miércoles, octubre 04, 2006

De los cuidados del jardín y un poco de sabiduría


En una casa anterior que tuve, planté una parra y en unos pocos años, llegó a dar racimos de uva, moscatel, de dulzura sedosa y acariciante, grandes y tersos en la superficie. Pocas frutas hay tan bellas por luminosas, como los granos de uva mirados al trasluz como diamantes. Sin rugosidad ni quiebro alguno su forma, oblonga les confiere un aspecto de superficie ilimitada en la que perder la mirada al juego cambiante de la luz, que es la madre de las sombras y reflejos. Es fruta que invita a la lujuria deleitando varios sentidos a la vez, los de la vista, el tacto y el gusto. La uva debe comerse de grano en grano, cogiendo cada uno de ellos con los dedos y separándolo con cuidado del tallo vegetal que los agrupa, procurando no romper demasiado el cuello fráfil por el que aquel penetra en la carne; liberado el grano debe mirarse con aprecio, es decir, apreciando su color, su forma, el leve toque satinado de su piel y sobre todo esa fragilidad plena que invita a apretar ligeramente cuidando de no romper, de no estallar ese fragil envoltorio que ha sobrevivido hasta ser lo que es desde minúsculos racimos iniciales: causa asombro ver, como al empezar a renacer la planta después del invierno aparecen entre las incipientes hojas unos racimos de apenas milímetros de longitud que son los que anuncian el fruto final. Finalmente, el grano de la uva en la boca es acariciado por la lengua, que lo hace girar sobre sí mismo para apreciar en su redondez la perfección de su forma al tiempo, que probándo con los dientes su resistencia, se le fija entre ellos y se aprieta sintiendo su debilidad, que es una mínima resistencia, un impedimento a la voluntad de romper que vencemos sin dificultad, percibiendo en el estallido como la pulpa fresca y dulce se derrama. Ese es el placer.

Aquí en el prado he tenido una parra durante este verano, en su maceta todavía, aclimatándose al sitio, esperando a que en la primavera próxima, bien entrada para evitar los hielos tardíos que son traidores, las traslade a un lugar al sol, reservada de vientos. No es lugar este para plantar esas especies; en los lugares a los que se llega basta ver lo que hay para saber que es lo que no debe de intentarse que viva y produzca, porque sería tarea inútil; pero me la regalaron, dos para ser exactos, llegada de la Mancha; una de grano blanco y otra de grano tinto; también me regalaron una higuera. Hay gente bien intencionada, y encantadora además, que regala las cosas para su perdición porque antes piensan en su placer de regalar que en las dificultades que crean al receptor, o al mismo regalo si está vivo. La higuera y una de las dos parras murieron en pocos días, nada más sacarlas del invernadero donde las hice estar hasta que el sol calentó lo suficiente. Aquí el aire es frío y a veces violento y casi huracanado y aunque vivir en el prado parezca, al explicarlo, cosa muy placentera y descansada, todo vivir en el campo resulta esforzado para que las cosas que te rodean vivan y repitan, estación tras estación, su ciclo. Para vivir, creo que todos, hay que esforzarse, no sólo es respirar puesto a escribir simplezas, sino que hay que batallar contra adversidades que nunca se imagina que llegan cuando justamente se cuelan entre los intersicios de la calma.

Pero luego resulta que las cosas dan fruto y que este justifica la espera. Asombra en la sorpresa que unas begonias que al final del otoño, cuando ya parecían a punto para el vertedero renancieran con tal esplendor y violencia que en su segundo año las unas invadieran el terreno de las otras y formaran un macizo de altura y espesor considerable, cuyos su rojo brillante y tamaño, causan la admiración de quienes vienen y las ven. Me preguntan que son, acostumbrados a la begonía raquitica que suelen ver en parques públicos o jardines privados; los jardineros que venden este tipo de plantas siempre te recomiendan que las tires y en la siguiente primavera empieces de nuevo, comprándoles a ellos, naturalmente, las nuevas matas). Pasaron a dormitar el invierno entero en el invernadero de aluminio y cristal en el que conviven entre las nieves, como en una caja de bombones, con geranios, camelias, cajas de bulbos y sobres de semillas, herramientas y dos sillas en torno a una mesita, en las que tomamos café cuando la nieve lo cubre todo y sale el sol espléndido, calentando los cristales y el aire de dentro. Las saqué de nuevo mediada la primavera y las coloqué en el mismo lugar que habían ocupado el verano anterior, que se les quedó pequeño; agradecidas, creo, demostraron cuanto de si podían dar después de los cuidados. ¿Quien no da todo de si en pago por el cuidado gratuito que recibe, cuando pasados los momentos difíciles se reconoce sano?

