El 9 de julio de este año ha muerto André Chouraki. Ha sido, según cree este hombre del prado, una muerte silenciosa, un irse sin más; o por lo menos eso le ha parecido. Probablemente no se trataba de un hombre de conocimiento general, y hasta ese concepto de general, casi totalitario, debiera ser discutido, hasta destripando su naturaleza estadística, cuantificar quien es quien y cuantos son, los que se consideran el todo general que se entera de todo. No son palabras vacías, hasta el hombre del prado ignoró esa muerte hasta pasados unos diez días, cuando lo leyó en internet a cuento de la traducción que en su día hiciera del Poeme des Poemes.
No recuerda cuando oyó hablar por vez primera de este hombre, que nacido en 1918, no ha dejado de viajar propagando su fe en su verdad: solamente del lenguaje puede derivar la paz. Dicho así no se ha dicho nada, pero los ejes fundamentales de la labor nada callada de Chouraki se pueden encontrar en los apartados en su discurso de aceptación del Premio Senador Giovanni AgnelliLe dialogue entre les univers culturels et ses horizons de paix pronunciado por él en Turin, el 23 de marzo de 1999. Los ejes a los que se hace referencia son "La palabra; El Silencio; El Mediterráneo; Jerusalén; La paz"
Chouraki fue, en el momento de conocerlo, un relámpago. La traducción al francés del Cantar de los Cantares, directamente del hebreo o su Carta a un amigo árabe colmaron en buena medida el interés por la figura de un hombre que, a medida que más de él leía, más se agigantaba una imagen de "hombre bueno" unida a la de hombre ingenuo primera acepción de la palabra ingenuo le haría honor, si bien el uso del concepto, ocasionalmente malicioso, podía llevar a malos entendidos. Ingenuo es aquel no tiene picardía para percibir segundas intenciones y en este sentido Chouraki no carecía del conocimiento de la maldad o de la malicia humana. Si en nuestra Roma mediterránea un ingenuo es quien ha nacido libre, Chouraki había nacido libre por derecho, marcado sin embargo por su identidad judía. El hombre al que una identidad acaba marcándole y apoderándose de su futuro, pierde la libertad y en el caso del intelectual francés, nacido en 1917 en Argelia, su libertad venía siempre a estar en manos de los otros, porque era judío.
En 1941, la ciudad de Clermont Ferrand, en Francia, una hermosa ciudad en la que el Hombre del Prado tuvo, en su juventud a una de aquellas corresponsales con las que se intercambiaban fotos e historias, María France se llamaba, pues en 1941 esa ciudad echo a la totalidad de sus vecinos judíos del término municipal. Se dice pronto, y debe quedar claro que hace ya sesenta y seis años, pero igual que se dice pronto se tarda en comprenderlo. Ya se sabe que Clermont Ferrand era territorio de Vichy y que la Francia que presidía el General Petain trataba de aplicar las leyes raciales con dudosa eficacia; pero es cierto que la ciudad hermosa de Clermont Ferrand decretó por edicto municipal que en pleno siglo XX los judíos debían abandonar el término municipal, decir adiós a sus vecinos, entregar las llaves de sus casas a la administración, y partir a un exilio con destino a ninguna parte, ya que ningún destino se les ofrecía. Por esas fechas, Hanna Arendt, su marido, Walter Benjamin y muchos más, buscaban no acabar en campos de asilo que pudieran ser antesalas para el holocausto, y vagaban por el campo en busca de granjas donde se les pudiera acoger. Personas de enorme inteligencia vagaban en busca del refugio y de la paz. Chouraki encontró asilo en el campo, en el Alto Loira, y allí entró en relación con la Resistencia y con Camus que estaba en lo mismo. Si el segundo escribía por esos días su lúcida "Carta a un amigo alemán", Chouraki tardaría años en, palabra tras palabra, volcar sobre el papel sus sentimientos sobre el conflicto árabe - israelí a un amigo árabe.
Este Hombre del Prado siente que es conveniente ponerse en el terreno del otro, y cuando piensa en el abandono por los judios de la ciudad de Clermont Ferrand, entre los que estaba André Chouraki, hebreo francés nacido en Argelia, pues no se le ocurre ponerse en el lugar de los que dejan la ciudad de sus vidas o sus vidas en la ciudad y se lanzan al camino, diáspora tras diáspora. Piensa en el papel de los vecinos de la ciudad e intenta imaginar, acerca de sí mismo, cual sería su actitud si en este lugar hermoso que es el bosque segoviano, una orden de expulsión obligara a sus amigos S y P a abandonar sus pertenencias y lanzarse al camino. ¿Que hicieron los habitantes de Clermont Ferrand? No lo sabe, no le consta ninguna noticia de ello y amargamente se pregunta por lo que haría él. Podría, si, decir a sus amigos S y P que se escondieran en su casa, en el piso alta, y que por nada del mundo se asomaran a las ventanas o salieran al jardín. Podrían disfrutar de la biblioteca, comida, cama caliente y compañía e incluso desde las ventanas, escondidos desde las sombras, podrían ver la silueta de su viaje casa, construida en 1921, a la que ellos llegaron hará ahora más de treinta y cinco años. Claro está que esto resume un riesgo y los riesgos son meditables, medibles, palpables; claro está que nadie osaría recriminar a nadie que viera a sus amigos caminar camino adelante a la busca de las montañas donde pudieran encontrar refugio.
