miércoles, mayo 30, 2007

Nada no quiere decir algo ( I: el espejo) )

Por la mañana se ve en el espejo del baño del hotel y no se encuentra. Cambiado el paisaje cotidiano la verdad se abre camino y su dirección es acertada: ya no él quien es mirado si bien si crees que es él quien mira; porque en este espejo amplio de cristal ligeramente matizado, el que tiene el sentimiento es él y el otro es su mundo, al que ahora sorprende porque le sorprende.

Dos meses de una dieta alimenticia se han llevado de su cuerpo casi catorce kilos y en su espejo matinal de cada día no se ha dejado angustiar por el cambio; un cuerpo es su cuerpo y este, constituido por la vida no es solo suyo es al fin una imagen que le acompaña. Han aparecido arrugas, flojedades, una manifiesta fragilidad que antes quedaba escondida por un redondeo que sin caer en la obesidad si hacía ostentación de lo que se da en llamar la buena vida. En la barbilla y en la sota barba, dos pendones de piel ceden al inclinar de la cabeza y en las mejillas una cierta flacidez parece anunciar un deterioro: no es asó, es salud, le han dicho. Le queda la mirada, se dice, pero sabe que debe cambiar la graduación de sus gafas si quiere ver de nuevo con propiedad.

No conviene hacer literatura de la experiencia porque la realidad tiene una naturaleza tozuda incluso para cualquier interpretación de la misma. No se trata de mirarse en el espejo y pensar que es otro el que está ahí, eso sería ficción nada científica, sino que se trata de que al no reconocer parte de la identidad que es el cuerpo, al hacerse cargo de la mutación de la imagen reflejada en el espejo, debe aprender a reconocerse y lo que es más importante, a gustarse. Sucede que el que está ahí, que no es, es más él que el que si es, porque le devuelve la exacta encarnadura en la desnudez; no hay imaginación que pueda maquillar la realidad si existen espejos a mano. Sin ellos, piensa, podríamos creer que el mundo no es o que es nada porque lo que empieza a no ser es uno mismo.

Tiene el espejo para él un sentido intenso y al mismo tiempo de origen desconocido. Todo espejo es la realidad que es uno, su mundo nuclear; no hay manera de que el espejo refleje lo que vemos sino que siempre nos muestra lo que está en la misma dimensión, en la misma horizontalidad. Es espejo es la devolución del "donde estamos" y tozudamente nos niega la visión del "a donde vamos". Es pues antagónico si así se quiere entender, porque entre aquí y allí hay un espacio que nunca puede cruzarse del todo, caminarse del todo, ya que siempre el allí se retrae hacia el horizonte y el aquí se alcanza y se vuelve, mientras se va al allí, carece de sentido.

Lo que tiene el espejo, piensa, lo que este le da, es el mundo que ya posee pero que no puede ver en su totalidad, en su conjunto, con él mismo refugiado en él. Nada como un espejo para hablarnos del mundo que menos se percibe y que en realidad es el que interesa principalmente. El espejo es la única demostración de que la realidad es un conjunto de elementos que se unen en la carne de quien lo mira y lo comprende. No es ilusorio, no es un espejismo, sino que es la misma realidad que se nos niega ver.


Armados de espadas asesinas, los Titanes se apoderaron violentamente de Diónisos, ensimismado en la contemplación de su imagen que se reflejaba en el espejo mendaz. Giogio Colli: La sabiduría griega

Porque Diónisos cuando vió su imagen reflejada en el espejo, se puso a perseguirla y en consecuencia se hizo mil pedazos. Olimpiodoro: Comentario al Fedón de Platón.

