sábado, mayo 13, 2006

De la lectura en la edad de la inocencia



Hay libros que no tienen ninguna lectura; casi nunca sabremos cuales son, ni siquiera llegarán a nuestras manos o en ocasiones haremos porque no lleguen; no cabe escribir sobre ellos nada salvo que probablemente perderemos algún buen momento. No sabremos nunca lo que sucede cuando dejamos de lado un sendero en la bifurcación y no tenemos oportunidad de conocer su destino. Hay libros que tienen una lectura: la del momento en que se leyeron o la del momento por venir en que serán leidos. Otros muchos tienen dos lecturas; una antes de los treinta años y otra pasados los cincuenta. Son estos los que después de la primera dejan una memoria viva, es decir, accesible permanentemente; no nos cabe andar buscando en las neuronas para saber cual fué el tema, el argumento, la historia, los protagonistas, el desenlace, la impresión general, el enamoramiento por el todo o por parte. Se leyeron y quedaron, como paisajes de un viaje que nunca se ha de olvidar. Cambiamos con el tiempo, los libros no, permanecen iguales palabras por palabra, espacio en blanco por espacio en blanco. La tipografía es la misma, el tamaño de la letra, si cabe se ha vuelto un poco más gris el papel y nos resulta un poco áspero porque el tiempo ha mejorado técnicamente la textura y este libro ya tiene sus años. Puede ser también que el diseño de la portada, que fuera en su día de vanguardia (el diseño gráfico debe mucho a las portadas, constantemente llamando la atención desde los escaparates de las librerías) se haya vuelto pasado, y lo que sería peor, anticuado. Hay portadas donde el trabajo gráfico fué en su día tan actual y potente que hoy, veinte años o más después, siguen estando plenas de modernidad. La historia contada en el libro, el pensamiento posado en sus páginas, sigue siendo el mismo, exactamente el mismo que escribió el autor. Cambiamos nosotros, treinta años no es nada con son de tango, pero son un enorme equipaje en el que al igual que la ropa hemos modernizado el pensamiento: en términos del tiempo en que vivimos y en los del tiempo propio que no es el mismo, ya que nuestro pensamiento se ha vuelto de otra manera, más miedoso o lleno de coraje, abierto a la esperanza o a la desesperanza, irónico y escéptico o profundamente crédulo; sea porque nuestros prejuicios morales han agrandado nuestro campo de comprensión o nuestroa postura ética se ha visto ensanchada por la razón o la experiencia; sea también por la aparición de la intolerancia de la mano del hastío, o todo lo contrario al haber descubierto en la tolerancia el campo ilimitado de la libertad. Sea porque hemos seguido adelante en la misma línea en que nos sorprendió la treintena o porque hemos añadido a nuestro devenir mucha evolución propia de los tiempos, hemos cambiado. Suele decir la gente "para bien o para mal" que es forma de no equivocarse, que podría pasar por sabiduría popular y pienso yo que es más bien hablar por no callar: se cambia y basta, solo conviene saber hacia donde y en un análisis lúcido sería bueno tomar postura frente al cambio y estar de acuerdo con él o por el contrario sentir una ligera verguenza (o tan grande como se quiera) al comprobar que no hemos podido preservar casi nada de nuestra edad de la inocencia, cuando menos los ojos abiertos y la mirada asombrada.
En un libro que acabo de releer (en el sentido en que escribo este post, el de la segunda lectura) "¿ Qué es la literatura ?" de Jean Paul Sartre, el autor escribe refiriéndose al oficio de escritor "no, no valemos más que nuestra vida y debemos juzgarnos por nuestra vida; nuestro lenguaje no vale más que nuestro lenguaje y debemos juzgarlo por el uso que de éste hace" Sartre, además de un filósofo de la acción, prematuramente olvidado, es un creador de frases que pueden convertirse facilmente en eslóganes combativos, que todavía hoy tienen enjundia, por ejemplo "el hombre es el ser frente al que ningún hombre puede mantener la neutralidad". Cito de él lo que me parece fundamental a cuento de estas líneas que estoy escribiendo: "la obra de arte existe únicamente cuando se la mira". Escribe sobre el concepto de "la revelación" que es el momento en que el lector descubre en el libro su particular versión, única, aquella para la que él debe creer que el autor lo escribió. Si el lector cambia a lo largo de su vida en la manera de percibir y entender, comprender y aceptar, asumir y moralizar, los hechos que han ido sucediendo a su alrededor, ¿verá la obra de arte de la misma manera, se le revelaré el libro de igual forma? ¿Se nos revelará de la misma manera Faulkner, cuando con menos de treinta años leíamos Absalón, Absalón, que si ahora vamos a nuestra biblioteca, lo buscamos y procedemos a vivir en él? El sentido de la vida moral que late en Crimen y Castigo, ¿lo vamos a comprender de la misma manera con que nos impresionó hace treinmta años? ¿Que pensaremos hoy de Emma Bovary? ¿Y de Anna Karenina? ¿Cómo nos adentraremos en La Historia Universal de la Infamia de Jorge Luis Borges, si cuando lo leimos jóvenes nos fascinó absolutamente? ¿Qué sentiremos al abrir las páginas de Yourcenar, de Dos Passos, de Steinbeck, de Conrad, de Baroja, de Galdós, d, de Camus, de Pavese, de Mishima, de Durrell, de Miller, de Greene, de ...? Todos esos autores nosd han aportado una visión de la vida por la vía ejemplar, sus personajes nos han mostrado sus alegría y sufrimiento y se han convertido en paradigmas de comportamientos morales. Basta con mirar nuestra biblioteca, la de cada uno, la física en estantes o la personal guardada en la memoria y hacer la lista de lo leído. Basta con un libro de cada autor, o dos, o más; basta con hacer la lista de libros sin reparar en los autores o hacer el camino inverso. Basta con recordar las sensaciones de aquella lectura precoz que se han quedado guardadas en nuestras neuronas. Y basta con estar atento a la nueva lectura, a la nueva revelación. Puede suceder que habiendo cambiado tanto no reconezcamos casi nada de lo sentido y vivido en la primera ocasión: más maduros tal vez seamos ahora más indulgentes. Uno piensa que la indulgencia debe ser un acto racional producto de la asunción de la humildad, de la negativa a juzgar. ¿Con ese tipo de humildad nos enfrentaremos de nuevo a las angustias de los escritores que nos han marcado? Pienso en Celine, brillante y odioso tal y como lo recuerdo. ¿Qué va a suceder ahora cuando mi postura frente al fascismo se ha radicalizado? ¿Me seguirá fascinando su "Viaje al fin de la noche" o por el contrario lo rechazaré de plano puesto que la literatura que me interesa debiera tener un compromiso ético y moral con valores y unos objetivos clarificadores?. Recuerdo una frase de Simone Signoret que me pareció lúcida y comprometida, de la actitud moral de una actriz que sabe que su paso por la pantalla puede ofrecer, en uno u otro papel, modelos ejemplares: paradigmas. Cito de memoria: "Podría interpretar un personaje fascista en una película comunista, pero nunca a un comunista en una película fascista". Cuando me pregunto si rechazaré la literatuta de Celine antes de releerla por su contenido fascista, sí pongo en tela de juicio la pura existencia del binomio Celine / literatuta, veo que no soy indulgente, que estoy juzgando, que muestro mi capital totalitario, porque lo que importa, así lo creo, no es la existencia de la obra de Celine sino mi comportamiento frente a ella, hoy, ahora, al volver a leer la obra desprejuicidiamente, si eso me fuera posible. Cito de nuevo a Sartre: "para que surja el objeto literario hace falta un acto concreto que se llama lectura". Probablemente esperamos, al leer, que el libro nos ofrezca un paradigma moral pero no debe ser así, somos nosotros, los lectores, los que al enfrentarnos al texto debemos sacar nuestras conclusiones. Al volver a leer volvemos a aprender.
Y cito de nuevo a Sartre: "la realidad humana es reveladora... el hombre es el medio por el que las cosas se manifiestan... si le damos la espalda a ese paisaje quedará sumido en su permanencia oscura". Pienso que tengo tanto que releer que igual me queda poco tiempo para historias nuevas, y añado además que creo que muchas de estas historias nuevas son esos libros que no merecen una lectura, a los que me refería al principio.

