Ir a por el pan es un despertar, un buenos días dado a uno mismo; hay que tener ánimo para dejar el cubil en que se habita y para emprender un camino que sin ser largo es más de lo que pudiera ser, de hacerlo por la carretera, que a estas alturas tiene unas aceras bien marcadas, delimitadas por fincas con hermosos jardines de muchos años en sus troncos, y justo un kilómetro entre ir y volver. Durante todo el día por estas aceras que alternan el sol sea de mañana o tarde, deambulan muchas personas mayores por parejas o pequeños grupos que pasan unos días de veraneo en la Residencia y con sus mejores galas de paseantes salen a hacer un camino que aligere los estómagos y la mente.
Yo nunca hago este porque no soy veraneante ni me apetece ver los coches hacer cola para entrar en San Rafael, pasando frente a una especie de reloj que en lugar de marcar las horas te dice la velocidad a la que vas, recordando que no puedes ir a más de cincuenta; inútil referencia, ya que San Rafael se cruza, con suerte a diez kilómetros por hora: más de 11.000 vehículos diarios, de los que un tercio son enormes camiones, circulan por la Nacional VI que atraviesa el pueblo a modo de calle mayor. Pero no es solamente la circulación, con ser, sino que ir a por el pan por el bosque me garantiza, de hacerlo bien y sin prisa, un paseo de 2 kilómetros: tiempo para pensar, tiempo para gozar.
El camino empieza por entrar en los árboles apenas, siguiendo la linde, pasando por encima de la tapia del campo de futbol y desembocando en las escuelas; de hecho esta parte de ruta es paralela a la nacional y si por ella fuera no valdría gran cosa el hacerla, salvo el olvidar los coches y camiones: algo es algo. De las escuelas a la nacional ya en el corazón del pueblo y por ahí a la compra en "lo de Luis", extraña expresión castellana que indica lugar y actividad. Luis es un hombrecillo agradable, mono broma: si le pides dos barras te pregunta "un par" y si es a la inversa a la inversa "¿dos?". Debe hacerle gracia a él y la verdad es que no he encontrado forma de responder a su broma con mi broma; un día le dije de corrido, "deme un par de barras que son dos" y entonces sonriendo me pregunto: "entonces ¿cuantas?" Me tenía atrapado y sigo todavía.
Hay tanta gente que hace espera en la calle, los que vivimos aquí y los que veranean que es cuestión de armarse de paciencia, pedir la vez y saludar a los conocidos. A los hombres que pasan el verano se les reconoce por la indescriptible naturaleza de sus pantalones cortos; la gente que vive en el pueblo todo el año, entre los que me cuento, somos más discretos y naturales por ir menos a la moda del veraneo, pero la impresionante variedad de pantalones cortos, militares algunos, de baño otros, de deporte. vaqueros, de semivestir, de todos los colores y camuflajes, mostrando las piernas, estética vil donde las haya, blancuzcas, medio peludas medio peladas, calzadas con deportivos radiantes y en algunos casos sobre calcetines negros de ciudad que cubren media pantorrilla, conforman un paisaje demoledor que debería arruinar la moral de cualquier perro que las encuentra a su altura y las husmea. Goyerri prefiere las piernas de las mujeres.
Cargados con la bolsa del pan, plástico reciclable que terminará acogiendo las basuras en un contenedor, cabe volver a casa y para ello hay que salir del pueblo subiendo hacia el bosque por cualquier calle de pendiente pronunciada, habitada de pinos y plataneros, bordeada por las casas viejas o antiguas que presumen de jardines mayores de edad en todos los sentidos. Termina la subida en el Paseo de Quintana y desde él se puede entrar en el bosque directamente o se puede seguir en dirección sur, por un paseo de cesped esplendoroso al que dan guardia fincas espléndidas y casitas coquetas. Siempre a la sombra, a este paseo se le llama también El Cordel, no se porque ni he podido averiguarlo. Si se sigue hacia el sur termina frente al bosque, en la mano del paseo con un parque en el que han instalado unos bancos y unos columpios y que no es otra cosa que un trozo de aquel acotado, y cruzando la calle te cierra el paso la enorme masa de pinos que me conducirá a casa demorando la marcha en casi dos kilómetros de caminar.
