Foto: Eduardo Soto - Grande
Inclinado sobre el tronco del árbol, a la luz confusa y escasa del anochecer, Eduardo le señalaba con la punta del dedo a la Graellsia, que inmóvil sobre la corteza del árbol de su jardín, parecía desconocer existencia alguna. Ni asomo de inquietud, las alas desplegadas, ocupando su terreno, esperaba según le dijo su acompañante a que se activara al llegar la noche. Le había llamado por teléfono minutos antes invitándole a conocerla e incluso a fotografiarla. Cuando Eduardo le llamó estaba justamente ordenando unos libros procedentes del viaje a Berlín, del que había vuelto la noche anterior. Estaba cansado, porque en el aeropuerto de la ciudad les habían retenido cuatro horas a la espera de que la tormenta que descargaba sobre Madrid amainara. No llegaron a la casa del prado hasta las cuatro de la madrugada y en esas circunstancias no es capaz de meterse en la cama y desconectar, sino que necesita apagarse poco a poco, para alcanzar el sueño y el descanso. Por ello no abrió las bolsas hasta el caer de la tarde y ubicar los libros de un viaje es siempre un proceso de hojear con lentitud y de apilar en un montón provisional. En esas estaba cuando sonó el teléfono.
Un biólogo es alguien que siempre puede hacer una pregunta confusa y endemoniada como la que me hizo aquella noche por teléfono: "¿conoces a alguna Graellsia?" Obviamente no, no hace falta ni pensar en ello, pero hay que preguntar que es. Una mariposa es; una mariposa que vive en pocos lugares de la península, uno de ellos está esquina serrana entre las dos cordilleras. Ante su silencio, le dijo: "ven, conocerás a un vecino" Eduardo, que es joven y persona simpática y agradable, bromeaba tal vez, pero ciertamente se trata de una vecina que vive su metamorfosis a lo largo del año hasta convertirse en ese prodigio cromático que es una mariposa. A un biólogo joven y entusiasta es complicado hacerle una pregunta presuponiendo una respuesta corta. Los biólogos, piensa él, son personas que responden a la curiosidad con su saber, que es enrevesado, con lo que una pregunta conlleva en muchas ocasiones una larga respuesta indescifrable. Caminó por el prado para llegar hasta el jardín del otro mientras veía que la luz de la tarde se apagaba. Caminando hacia el este no se puede apreciar el espectáculo rojo del ocaso, sino que hacia donde se va es hacia las tinieblas violáceas y a las negras sombras del bosque, más allá del arroyo. La casa de Eduardo está separada del vado por una pista forestal asfaltada, nada más. Es el último espacio antes de llegar al bosque.
Hay mariposas que arriban, llegado el tiempo, a su jardín y vuelan en él; se niega a escribir "revolotean" que le parece una cursilería y se posan donde creen que deben de hacerlo. No las conoce aunque las vea, así que dificilmente podrá reconocerlas en momentos siguientes. Si se meten en el invernadero y no encuentran la salida, las ayuda a hacerlo tratando de posarlas en un dedo. Le incomoda la idea de causar una muerte o de que un insecto se agote vitalmente por no encontrar una salida y por no ayudarle a ello. Una mariposa forma parte de un paisaje y está, probablemente para muchos, unida al conjunto visual de una naturaleza que no se divide en unidades. Desde la cima de Cueva Valiente hasta la mariposa que revolotea en el prado o los grajos y cuervos que pasan por allí, todo es lo mismo para el habitante del prado. Pocas cosas son, en sí, cosas aisladas: una rapaz que se descuelga del cielo, un caballo que pace en un prado libre, un perro solitario, los obreros que trabajan en una obra cercana. En el jardín, detrás de cada árbol hay una historia que solo se recupera cuando uno se acerca a él y en el repara. Piensa que un biólogo es persona que en estos campos y montes en que vivo, debe caminar alerta como un detective, a todo lo que permanece en el terreno; por esa razón sabe cuando llega la Graellsia después de abandonar su capullo y decide presentársela.
Últimamente le preocupa el hecho en si de que las cosas no sean hasta que apelan a uno, le detienen y obligan a reparar en ellas. Debe suceder así con las personas también: los paisajes de nuestra vida, piensa, están llenos de figurantes y poco son figuras en las que reparar. ¿Quien es quien en un campo de fútbol? La Graellsia se despreocupa de su identidad y nada conoce acerca de su tamaño, grande y robusto, o de su especie de pelusilla que recubre su cuerpo y el colorido espectacular con que se confunde con la corteza del árbol, envejecida, amarillenta. La Graellsia, como los animales no debe sentir el miedo, llevarlo con ella que es la cosa que hacen los humanos, sino que precavida, es de natural asustadizo cuando llega el momento. Los humanos llevan el miedo en una mochila y en cualquier sitio acaban preguntándose si deberán sospechar de cualquier cosa. Las mariposas no, parecen de natural despreocupadas. Cabría decir que un insecto no es en la medida en que no lo sabe.
