martes, agosto 22, 2006

Shakespeare y Velázquez: Macbeth y El Cristo (I)

Lamentablemente y por error he colgado anteriormente una entrega en este lugar que era un borrador. A los que lo hayan leído debo pedir disculpas por abusar de su tiempo detrás de algo inacabado y casi inempezado.



Tengo por Shakespeare, como por Velazquez, admiración sin reservas. Sobrados de genialidad prescinden de talentos externos y trabajan su arte desde dentro, con los pocos materiales que les brinda el justo conocimiento de su técnica. En ellos la creación es superior porque emerge formada por el buen saber de lo que pretenden. Para el inglés las palabras y los versos forman el esqueleto de cuanto se puede decir acerca de la naturaleza humana. Para Velazquez la escasa pintura que escatima en pequeñas pinceladas dejadas como al descuido, lo que diría Gaya en su estudio sobre él (El pájaro solitario), que en los lienzos del pintor hay ausencia de colores, que no es carencia sino purificación.
El arte, como la geometría, nos muestra la medida del hombre que ha sido el creador y en pocas ocasiones alcanza el nivel de eso que llama Gaya, la purificación. Tema tras tema, objeto tras objeto, el artista vuelca una visión profunda y certera de la humanidad que le ha tocado compartir y la visión de su obra nos permite averiguar el instante de su tiempo, la duración de los hechos que enmarcan su paso por el mundo y sobre todo sus recuerdos y su proceso creativo. Estos dos artistas asombrosos nunca mienten, nunca inventan, extraen de la entraña del tiempo y del hombre la más absoluta verdad y la convierten en objeto para la observación. Artesanos de la cristalería de espejos, no hay en ellos una sola deformación; dicen y pintan lo que ven, pero ven más que otros, entienden mejor que los demás. En sus momentos de silencio absorven como papel secante aquello que perciben de la vida alrededor y queda el negativo guardado en la superficie del papel, borroso, ligeramente corrida la tinta, pero reconocible. Miraos, nos dicen y os vereis. Esto lo habeis dicho vosotros, tal como sois
De todas las tragedias de Shakespeare, me llama la atención de forma fascinante La Tragedia de Macbeth. He leído en diversas fuentes y lo creo, que esta tragedia enlaza directamente con el teatro de Esquilo. El autor la títuló así: La Tragedia de Macbeth, anteponiendo el tono y el clima en la titulación a cualquier otra descripción que pudiera albergar un buen título. Solamente en Ricardo III y en Romeo Julieta hace los mismo, lo que indica con cierta claridad lo que entendía él por tragedia: lo extremo, los personajes al borde del abismo, el flotar por las sobre las pasiones sin más control que el que puedan dictarle aquellas y el instante inmediato que se abre a la oportunidad vesánica, el crimen como herramienta natural para la construcción del futuro, y en suma la autodestrucción que enfrenta al hombre con su destino y finalmente lo aniquila.
Sabemos que es una tragedia y estamos preparados, pero ¿a qué? La señora Siddons, actriz del siglo XIX, una noche, con su esposo dormido . intentó estudiar el papel de Lady Macbeth en la escena del asesinato y la luz de una vela se quedó sola en el gabinete de la planta baja: Le influyeron de tal manera los horrores de la situación, que le fué imposible seguir, y asustada, subió con la vela a guarecerse en el dormitorio, donde el marido dormía profundamente; se creyo perseguida por un espectro que era el fru fru del vestido de seda; ya en el dormitorio no se atrevió a apagar la vela ni a desnudarse y se arrojó sobre el lecho vestida: le costó dormirse. Schlegel afirma que "desde Las Furias de Esquilo, nada tan grande ni tan terrible se ha producido jamás" Probablemente no, salvo los hechos reales de violencia que hemos desencadenado a lo largo de la historia, las terribles formas del mal, que como banalidad posesiva, ha corrido el mundo de una punta a otro. A Macbeth solamente le supera la realidad. A la conciencia de Macbeth la de los asesinos de carne y hueso. Durante la aniquilación asesina y genocida de los Balcanes, hará unos pocos años, ante la mirada aterrorizada de un público asistente en el patio de butacas, imaginé a Macbeth en uno de esos cabecillas de bandas armadas, me daba lo mismo que fueran serbias o bosnias o croatas, que independientes de la intensidad en la hora de aniquilar practicaban el mismo mal con la misma afición.
Vuelvo a Campbell, que biografió a la señora Siddons: "¿Qué teatro puede hacer justicia a Esquilo... cuando el espectro de Clitemnestra se precipita en el templo de Apolo para despertar a las Furias dormidas?" No se cual era el talante del autor al escribir esta tragedia desbocada a través del horror hasta el horror total, y digo desbocada porque en las otras dos existe un guión facilitado por la razón, por el amor o por la propia historia. Aquí Shakespeare ha preferido al caos como guionista y a la pasión desbordada como guión; ¿a quien miró para profundizar tanto en la naturaleza humana? Porque hay que afirmar por encima de todo que este horror, ya lo he escrito un poco más arriba, es humano y común. ¿Se miró a si mismo? Una frase escribió acerca de sus sonetos que me llama poderosamente la atención; dijo que eran "lagrimas de sirenas destiladas en alambiques más siniestros que el infierno".
Lady Macbeth, contratipo del protagonista, su marido, pues en ella la razón sobrenada a la ambición y a la furia y la inducción es norma de conducta, describe de esta guisa el carácter de su marido: "... desconfio de tu naturaleza. Está demasiado cargada de la ternura de la leche humana para elegir el camino más corto. te agradaría ser grande, pues no careces de ambición; pero te falta el instinto del mal, que debe secundarla. Lo que apeteces ardientemente, lo apeteces santamente. No quisieras hacer trampas; pero aceptarías una ganacia ilegítima... Yo verteré miu coraje en tus oídos , dice a continuación asumiendoo su papel motor en la tragedia, y barreré con el brío de mis palabras todos los obstáculos del círculo de oro con que parece coronarte el Destino y las potestades ultraterrenales" Y como no reconocer en esta demanda airada a la tragedia griega: "¡Corred a mi, espíritus propulsores de pensamientos asesinos!... Cambiadme de sexo, y desde los pies a la cabeza llenadme, haced que me desborde la más implacable crueldad!" Ella que es ya cruel con la razón y necesita que sea de la misma manera su pasión, que ninguna barrera humana, ninguna emoción ni sensibilidad la detenga.
Y un consnejo tan razonable como terrible: "Para engañar al mundo, apreced como el mundo".
Describir a Macbeth personaje es escribir sobre las palabras de Lady Macbeth. Su naturaleza está demasiado cargada de la ternura de la leche humana, tiene conciencia, una conciencia que le acosa en la misma superficie de los actos. Cuando asesina al rey, en la famosa escena del crimen en que se van acumulando los horrores, más allá aún de la acción en las palabras de los héroes terribles, Macbeth describe su acto previo al asesinar a los dos guardianes con la conciencia aflorando por su boca, recrimitaria: "Uno gritó: ¡Dios nos bendiga! y el otro ¡Amén! como si me hubieran visto con estas manos de verdugo. .. Escuchando su terror no pude contestar ¡amén! cuando dijeron ellos ¡Dios nos bendiga!... Pero ¿porqué no pude pronunciar el amén? ¡Yo era quien tenía más necesidad de bendición y el Amén quedó ahogado en mi garganta?" Ella le contesta con frialdad abrumadora: "De tomar las cosas tan en consideración, acabaríamos locos" "Me pareció, dice él, oir una voz que gritaba "No dormirás más"... Macbeth ha asesinado el sueño" Su conciencia no tiene la fuerza necesaria para detenerle, pero si para espetarle el horror a la cara, para acompañarle como una sombra trágica, para condenarle al destierro del insomnio, a obligarle a seguir para apurar el caliz de la condena. Incapaz de actuar contra el destino, es decir, contra su deseo desenfrenado ya, sabedor de que la conciencia le ha de atormentar, llegará al culmen de su propia negación del yo: ¡Conocer mi acción!, grita. ¡Mejor quisiera no conocerme a mi mismo! El hombre que se niega, que se mira al espejo y no se ve, ha de quedar maldito para siempre, o perdida la razón vagará por un reino de sombras, asesino aniquilador de sus amigos. La conspiración acaba de empezar.
Hasta que el bosque sube al cstillo.
Mañana seguiré con El Cristo de Velazquez.