Es tiempo para gozar este de la vuelta: todo el día por delante para no hacer otra cosa que entretener la espera del otro día; no lo escribo con tristeza que tengo cosas que hacer, demasiadas tal vez y por eso las dilato en el tiempo seguro de que ninguna corre prisa; cuando la corran, me digo, las tendré que hacer; soy un convencido de que en esta vida todas las cosas se hacen cuando tienen que hacerse. Mientras camino con la bolsa del pan en la mano, pienso en que estos bosques no arden nunca y me da en suponer que ello se deben a que aquí, en la sierrra que comparten Madrid y Segovia, la economía rural es muy escasa, el monte es público y la única explotación que en él se da es la de la serrería, que es municipal. Si esto, que está seco por un verano caluroso, llegara a arder, mi razón de vivir aquí terminaría. Yo vine por el bosque y sus parajes umbríos.
Pienso, mientras camino y miro los árboles que han plantado en una repoblación un tanto "sui generis" a base de árboles diversos que parecen sacados de una liquidación desde los viveros de la Comunidad, en lo que tengo que hacer y como en una película lo voy repasando sin ningún agobio. Se trata de una especie de "lista de chequeo" con notas marginales que voy deshilvanando al paso:
Yo nunca hago este porque no soy veraneante ni me apetece ver los coches hacer cola para entrar en San Rafael, pasando frente a una especie de reloj que en lugar de marcar las horas te dice la velocidad a la que vas, recordando que no puedes ir a más de cincuenta; inútil referencia, ya que San Rafael se cruza, con suerte a diez kilómetros por hora: más de 11.000 vehículos diarios, de los que un tercio son enormes camiones, circulan por la Nacional VI que atraviesa el pueblo a modo de calle mayor. Pero no es solamente la circulación, con ser, sino que ir a por el pan por el bosque me garantiza, de hacerlo bien y sin prisa, un paseo de 2 kilómetros: tiempo para pensar, tiempo para gozar.
El camino empieza por entrar en los árboles apenas, siguiendo la linde, pasando por encima de la tapia del campo de futbol y desembocando en las escuelas; de hecho esta parte de ruta es paralela a la nacional y si por ella fuera no valdría gran cosa el hacerla, salvo el olvidar los coches y camiones: algo es algo. De las escuelas a la nacional ya en el corazón del pueblo y por ahí a la compra en "lo de Luis", extraña expresión castellana que indica lugar y actividad. Luis es un hombrecillo agradable, mono broma: si le pides dos barras te pregunta "un par" y si es a la inversa a la inversa "¿dos?". Debe hacerle gracia a él y la verdad es que no he encontrado forma de responder a su broma con mi broma; un día le dije de corrido, "deme un par de barras que son dos" y entonces sonriendo me pregunto: "entonces ¿cuantas?" Me tenía atrapado y sigo todavía.
Hay tanta gente que hace espera en la calle, los que vivimos aquí y los que veranean que es cuestión de armarse de paciencia, pedir la vez y saludar a los conocidos. A los hombres que pasan el verano se les reconoce por la indescriptible naturaleza de sus pantalones cortos; la gente que vive en el pueblo todo el año, entre los que me cuento, somos más discretos y naturales por ir menos a la moda del veraneo, pero la impresionante variedad de pantalones cortos, militares algunos, de baño otros, de deporte. vaqueros, de semivestir, de todos los colores y camuflajes, mostrando las piernas, estética vil donde las haya, blancuzcas, medio peludas medio peladas, calzadas con deportivos radiantes y en algunos casos sobre calcetines negros de ciudad que cubren media pantorrilla, conforman un paisaje demoledor que debería arruinar la moral de cualquier perro que las encuentra a su altura y las husmea. Goyerri prefiere las piernas de las mujeres.
