Un día extraño. Por la mañana médicos; parada en Carrefour para aprovisionar; recogemos un paquete de libros en Correos. Comemos comida japonesa y tomamos una botella de vino blanco no demasiado fresco. Resulta amodorrador y un poco cabezón. La tarde se precipita: visitas inesperadas de las que se ponen en carretera sin llamar por teléfono. Llegan a este bosque apartado sin avisar y se rompe el equilibrio alcanzado después de la comida. Goyerri se pone contento, manifiestamente exultante: adora las visitas; creo que el objeto fundamental de su vida es recibir visitantes en casa; todo el mundo piensa que les reconoce porque estuvieron una vez hace no se cuanto tiempo; no puedo sacarle del error: él siempre saluda así, aúlla de placer, caracolea, se alza sobre dos patas, huele las pantorrillas, a las mujeres más; a veces me averguenzo e intento disculparle; nadie se lo tiene en cuenta. Corre hacia el rincón de la cocina en que en un canasto de mimbre de bordes bajos guardamos sus juguetes de goma y los va sacando de uno en uno, los desparrama por el suelo a los pies de la visita esperando que traten de coger uno, de ser así saldrá corriendo hacia el salón y empezará a dar vuelta a una mesa baja de cristal o se meterá tras el sofá, donde nadie puede alcanzarlo, ni siquiera reptando. Cuando las visitas se sientan, el perrillo se extiende tan largo es a sus pies y les mira, ora uno ora al otro esperando un gesto de reconocimiento. Yo siempre aviso: "hasta que no le acaricieis un poco no parará" y entonces se inclinan y le rascan el cogote. Es el momento de la satisfacción: acabará dormitando.
Por la mañana, durante el paseo,a las diez, ha sufrido una gran humillación. Se ha encontrado, en el camino que sube al bosque, con un terrier acompañado por su dueña; sostengo que en estos paseos somos nosotros los que acompañamos a los perros y ellos hacen y deshacen a su antojo. A unos veinte metros de distancia uno de otro, se han reconocido y se han plantado sobre sus patas, apenas una pequeña vibración en sus colas, en la del terrier, Goyerri no tiene más que un muñón. Un perro inmóvil es un arco tensado. La vibración se ha detenido imperceptiblemente hasta que el desencuentro era notorio, sorprendente porque se conocen y suelen olisquearse sin más, pero el camino era estrecho y yo, ascendiendo por él sin preocuparme de mi compañero, he sobrepasado al terrier y a su dueña, de tal manera que entre Goyerri y yo estaban ellos dos ocupando el paso. Se había roto el hilo de seguridad que nos une a Goyerri y a mi al pasear, que es además de la distancia de la mirada el espacio entre ambos como un puente para el encuentro. Inmóvil Goyerri, he percibido esa tensión de acero apoderándose de su cuerpo. Los humanos les mirábamos, los perrillos entre ellos fijamente; hostilidad indudable. Aún sin motivo, la inquietud en uno de ellos provoca la arrogancia del otro, eso que es tan humano, que tan bien conocemos. En un gesto de soberana prepotencia el terrier muy despacio, asegurando el gesto de superioridad, sobriamente y despacioso, se ha sentado sobre sus cuartos traseros. Yo he percibido la mirada de Goyerri yendo del terrier hacia mi y he visto, con sorpresa, que lentamente humillaba un tanto la cabeza. El terrier, dominante desde su pequeño tamaño, aposentado sobre sus cuartos traseros, ha extendido su cuerpo hacia delante y se ha quedado extendido, como relajado, en posición de esfinge. En ese momento el paso era suyo; Goyerri ha gemido, herido, acorralado entre el miedo a cruzar hacia mi persona o el volverse a casa y eso ha hecho, ha dado media vuelta y muy despacio ha empezado a desandare el camino abandonando el preciado paseo de la mañanay a mi detrás. He sentido una gran congoja y he ido tras él; la dueña del terrier me ha preguntado "¿que ha pasado?" y le he dicho: "Goyerri está derrotado y humillado". Al llegar a casa le he dado un premio y le he acariciado un poco. Estas batallas incruentas duelen mucho pero no hacen sangre; he pensado que nosotros tal vez, los humanos quiero decir, debiéramos aprender de estos perros cariñosos, a no hacer sangre. El gemido de Goyerri sigue sonando en mi cabeza.
