jueves, marzo 29, 2007

El árbol en la niebla. 2,6º


La niebla
Empaña la niebla el paisaje sin que tengamos el recurso de pasar la mano por el cristal y se nos abra una ventana en un trazo ancho del que gotean rastros de humedad, pequeños depósitos de agua, henchidos y brillantes, que adquieren animación propia cual si tuvieran vida. En la niebla estamos tras el cristal de nosotros mismos y nos envuelve el frío de la temperatura y el frío de la humedad: este cala.
El árbol, un pino, que se levanta airoso, en el terreno que linda con mi casa por el norte, queda desdibujado, que no es palabra que diga exactamente como queda, empañado sería mejor, y es una sombra de si mismo. Sabiendo que está ahí percibo que lo oculta de mi una factor externo que nos oculta a todo de todo, o nos semi oculta, no se ven las cumbres ni las casas a partir de cincuenta metros más o menos y el bosque está perdido para la mirada. Tiene la niebla empero, en cuanto a este ocultamiento, una función artificial, porque sabiendo nosotros lo que está ahí, conociéndolo y reparando en ello, cada cosa en su momento o todas las cosas a la vez, no hay ni ocultamiento ni desocultamiento sino que todo está ahí, presente porque está en nosotros, desocultado o revelado.
Así, en territorio conocido, la niebla no acentúa la soledad ni el agobio de la ignorancia del paisaje, sino que agudiza la mente para trazar, incluso sin cerrar los ojos, las líneas del paisaje tan querido, sin miedo a error, sabedor quien lo hace de haberlo absorbido de tal manera que ahora forma este paisaje parte de su esencia.

Berlín
Aprovecho la niebla para sacar la Guía de Berlín dispuesto a entresacar de ella los objetivos a visitar en un próximo viaje que haré de aquí a un mes. Viajar a Berlín es viajar al corazón de la historia de Europa y uno, siempre que lo hace, espera encontrar allí los rastros de aquella; la historia no es rastreable en calles y ciudades, puede ser evocada, imaginada, reproducida ante uno como si de una pantalla de cine se tratara, pero en si, la historia, como pasado que fue solo se percibe a través del conocimiento adquirido, de la lectura solvente, de lo analizado y de las opiniones confrontadas. Gente conozco que habiendo leído un tema sobre cualquier evento histórico, están convencidos de que conocen todo no solamente sobre el evento sino sobre los diversos círculos concéntricos en el centro de los cuales aquel se aloja.
Propongo a unos amigos con los que vamos a viajar visitar un campo de concentración, yo ya lo he hecho en otra ocasión pero ellos nunca, y se niegan amablemente. Prefieren no ver esas cosas me dicen, y lo siento; pierden la oportunidad a enfrentarse a la historia, no solamente a la historia del siglo XX, sino a la Historia del Mal, escrito con mayúsculas. Obviamente en su postura no hay el menor rechazo moral, no dudan de la existencia de los campos ni dudan del asesinato masivo de seres humanos, simplemente no quieren enfrentarse a percibir el rastro del horror. Aquí me contradigo con el párrafo anterior: este rastro si existe.
En una sala del edificio principal de Dachau se levantaron y están ahí, postes de colores, uno por cada nación que tuvo, cuando menos un representante entre los asesinados. El bosque interior, entre ventanas, es hermoso y estremecedor, tantos postes ahí levantados. Naturalmente las naciones son lo de menos, porque hablamos de personas, pero esa categoría refleja cuando menos la universalidad del impulso asesino.
El corazón de Europa que es Berlín, desde que se constituyera Alemania en nación, lo ha sido incluso cuando dividida en dos partes, reflejaba en una de ellas la isla espejo de lo que la vida en libertad podía ser y la otra la translación desde un totalitarismo anclado en la historia a otro anclado en lo científico. Sociedades que en ambos casos coinciden en la existencia del campo de concentración y en un proyecto a años vista que ofrece un mundo mejor para mañana sacrificando la vida de hoy. Mal negocio para aquellos a los que les toca vivir hoy.
En Dachau asistí al espectáculo de una clase de muchachos de entre ocho y diez años, acompañados de dos profesores, que les explicaban el campo. Los chicos caminaban en general en silencio, alguno de ellos hacían preguntas que los profesores contestaban. No entiendo el alemán, pero si el gesto: me pareció magnífico. Pensé que en las escuelas en España debería haber un seminario dentro de las clases de historia, común a todas las autonomías, en los que se narraran los males de nuestros enfrentamientos civiles: pedagogía a partir de los fracasos, no se si esto es tolerable para los que entienden de estos temas, pero así lo pienso.

Unas palabras de más
Por cierto, que hojeando (pasando hojas, que no es ojear: pasar el ojo) los Cuadernos aludidos del 31 al 36, topo con una opinión de Azaña sobre Ortega a cuenta del Estatuto de Cataluña, entonces en discusión, que tratándose de opinión de otro, me parece reveladora del pensamiento de Ortega. Escribe Azaña:
"Al fin entramos en el tema del estatuto... Ortega cree que la opinión nacional está en contra. Hay que calibrar la importancia del descontento de Cataluña y la del resto de España. Cree que esta es mayor.... No expresa su íntimo sentir sino la apreciación de un estado de hecho.... A su parecer en España no puede hacerse nada sino contando con todos; aquí no puede darse el caso de una minoría dominando al resto"
Entiendo que debo entender que donde Ortega dice y Azaña transcribe, “no se puede”, es “no se debe”, porque poderse se puede.

El resto
Se levanta la niebla. Me espera en la librería un ejemplar pedido hace días y después un paseo lento por la lonja del Monasterio Palacio para acabar comprando el pan en una tahona, y así lo escribo, porque aprovecho el corto viaje para comprar un pan de costra dorada, crujiente, hecho en un horno que desde el despacho de pan se ve en el interior. Venden también unas tortas de aceite, que son una maravilla. Lástima que esté a dieta rigurosa durante seis semanas de las que me quedan cinco, y el pan, en cualquier modalidad me esté vedado.

2 comentarios:

  1. ¡Por Berlín! Esta ciudad forma parte esencial de mi patria imaginaria. Si vas al Pergamon Museun, frente al friso, reza una oración en mi nombre a los dioses venideros, para que sean propicios.

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  2. Y si me dejan haré una libación lo más sagrada posible, ¿como no?

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