viernes, agosto 18, 2006

El silencio

No hay silencio sino una serie de sonidos amortiguados que forman el silencio; el silencio es el sonido sin sentido, aquel que desechamos porque no se nos hace presente; es discreto. Probablemente el silencio absoluto sea un desconocido para la enorme mayoría de la gente; el silencio en el campo es rumoroso, y es un eco fluído en el claustro de un monasterio del Císter, y junto a un riachuelo es torrencial y refrescante: pero siempre silencio. Tal vez el no atender a sus sonidos sea que lo llevamos dentro. Nuestro yo ensimismado vive en el silencio y es ahí donde habita lo más íntimo, el secreto de los pensamientos, la cámara oscura donde se forjan las imágenes. Los recuerdos son de silencio, tal vez también de colores, pero seguro que perviven en el silencio mientras somos capaces de regresar a ellos.
En la sala de conciertos es el sonido presente una total desafinación; las toses, el crujido de las sillas, los pasos por el pasillo, las voces de los acomodadores, hasta que con la música se impone su silencio. Música continua como una onda, toda ella convertida en una sola atmósfera, en la cúpula acogedora que no podemos ver pero sentimos. La música que suena no es música, compartida con los otros sonidos, incapaz de hacerse dueña de todo para ser ella todo. La primera violín tiene la piel como porcelona pálida y sus rasgos de niña adolescente me confunden; el óvalo de su cara, enmarcado por el cabello corto y negro parecen un dibujo japonés. Su apellido es ruso, me digo, no debes confundirte, su apellido es ruso o búlgaro, pero el óvalo de su cara parece japonés. Sigo el movimiento de sus brazos que mecen al violín y su arco y desde su cintura de avispa, hacia lo alto, toda ella se mece; es su silencio y lo comparto.
La lluvia torrencial ha arrebatado el silencio y en su lugar la violenta caída de las aguas azotando el asfalto de la calle; los rugidos del viento que agitan los abedules del jardín, y los dos arces, y los dos cipreses, y el maltrecho castaño. Hasta que de nuevo el silencio tras de los cristales, mientras pego mis ojos a la ventana y miro, abstraido, ensimismado de nuevo, y veo el prado de otra manera silenciosa. Los ruidos, me digo, se producen fuera, para no molestar. Más allá del cristal todo es violencia y frío. He estado releyendo a Lucrecio, La Naturaleza, porque me interesa encontrar puntos de contacto con Ático y Cicerón, cosas mías, y he dado en el texto de presentación con una frase que ha hecho el silencio en mi lectura: "Contra cualquier peligro se puede hallar facilmente resguardo, pero frente a la muerte vivimos como en una ciudad sin murallas", es de Epicuro. Todo libro tiene su silencio, su propio latir inadvertible; su ansía de encontrarnos, su detino al fin y al cabo, es silencioso.
En otra habitación suena una música que me parece eslava, muy atenuada, que propcede de un televisor. Suena como si no quisiera y es hermosa, en su propia naturaleza, en su propia discreción. Cuando escribo no percibo de las teclas el golpeteo de cada dedo sobre cada letra, sino una ritmo inmovil, como los tacones de un bailarín de flamenco, punta tacón, sobre la tarima. El flamenco, como el jazz son silencio en su pureza de canto del hombre para el hombre. Me gusta tanto la música que pocas músicas me gustan y las canjeo, ultimamente, por una porción de silencio del aire. Todos, pienso para mi, tenemos nuestro silencio. El suegro de P... tiene Alzeimer y vive su silencio, interiorizada su presencia dentro de sí, cortados los hilos con el exterior, son una sonrisa permanente en los labios y la mirada fija en la pantalla de su televisor. Me pregunto si se estará viendo a si mismo, en una película sin sonido. me dice P... que le hablan como si tal cosa, para que él no encuentra a faltar nada. ¿No será que así le retienen, a él, que tal vez quisiera marcharse? La diferencia entre su verano y su invierno es el batín, en invierno le visten una bata de esas antiguas de cuadros y cinturón con borlas, de tonos grises. Una vez le vi y no he querido volver a hacerlo. Busco excusas para no visitarlos en su casa, le tienen en el salón, un mueble más de una decrepitud demasiado larga.
Los muros de piedra caliza de mi casa, en la noche, son una mancha algo más clara en la negrura espesa del prado. Lo que impone ahí afuera es el silencio que se impone al sonido del viento, a los ladridos de los perros de la noche, al batir de las ramas de los árboles, a la descarga de la lluvía, al crujir del techo de madera. Todo como si nada, como si no existiera mientras la noche oscura se apodera del sonido y le quita sentido para darnos de nuevo su silencio: me digo que es así la conciencia, su silencioso debatir pausado de mi mismo a mi mismo.
Hoy ha sido un buen día, me digo, hemos reído. y mientras sonrío recordando me conmueve el silencio conquistado.