La visita se ha ido y he vuelto a salir con él. S... ha vuelto de Israel de asistir a una boda familiar y me he parado en su porche unos minutos. Me ha de contar, me dice; le digo que estaré poco tiempo, que mejor dejarlo para mañana o pasado. Anochece y ha refrescado tanto que parece otoño, a mediados de agosto. Le cuento yo, me adelanto, la humillación de Goyerri que en estos momento corretea por el enorme jardín en sombras, enteramente feliz, dueño de un hermoso espacio de cedros, piceas, juníperos, pinos, zumaques, sorbus, hortensias, rododendros, acebos, todo gigantesco, cargado de años, aposentados en el terreno. Hasta hace un mes, aquí, correteaba con Togo; ahora no parece echarlo en falta. S... me dice que le divierte ver como saco partido de cualquier experiencia, por pequeña que sea. Es verdad, soy ante todo un ser pensante, un cerebro que a la altura de ciento setenta centrímetros sobre el suelo se distrae dando vueltas a las cosas. Y recuerdo, sin venir a cuento algo que Nicolas Mackintosh, psicólogo experimental recién jubilado en la Universidad de Cambridge, le cuenta a Eduardo Punset en su interesantísimo libro de divulgación científica Cara a cara con la vida, la mente y el universo. Le dice: "una hormiga puede salir del hormiguero y buscando comida avanzar en zig zag un tiempo y un espacio; encontrada aquella, volverá al hormiguero en línea recta. Es capaz de orientarse simplificando el camino de vuelta"
Hay algo que la mayoría de gente pasa por alto: la evolución no tiene al hombre como punto final de su aventura en progreso continuo. Ni siquiera tiene un propósito. Donde vayamos es ningún sitio, me digo y probablemente yo, si avanzara en zig zag tendría que desandar el camino en zig zag para volver a casa. Y si en el centro del camino de vuelta, otro hombre hostil me cerrara el paso, trataría de desenfundar más rápido que él y si le matara, haría una muesca en la culata de seis tiros. Satisfecho después volvería a mi casa.
Leo tu texto y me causa estragos...imagino el sufrimiento interno de Goyerri...por qué no tienen voz? pero para qué? ya es suficiente con lo que uno batalla en esta vida.
ResponderEliminarMe quedo pensando en este parráfo:
"Estas batallas incruentas duelen mucho pero no hacen sangre; he pensado que nosotros tal vez, los humanos quiero decir, debiéramos aprender de estos perros cariñosos, a no hacer sangre. El gemido de Goyerri sigue sonando en mi cabeza".
Por desgracia, los seres que amamos nos dan sangre y también aquellos que ni nos conocen, o todo lo que pasa en la cotidianidad.
Y me vuelvo a detener en tu último parráfo. De como terminas.
Besos a Goyerri...
Creo que en esta noche de desasosiego, iré a darle un paseo a Movie y me llevo tus letras para pensar, como siempre.
Has conseguido hacer de Goyerri un habitante de mi imaginario blogístico. Cada vez que paso por aquí tengo la esperanza de encontrármelo. Me ha gustado mucho este post. Al final es en lo cotidiano, donde somos más nosotrosa mismos y, al mismo tiempo, donde somos más transparentes , paradójicamente, más iguales.
ResponderEliminarLuis, no sabes cuánto me gusta leer tus textos, tu diario. No pretendo halagarte, ya sé que te incomoda, pero quería que supieses que logras hacerme sentir a tu lado, caminando contigo en tus paseos y también cuando navegas por ideas y libros (¿sabes que el primer blog que hice, uno de pruebas que apenas duró una semana y borré, se llamaba precisamente Pitcairn, como la isla?). Gracias y un abrazo.
ResponderEliminarJesús, no sabes tú, y es reiteración, lo que me agrada tu silenciosa presencia. Se que podemos caminar juntos. Leo tus anotaciones con delectación y creo que nos une el gusto por la contemplación, por la reflexión y por integrarnos en el paisaje en que habitamos.
ResponderEliminarGracias, Clarice por tus palabras.
ResponderEliminarGregorio: es que yo creo, en mi caso, abandonado del todo la que fúé mi profesión accedinetal durante 40 años, que solo me queda como referente la cotidianeidad en la que se ha volcado lo que creo saber y lo que creo pensar. Una compañía como Goyerri ayuda mucho a comprendernos. Schultysz, el creador de Charlie Brown y de Snopy, además del increible Linus con su mantita, tenía hijos y perro y lo que hizo fué fotografiar cada día lo que veía.
ResponderEliminarLema para una vida: "Tratar con gente sencilla y acariciar buenos animales" (lamentablemente no es mío, sino de J. Benda).
ResponderEliminarMerece ser tuyo, Gregorio.
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