No quiero olvidar mi objetivo al escribir este blog, dos realmente: el primero es obligarme a la disciplina diaria de trabajar un texto desde dos vertientes, la primera escrita apasionadamente y la segunda corregida, en la que entro a saco y borro párrafos enteros a los que la pasión me ha llevado sin razón; el segundo es hacer justicia al propósito de deconstruir, desaprender y desolvidar, lo que en román paladino quiere decir que qiero desmontar todo el enorme andamiaje de verdades dadas desde la misma infancia, enviar al almacén del olvido aquellas que no aguantan ahora la revisión metodológica de las certezas, que es el desaprender, y por último el desolvidar, que es sacar del olvido aquello hechos que ahora sí tiene sentido y valor.
¿Porqué lo hago ahora, cuando me dirijo a los sesenta y tres y se supone que ya debería estar al cabo de la calle? Porque tengo el tiempo, las ganas y la inclinación a morir viviendo lo que me reste de vida, antes que vivir muriendo, que es cosa que hace una enorme cantidad de gente bien intencionada; porque tengo la libertad para hacerlo y porque creo que las personas que aspiran a llegar a morir con una identidad limpia, debieran hacer revisión de vez en cuando, limpiar los archivos y desamortizar propiedades mal adquiridas. Julián Marías en Persona afirma que la muerte, más que destruir la corporeidad, acaba con el proyecto. Todo proyecto vital, es lo cierto, se cancela el día de la muerte y ese es el momento del balance. Yo quiero que debe y haber estén en orden.
Puedo entender que esto se le antoje a un lector, un vano esfuerzo o un impúdico acto de exhibicionismo. ¿A santo de qué mostrar la placidez del bosque? ¿Porqué hacer creer a los demás que uno es un hombre sereno? ¿Por qué van a pensar que yo estoy al cabo de la calle? No hay ninguna respuesta que le pueda o deba interesar a nadie, porque yo no la tengo. Esto es así en su inocente intención o en su aviesa malicia. Me gusta: hoy por hoy disfruto escribiendo este blog sin saber, al sentarme frente al teclado, de que va a ir la cosa. Hoy por hoy, soy feliz derramando ideas y certidumbres a un conjunto de personas heridas por el rayo de la comunicación, que es hablar las unas con las otras y cada cual de lo suyo. Espectador, tal como me siento, prefiero ser extranjero en mi valle, en el prado, en el bosque que otra cosa. No haber nacido donde se vive tiene sus ventajas; toda renuncia tiene su lado bueno: el del reconocimiento.
No vengo a dar lecciones a nadie sobre la manera de expresar el sentimiento por la tierra, pero la noción de patria se me quedó muy lejos y no desandaré camino para recuperarla. De las cosas que fui hago un lista que no puedo terminar por falta de memoria, pero nunca, lo sé perfectamente, creí en dios (lo escribo con minúsculas con entera intención) y de mi incredulidad no forzada por educaciones de familia, me siento orgulloso. Ante la credulidad, me abstengo. Mi cristianismo es una forma de cultura, el humanismo al que he llegado a partir de la experiencia común de la cultura heredada, pero de él aborrezco la idea de pecado, tan maniquea en sí, tan castradora. No creo en el pecado frente a terceros, y si en la conciencia culpable o inocente dentro de uno mismo. Con mis culpas cargo yo y no hay dios que pueda descargármelas; todo lo sobrenatural me es ajeno, por incredulidad; así lo digo porque es así. Nunca uso, si lo puedo evitar, la palabra creer, ya no en dios sino incluso en las personas. Confío, si, o desconfío, pero no creo más que en los pocos principios de la física que mi capacidad ha convertido en conocimiento. Creer es un acto de última libertad, cuando se cree se pierde. Quien dice que es libre de creer o no, se equivoca: si es libre para creer se encadena. Allá él.
Solo frecuento las iglesias cuando visito una ciudad o un monumento, despojadas de cualquier afección que me impida verlas como son: en España oscuras y tenebrosas; las italianas llenas de luz; las francesas majestuosas, chauvinistas, ellas. El único templo en silencio que me ha emocionado es la mezquita de Córdoba, a las 9 de la mañana, recién abierta, entrando yo por la Puerta del Perdón, paseando entre columnas, oyendo un eco resplandeciente, el más sutil de cuantos ecos he podido escuchar. Sin eco no entiendo la religiosidad y ese es placer puramente estético. Con Ana en San Pedro del Vaticano, mediada la tarde, en medio de la nave, mirando el resplandor de la luz en el pavimento de mármol, entrada por los ventanales altos de la galería, alcancé a oír ese eco un instante, no se cuan largo. Nunca más, después solamente en Córdoba, en su mezquita.