Cargados con la bolsa del pan, plástico reciclable que terminará acogiendo las basuras en un contenedor, cabe volver a casa y para ello hay que salir del pueblo subiendo hacia el bosque por cualquier calle de pendiente pronunciada, habitada de pinos y plataneros, bordeada por las casas viejas o antiguas que presumen de jardines mayores de edad en todos los sentidos. Termina la subida en el Paseo de Quintana y desde él se puede entrar en el bosque directamente o se puede seguir en dirección sur, por un paseo de cesped esplendoroso al que dan guardia fincas espléndidas y casitas coquetas. Siempre a la sombra, a este paseo se le llama también El Cordel, no se porque ni he podido averiguarlo. Si se sigue hacia el sur termina frente al bosque, en la mano del paseo con un parque en el que han instalado unos bancos y unos columpios y que no es otra cosa que un trozo de aquel acotado, y cruzando la calle te cierra el paso la enorme masa de pinos que me conducirá a casa demorando la marcha en casi dos kilómetros de caminar.
Es tiempo para gozar este de la vuelta: todo el día por delante para no hacer otra cosa que entretener la espera del otro día; no lo escribo con tristeza que tengo cosas que hacer, demasiadas tal vez y por eso las dilato en el tiempo seguro de que ninguna corre prisa; cuando la corran, me digo, las tendré que hacer; soy un convencido de que en esta vida todas las cosas se hacen cuando tienen que hacerse. Mientras camino con la bolsa del pan en la mano, pienso en que estos bosques no arden nunca y me da en suponer que ello se deben a que aquí, en la sierrra que comparten Madrid y Segovia, la economía rural es muy escasa, el monte es público y la única explotación que en él se da es la de la serrería, que es municipal. Si esto, que está seco por un verano caluroso, llegara a arder, mi razón de vivir aquí terminaría. Yo vine por el bosque y sus parajes umbríos.
Pienso, mientras camino y miro los árboles que han plantado en una repoblación un tanto "sui generis" a base de árboles diversos que parecen sacados de una liquidación desde los viveros de la Comunidad, en lo que tengo que hacer y como en una película lo voy repasando sin ningún agobio. Se trata de una especie de "lista de chequeo" con notas marginales que voy deshilvanando al paso:
- escribir el post de hoy procurando que me quede más corto, para eso seleccionar el tema y de ser largo dividirlo en dos.
- cortar la leña que bajé del bosque en el invierno, recuerdo que me pillaron las nieves en la faena, y apilarla en su sitio para el invierno próximo. Hay mucha y aún queda un resto del año pasado. Aunque no dependemos de la leña para calentar, es cierto que nos gusta encender la chimenea cada noche.
- ir a la farmacia, no hoy que está cerrada, pero si mañana
- limpiar el cesped de los restos del corte de hace unos días con el aspirador jardinero. Aprovechar para recojer el recorte de los setos.
- limpiar los bordes del seto y aprovechar para trazar las líneas bien rectas para poder plantar ahí los bulbos sacados de sus antiguos emplazamientos en los parterres
- Acabar de releer el Tratado sobre Política de Spinoza, que me estoy bebiendo con delectación, recuperando el asombro que vagamente recordaba de una lectura de hace por lo menos veinte años
- Acabar de ordenar mis notas sobre la correspondencia entre Ático y Cicerón, de lo que depende que pueda seguir con un proyecto que lleva cinco años gestándose, que me ha absorvido tiempo con placer, ambos unidos, y que en estos momentos solamente espera arrumbar en un cajón ochenta folios escritos y empezar de nuevo; cuando algo escrito no convence, y más cuando uno no es escritor ni vive de sus palabras, cuesta romper o aislar o esconder, como se quiera, pero la mejor manera de seguir es empezar de nuevo. No encontraba una clave y la encontré ayer mientras escribía sobre el Templo de Jerusalén: me vino a la cabeza una imagen que no era del Templo, vi a Ático sentado agonizando asiendo una mano que le quita el dolor y comprendí que había encontrado la piedra clave.
