viernes, junio 01, 2007

Nada no quiere decir algo ( II: el laberinto) )

Si el espejo fue más que una reflexión un descubrimiento, su primer recuerdo es su propia imagen ante el cristal, un niño menudo del que no acierta a distinguir en el recuerdo ni vestido ni fisonomía, pero sí el lugar donde tuvo que darse el fogonazo de la realidad por vez primera, "ese soy, recuérdame ya para toda la vida", el laberinto ha sido el camino aciago de la revelación. A menudo, cuando camina por el bosque buscando retazos de su propia identidad del hoy para el mañana, construyendo con su pensamiento en lo que queda del día un trozo más de sí, que es cosa en la que mucha gente no repara y así van de cualquier manera mecánica por el día de cada día, a menudo pues, vuelve del recuerdo viendo los árboles, el laberinto de boj o mirto del Tibidabo en Barcelona, que allí estaba cuando era niño.

Era y es, como el bosque, el Tibidabo una montaña que dominaba a la Barcelona que caía mansa por el ancho valle hasta el borde del mar. Los sitios de la infancia, más que ser localizaciones geográficas, son lugares característicos de hábitos, de tal manera que a los domingos por la mañana en el puerto o en la montaña de Montjuich, visión de día de fiesta, acceso a tebeos nuevos, a aperitivos en un bar al aire libre, se intercalaba solo de vez en cuando una visita al Tibidabo, al que para subir convenía, de no hacerlo a pié, coger un autobús primero y después una tranvía de color azul y aspecto de clase bien.

En la cima, un templo con un Cristo abierto de brazos que por razón de de esas asociaciones mentales cuyo origen repetitivo permanecen en un fondo neuronal de difícil acceso, cada vez que lo ve le viene del recuerdo los dos artículos que escribiera Joan Maragall con motivo de los hechos de la Semana Trágica de Barcelona, en 1909, y también su poema El Cant Espiritual, que desde que lo aprendiera en su juventud, no lo ha olvidado y piensa que si estuviera en su posibilidad creer, medianamente creer en el dios creador, en lugar del padrenuestro, recitaría cada día estas estrofas que hablan de de la duda y de la preocupación, y del impulso hacia Dios. El poeta pregunta directamente a aquel a quien ansía

Home só i és humana ma mesura
per tot quant puga creure i esperar:
si ma fe i ma esperança aquí s'atura
me'n fareu una culpa més enllà?

Fragmento del Canto Espiritual. Joan Maragall.


En la cima de la montaña, junto al templo, se extendía un modesto Parque de Atracciones: una noria que no eran sino dos barcas que ascendían, una en cada extremo de una vástago de hierro soldado a una rueda gigante; cuando una barquichuela subía colgada de sus asas, descendía la otra.; un avión cuya hélice giraba y que daba vueltas sin fin en un viaje eterno de cinco minutos a ninguna parte, pero que salía ligeramente del borde de la montaña y podía verse, por las ventanillas, a los pies, la caída del bosque hacia la ciudad. También estaban allí en una sala, una serie de muñecos mecánicos que hacían toda clase de movimientos, en una especie de canto a la electricidad, además de dioramas animados en que se podía ver como en una ciudad se hacía alternativamente de día o de noche y llovía. Lo importante, sin embargo, era el Laberinto: un dédalo de pasillos de mirto bien recortado, de paredes verticales que cruzándose y entrecruzándose llegaban a lugares de paso ciego y, no siempre, al centro del laberinto desde el que si se abría una senda directamente dirigida al exterior. En este centro, se levantaba un pequeño balcón de tablones coronado por un tejadillo, de cuyo vértice colgaba una campana. Quien allí llegaba, llevado por la suerte o por la listeza del guía, tenía derecho a anunciar a los demás visitantes la feliz arribada.

Amaba de niño la emoción excitante del Laberinto y ansiaba que llegara el día de ir al Tibidabo para entrar en él. Con los años que pasaron, abandonado ya el Tibidabo de su existencia, siguió habitando el Laberinto y tocando de vez en cuando la campana. Recapacitando dio un día en pensar que espejo y laberinto son remedo de vida, simbolismo, iconografías, territorios en sombra del inconsciente que viene a relatar una historia tan larga como la de la humanidad. Le estremecía imaginar a Ariadna entrando en la cueva profunda, a merced del terrible Minotauro de la misma manera que en las películas de terror de la Hammer la protagonista corre por calles desiertas que son laberintos de adoquines sombríos, perseguidas por los vampiros que sin desplazarse apenas, llegan siempre.

Toda geometría es susceptible de convertirse en laberinto y apresar en su imposibilidad a quien lo visita. La campana no suena nunca, ni en ocasiones; laberintos hay creados por el hombre en los que el triunfo de llegar a la salida es imposible. Los laberintos hoy, se dice ascendiendo por el bosque, ya no lo son a la medida del hombre sino que parecen más bien diseñados para titanes que han desaparecido, si es que algún día fueron, además de haber sido, benévolos. Camina entre árboles, que no son sino un laberinto de libertades absolutas donde la elección del sendero conlleva siempre la apertura de nuevas posibilidades, de próximos engaños; hay sin embargo siempre, en el bosque, una campana para que suene el hallazgo de uno mismo en el sendero correcto; camina entre árboles y reconoce que este es laberinto a la medida del hombre; mirando hacia el valle la autopista hacia Valladolid es sin embargo, el acceso al laberinto de la desmesura.

