardín, son metáforas del mundo: en realidad del paraíso que debiera ser el mundo, del paraíso improbable que se viene soñando desde que los dioses subieron a sus montes y erigieron allí sus palacios de mármol y colores cálidos. Tal vez fue Caín el primero que mostró la improbabilidad de un paraíso universal, o el castigo de Zeus a Prometeo en la roca caucásica, el que iba a demostrar que los sueños de los hombres se acaban imponiendo a la propia vida y se convierten en sus constructoras. Una vida construida por sueños es una vida más allá de una realidad primigenia, pero ¿y cual es esa realidad? Alzándose un día sobre los talones y contemplando el horizonte, piedra en mano, venteando una pieza vivaque se desea cazar, los sueños del hombre están por llegar o de estar dando vueltas por ahí, son todavía miedos.

Del miedo al sueño donde el bosque, el prado y el jardín afirman en su existencia metafórica la realidad imposible de un universo eterno durante el tiempo en que dure la vida del Hombre del Prado. La vida soy yo, piensa él, la vida del hombre soy yo y no soy metáfora sino de mi mismo. Por más que miro nunca a alcanzo a encontrar un rostro que pueda decir, este es el mío. No hay espejo que devuelva un plano general del hombre en el jardín, del jardín en el prado, del prado en el bosque. Realidad y no realidad son la misma cosa, y mientras se escribe tecleando a buena velocidad la máquina de escribir, eso es real, se dejan correr los pensamientos a tal velocidad que a menudo se van más allá, no les alcanzan las palabras, se pierden y el sendero que estaban abriendo desaparece como cuando se corre por una senda del bosque y se dejan de pasada mundos por explorar.

Hubo una Edad Dorada, dice don Quijote en su discurso a los pastores en la primera parte del libro y en él les cita del tiempo aquel "Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas ofrecían". Describe no solo un paraíso terrenal sino una vida terrenal de paraíso, donde nada es de nadie y de todo hay abundancia, incluso de justicia. "Dichosa edad y siglos dichosos..." comienza el parlamento que nadie ha de entender, afanados como están en los temas del día, el sustento y los chismorreos del corazón. Y ciertamente hubo una Edad Dorada que cada uno que puede y quiere y a quien su vocación le guía, como hace el rayo citado por Heráclito, imagina y sueña en un tiempo sin cronología, una especie de plataforma temporal que permanece en un limbo y que no es sino lo que pudo ser y no fue: al fin y al cabo el sueño suele tomar su materia de muchos imposibles.

Cuando el Hombre del Prado se encamina al bosque con Goyerri, que a su lado actúa como un Sancho Panza de menos palabras, espera que la imaginación le traiga la ensoñación del dios menor. Algunos días lo entrevé entre el ramaje y piensa si no estará disgustado por tan largo abandono o si habrá encontrado, pinchazo de los celos o cierta incomodidad y desconfianza toca ahora, a otro caminante del bosque que menos entrometido le haya regalado con sus nueces y avellanas. Hace dos meses, una cierva, cruzó veloz el prado por el que caminaba sin mirarlo siquiera aunque teniéndolo bien visto. ¿Adonde iba a tal velocidad que dejó tras de si el chasquido de las ramas rotas y sonando estaban todavía cuando ya no era?

Recuerda que hace dos semanas, cenando en una casa amiga de una zona residencial de Madrid en la que se acaba de construir una ciudad deportiva de "Litle Boxes" que cantara Seeger y aquí se coreaban con crítico fervor sin saber que acabaría siendo el sueño español del progreso, cenando allí, alguien le preguntó: "¿Tenéis jabalíes?" Si, contestó, los he visto en invierno en el bosque en un par de ocasiones. No más, no se dejan ver. "Oh, si, contrarió el otro, aquí mucho. En es Paseo de Atenas, delante de casa, bajan por la noche y junto a la parada de autobús, en el césped, lo levantan todos. Si te asomas a la ventana los ves". Pensó en el Paraíso Terrenal de los jabalíes´, expulsados de su tierra por los hoteles y los campos de fútbol, o por los centenares de adosados que van cubriendo la tierra, dejando bien atrás la Edad Dorada.

En estas estaba paseando y pensando por el bosque, cuando percibió que Goyerri no le acompañaba y volviendo la cabeza atrás lo vió quieto, inmóvil, a unos cincuenta metros de distancia...

Pero esto lo contaré mañana en "Goyerri el tramposo"

4 comentarios:

  1. somos el mas animal de los animales, y Goyerri lo que és es muy listo, no tiene un pelo de tonto.

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  2. ¿Es lo mismo la realidad que la no realidad?, je, je, no seas cachondo

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  3. Sobre los jabalíes, también ha pasado en algunos lugares de Barcelona, parece que proliferan en exceso. Yo no creo, como dice Francesc, que seamos el más animal de los animales, sólo que 'aún' somos mucho más animales de lo que creemos, jeje.

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