martes, agosto 08, 2006

El Minotauro

El tronco lo bajó de Prado Largo hará cosa de unos dos años, llevándolo al hombro, a hombros sería mejor escribir, porque cambiaba de uno a otro a medida que se le clavaban los vértices y las aristas en la carne: pesar pesaba. Le gustó porque le evocaba, y sigue haciéndolo, al Minotauro. Esto de las evocaciones, como los parecidos con personas y personajes suele ser muy subjetivo, por lo que no cabe hacer afirmaciones absolutas. La base de hierro sobre la que descansa el tronco se la regaló David hará por lo menos siete u ocho años. La peana casi cubierta por la nieve es de piedra caliza de Campaspero, como la piedra de la pared. La nieve cayó del cielo lenta y plumosa como un juego, en las nevadas de enero del 2005. Conjuntó las piezas y las dejó ahí, animado por la idea personal de significar algo que no podía discernir: siempre pensó que era algo salvajemente griego, toscamente mitológico. Cuando descubrió que tenía que explicarlo a sus visitantes, y que dado el poco y escaso conocimiento del significado atribuido le resultaba muy complicado, optó por decir "es un tronco que bajé del bosque encima de una peana de hierro que me regaló David. A mi me parece algo mitológico, del Minotauro, ya sabes". Y nada más. Da fe, sin asomo de error, que su explicación no provocaba otro comentario que "ah, muy bonito" e incluso "ah" y nada más. También podía suceder que fuera el silencio la respuesta.
A él, sin embargo, le sigue pareciendo la cabeza del Minotauro, ya no un recuerdo vago o un reflejo de algún inconsciente sumergido en sus neuronas; ahora le parece la cabeza ya, completa, formada, con los cuernos y el corte de una cara vertical medio fosilizada, agrietada y abierta en heridas que son cosa del tiempo y de su violento tedio. Y le parece que en el soporte de hierro encaja con propiedad, sobre todo en esa curva de hierro que la foto no muestra, que abraza holgadamente el pié del tronco y se estrecha hasta acabar en un cuerno afilado por su punta, hierro para herir, para desgarrar la carne del sacrificio del joven que resbalará ante él toro y perderá su virginidad en sangre a borbotones. ¡Qué no quiero verla!, declamaba Federico en la plaza gris del sueño. Ahora que el tiempo ha dominado al tronco y al soporte de hierro y los ha transformado en lo que la imaginación hizo de ellos el primer día, cabe ya transformar el rincón en altar mediterráneo. El prado es una isla bajo el cielo azul radiante del mes de agosto. Algo habrá que oficiar cuando la primavera se anuncie en las yemas abultadas de las ramas de árboles y arbustos; un enorme anuncio de sexo vegetal estallando alrededor concitará creyentes en el más absoluto paganismo: hojas de laurel, cilantro, algún fruto seco, lo justo para que los dioses se den por satisfechos, conocedores no obstante de la racanería de los hombres. Y estos, en el jardín del bosque, desconocerán como debe ser el pecado.
¿Qué hace falta para que un trozo de tocón se convierta en la cabeza sacrificada del Minotauro? Un fragmento de la duración del tiempo del hombre en el jardín; el recorrido cotidiano que conduce desde la cerca que da a la calle, donde están los lilos y el Sorbal del Cazador, hasta la parte del Sur donde se encuentran grava y cesped y se divisa, un tanto contrahecha, la cumbre de Cabeza Líjar. Durante todo el día está a vueltas con la duración del tiempo adjudicado a una cosa: el instante de algo que nos es ajeno y por lo tanto largo. Es por causa de, acabando hacia el mediodía la novela maravillosa, ¿cómo se puede escribir gráficamente esa palabra para que suena atronadora? de Kawabata "La casa de las bellas durmientes" se ha topado con una frase que le ha herido. Se trataba de una de esas expresiones que detienen el curso del pensamiento y del propio tiempo, todo deja de tictaquear, no fluye el agua en el arroyo ni el viento rumorea entre los pinos ni nos alcanza el ruído de los coches en la Nacional que lleva a La Coruña. Te ha cogido desprevenido cuando con el ritmo de la lectura has bajado la guardia y lees llevado por un ritmo al que te has acostumbrado; llegas al párrafo y entras en la frase y repentinamente se disparan todas las alarmas. Te has encontrado con el autor, no con el autor general del que estás leyendo una obra sino con el trozo de autor que es tuyo, solamente tuyo y a ti se dirige y tu, inherte por su fuerza y atrevimiento le escuchas. Ha escrito el autor: "Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo están enterradas todas las variedades de la trasgresión" Esta frase es de esos hallazgos que si uno, al encontrarlo, lo lee en voz alta para un acompañante, se expone a encontrarse con un suficiente "si, ¿y qué?". Es fatigoso descubrir que todo el mundo ya lo sabe todo, todo de todos y por todos. Pero le basta con sentirse fulminando por el hecho de que alguien ha conseguido sintetizar una idea que él trataba de coger y fijar entre las suyas: todo lo inhumano acaba, con el paso del tiempo, siendo humano. Pues si al cabo nada es inhumano, nada resta como tal, será cosa de pensar, o saber sería más propio, que todo horror es humano desde el mismo momento en que se alumbra.
Así un tronco deviene en Minotauro y un asesino en estadística. Al caer la tarde, con un libro nuevo entre las manos, ha sentido que el sueño le vencía y una especie de fatiga invadía sus miembros. La frase de Kawabata se ha fijado en su mente y de manera repetitiva dos palabras se iban alternando en una repetición machacona, igual que suenan las ruedas del tren sobre los railes en un trayecto largo: humano - inhumano. Ha visto como un par de semáforos alternando su brillo, en cada una de las superficies del cristal una de las dos palabras, y al final, en un acto de transformamción visual, era la misma palabra la que se iluminaba, ora en un cristal ora en otro: humano- humano. Se concluye pues, en el momento de abrir los ojos, que todo cuanto nos rodea es humano, hasta el mayor de los horrores.

4 comentarios:

  1. ufff fuerte como terminas pero es la verdad.

    (celebro mi primer año de tener blog).

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  2. Magnífico texto. ¡Que bien está relacionazada la descripción de tu Minotauro con la impresión -que comparto- de la frase de Kawabata. ¿Recuerdas la frase de Terencio, "Homo sum et humani nihil a me alieno puto"? Podríamos darle la vuelta y aún adquiriría más sentido: "Hombre soy, y por eso nada inhumano me es ajeno"

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  3. Gracias, Gregorio. Tuve esa frase en el teclado zascandileando entre los dedos, pero no encontré el encaje. Bienvenida en tu comentario. Al fin y al cabo todo es humano, hasta el horror.

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