Un día ya lejano, leyendo a duras penas El origen de la tragedia, de Nietzsche, dio en el principio del Capítulo 7 con unas líneas que despertaron en él los recuerdos, probablemente adormecidos, de aquel corretear en busca de la campana. "Tenemos que recurrir ahora, empieza el autor del libro el capítulo, a la ayuda de todos los principios examinados hasta este momento para orientarnos dentro del laberinto, pues así es como tenemos que designar el origen de la tragedia griega". Así fue como al cabo de los años volvió a estar en el laberinto que había abandonado como cosa de infancia: todavía no había llegado al bosque, vivía para entendernos en la ciudad de los hombres; "el laberinto se dijo, como origen de tragedia, no solamente griega, sino como origen de toda tragedia que al hombre pueda acontecer". A base de pensarse entre las palabras de otros, alcanzó a entender que el laberinto es una ocupación inútil que conduce al final trágico. Indefectiblemente, la salida es la que es, y el llegar al centro del mismo y tocas la campana, no antecede sino a la obligada salida. Nadie puede quedarse en el centro del éxito.

Piensa ahora que en el corazón del laberinto debiera estar expuesto un gran espejo que nos devolviera el reflejo del rastro de lo humano que contiene el ser de cada uno. Simplemente lo humano, dejando a un lado lo bestial y lo banal, para dar alientos a la salida trágica. Hay momentos, piensa cuando el bosque le rodea y en la soledad sonora en que se mueve se siente plenamente acompañado por un todo inefable que no tiene un perfil delimitado, en que, adultos al fin, ya no niños, deberíamos tener el coraje suficiente para no tocar la campana como signo de un triunfo puntual e ilusorio. La tragedia no es la llegada al centro, sino el ser arrojado de nuevo, directa y rápidamente, fuera del laberinto, de las dudas, de los caminos.

13 comentarios:

  1. En una discusión en la que, como de costumbre, Sócrates acaba perdido, exclama, "Era como si hubiésemos sido arrojados a un laberinto".
    Siempre me ha sorprendido esta afirmación, porque el laberinto es un lugar ambiguo. Sospecho que lo que nos llama desde su interior es tanto la campana como el propio miedo a perdernos: el ponernos en aporía. La lógica nunca ha sido suficiente para el hombre. Y esto es algo que al mismo tiempo que comprendo, puesto que me pasa, me deja absolutamente perplejo, alaberintado.
    Por cierto, los otorrinos me tienen diagnosticada una laberintitis, pero esta es otra cuestión.

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  2. Muy ambiguo, como dice Gregorio.

    Sobre el Tibidabo, era un lugar extraño, lejano, porque cuando era pequeña 'mi' montaña era Montjuïc, y los mayores, con esa facilidad de hacer promesas que no se cumplen, siempre me aseguraban que 'un día iríamos al Tibidabo'. Finalmente fui un día, pero con la escuela, precisamente cuando colocaron la imagen que menciones en la iglesia, enorme vista desde abajo, pero relativamente modesta desde lejos. Tuve una cierta decepción,porque no sé como me había imaginado aquel lugar al otro lado de la ciudad, aunque lo pasé bien en aquellas atracciones modestas de entonces y mirándome en los espejos -de nuevo los espejos- que deformaban la realidad.

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  3. Los autómatas aún existen en una sala remozada y muy bien conservador. En cuanto a las atracciones, no se cuanto hace queno vas por allí, però ha cambiado bastante,la verdaes que es agradable darse una vuelta y elñ rpecio es razonable. El Tibidabo tiene un encanto espécial que no ha perdido ni con la madurez.Y em cuanto a recuerdos de infància ya que hablas de aperitivos, yo lo que mas recuerdo es el vermut de garfafa y las aceitunas rellenas, precedidas de la cobla desgranando sardanasal salir de la iglesia los domingos.

    No te pierdas en el laberinto de los recuerdos.

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  4. Luri, no sé cual es el secreto del Laberinto para atraer de manera tan consistente. Me inclino a creer que es el temor a no encontrar la salida, a permanecer eternamente en él. Es en si una potente imagen de algunos conflictos humanos.

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  5. Es cierto, Julia, tenía olviodados los espejos. Otra vez el gusto por vernos deformados, la explosión de risa ante el esperpento que parecemos.

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  6. Si, Francesc, no voy al Tibidabo hace por lo menos treinta años. Me alegro de que los autómatas estén allí porque eran, o así los recuero, conmovedores.

    Sigo amando el vermuth, con una rodaja de limón, hielo y gaseosa. Lo tomo a menudo en casa, siempre en domingo. CReo que no sabría tomarlo entre semana.

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  7. El camino de la duda, el camino sin éxito, infatigable dentro del laberinto, ¿qué luz nos alumbra por encima de nosotros?

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  9. Me he metido en su texto, disfrutando con cada imágen del relato.
    Los laberintos me intranquilizan, desde el Aleph de Borges.

    Mil disculpas por entrar en su casa sin golpear.
    Lo abrazo.

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  10. Por cierto, el 'Cant Espiritual' era un texto muy conocido y recitado hace años, que ahora no lo es tanto, parece que los problemas espirituales han perdido vigencia.

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  11. Malena: Esto de los blogs es como un Laberinto en el que la única salida es volver al propio, no se llama, se entra y se busca la salida. Gracias por venir a leerme.

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  12. Julia: Maragall tiene para mí el vigor de la poesia alemana y como ella tiene el enorme caudal de la palabra con uno mismo. Y en el Cant..., el autor expresa de manera inequívoca y brillante mínima y humana duda, que es lo que para mi le da la enorme relevancia que tiene. Reivindicar la espiritualidad, que no es lo mismo que tener fe en la existencia de dios, de un Dios creador cuando menos, no es cosa religiosa, sino humana. La espiritualidad está en el ser humano de manera indudable. Reconocerla es tarea bellísima.

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