martes, mayo 09, 2006

Un zapato y una mirada

Este zapato fué mi primer zapato; lo guardó mi padre, incluso lo plastificó para mantenerlo en el tiempo. por vez primero veo que es del pie derecho: nunca me había fijado. No se a que edad me lo puse, tal vez dos años, y lo gasté mucho, no tenía otros. En la suela, que es todo un poema, hay arrastrar de pies, patadas a piedras y polvo de muchos paseos por Barcelona, mi Barcelona, que no es la de hoy. De tener patria sería esa ciudad. Si pertenezco a algún mundo es a ella, a los paseos dominicales por los muelles o por los jardines de la montaña de Montjuich. Aprendí el mar bajando por la Rambla hasta el puerto y caminando por los muelles, viendo las cubiertas de los barcos de cabotaje y los tinglados desvencijados que ya no existen. Aprendí árboles, flores y fuentes, por el parque de la Exposición Universal de 1929, donde las flores, los colores y los aromas, cambiaban continuamente. Nunca fueron los mismos el mismo paisaje. Con paciencia de años destejía en mi una malla irrompible de afecto a una ciudad madre bañada por el Mediterráneo. Yo solamente reconozco las patrias de la memoria, las entrañables de los caminos recorridos, de los adoquines conocidos, de las humedades de otoño y del olor del mar subiendo por la Rambla. Mi nación es un enorme vacío en el que pululan seres humanos; mi patria es la ciudad de un niño. Después de la niñez no vale la pena tener nación, obliga a demasiadas cosas; a afirmar un ser y un no ser, propio y ajeno, allá cada cual con su afirmación y con su negación. Nadie lucharía a muerte la nación de la infancia, de la memoria feliz; ¿quien derramaría una gota de sangre por el tranvía azul que subía al Tibidabo conmigo dentro, un domingo por la mañana? ¿Qué batalla valdría la pena una visita a la feria de Muestras, del 1 al 20 de junio, donde las maravillas técnicas, los coches de lujo y los frankfurts calientes daban la bienvenida al verano? Un niño no celebra las derrotas, las olvida. No reconozco la patria, es cierto, pero tuve zapatos: es evidente. Estos que se ven, este singular que está en la fotografía, no está en mi memoria. Siendo ésta precoz, (recuerdo una imagen mirándome al espejo de la alcoba de mis padres en la calle Diputación, cuando tenía unos cuatro años) no recuerdo estos zapatos. Fuimos amigos, ciertamente, tanto desgaste lo evidencia. La amistad desgasta mucho si se usa mucho, pero siempre quedan rastros adheridos a la misma superficie de la piel y del recuerdo. El amigo que fué, sigue siéndolo aún cuando se haya ido. Ido de cualquier manera. Algunos amigos míos se fueron cuando no debían, jóvenes, en la treintena. Para que luego se diga, "era demasiado joven para morir". Nunca se es demasiaido joven para nada, se es y basta. Y llega lo que llega. Otra cosa es que estemos preparados los que nos quedamos. Tendríamos que decir, seguramente " éramos demasiado jóvenes para perderlo", y aún esto se me antoja prepotente. ¿Quien somos nosotros para ser algo determinante en la muerte de otro? Vuelvo a los zapatos: el cordón está en muy buen estado, flexible, con el tacto del tejido de la época. Vuelvo a los zapatos: con ellos aprendí a ver las fotografías que mi padre revelabe en un rincón habilitado como cuarto oscuro. La magia de la imagen apareciendo en la cubeta del revelador, a la tenue luz roja que tanta mala fama ha cultivado después, se aparecía ante mis ojos con lentitud, primero sombras vagas, luego contornos. la pinza de plástico manejada por la mano de mi padre movía el papel en el líquido "para que no se formen burbujas" me decía. Yo, a su lado, de pié en un taburete para llegar al tablero que soportaba las dos cubetas, revelador y fijador, y el recipiente del agua, miraba con enorme atención, aprendiendo la imagen, comprendiendo que los ojos ven lo que se construye ante ellos. Nada es increado, como dice el Corán, nada es increado ni creado, todo es fruto de la elaboración de una paciente evolución que termina en una foto de un muelle del puerto de Barcelona, atracando en él un barco de casco negro y bandera inglesa: Excalibur, se llamaba. Esa foto, enmarcada, estuvo en mi dormitorio de adolescente, colgando de una pared, muchos años, hasta que desapareció. Yo vine al mundo con los ojos abiertos y un par de botitas de cuero marrón. Con los unos no he dejado de mirar, con las otras no he dejado de pisar, nunca fuerte, lo reconozco: he sentido pudor del zapatazo. Y sigo.

5 comentarios:

  1. Me ha parecido muy tierno que fuera tu padre quien guardara el zapato, el detalle de plastificarlo para conservarlo, las huellas de tus primeros pasos.
    Las miradas quedan en la memoria, de nosotros depende conservarlas.
    Coincido contigo en que la única patria que defiendo es la de mi infancia, nadie va a invadirla, está conmigo.

    Por cierto, un trocito de mi infancia está ubicado en Barcelona, recuerdo jugar con mis primos en un laberinto que estaba en un parque (¿puede ser la ciudadela?) Los paseos por el barrio de horta -ellos vivían allí-el mar y su arena. Después nos íbamos todos a la aldea, en Galicia, donde jugábamos desde que nos levantábamos hasta la hora de ir a dormir. Fue bonito mientras duró, sí. Buenas noches.

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  2. He leído tu recuerdo en voz alta y enormemente lo disfruté.

    "La memoria está llena de olvido"

    Subrayé y me llevo mucho de tus palabras.

    Besos a mirada.

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  3. El LLaberint d'Horta, en el barrio eHorta. Un jardín del siglo XVIII muy bonito, que estaba abierto al público. Recuerdo que tu abuela vivia allí.
    Otro laberinto erstaba en el Tibidabo, pero por lo que dices debe ser el de Horta.

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  4. Clarice: hay una palabra que me brindó AnaC que es desolvidar y que yo añado a mi principal ocupación: decosntruir.
    Deconstruiir: proceder a sacar de su sitio todo aquello que nos ha sido dado y que no tiene porque ser dogma.
    Desolvidar: rescatar del olvido yb situarlo en la nueva construcción.

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  5. Es cierto Luis, está en Horta, no recordaba bien, hoy me lo confirmó mi prima, cómplice en encontrar la salida. Me ha dicho que lo han restaurado, en Julio lo veré. Hace taitantos que no vamos -a ése laberinto, de otros aún no he salido- Buenas noches.

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