Tal vez fuera, es imaginación poética si se quiere, esa salida al camino desde Clermont Ferrand, la que convirtió a Chouraki como infatigable viajero armado de la palabra, basando su estudio fundamental en tratar de encontrar en los textos sagrados hebreros, cristianos e islámicos, los puentes entre las culturas. Cargó sobre sus horas una tarea gigantesca y tradujo la Biblia, el Nuevo Testamento y El Corán a un francés que trató que fuera exacto, conservando cada esencia, cada impulso poético, cada gota del impulso oriental y de la médula espiritual que allí se guardan. Traducir, nos dice, no es convertir un texto en otro a la medida del lector y de su cultura, sino ofrecerle toda la esencia de la cultura que lleva en sí, esencialmente, como naturaleza propia del texto original. Traducir no es hacer comprensible un texto al tiempo y a la manera del lector, sino atraer al lector a entrar en el tiempo y en la manera perfumada del ayer del que proviene. Hoy en día, la lectura de sus traducciones es un placer que debe ser disfrutado con lentitud, solventando del francés cada palabra y cada concepto en pos de la comprensión de la palabra. Si las palabras no son entendidas, solo que da el silencio, el más hostil de ellos.
Chouraki no cesa de viajar profesando la fe de judío convencido en la existencia del pueblo judío y en la trascendencia que de ello se desprende, una afirmación de fe que va más allá de la simple (en términos de reductivismo) supervivencia. Chouraki es un judío que visita a todas las comunidades judías afirmando el derecho del Estado de Israel a existir en paz, significando lo que es ser judio, afirmando el derecho al íntimo deseo de la identidad. NO hay la menor duda del sionismo de Chouraki, ni de su férrea defensa de los derecho del Estado en el que en 1956 decide quedarse, a raíz de los sucesos del Canal de Súez.
Llegado a la tierra prometida, trabaja en la búsqueda del lenguaje y en la eliminación de los silencios. Está convencido de que la violencia es el silencio del lenguaje, es la derrota de las palabras. La guerra es el silencio entre los hombres y entrega a su "amigo árabe" su carta, llena de profundo y sincero dolor; repasa todos los hechos que deben enfrentarles, cuantas acusaciones puedan dirigirse unos a otros, y comprende cada verdad en su poder y en poder del Otro. Solo, una vez más la ingenuidad, tiene la palabra que se desprende de los textos Sagrados, del Mediterráneo, del lento vivir en sus orillas, años tras años desde hace miles: el amor es cuanto se desprende de las palabras, el entendimiento y el amor, la esperanza y el amor, y la paz.
Uno puede reírse, piensa el Hombre del Prado, de estos ingenuos que enarbolan palabras sin contenido escondidas en libros que nadie lee y enmascaradas en historias resentidas y reivindica doras. Después de todo Otro y el Otro, los dos otros, están de acuerdo en el odio y Chouraki pone la palabra encima de la mesa y la levanta a lo alto, para que la luz le de. Los tres libros, surgidos de los dos posteriores de la Biblia, reconocen el lugar común de la cuna y el origen. Hasta quien no cree en Dios, en su agnosticismo asimila no saber a no creer, puede comprender que el largo camino de Chouraki en busca de la paz, sus amigos en cada una de las confesiones enfrentadas, en cada uno de los estados enfrentados, pudiera tal vez, algún día, ser una piedra en el templo de la paz. El Hombre del Prado, agnóstico y cristiano, cree que es posible, en ocasiones, levantar una oración por el alma de André Chouraki, convencido de la existencia de un dios que la recoja: la conciencia de los hombres, algún día.
Confieso que desconozco en absoluto a Chouraki, en cambio si sé de Edmon Jabés. pèrò no se nada de Chouraki, ahora miraré a ver. Cuanto más sabes más desconoces.
ResponderEliminarPues me pasa lomkismo a mi, Francesc, con Edmon Jabés, así que conocimiento por conocimiento.
