sábado, agosto 19, 2006

Un paseo oracular

Una buena comida con invitados, una conversación fluída e inteligente, café italiano y dos chupitos de orujo a la temperatura ambiente (no me gusta la manía de tomar los aguardientes frío, casi helados, lo que les los hace insípidos y sin cuerpo) me han abocado al caer de la tarde a salir al prado a pasear a Goyerri, más tarde de lo normal, cuando el sol, por el oeste, que es exactamente el contrario a la posición del fotógrafo en la imagen, a su espalda, tiñe de violetas tenues unas nubes preñadas de tormenta. El fresco y la luz anunciaban un otoño temprano para el que no estamos preparados y tampoco deseamos. En San Rafael el otoño es corto y el invierno exageradamente largo y frío, con nieves abundantes y excesivas que nos encierran en casa hasta que pasa la quitanieves. Goyerri, que tiene a su disposición un jardín amplio no perdona la salida a la calle, considerando como tal a unas líneas de asfalto picado y roto que separan los chalés y parcelan lo que fué un hermoso pastizal; son cosas del recuerdo o de la nostalgia, pero Goyerri insiste en salir a callejear, tozudo y solitario: placeres de su inteligencia o de su naturaleza que me obligan.
La vista de las nubes, que se dirigen amenazantes hacia el otro lado de la sierra y a la llanura que desciende suavemente hacia Madrid, desde los 1800 metros de altitud de la montala, San Rafael está a 1.300, hasta los 700 aproximados de la capital, hilvanan pensamientos que surgen de la espontaneidad de lo inconsciente, larvados, a base de escarbar una voluntad desconocida en neuronas ocultas y sacar a la superficie con la información el hilo de la reflexión. Se trata de un cabo, como en una sedalina de hilo del que cabe tirar con suavidad para no romper el inicio: fluye mansamente al ritmo de los pasos que recorren el perímetro del prado, exactamente un kilómetro, Cada cual a lo suyo, Goyerri y yo nos hacemos compañía sabedores ambos de la presencia del otro y de su silencio, que es, pienso, de las mejores compañías.
Pensar es un acto solitario, no creo que deba ser de otra manera; cada uno piensa con sus propios materiales y se esfuerza en llegar a ningún destino aceptando que la casualidad le brinde un puerto de arribo: la sorpresa es, entonces, gratificante. Lo común sin embargo es pensar sin más en cosas tan concretas como pueden ser abstracciones: a menudo una percepción y su imagen o una idea o ambas a un tiempo, dibujan un sendero que hay que seguir; pensar y caminar son hechos coincidentes y en muchas ocasiones comparten el tiempo y el esfuerzo. A veces, después, al cabo de unas horas, se puede recrear el proceso de como se ha empezado una reflexión, pero son las menos; las más son encontrarte de pronto ante una afirmación y e en la disyuntiva de desandar el camino o abandonarlo. No todas las afirmaciones se concretan en un si.
Viene a cuento lo anterior a que, sin razón aparente me he encontrado sintiéndome parte de un todo y ello me ha llevado al I Ching y concretamente al prólogo que en la edición de que dispongo, Edhasa, firma Jung. Escribe: "Exactamente como la causalidad describe la secuencia de los hechos, para la mentalidad china la sincronizidad trata de la coincidencia de los hechos". Dicho de otra manera: si para la mentalidad occidental un corte visual es observar el momento como inserto en una sucesión causal de hechos que van de antes a después, incluso el momento presente sería ese después, para una visión china el corte sería en el momento y lo que el observador pone en su punto de mira es todo lo que forma el ahora, todo en el mismo espacio de tiempo.
El todo que relata la observación oriental es un todo absoluto, la conjunción de todo lo existente en sus actos y en el momento. Cualquier acontecimiento que suceda, por nimio y pequeño que sea, produce una mutación. Para el punto de vista occidental yo soy contingente, prescindible sin que nada cambie. Para el punto de vista chino, que es la base del I CHING, no soy contingente sino necesario, al igual que una moneda en mi bolsillo o una ramita de milenrama, y en ese yo necesario se aúna todo lo que contengo: mi situación física y mi situación psíquica. Por eso la consulta al oráculo es posible, porque las herramientas del oráculo, las varitas de milenrama con las cuales determinaremos la selección del exagrama, pertenecen al mismo momento en que yo formulo mi pregunta. Todo está unido en una mutación constante, todo fluye, todo se aúna como los átomos en un momento del universo.