En la Academia de Florencia, se hizo el silencio pero sin eco: lo hubiera deseado avanzando yo entre las esculturas de Miguel Ángel, los prisioneros liberándose de la piedra, con el David al fondo: palpitaba el mármol, doy fe, y la tersura de la piel brillaba por la tensión del cuerpo joven, concentrada en el brazo que sostiene la piedra, caído a lo largo del cuerpo, con la mano cerrada en torno al proyectil, girada hacia atrás pòr el juego de una muñeca que es resorte de hierro y acero, de músculos y huesos, a punto de soltarse en el gesto medido de colocar el proyectil en su lugar, girar la honda y con un gesto de dedo al soltar un cabo, ver como toda la tensión del cuerpo grácil y fuerte se aloja en la piedra que sale directa a herir, como el rayo. No se puede mirar el cuerpo del joven sin sentir la tensa musculación y espera. La transfiguración del mármol me emocionó.
La ciudad en que nací, cada vez más lejana, me sigue emocionando con un sentimiento de baja intensidad. Lo que más me emociona ya no existe, ni el tranvía 33 bajando por las Ramblas, ni los Baños de San Sebastián, ni los barcos de cabotaje en los muelles con la marinería haciendo paella en cubierta, o bacalao a la llauna en llaunas, en latas de conservas y salazón enormes, sobre fogones instalados en bases de arena y tierra. Ya no se si soy yo el extranjero en ella o si es ella la extranjera en mi: pienso que esto último. Me habitan extranjerías que poco a poco voy desconociendo y certidumbres que hago mías con placer. Mi calle Diputación esquina Calabria ya es extranjera en mi, y las sombras de las muchachas en flor, con las de los amigos, se disuelve en la inevitabilidad del tiempo. Llamo mi Paisaje sin Figuras a aquel lienzo en que se van borrando todas las personas, que a lo largo de mi vida, he conocido y dejado en él, ya sin noticia de vida o muerte, lo más seguro lo último: se despuebla el lienzo, me deshabito yo. Ya no vivo nostalgias, a lo sumo recuerdos que son de sentir breve e intensidad medida.
Me vuelco en mis libros, en las culturas que descubro poco a poco, en los que releo llevado por la emoción lejana que aún permanece en mi o en los que intento descubrir de nuevo y que en muchas ocasiones dejo a la mitad. Ensayo: Historia y Arte. Camus, Arendt, Benjamín, Berlín, algunos más, no muchos. Son amigos a los que acudo cuando me hacen falta; no saben decepcionar.
Me siento conservador de algunas cosas, progresista de muchas y revolucionario en otras, aunque sé que la historia es tozuda y a todo ha de llegar por su propio paso y dinámica. Se que acelerar el paso no atrae el destino a una mayor cercanía. Se quien soy y empiezo a entender como soy; me reconozco racional y lleno de pasión vital. Se que no siempre he sido así y eso me asombra. Del Calidoscopio que es el mundo me gustan los fragmentos y el color de cada cristal y pueden gustarme dos o tres a la vez; nada excluye a nada; nadie a nadie. estoy con las víctimas, siempre, y contra los que las hacen víctimas, por la coacción o por las armas, o por ambas. Una víctima puede tener dos enemigos: su mejor amigo y su peor enemigo. Vivo y siento. Razono y siento.
"La sabiduría venturosa se despoja poco a poco de defectos y de errores sin cuento, ella la primera a todos enseña lo correcto" (Juvenal, "Carta de pésame a un huérfano de su dinero" 187-9)
ResponderEliminar"Es la libertad lo que se nos ha prometido; trabajemos por ella" Séneca. Epistolas Morales a Lucilio. Libro V, Epístola 51-9.
ResponderEliminarDonde por cierto hace unas descripciones de Bayas y el Canopo que resumen el maravilloso encanto del Mediterráneo, a los que habría que añadir Alejandría, Capua, Cumas, Potuoli y algunos más.
¡Vaya por Dios! ¡Aquí vamos e coincidencia en coincidencia! Bayas, Cumas, Potuoli son algunos de los lugares de mi memoria que tengo más a flor de piel.