ResponderEliminarPeró hay mucha mas información en Google de Jabés que no de Chouraki. Jabés era un poeta i pensador muy interesante, tengo una antologia de aforismos de él, en "El Marmessor de la ignorància".
ResponderEliminarPor cierto que tampoco sabia yo der Gibran Khalil Gibran i es otro fenómeno. Este era libanés però emigro alos EEUU. Extraordinario.
Y otro libanés de cultura frances: George Schehadé. Autor de teatro. La diáspora árabe o judía hacia Francia o EEUU es impresionante, a lo largod e los años 40 a 60.
ResponderEliminarLuis,
ResponderEliminarUn respeto, oye...
Q.-
Q, el que haga falta, claro.
ResponderEliminar¿De veras crees que este mundo necesita la paz?, y no es una pregunta retórica, no lo pregunto de coña
ResponderEliminarLos hechos dicen que no, que, al menos hasta la fecha, esa cosa llamada "el mundo" ha sobrevido e incluso medrado tan ricamente sin ella
Yo sí que necesito la paz, esa es otra historia, pero no es razonable esperar que me venga del exterior; de hecho, es dudoso que me pueda venir de allí; ni, incluso, aunque de verdad lo hiciera eso significaría que la sintiera en donde realmente la necesito que es dentro de mí
Por lo demás, estamos ante otros tantos ejemplos, ese que pones y los que queramos (para dar y tomar), de esa lucha darwiniana dentro de la especie humana por la supremacía de unos grupos, nio importa cuales, respecto de otros.
Aunque la práctica real de ese mecanismo se vería obviamente muy dificultada con individuos que sienten su propia paz interna
Entiendo reikiaduo que piensas, sin ironía, que la violencia está en nuestra esencia y que aquellos que ambicionan la paz (no me estoy refiriendo al pacifismo militante que conocemos) sino aquellos que trabajaban, ellos mismos, por la paz, entorpecen la marcha de lo nuestro.
ResponderEliminarCreo que la violencia es un hecho irremediable como un concepto que aflora aquí y allá. El ser humano la lleva en los genes que le impulsan a la reunión social. Es cierto, pero esa violencia es un cuota del total y se puede pretender acabar con ella, porción a porción, sabiando que la peste acabará apareciendo de nuevo, pero tratando en suma de que no siga haciendo daño donde está.
Yo no creo que la paz sea sencilla en ningún sitio, y menos que en ninguno, en el conflicto árabe - israelí. Pero aplaudo a Chouraki que sin dejar de ser lo que es esencialmente, sin dejar de afirmarlo, reclama una paz digna a través del entendimiento y del uso del lenguaje.
En este mundo nuestro ´cada cual tiene su parte alicnuota de responsabilidad en la totalidad de todo cuanto sucede. Apelar a la palabra es mejor que apelar a la espada. Decía Cicerón, en los últimos tiempos de la República, cuando los generales eran quienes aspiraban al poder personal, que la espada era necesaria para defender la misma esencia de Roma, su calidad de vida, pero que la vida de la urbe debía apoyarse en dos concordias: la de las clases (patricios, caballeros y pueblo) y la de la espada con la palabra (las leyes y la autoridad)
Bueno, está claro que te lo tomas en serio. Bajo mi muy personal perspectiva la paz es algo increiblemente simple, y la llevamos dentro como una especie de mochila de la que no es posible llegar a desprenderse ni aun aposta; otra cosa es llegar a percibirla o no
ResponderEliminarEn cuanto a la paz el mundo, ¿quieres trabajar de verdad por ella?, fantástico, pues mira yo la veo como el "efecto colateral" del "sumatorio algebraico" de las proyecciones al exterior de las paces sentidas por cada individuo dentro de si mismos
La paz empieza a sentirse dentro y luego sale hacia afuera; y no al revésM; pero esa solo es mi particular experiencia.
Un abrazo, por cierto, ¿qué tal anda ese bosque?
Yo no sé lo que es la paz en abstracto. En lo concreto si, es avanzar en el diálogo entre gente que no entienden para que, sin entenderse, renuncien a destrozarse y arruinarse.
ResponderEliminarSeguramente ahora tendrá mucha paz, esa que quizá algún día nos llegue (sin tener que cambiar de vida).
ResponderEliminarBonito homenaje.
Saludos.
Esperemos que sea así. Gracias, Isa.
ResponderEliminarPues mira, coincidimos otra vez, yo tampoco sé lo qué narices es eso de la paz en abstracto.
ResponderEliminarLa paz como un sentimiento sí, eso sí que sé lo que es porque lo puedo sentir, y esa de sentir continua siendo una de mis capacidades como ser humano
Luis,
ResponderEliminar.. Mi respeto iba y va por Chouraki y por ti, hombre...
Q.-
Q, El mismo que tengo yo por ti.
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