En el final del Primer acto del Calígula de Albert Camus, estrenada en París en 1945, Calígula toma a Cesonia (su amante, espectadora paciente del nihilismo absoluto del primer, cómplice por silencio de sus crímenes) y la lleva ante el espejo y señalando el reflejo, le dice:

Nada, ya ves. ¡Ni un recuerdo, todos los rostros han huido! ¡Nada, nada más! ¿Y sabes lo que queda? Acércate un poco más. Mira (a los otros) Acercaos, mirad. (Se planta ante el espejo en actitud demente. Cesonia mira y exclama espantada) ¡Calígula! (Ahora con actitud y tono triunfante, él repite serenamente.) Calígula.
En el último acto, al final del mismo, Calígula es asesinado por sus cortesanos. Cuando les ve llegar y muere su fiel Helicón asesinado por los magnicidas, Calígula se vuelve con una banqueta en la mano al espejo y mientras arroja la una contra el otro, y este se rompe en mil pedazos, grita "¡A la historia, Calígula, a la historia! El espejo se rompe y entran todos los conspiradores que le hieren al tiempo; Calígula, que ha roto el espejo, sobre sus pedazos, exclama muriendo: ¡Todavía estoy vivo! Albert Camus: Calígula.

El espejo como realidad o como reflejo de la otra realidad. ¿Quien percibe la misma que los otros? ¿Cómo poder saberlo? ¿Quien no debe mirar al espejo para comprender que la tragedia nos acompaña en el destino final, ineludible? El hombre que ha enflaquecido tanto en poco tiempo recuerda que su abuela temía la rotura de un espejo, como tanta gente, y se preguntaba si eso tendría que ver con la desgracia de Diónisos, que es la parte más humana de la carne que nos forma. ¿Porqué? le preguntaba, y sucintamente le contestaba ella: trae mala suerte. En el espejo está todo, el engaño y el conocimiento (Colli), y ¿no son el engaño y el conocimiento las dos partes indisolublemente unidas de la realidad que nos sostiene? ¿Quien era este hombre que se mira al espejo en el cuatro de baño de un hotel antes de cambiar su mundo por este otro y verse de nuevo, como una sombra que se le antoja trágica, flecha proyectada hasta la extinción de la vida. No es que pueda no saber quien es sino que puede llegar a olvidar quien ha sido cuando la imagen no responde al recuerdo. Todo, se dirá, por un exceso de azucar en sangre, pero algo tiene que ser lo que le hace reflexionar sobre si mismo.

Hamlet lleva una calavera a guisa de espejo en la mano cuando recita su monólogo sobre el ser o el no ser, tan repetido, tan poco comprendido. Podría llevar un espejo y mirarse a sí mismo pues es esa calavera lo que ve en el alma de la reflexión que está haciendo. Es Yorik, el bufón muerto, aquel cuyos burdos labios besó innumerables veces siendo niño, quien le hace aflorar su parlamento, pero no es parlamento de la razón sino de la melnancolía el que le dota de su visión repentinamente certera de la realidad, como si se hubiera asomado a la realidad misma, por un instante apresada, que no puede verse sin el espejo, sea este calavera o cristal. ¿Que importa la naturaleza del espejo si al fin devuelve un reflejo y en él se contempla el mundo más cercano?

El espejo velazqueño en la Venus muestra una cara que es la mentira de la realidad, una cara de fea en un soberbio cuerpo cuya perspectiva se centra en unas soberbias posaderas. Carnal, dionisiaco, la pintura nos muestra el objeto del deseo del pintor, no cabe duda, al que le ha pedido que pose y probablemente venciendo la resistencia avergonzada de ella ante la pose que la muestra de espaldas mostrando una sensualidad primigenia. Ese espejo miente a quien lo ve desde lejos, desde fuera del cuadro, pero no le miente al pintor, que soberbio, rectifica el reflejo y nos equivoca. Sucede lo mismo que en Las Meninas, de nuevo el espejo, de nuevo el reflejo que no es, una transubstanciación de la realidad, un atisbo de la verdad emboscado en una cristal teñido en su parte posterior con azogue. Los espejos juegan en el barroco y devuelven además de la luz el esplendor que somos para que, ensoberbecidos, se contemple en su mundo quien asiste a la mascarada del poder.