ResponderEliminarPersonalmente Potuoli. Lo visité por rendir muchos homenajes en un día: Virgilio, Cicerón, el mismo Tirón, muchos y me encontré con los sótanos de un circo maravilloso donde pasé toda una mañana de arquitectura prodigiosa. Mi territorio romano va desde Vicenza (la casa de Horacio regalada por Mecenas), pasando por Tívoli, la misma Roma, Arpino, cuna de Cicerón hasta la Campania y la costa (desde Pompeya hasta las mencionadas). Si me pierdo, no hace falta ir muy lejos a busvarme. Olvidé Nápoles, que huele como Barcelona y tiene el mismo color de la calle Fernando y alrededores.
ResponderEliminarPor cierto y por incordiar, la coincidencia debe ser que ambos compartimos un subconjunto, estadísticamente hablando.
ResponderEliminarPocas cosas me preocupan menos que coincidir contigo, Luis. Hay algo en Italia -de Cumas para abajo, preferentemente- que me hace sentirme en ella con frecuencia más en casa que en la propia España. No sé muy bien lo que es. Quizás se trate de una fidelidad a sus propios defectos. Italia se atreve a mirarse en sus defectos con más valentía que nosotros, lo cual no quiere decir que lo haga con afan de superarlos, sino, más bien, que invita a comer a sus fantasmas y no tiene necesidad de pedir continuamente perdón ante la historia por lo que pudo haber sido y no fue. Lleva sus miserias sin complejos y sus grandezas sin excesivas retóricas.
ResponderEliminarCreo que voy a decir lo mismo que tú, lo intuyo. Si, me encuentro en Italia como en casa, donde sea. Más al sur de Roma. Roma también, pero bajando al sur me siento familiar.
ResponderEliminarCreo que es la naturalidad con la que llevan todo su pasado y su presente. E incluyo desde Cicerón hasta Fellini, para entendernos. Todo en un totum revolutum en el que lo bello tiene un lugar preponderante y natural, y un encanto también natural.
A mi me agobia España (entendamos que se trata de un agobio menor, tal vez); me agobia esa permanente inestabilidad en busca del ser y de la esencia; la bronca permanente; la dependencia de la política. Todos los problemas que vivimos aquí, lo constaté en mi último viaje en noviembre, los están viviendo allí; la regionalización, la religión en las escuelas, etc... No afectaba tan groseramente a la vida pública; estaba en la televisión, pero mezclado con los programas del cuore. Nada era una tragedia.
Hay una elegancia innata en lo italiano que en nosotros falta.
Cuando quieras, nos encontramos en Cumas.
Te leo y me dejas con preguntas....
ResponderEliminarmuchas...
algunas respuestas llegaron cuando el árbol que te conté de mi casa, estuvo a punto de enterrarme.
Ahi están su troncos...listos para irse y yo los contemplo no'más.
Me llevo varias de tus letras.
Por suerte estás bien. Te cuento: a Horacio, en su predio sabino, le cayó un arbol al lado mismo, y hasta ahí nunca había hecho caso a los dioses, pero a partir del accidente, cambió rotundamente y se volvió trascendental.
ResponderEliminarMe alegro de que no te pasara nada grave, aparte del susto.
Me gusta pensar que escribes este blog para hacerme reflexionar, y reir, y disfrutar.
ResponderEliminarMuchas veces me pierdo y tengo que retomar el camino, volver a la curva anterior.
A veces, me doy por desorientado, entonces sigo adelante sin importarme la ruta.
Siempre acabo un poco más feliz, un poco más sabio, un poco más.
Cada día un poco más.
ResponderEliminar¿Quién decía aquello -que está muy lejos de ser una boutade- de que "es español el que no puede ser otra cosa"?
ResponderEliminarEste mes de julio he estado dos semanas en las Eolias. ¡Qué delicia!
Javier: lo que me hace feliz realmente es que tu te sientas bien al leer este blog y te diría que incluso que te sientas mal y te enrabietes conmigo. Y ver que estás aquí. Un saludo.
ResponderEliminarEl problema Gregorio es que la elección de país es imposible en primera fase y en segunda suele ser tarde. Nunca he entendido aquello de Primo de Rivera (que no era en abosluto familia mía) de que "ser español es una de las pocas cosas serias que hay en el mundo" salvo que se lea en el saentido contrario al de su escritura.
ResponderEliminarYo me refucio en el poso cultural y en paisaje: habitaciones fantásticas si cabe.