domingo, junio 03, 2007

Nada no quiere decir algo (III: La fotografía)


No el que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía será el analfabeto del futuro". Son palabras de Laszlo Moholy - Nagy, publicadas en "Fotografie ist Lichsgestaltung", editadas en Bauhaus, volumen II, enero de 1928. Las cita Walter Benjamín en un magnífico ensayo "Sobre la fotografía", publicado por Pre - Textos.

Él hombre del bosque piensa mirando a su alrededor que es una pérdida irreparable perder el sentido inicial de las cosas en su modernidad, ancladas en su vanguardia, a favor de una presencia cotidiana que las desprovee de un valor identificable: ¿quien da importancia a una silla? ¿Quien se detiene admirado ante una fotografía que plasma un instante perdido en el tiempo, en el lugar, en el recuerdo, de la memoria? Cuando Laszlo Moholy escribía su opinión sobre la futura influencia de la fotografía, ignoraba que la excitante mirada de la modernidad a través de la cámara, iba a convertirse en una repetición ad infinitum de los actos y tiempos de la vida cotidiana. De tanto mirar a través de la cámara, de tanto fotografiar, se acabaría perdiendo la inocencia maravillada de la mirada.

Si hace bien poco escribía del espejo y del laberinto como entes iniciáticos en la vida que recuerda, como entes que deben de ser recuperados y afirmados en el proceso de deconstrucción en que empeñó el tiempo abundante y la sobrada energía, ahora le toca a la fotografía, rescatándola de la misma memoria del Laberinto: de la cotidianeidad. En las páginas de los tebeos (hoy simplemente comics), hacia el final de sus contenidos, había una página de pasatiempos en los que a menudo un laberinto retaba a quien lo contemplara a coger un lápiz y tratar de seguir un camino entre casillas , pasillos, ángulos y arribadas ciegas a ningún lugar. En sus laberintos, se dice, siempre acabó encontrando un camino a seguir. Ahora, aliviado por la presencia del mito, le llega el momento a la fotografía como si en la última casilla del pasatiempo estuviera impresa una foto de su infancia, ya olvidada.

Sigue con Benjamín, cuando se expresa apelando a la obra de arte: "Incluso en la reproducción más perfecta (de la obra de arte) falla una cosa: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra. La historia, a la que ha estado sometida a lo largo de su perduración, está constituida sobre todo por esta existencia singular."

Aunque la ligereza de lo que escribe pueda inspirar en quien lee estos apuntes, una cierta frivolidad, una premura en escribir dejando que la inspiración y el estilo tomen partido a partir de una idea primera, sabe que no es así y que en sus largos paseos por el bosque o en su trabajo en el jardín, que este año está resultando laborioso e ímprobo, porque la primavera está a punto de irse y las temperaturas son todavía invernales, no deja de pensar en lo que quiere decir. Lo más difícil de esta aventura de escribir, es saber que es aquello que debe salvarse de la deconstrucción para ser de nuevo cimiento. Sí, se dice, mientras recorta el borde del césped, donde se encuentra con unas tapizantes que no acaban de extender su presencia de flores pequeñas y colores variados: el cielo amenaza agua de nuevo, cargado como está de nubes que apuntan por el norte y por el sur más allá de la cordillera que le guarda. La estación meteorológica anuncia lluvia y él piensa en la fotografía, cargado de tijeras de podar, rastrillos, carretilla, tierra, y todo lo que necesita para darle al jardín el toque que debiera resumirse en una fotografía para detener el esplendor con un pié de foto: "el jardín al oeste, 2007".

Pero a una afición heredada por hacer fotografías, por guardarlas en cajas, la ha sustituida un ademán de impotencia, casi de hastío, ante la idea de detener en un instante una mirada. Ya no quiere guardar los rostros de nadie, ni la espontaneidad de nadie, ni el movimiento de un mundo en el que se está con una cámara colgando del cuello y el gesto de llevarla a los ojos detenido. Ya no gusta de coleccionar las imágenes vividas como si fuera un rito de perpetuidades pendientes el guardar los instantes en álbumes. Durante muchos años ha estado pensando que algún día mirará las fotos guardadas de viajes y de la vida ordinaria para hacerse cargo de nuevo de lo acontecido, y al fin ha relegado la colección a un rincón, amontonado todo. "¿Ya no haces fotos?" le preguntan. Si hace, les dice, muchas, pero ni las mira, las vuelca en el Pc dentro de carpetas que llevan la fecha del volcado; ni siquiera se molesta en clasificarlas. De vez en cuando, para escribir un post de estos que le entretienen, entra en una carpeta y busca una imagen que le parece adecuada sin otro fundamento que la oportunidad. Años atrás, con una cámara Olympus acompañada de objetivos de aproximación o angulación, trataba de acercar una cara a su mirada, de guardar un gesto, de congelar un cruce de calle, unos coches, un celaje, amigos e indiferentes. Las personas que han estado o están todavía en su vida y en su sentimiento abundan en retratos, pero él prefiere pensar en los que son de verdad y están en su memoria. Resulta ahora que muchas de las fotografías que hizo las tiene en su memoria, guardadas neuronalmente como cuando las vió y disparó el mecanismo de la cámara; no ha olvidado ni la imagen inicial ni la fotografía realizada: ¿a que guardar la copia entonces si el "aquí y el aire" conservan su frescura en el recuerdo?