6 comentarios:

  1. Querido luis, qué difícil es seguirte. Escribes tanto y con tanta densidad, que voy con la lengua fuera y aún no he podido asimilar el contenido de un post y ya tienes otros dos más nuevos. ¿No descansas ni un ratito? ¿No habrás asesinato tú también al sueño? ¡Párate un poco, por dios!

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  2. Por Dios no se, pero si tu me lo ordenas lo haré con gusto, porque a mi también me agobia un poco. Voy a tratar de espaciar las entradas, entre otras cosas porque estoy intentando trabajar en un proyecto y además cuido un poco del hogar, paseo al perro, leo y dormito un poco después de comer. Si es cierto que duermo como mucho 5 horas.
    A mi me encanta encontrarte por ahí. Los encuentros contigo siempre son agradables.

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  3. Coincido con Isabel. Tras leer tus textos a uno le dan ganas de sentarse un rato en paz. Y andar dando vueltas a las cosas que dices. El silencio del amigo -ya lo hemos dicho aquí- es también una magnífica compañía.

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  4. Haces un blog diferente. Más ensayístico. Es cierta su densidad, una densidad muy golosa.
    Además coincido con tu pasíón por Las Meninas (siemprer que voy a Madrid, aunque no tenga intención de pasearme por El Prado, acabo entrando sólo a contemplar ese enigma maravilloso) y Macbeth; hace no mucho he vuelto a ver la versión de Orson Welles, con aquella voz, el monólogo And tomorrow, and tomorrow... pone la piel de gallina.

    Saludos, a la espera de la entrada II

    Lola

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  5. Lola: para mi la versión de Welles, tanm pobre de medios, tan escasa es probablemente la más grande que he visto. Su descarnadura escénica tiene dos virtudes: te acerca a la época más salvaje y menos medieval y limpia la escena para recibir los textos.

    Un abrazo

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