Este occidente , aficionado a la futurología basada en la mistificación, no en la estadística, llega a creer como por diversión, que una baraja en manos de un adivino puede ver en el futuro de alguien una nueva relación sentimental o la rueda de la fortuna. Entre la baraja o la bola de cristal y el que acude angustiado a conocer su futuro, no existe otra relación que la fantasía del adivino y la predisposición del primero para oir una respuesta que alivie sus miedos. Ya Horacio, tan maltratado por la vulgaridad, en su oda I 11, advierte a su amiga Leucónoe "No invevstigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fin que ni a mi / ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios / no te entregues..." Hay que tener en cuenta que los adivinos de la época eran o se hacían pasar por orientales poseedores de culturas y sabidurías de adivinación, como ahora.
Acudir al I Ching, que es un acto oracular, nunca un sistema de adivinación, establece un punto de partida y un prólogo activo. El punto de partida ya lo he expuesto, la convicción de que toda persona está vinculada a un momento en el cual está integrado el oráculo, los textos del I Ching y las propias herramientas que forman el prólogo; y este es sencillamente un largo (en el tiempo, nunca instantáneo, sino duradero) proceso por el cual quien demanda una respuesta al oráculo debe concentrarse en un acto de determinación de un hexagrama de 64 posibles, sujeto a mutación en varias de sus líneas, que finalmente determinarán un conjunto de textos que deberás ser leídos con atención para que quien consulta interprete. El proceso tiene un motivo, concentrar en la reflexión de la pregunta a través del acto mecánico de selección del exagrama; la lectura del texto deberá ser interpretada: si la pregunta está bien formulada la respuesta aparecerá como una posible dirección, una posibilidad que deparará el futuro de tomar el camino adecuada. Nunca indica fortuna, sino posibilidad de ella, ni amor, sino probabilidad; para el I Ching, los humanos son forjadores de su destino.
Cuando percibí, gracias al prólogo de Jung, que formo parte de algo más que la humanidad, que soy un átomo de un todo que me necesita en el mismo momento que contemplo, que mientras viva no soy prescindible, que no cabe humildad alguna para empequeñecerme porque este instante me necesita a mi de la misma manera que a los poderosos y al más humilde ratón, adquirí una valoración de mi mismo muy superior a cuantas antes habían pasado por mi cabeza. Llevo siempre el libro en mis viajes aunque no lo consulto; como los niños que miran de los libros las estampas, acaricio con mi mirada los exagramas y leo los enrevesados textos sin tratar de profundizarlos para entenderlos; leo los textos como quien salmodia un recitativo de la Kábala, seguro de que en ese mismo instante son incontables las mutaciones que se están produciendo en Todo. Sé que para tratar de indagar el futuro , tan importantes como las respuestas son las preguntas y sabiendo que están ahí no me las hago: me conformo con estar.
Y amparado en mi buena suerte, recito los versos de la Oda de Horacio, al que como a Epicuro, la gente tomó estúpidamente por guía de libertinaje, basándose en este texto de riquísima sapiencia:
"No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fin que ni a mi
ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entregues. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Jupiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza el mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza (1) del día y no jures que otro igual vendrá después.
1 - Este "goza del día" es la famosa expresión "carpe diem" que tiene una ambigua interpretación: gozar es también cosechar, coger.

3 comentarios:

  1. Como el otro día me dijeron, a la cara, que "la melancolía es la alegría del triste", no me atrevo a confesarte que encuentro esta entrada especialmente melancolica.
    "... y de su silencio, que es, pienso, de las mejores compañías". Realmente uno no puede considerarse amigo de nadie hasta que el silencio entre ambos deja de pesar y se hace compañero. Lo has expresado certeramente. Cuando el silencio entre dos se hace insoportable, es que ha llegado la hora de cortar por lo sano.

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  2. Así es, me alegra la coincidencia. El silencio debe ser confortable, nunca incómodo.

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  3. Sí, es verdad eso, estar en silencio y acompañado por el silencio de otro causa una sensación de relax y de bienestar creo yo que extrema.

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