Stendhal, prodigioso siempre, humilde, modesto, gnomo de los salones, comprende que la novela, para ser la verdad, debe mostrarse como un espejo que se pasa a lo largo de la vida. Esta, como los dioses, no se comprende mirada directamente a los ojos y conviene distanciarla en la sutileza de un pluma aparentemente apasionada, veleidosamente fría, que actúa como ujna superficie de azogue sobre el que discurre lo que discurre frente a ella. Es el cine, se dice el hombre delgado, asombrado: Stendhal ha definido al cine y este no es sino que la imaginación plasmada en una pared blanca, recorriendo los caminos de la historia: una novela plana, una visión ya dada. Otro espejo deforme nos ofrecerá Valle Inclán, claro que en este caso será el del esperpento, y deforme será porque la deformidad de la vida no puede reflejarse en un espejo de perfecta factura: el esperpento necesita del espejo deforme o de la pesadilla ya que lo que sucede es vida pero su reflejo es deformidad. Nunca como aquí se atina a entender que no siempre el reflejo es lo correcto, puede penetrar en el alma de las cosas y descubrir los olores ocultos de lo podrido.

Descubierto el espejo por Diónisos, hecho añicos para destruir la realidad, abierto el espacio desde el reflejo al hueco del mundo que se cierne alrededor, ahora sin perspectiva, los hechos que flotan en ese mundo amplio solamente tienen los ojos para asomarse dentro y ninguna distancia hay ya entre el todo y la nada que queda al ser engullidos por aquellos. Es lo que vemos, se dice entre nubes de vapor de la ducha recién tomada, solo es lo que vemos y nunca sabremos si lo que vemos es o fué, o está en un sueño, y este vértigo conduce a Calderón, pero no: ¡toda la vida no! Se requiere ante el reflejo una apelación a la lucidez cuando, repentinamente, como salido de los tiempos, cabe reparar el el titular de prensa que nos trae el reflejo distante que ahora es ya nuestro mundo y al cabo el noticiero de cada día en la televisión. Ahora si que es cierto que ninguna desgracia puede ser ajena porque ya están aquí, reflejadas en el espejo del salón a la hora de la cena.

Roto el espejo del baño, quien sale de allí, húmedo del vapor del agua caliente, oliendo a colonia fresca, vestido ya, no es sino la marioneta del reflejo en el cristal, ya armada con sus varillas dispuestas a ejecutar los movimiento necesarios para construir una apariencia de vida. Hará falta desayunar para comprender que sigue estando ahí el espejo, conteniendo su mundo, ahora de dimensiones colosales. Lo demás es nada.

5 comentarios:

  1. A veces lo que el espejo muestra y se ve al otro lado puede suponer un problema porque lo que vemos nos resulta desconocido y nos cuesta enfrentarnos a ello y aceptarlo. No es tarea fácil conseguirlo pero yo lo intento cada día.
    Un abrazo.

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  2. Muchas veces no reconocemos nuestro reflejo, es cierto. Por lo menos no a primera vista, Gubia. Gracias por el abrazo al que correspondo.

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  3. La Castiglione, que había sido amante de Napoleón III i de otros famosos y ricos personajes, hizo desaparecer los espejos de casa en su madurez y vivía en penumbra. No es el único caso, el espejo es cruel, dicen, pero en realidad es veraz. Pero también la fotografía, hace unos días, mi hermano me comentaba que ya le pasaba como a mi padre, que de mayor no quería que le hiciesen fotografías. Sobre todo la fotografía espontánea,hecha sin premeditación, que hoy nos amenaza des de tantos lugares inesperados.

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  4. Ciertamente, Julia. No parece agradable que te devuelvan la realidad que te disgusta. Del mundo, el tiempo es lo más evidente que señala el espejo.

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  5. Muy interesante post, de análisis artístico en el que el espejo es una pieza clave y ambigua. Yo, con los años, he aprendido a utilizarlo aunque no siempre me gustara lo que veía, incluso a veces me molestaba tener uno cerca. Desde hace ya algún tiempo, alguien me enseñó a ver lo hermoso que puede ser una imagen reflejada en él.
    Me encanta la Venus del espejo.
    Saludos

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