9 comentarios:

  1. Me gusta subrayar los libros. Colecciono sus palabras. Y a los años, regreso a ellos y ya tienen otro sentido.

    En unas sonrío, otras las niego y otras siguen latiendo, y esas, las que siguen vivas, me gustaría coleccionarlas en la memoria.

    Nunca terminaremos de leer. El miedo latente existe y la indulgencia a veces.

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  2. Gracias, Clarice, es exactamente lo que he intentado expresar. Yo no subrayo,escribo en las páginas de respeto las frases que me interesan, añadiendo el número de la página. Aunque la verdad es que no lo hago siemrpe, pero este Sartre del que hablo si lo estaba.

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  3. Querido Luis:

    En México se festeja a los maestros el día 15 de mayo (dejé un poquito en mi nuevo texto).

    Vengo a felicitarte porque me has enseñado mucho en poco tiempo que te he leído.

    Has sido un maestro virtual bloggero, pero ten la seguridad que aplicaré en lo real, cada una de tus letras.

    Gracias.

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  4. Posdata:

    Disculpa por lo de bloggero. Es simplemente que reconozco que un blog sí tiene sentido y sobre todo cuando aprendo.

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  5. Los halagos me abruman, ¿quien aprende de quien?

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  6. la relectura contribuye más que la lectura, puesto que la auténtica obra literaria es la que a lo largo de los años y de los siglos consigue colmar el horizonte de expectativas de múltiples lectores que la rehacen y la reinterpretan. Un artículo muy interesante sobre la relectura. Saludos,

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