viernes, octubre 27, 2006

Diosecillos y calderas del infierno

En el bosque las cosas cotidianas pierden entidad ante el impulso de la naturaleza y ceden ante ella su propio protagonismo. Se concatenan dentro de una normalidad que se repite y nunca se preveen aunque son tan previsibles como la misma historia. La caldera interrumpe su fiuncionamiento y se enciende una luz roja que parpadea; hay que llamar a José Antonio quien dice por teléfono que lo tiene muy mal porque todo el mundo le llama cuando empieza a cambiar el tiempo a fresco. José Antonio es un tipo malcarado de respuestas secas y prontas y de ignorancias irritantes del tipo de "no se cuando podré ir, tal vez la próxima semana". No hay forma de que te acuerde no una hora, sino un día y hay en el tono de su voz una "ya te lo dije yo" que recuerda al padre terrible, cargado de la razón de dios. Sucede sin embargo que uno recuerda que en julio llamó a José Antonio y le dijo "oye, ¿porque no miramos la caldera ahora que no hay aglomeración de encargos?" y él se negó aduciendo que era pronto, y que estas cosas mejor cuando empieza el frío.
Hay seres dioses en la tierra que confunden a los demás, les incitan al error y les fulminan con su venganza. Parece que te ceden el libre albedrío para luego demostrarte que no eres nadie a la hora de tomar de cisiones, porque siempre serán equivocadas. No hay lugar para la esperanza, estos dioses siempre acaban por fulminarte una advertencia que pluralizan, porque contra quien hablan es contra la especia humana: "así les va, que nunca hacen las cosas a derechas". Conviuene no perderlos de vista porque aparecen cuando no se les espera, malcarados, serios, cejijuntos, de mirada torvo, ocultos por su grasa del fuel en las manos y en la cara: "a ver esa caldera" te dicen y les dejas pasar a la intimidad de la zona que llamas taller, donde modetamente, en invierno cuando el jardín no te precisa, tallas trozos de madera para insertar en ellos árboles secos. Miran a su alrededor y señalan al banco de carpintero y al poco serrín que hay por el suelo: "claro, es que esto es muy malo para la caldera". Ya han encontrado la causa de tu culpa y más te vale reconocer que pecas, no importa si por ignorancia u omisión voluntaria, conocedor del alcance del pecado. "Trabajo con aspirador, les dices, esto no es nada". No hay filtros que valgan, esta caldera es muy delicada.
Dios fontanero es terrible porque cambia de opinión: cuando instaló el aparato te dijo (lo recuerdas porque eres persona de enorme memoria elefántica) "es un aparato fortísimo, a prueba de todo", y tú, pese a lo que dijo procuras que el serrín no vuele cuatro o cinco metros, atraviese el espacio y la cubierta metálica de la caldera y acabe entrando a través de los filtros en el quemador. Porque todo es un problema del quemador, premonitorio espacio que imagina infiernos caseros, más terribles que los de Sartre y que en este caso se centran en unos días de frío sin calor.
Si no me gusta Dios es por lo terrible que es: nunca he comprendido el pecado. Del cristianismo como ideología ensalzo el amor y el respeto, términos casi constitucionales si se quiere, llevado como estoy a creer que de todas las ideologías que sobrevuelan a los hombres, la cristiana (no me refiero a la iglesia, que mi relación es estricta y directamente con Dios) es la cristiana. Solamente ella, a partir de la ruptura con un paganismo de escasos reflejos, concibió una sociedad organizada en el acto del amor al prójimo como base fundamental para la convivencia: fué un hallazgo. Por esa razón, cristiano como soy niego a un Dios terrible cuya misión fundamental es atemorizarme y que con su dedo acusador me va recordando que nací en pecado, una de las más vesánicas crueldades que Dios alguno haya podido inventar y que solo las aguas del Jordán o similares ríos más cercanos, podrán curar de mi espíritu y del resto de mis vidas. Innoble destino es el de nacer en pecado y más aún si no tienes la mágica fórmula del bautismo al alcance de la mano.
Vuelvo a mi dios particular, cubeirto del grasiento color oscuro del fuel, más parecido a diablillo escapado de un infierno de segunda división, haciendo prácticas y ganando puntos para una promoción próxima, en la que no le garantizo demasiado éxito. "Estas calderas, me dice, no tienen porque fallar porque son muy buenas, pero hay que cuidarlas, no maltratarlas" Ya estamos en la fase pecadora, ya va a apuntarmne con el dedo y solo me restará hacer propósito de enmienda y aceptar una penitencia. "Revisar cada año no es suficiente". No le comprendo, tengo la mejor caldera que me recomendó el constructor, que fué quien me trajo a José Antonio a mi alcance con su catálogo de calderas. Es bella, alta, esbelta, roja, con una carcassa de metal que la cubre de cabezas a pies. Es hermosa, lo juro, y cuando está en funcionamiento, de su fercanía se desprende el calor acogedor que nos recuerda la cueva en la que encuentra acomodo nuestro cuerpo cuando el tiempo se eriza y nos arroja sus maldiciones. Cuando entro en el taller, su lucecita verde, pequeña (un leed, me dicen que es) y brillante me recuerdan que está allí velando por mi y los mios. Mientras José Antonio va desmontando piezas, ahora en silencio, yo pienso en nuestra vida sin el correcto bienestar de mi caldera; no puedo imaginar vivir con temperaturas que en invierno alcanzan los 17º bajo cero.
Dejo a José Antonio solo, arrodillado ante su caldera destripada y salgo al salón; Ana me mira y pregunta: "Qué" y le contesto, "Es lo de siempre, hemos vuelto a pecar pero no sabemos en qué". "Lo arreglará" "Claro, le digo, dios todo lo puede".

4 comentarios:

  1. Luis, aquí en mi país tenemos también versiones de José Antonios que al final uno no sabe si amarlos, cuando nos resuelven el problema o si odiarlos, cuando tenemos que escucharlos antes de que lo resuelvan...al final uno siempre termina llamándolos, que nos queda...."resignación cristiana" !!!!
    Un abrazo

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  2. Gracias por ese abrazo al que correspondo. Si vb, se trata de una especia que crece y no peligra de extinción.

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  3. ¡Cómo te entiendo! No hay dioses sin sus calderas de Joséantonios Boteros!

    Hay una nueva aristocracia en marcha que sólo puede ser detenida por el lampista polaco. Y en este caso, de verdad, Viva la emigración!

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  4. Gregorio: he tenido una enorme bronca con José Antonio porque se niega a cobrar en cheque y a hacer afctura con IVA. No puedo resisitr la presión de la modernidad.

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