Recuerda, como siendo muy niño, su padre le subía a un taburete de madera y en la penumbra de luz roja de un pequeño laboratorio fotográfico ganado a un rincón del pasillo de la casa de la calle Diputación, veía aparecer, primero con levedad casi invisible, luego a base de matices, los rastros de una imagen revelada, y esa palabra adquiere ahora todo su significado. Porque revelar no es palabra de actividad química sino de inteligencia abstracta, de una forma de entender el mundo, en cierta manera es la palabra de la filosofía y de la religión: se trata de lo que se revela para que veamos como emerge del fondo de una emulsión sobre el papel blanco y nos contesta a nuestra pregunta: es la imagen que vuelve, el tiempo detenido. La fotografía es el "aquí y ahora" del arte cuando ya el tiempo y el lugar son otros. Cuando la imagen, lo que se nos revela es lo que fue en el "aquí y el ahora" que ya no son y el donde ha quedado transformado de tal manera que es irrelevante asomarse a él, ahora con lo acaecido, con lo que ha llovido, que diría lo castizo. Recuerda tyambién como su padre, un hombre alto y delgado, se inclinaba sobre las cubetas para asomarse a lo "revelado" mientras con unas pinzas -primero de madera, finalmente de plástico- movía lentamente el papel en el líquido, para evitar burbujas le decía. La imagen se había empezado a revelar proyectada desde la parte superior, caja de luz brillante, de una vieja ampliadora, a un papel colocado al pié del foco de luz en la que la imagen se proyectaba con los tonos cambiados: aprendió la palabra negatico como inversión de lo positivo vienso ese trampantojo del paso del celudoide al papel. Con el tiempo todo lo negativo se iría decantando con un signo menos y un vaga concepción del mal envolviéndolo como un halo. Aquellos papeles con la revelación ya mostrada, terminaban colgados de un cordón tras haber pasado por el fijador, otro descubrimiento, ya que aquello que se revela al fin debe ser "fijado" para que la realidad no se escape, no imite esta realidad de la imagen a la verdadera que ha sido y se pierda entre las brumas de un exceso de revelado.

Una fotografía es memoria, para quien sea, autor o espectador, es memoria de lo visto o de lo vivido o de lo ignorado que a partir de esta visión ya deberá quedar fijado, revelado. Desde su misma existencia de la infancia, cuando la magia de ver aparecer la imagen le parecía cosa de maravillarse hasta ahora, cuando ya no desea tener más memoria que la que justamente es, la que vive en las neuronas -las cajas de las fotografías acaban en el garaje, en unas estanterías de madera en lo alto- pues desde aquel niño que acompañaba a su padre en el laboratorio hasta este hombre dedicado a deconstruir cuanto de inútil juzga que se ha infiltrado en él, ha sucedido un hecho de importancia extrema: ha recuperado la palabra y con ella el pensamiento y con él la imagen pensada. Ahora se dice, la foto es posterior a la palabra y la imagen nace de ella. Ya no quiere hatajos que le cuenten la vida que ha acaecido, la historia que ha acaecido. Las justas imágenes que aprendió en las edades de la inocencia, de los contenidos de Life, París Match, National Geographic y más, se guardan con su carga didáctica, habiendo producido sus frutos. Todo cuanto ha visto en fotografia le ha llevado hasta el bosque. Ahora es otra cosa e instalado en ella no puede recordar cuando fue que dejó de maravillarle una colección de fotos: está lejos de él saber cuando acabó la conmoción de comprender el mundo por imágenes; ya no solamente las imágenes arrebatadas a la realidad acaecida en torno al retratista, al fotógrafo, sino que abomina de aquellas imágenes que pretenden explicar sin palabras un mundo que es de por sí mucho menos simple de lo que aparenta. Una fotografía puede sustituir a un pensamiento, pero no porque esa sustitución sea cierta, sino porque es más fácil ver y sentir sin más.

A lo largo de amplios períodos históricos, las características de la percepción sensorial de las comunidades humanas van cambiando a medida que cambia su modo global de existencia, añade Benjamín. Cierto, se dice, rigurosamente; vemos la realidad por otros medios y aprendemos a aprehenderlos de la imagen del momento detenido. Testigos de absolutamente todo a partir de la congelación del "aquí y ahora" de cada cosa, se pierde la distancia con los hechos, con las cosas. El primer plano da cabida a todo y él comprende que no quiere ver el bosque de ayer ni a sus hijos de anteayer tomando una imagen entre los dedos, sino que ansía ver como el día a día, confiere a las cosas su dimensión de cambio y de presencia. Para lo otro le queda la memoria suya.

4 comentarios:

  1. Pero de una fotografía, guardada o encontrada, siempre arrancarán dos, tres, cuatro...pensamientos, recuerdos o conocimientos nunca avistados.

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  2. La fotografia, desde que no se 'revela', ha perdido mucha magia. Con el tiempo, además, querer retener el momento se 'revela' también como un espejismo juvenil. Como con tantas otras cosas, cuantas más posibilidades hay de hacer fotografías, menos hacemos. ¿Quedará alguna, de esas, digitales, en el archivo familiar de nuestros descendientes? A veces veo flotar por los containers fotos perdidas de pisos que se vacían. Y aquellos sólidos cuadros con los rostros de los abuelos, a veces burdos montajes hechos con fotos de carnet retocadas, ya no presiden nuestros comedores. Tampoco la Santa Cena, claro.

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  3. Claro, petrusdom: una fotografía puede ser la fuente de una catarata de pensamientos, pero hay que "ponerse a mirarla" y estoy en que yo ya no las miro.

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  4. Pues creo, Julia, que tienes parte de razón. Lo digital, el ponernos nosotros a rehacer la fotografía le quita la magía. Oncluso la inmediatez evita que el recuerdo la transforme un poco. ¿De que sirve fotografiar algo para verlo d inmediato? ¿Que clase de narcisismo es ese?

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