- Ordenar el taller que en estos momentos está mangas por hombro. Las herramientas de carpintería esperan que en otoño siga dando forma a bloques de pino para habitar un rincón del jardín, el que da al este, justo detrás del ciprés.
- Coger libros de mi alrededor y llevarlos a sus estantes; debe de haber una cincuentena fuera de sitio, en pilas y montones; a mi izquierda, sobre la mesa tengo uno de Braulio Justel que es La Real Biblioteca de El Escorial y sus manúscritos árabes y no recuerdo ni cuando ni porqué lo saqué de su sitio. Pienso que algunos libros vienen a la proximidad de la mano del dueño para recibir una caricia hartos de esperar un mnínimo interés. Así lo haré, lo guardaré con mimo.
- Preparar un aperitivo: sorbete de limón bien batido con ron y hojas de menta que deben quedar troceadas minúsculas, como motas de color; cubrir los bordes de la copa de coctel con azucar, pra hacerlo yo los froto con una hoja de menta algo machacada, con lo que el azucar queda aromatizado. Las proporciones: media copa de ron y media de sorbete; debe quedar líquido, claro está. Acompañarlo con algún fruto seco.
- Navegar por los blogs familiares
- Acabar de leer un libro sobre los oráculos griegos que tengo abandonado hace diez días. En mi caso los libros tienen codos y se cortan el paso unos a otros.
El camino por el bosque llega a su fin y entro en casa. Goyerri va directamente a beber agua y yo subo a escribir este artículo (ya se sabe que no me gusta la palabreja post); por lo menos ya lo sé yo.
Resulta un placer seguir este paseo.
ResponderEliminarGracias, Jose.
ResponderEliminarMe ha pasado algo insólito: cada vea que venía de visita por tu bosque me encontraba el post de "La geometría: la medida del hombre". Por alguna razón técnica que se me escapa estoy teniendo problemas con las actualizaciones. Ya andaba yo suponiendo que estabas dándole al turismo agostil o aun cosas peores cuando se me ha ocurrido intentar una reactualización de la página y me encuentro, entre otras cosas, con el motín de La Bounty. De nuevo la sorpresa (la inquietante familiaridad): llevo varios días preparando unos textos sobre la Bounty y otras exploraciones marineras.
ResponderEliminarHe leído los posts anteriores con la saisfacción del reencuentro.
Un abrazo.
Pues me alegro del reencuentro. Yo tuve un problema y durante un día y medio no pude entrar en mi post pero si en los demás. Eso fué hace dos días.
ResponderEliminarEl tema de la Bounty me pareción muy interesante por la razón de como una idea romántica puede llegar a crear una imagen ya hacerla perdurable en el imaginario colectivo (por llamamrlo así) Si te interesa te recomiendo el libro. Está muy documentado.
Eso me dió pié para trabajar el siguiente. La creación de una imagen paralela a la realiodad, o al hilo de la realidad en El Escorial.
En cuanto a lo que llamas inquietante familiaridad, siguiendo un relato de Bioy Casares del que no recuerdo el nombre, tal vez se trate de dos universos paralelos.
Lindo tu día...y gracioso al querer recortar tus palabras...lo dudo eh?..jaja
ResponderEliminar...y se me ha antojado ese aperitivo y quisiera que Movie y Goyerri den un paseo juntos.
y la palabra post yo también la odio...entonces tenemos que quitar esa palabra de nuestro blog
saludos
Clarice, pues suprimida. El aperitivo estaba delicioso, fresquito, ligero sabor a menta. Necesidad indiscutible: un día soleado.
ResponderEliminarPD. Olvidé decirte que la foto me parece entre irreal y real...Evito la palabra mágica.
ResponderEliminarEs una foto de un parpadear de ojos de ensueño.
Existe ese camino? si, supongo que si.
Acá cerca de casa hay similares.
Me da efectos lindos la foto.
Si existe Clarice. Es el camino desde el pueblo al prado. Da un poco de rodeo porque sube un poco la ladera y luego vuelve a bajar. Como puedes ver el el tronco de la derecha, los árboles están marcados por sectores para las talas en primavera.
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