martes, marzo 27, 2007

Diario. Niebla intensa. 4,6º


El tiempo es un estado de ánimo:
No se trata del frío, que lo hace, ni de la humedad que es tan evidente, sino de esa luz que se pierde en lechosidades turbias y que no solamente penetra el paisaje sino que la misma alma va cubriendo de una añoranza, que siendo seguramente de luz, parece ser de otras cosas que no reconocemos. La luz nos llena del sentido de la vida, en todo lo intenso que tiene esta, y en lo primario, que es el ver alrededor y sentir el paisaje transformado en alegría. Cuando se cubre de niebla, no cabe alegría alguna y acude la nostalgia de quien sabe qué.
Todos mis planes para esta mañana se han trastocado: esperaba a un jardinero que no vendrá porque además llueve y `pensaba subir a por leña de la tala de la semana pasada al monte, cosa que no haré porque las sendas serán un barrizal. Cuando esto sucede se queda uno en el vacío y lo mejor es sentarse a ver que pasa.

Cioran
Será por tratar de encontrar una guía para enmendar la pérdida de rumbo, que echo mano de un libro al azar y me sale El Ocaso del Pensamiento de Cioran. Como aquellos que al abrir la Biblia leían un versículo y obraban según la lectura oracular les inspiraba, abro por una página cualquiera y me encuentro con dos aforismos, uno detrás de otro.
El primero me hace reír: Un ser que aburre es un ser incapaz de aburrirse. No lo puedo evitar, pienso en mi mismo.
El segundo pensar: La vida sustrae la eternidad a la muerte y la individuación es una crisis de lo infinito.
Cierro el libro y miro por la ventana a la intensa niebla que se abate sobre el prado.

El tiempo y la montaña
¿Quien diría que detrás de esa capa de niebla que impregna el ambiente hasta difuminar las casas y el bosque, se alza la cima de Cabeza Líjar, que es la que se interpone entre mi mirada y el sur, cuando salgo al jardín o me asomo a la terraza del piso superior. Se levanta 700 metros por encima del nivel del prado y la ladera está cubierta de pinos; por ella discurre una calzada real que además de memoria es una senda anchurosa por la que suelo caminar, a media altura. Era camino al puerto para los rebaños que llegaban de León, desde esta parte de antepuertos, camino del sur, buscando en invierno la temperatura templada y los pastos. En verano habrían de volver al norte en una trashumancia cuyos beneficios para los ganaderos y la corona, contribuyeron a la ruina de Castilla: era más rentable llevar la lana fuera que transformarla aquí. Solo faltó que el oro de la colonización y del imperio contribuyera a relegar a la industria y el comercio a segundo plano. Venturas de hoy males de mañana, cantó alguien, o me lo invento.

Un lugar en la historia
En esta zona de antepuertos, aguardaba don Juan II de Castilla, primo de don Juan II de Aragón, haciendo invernar a su ejército, para ir a la guerra con Aragón. Fue justamente en el llano en que vivo, más allá del prado, donde se acuertalaban a medida que iban llegando convocadas por su rey de Castilla. La tensión Castilla - Aragón se había convertido en una cuestión familiar entre primos. De este rey Don Juan y de sus primos escribe de manera inolvidable Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre estos versos que se refieren al tiempo inmediatamente pasado:

¿Que se hizo del rey don Juan?
Los Infantes de Aragón
¿que se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
que de tanta invención
que trajeron?
¿Fueron sino devaneos,
que fueron sino verduras
de las eras,
las justas y los torneos,
paramentos bordaduras
y cimeras?


Leí de Sanchez Ferlosio un erudito artículo en el que explicaba que las verduras de las eras son las matas que crecen en los bordes del campo sembrado, salidas de las semillas que el viento dispersa y que de año en año mueren para aparecer otras. Inservibles aunque bellas.

Y esto lo escribe Manrique para decirnos que todo pasa y que nada es permanente, no solo en las vidas biológicas, sino en el entramado social, más que entramado encaje de finura delicada que nos empeñamos en desgarrar. Ni los dos reyes Juan, ni los Infantes, ni el de Antequera, ni Enrique el Doliente, ni los Católicos, todo pasa y queda lo que queda, que no es sino los restos que la historia deja para que se aprovechen, que no es cosa de empezar la historia cada día. Si no podemos vivir en los restos y seguir adelante sin preocuparnos de lo permanente más que para extraer experiencia que aporte progreso, entonces vivimos en el vacío. Tengo un amigo para quien el Compromiso de Caspe fue un error y seguimos en él hasta que la historia, en retorno de bucle fantasmal, vuelva las cosas a su lugar; ignorante como es de que su lugar es este presente.

Tanta prisa tenemos, sujetos de la historia de mínima entidad, en cambiar el presente como en amarrar el pasado, y en el día se nos va desangrando la convivencia. Podríamos acudir al carpe diem de Horacio, pero hasta eso lo malinterpretamos y hay quien cree que es vivir el jolgorio de cada noche de marcha.


Hablemos de hoy
No, no está el día para asomarse a la maltrecha convivencia, a la retorcida política de todos cuantos están en ella para asegurar la convivencia. Un solo problema, pienso, es prioritario y debe preocupar a quienes tienen nuestra delegación para gestionar el gobierno: la convivencia. No les hemos puesto allí para que saquen adelante, en nuestro nombre, sus proyectos heroicos sino para solucionen la convivencia. Al acabar la legislatura, gobierno y oposición deberían hacerse la famosa pregunta de Reagan a sus electores: "estamos ahora mejor o peor que hace cuatro años" y una vez hecha que contesten en clave convivencial.
Pero quiero volver a Cicerón, mi viejo amigo y citar de él dos frases escritas en Sobre la República, uno de sus textos (amputado por el tiempo desgraciadamente) para mí más queridos. Allí pone en boca de Escipión sus propias ideas sobre el gobierno, y aquel cita: "pues ¿que es la ciudad sino una sociedad en el derecho de los ciudadanos?" Sorprende esa hermosa definición de hace dos mil cien años, que basa en el derecho la regla para construir la ciudad, la convivencia, la sociedad.

Más adelante escribe: "la ira es una alteración del alma contraria a la razón". Arquitas de Tarento, de quien dice Cicerón que era la frase, se esforzó en contener su ira de tal manera que un día, al llegar a su finca en el campo, vio como todo cuanto había mandado hacer estaba hecho al revés y dirigiéndose al mayoral le dijo: "tienes suerte de que estoy irritado, que si no te molería a palos"

He ahí un buen ejemplo: pues estamos irritados, no nos molamos a palos. Dicho esto, no hablo de hoy, hasta mañana, creo..

4 comentarios:

  1. Amén Jesús, se decía, ¿no? ¿O era solamente mi abuela?

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  2. Así acababan algunos cuentos,
    ..darrera la porta hi ha un fus, s'ha acabat, amèn Jesús.

    Sobre la historia, cada uno puede encontrar la página adecuada a sus creencias y manías. Quizá fuese mejor olvidarla, no lo sé. Aunque a mi me gusta mucho.

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  3. No creo, Julia, que se deba olvidar la historia pero de ser así, antes que olvidarla, lo que podría resultar aconsejable para el espíritu, convendría (caldría es una palabra catalana que siempre me ha fascinado) conocerla, hacer un esfuerzo para conocerla y si no nos gusta, olvidarla.

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