10 comentarios:

  1. "Contra cualquier peligro se puede hallar facilmente resguardo, pero frente a la muerte vivimos como en una ciudad sin murallas". El concepto de "moenia mundi" es esencialmente lucreciano. Y a Luc recio -¡mira tú por donde!- releía hace unos pocos días. Yo también lo he hecho mío y no hay idea a la que dé más vueltas: efectivamente necesitamos murallas frente a lo terrible para poder vivir con un poco de salud. Y lo terrible -a mi modo de ver, que creo que es el de Lucrecio- es la naturaleza con su despiadado cinismo.

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  2. Totalmente de acuerdo, no podría decirlo de otra manera. Más allá de su apostolado epicúreo, Lucrecio, pienso, trata de ordenar su conocimiento de la naturaleza para defender al hombre con el conocimiento. Parece decir, "a partir de mi estareis menos desolados y sereis menos inermes, hacedme caso"

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  3. A veces pienso que Lucrecio intenta organizar una especie de fármaco para una vida que sea al mismo tiempo lúcida y desencantada. La lucidez sería la manera de sobrellevar el desencanto. El desencanto sería el inevitable resultado de una comparación inteligente de las ilusiones de los hombres y el ciego movimiento de la naturaleza. Lucrecio es enorme. Ha sido él quien ha dignificado el epicureísmo al arrancarlo de la restricción sectaria al que lo había sometido el fundador y abrirlo a quien quiera leer pacientemente (muy pacientemente) su obra inmortal. Obra que, nunca es obvio decirlo, no trata de las cosas de los hombres, sino de las cosas de la naturaleza.

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  4. Lucrecio construye una ideología, con apostolado incluído, del epicireismo, para uso de una Roma que ha perdido el rumbo. Coincide con Cicerón en la busca de un lenguaje de fácil comprensión, con unm latín en la mano que les parece a ambos, incapaz. Se le confunde con un poeta, papel que al fundador le horrorizaba. Pero esa manera natural de entender la vida, la ciencia, el conocimiento y la naturaleza alrededor, le convierte, para mi, en una influencia intemporal, o mejor, cargada de futuro.

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  5. Casi estoy feliz de no coincidir contigo: ¡Hay que desconfiar de la aparente facilidad del texto de Lucrecio! Segmentariamente, si se lo toma en pequeñas dosis, todo resulta sencillo, ordenado, en su sitio; pero si se observa el conjunto, las piezas no encajan. Y no encajan porque Lucrecio dice algo más de lo que aparentemente parece que dice en la superficie. Hacer encajar las piezas de su discurso exige un esfuerzo para ordenar lo divergente. En el fondo -esta es mi lectura, claro está- sabe que no hay murallas que le oculten al hombre inteligente el fatal, ciego y desalmado desorden del mundo.

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  6. Mi conocimiento no es tan profundo, lo veo como un intento de ordenar un conocimiento desordenado a partir de una ideología, a la que se adscribe de pies y manos. Tu supones, y estoy seguro de que estás en lo cierto, que hay una mayor lucidez interior en su actitud, tal y como lo entiendo, otra lectura. Es posible,no soy salvo un lector aficionado. Yo pienso en Cicerón, que coincide con su hermano Quinto en las virtudes del texto. Lo veo desde el punto del espectador o del lector de su tiempo. No conozco, pese a haberlo leído, el texto tanto como tu apuntas y no he visto esa intencionalidad. Curiosamente, Cicerón no lo cita en las cartas a Ático y si a Quinto, seguramente respondiendo a una crítica positiva de aquel, ya que dice que ya hablarán en persona próximamente. Es a partir de ahí que el texto me interesa. Lo leeré más profundamente, aunque sigo pensando que trata de dar a los romanos un orden de conocimiento ideologeizado, a diferencia de Plinio, que lo que ofrece es un orden enciclópedico. Después de todo creo que lo que les dice es, si lo epicureo es una manerade entender la vida, esta es una manera d eentender la naturaleza, acorde con aquello. Y no dejo de lado el tono de pedagogía: escuchad, sabed, etc.

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  7. Llevo tiempo sospechando que la clave hermenéutica del libro está en la descripción de la peste de Atenas.

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  8. Solo comentarte que me gustó el texto, el continente y el contenido... nada más.

    Un saludo

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