Volveré a guardarlas de aquí unas semanas sin saber si volverá a producirse el milagro. Los libros de jardinería nunca explican lo que deben explicar que es lo que uno les pregunta. Están escritos siempre para otro clima y otro jardín y las fotografías que muestran tienen como misión la de generar la envidia antes que mostrar los logros. Yo pondré los cuidados hasta que las begonias consideren que ha acabado su tiempo, actuando los dos de acuerdo con un mandato de la naturaleza que es cuidar unos de otros.

La humedad, las lluvias y los vientos han quebrado los tutores de unos manzanos y ayer instalé los nuevos, bien rectos, paralelizando el tronco del árbol, delicado aún por joven, y ligándolos fuertemente a la guía de madera comprada en un almacén especializado. Ver el resultado, con las varas verticales, formando un ángulo recto con la línea del suelo, sujetando los árboles en su posición ideal, sabiendo que en dos años o tres tendrán soltura y fuerza para, abandonados por el tutot, seguir solos creciendo, te deja satisfecho e invita a tomar una copa de media tarde que contenga el poco sudor fruto del esfuerzo: me quita la sed y me gusta el sabor del vodka con naranja.

Me declaro horaciano y aunque no tuve a Mecenas por amigo, ni a nadie como él, me retiré al predio sabino en tierras de Segovia y aquí seguí con el cultivo de la lectura y de un pequeño jardín. No soy animista y no voy adjudicando alma inmortal a las cosas, pero si un trozo de mi alma a cada una de las que cuido, un injerto de cariño que es mi propio cuidado.

Leo en un autor del siglo V aproximadamente, que responde al nombre de Paladio Rutilio Tauro Emiliano, vir ilustris, y que escribió un soberbio Tratado de Agricultura, además de un barroco Poema de los Injertos párrafos de estilo elegante y sereno como el que transcribo:

"Después de una vendimia buena, poda menos; después de una mala poda más.
En la vid o en el árbol lo que haya de hacerse, hahzlo antes de que abra la flor y la yema.
En el campo corren peligro las partes interiores, si no se cultivan las exteriores.
El mal estado de un camino es tan contrario a la propia satisfacción, como a la utilidad.
Más vale poco y bien cuidado que mucho y abandonado.
Las semillas no deben tener más de un año no vaya a ser que no broten por culpa de la vejez."

Uno diría que se trata de consejos prácticos y así es ciertamente, en el más amplio sentido del aconsejar. El libro además es minucioso y experto en determinar tareas apropiadas al buen cuidado de los campos y el huerto. Un placer leerlo y aprender con él.

4 comentarios:

  1. Veas a ver esta página si te puede ayudar en algo.

    http://www.infojardin.com/

    (Mi hijo y su novia están haciendo un curso de jardineria en el INEM, para formación de profesionales, y dicen que el instructor es bestial de bueno, si quieres les pregunto algo de tu parte para que lo pregunten a su vez a su profesor)

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  2. Gracias Roma, conozco Infojardín. Y espero que tu hijo & C les guste el tema, como a mi.

    No tengo especiales problemas. Mi comentario era puramente irónico, porque hubo un tiempo en que si compraba libros. Ahora no, ahora aprendo con la práctica. Y la verdad es que las cosas van adquiriendo tamaño y forma. Mi entrada era más bien irónica y no se si didáctica. La tyendencia hoy en el jardín de irbanización, es ir al vivero y comprar las especies del año y tirarlas al acabar la temporada. Eso no es, a mi entender, cuidar un jardín, sino que es decorar un terreno.
    Yo semillo mis flores en el invernadero, podo yo, lucho contra las plagas yo y el resultado es un poco yo. Los libros no te enseñan a eso.
    A mi me resulta especialmente absurdo que alguien compre las matas de tomates con tomates incluídos en un vivero, las plante en una zona de su jardín con una vallita blanca que separa el huerto del cesped, y luego me diga que tiene unos tomates estupendos. ¿Cómo no los va a tener? Claro que si, como si los compra en Carrefour.

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  3. Te he visto en el jardín... de Epicuro, un poco de vuelta del mundanal ruïdo, claro, pero no porque quieras (pienso, y perdona la intromisión fisgona en tus intenciones) huir del ruido por ser ruido, sino porque hay otros muchos sonidos a oir que se expresan a media voz. Evidentemente estoy extrapolando(me). Yo también ando buscando las penumbras y las medias sombras, y las medias luces y las sottoveces. ¡Y hay tanto, tanto, que oir y ver! Esperemos que nunca deje de serprendernos el mundo. Magnífico post, Luis. Emocionante.

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  4. El jardín de Epicuro o el predio sabino de Horacio. Lo mismo es para oir esas voces y sonidos a los que aludes. termino este comentario y me paso por el Café de Ocata, que es mi manera de retomar lo mundanal. Quioero añadir que puesto que adivinas mis intenciones, estás invitado al jardín cuando y como quieras.

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