Empezó a chispear y truenos y rayos asomaron por el cielo ya oscuro. Seguía allí la mariposa y ellos inclinados sobre ella. La primavera, detenida por uan borrasca que duraba días, había bajado sus temperaturas y tuvo que dejar la contemplación del insecto. "¿Porqué se llama Graellsia? le preguntó a Eduardo. La descubrió un hombre que se llamaba Graells. Ni nombre tiene, se dijo, esta vecina. Mientras Eduardo le acompañaba a la puerta del jardín, los tres perros del biólogo trotaban a su alrededor esperando impaciente la salida para el paseo. Por la noche, le contaba el joven, oyes como se golpean las Graellsias en el cristal atraídas por la luz, toc, toc, tratando de llegar a ella". Salió del jardín y caminó por la calle hacia su casa unos cien metros hacia el pueblo. Empezaban a caer goterones fríos y subió la capucha del corta vientos. Pensaba en que tenía que explicarle a Ana que había conocida a una vecina que vivía en el prado mucho antes de que ellos llegaran allí: la Graellsia.
Mucho gusto señorita Graellsia.
ResponderEliminarQuién te fue a conocer me ha dado otra lección de vida.
Siempre me resulta difícil comentar ante la profundidad, por eso, a veces callo y prefiero gozar de las letras de tu visitante llamado: Luis.
Hermoso paseo me has dado en tu viaje a Berlin.
Gracias.
Abrazos a Goyerri
Lo que me pregunto muchas veces es porqué tienen que poner el nombre del "descubridor" a un ser que está siempre en nuestro paisaje aunque no sepamos de su existencia.
ResponderEliminarRelato relajante después del ajetreo de las urnas. Gracias.
La inspiración del modernismo en estado puro, ¿no te parece? Las ideas platónicas existen, pero son mariposas.
ResponderEliminarClarice: no es profundidad sino ligereza, te lo aseguro. Un abrazo a ti.
ResponderEliminarPor vanidad, Petrusdom, por vanidad. ¿Quien se va a resistir a poner su nombre a una mariposa? Tiempo hubo en que le ponían el nombre de uno a un archipiélago: Filipinas, Carolinas...
ResponderEliminarSi, Luri, tienes razón y pensé en ello pero al escribir se me pasó. Parece una vidriera del Paseo de Gracia, o la casa Batlló, por ejemplo. Realmente todo está pero hay que descubrirlo.
ResponderEliminarSolo con imaginar la belleza de esa mariposa pienso en que merece la pena descubrir algo a así y aunque sea para alimentar el ego, que lleve tu nombre.
ResponderEliminarHe aprendido mucho y cada día me voy dando cuenta de lo mucho que me gusta hacerlo. Parece una tonteria pero es un gran descubrimiento, por lo menos para mí. Estoy agradecida.
Un saludo.
Gubia: Profesión , aprender. Me gustaría poder ponerlo en mi documentación.
ResponderEliminarMe has hecho sonreír con ese 'saber enrevesado de los biólogos', supongo que porque soy uno de ellos, y nunca me sentí enrevesada (ni de palabra, ni de obra ni de saber).
ResponderEliminarSaludos y gracias por compartir esa Graellsia con todos nosotros.
Me alegra mucho que hayas sonreido, pero a Eduardo no se le puede preguntar sin estar dispuesto a escuchar un bbeun rato. Gracias por tu comentario, Isa.
ResponderEliminarHola a todos. Soy Eduardo, el biólogo con “el saber enrevesado” vecino de Luis, que por cierto, también me da largas y enrevesadas respuestas que escucho con verdadero placer. La Graellsia fue descrita para la ciencia en 1849, gracias a un ejemplar recolectado en la Sierra de Malagón, muy cerca de donde se la presenté a Luis. Su “descubridor” fue Mariano de la Paz Graells, quien la llamó Saturnia isabellae dedicada a la reina Isabel II. Debido a su gran tamaño y belleza durante años se la relacionó con exóticas mariposas americanas del género Saturnia. En 1896, dos años antes de la muerte de Graells, un entomólogo alemán, la redescribió como Graellsia isabellae creando un nuevo género en homenaje a su “descubridor”. Creo que para acabar mi primera y extensa participación os propongo llamarla mariposa vidriera o mariposa gaudí.
ResponderEliminarYa ves, Luri: nuestro biólogo se pasa al modernismo como estética. Y ciertamente la mariposa lo parece.
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