
Nunca me propuse convertir el blog en un diario; ni ahora lo hago. De vez en cuando parece inevitable que la vida aparezca, asome ligeramente porque es la materia con la que se escribe y cargada de emociones y sensibilidades proyecta una actitud hacia un tema u otro. Hoy, sin tema, escribiré que he vuelto al bosque después de más de cuarenta días sin hacerlo. Mi amigo perro y yo, Goyerri se llama y la elección del nombre tiene razones que no vienen a cuento, hemos vuelto al sendero por el que paseábamos durante el invierno pasado, y el verano anterior y así desde hace cuatro años. Lo he reconocido, no en cada piedra ni en cada árbol sino en esa visión de conjunto que llena la mirada de árboles, cielo, follaje, un arroyo, tierra, hojarasca, piedra y uno mismo y Goyerri. A la vida la reconocemos a menudo por una visión general que repentinamente se nos muestra, como una revelación. Vemos, y las neuronas, diligentes, buscan enlaces con otras para darnos emociones, estados de ánimo, e incluso olores y colores que habíamos olvidado. He aquí que una visión de un árbol nos ha devuelto una imagen completa que guárdabamos en el interior de nuestro disco duro. Pasado el árbol, dejado atrás el arroyo, otra imagen sustituye a la realidad por una virtualidad. Se produce un enlace por algún mecanismo que desconocemos porque no se nos alcanza comprenderlo: hace más de treinta años vi a una familia de gitanos en torno a un fuego encendido con maderos viejos, dentro del porche de una casa en ruinas, al borde de una carretera entre Reus y Salou. Yo iba en coche, llovia y la familia, dos adultos y dos niños, se acurrucaban en torno al fuego; el porche era la única habitación posible, el único techo y el único cobijo. Hice la foto con los ojos, sin clic ni carrete ni cámara, al paso de mi coche. Eran para mi tiempos malos y no tenía trabajo, familia si. Me sent´çia miserable. En aquel grupo humano vi una desolación que excedía a la imagen y a mi propio sentimiento depresivo. Yo no se si sufrían al estar allí, protegidos: yo si sufrí. Esa es la relatividad de las imágenes, que valen efectivamente más que mil palabras cuando no pueden ser explicadas en su contexto real. Guardo la foto en mi memoria, la instantánea de la miseria, del abandono, de la ruina, nada que ver con la mía. Al volver al bosque, en un rincón umbrío, he visto de nuevo la fotografía. ¿Porqué nos acordamos de las cosas cuando no vienen a cuento? Aunque, ¿porqué no van a venir a cuento? Divagar es arriesgado si uno, honestamente, se deja llevar por el proceso oracular de permitir que ideas y pensamientos fluyan ligeramente. Somos química, y los ácidos, las sales y las bases, nos hacen más o menos emotivos, más o menos nostálgicos. En el bosque de hoy lucía un sol de primavera radiante y acogedor y la luz se intercalaba entre las ramas con esplendor absoluto. Era un bosque de cuento, una secuencia de ensueño y repentinamente la familia gitana volvía a estar bajo la lluvia. Vamos hacia el estiaje, hacía los días más largos, hacia el esplendor del verano donde el tiempo es apasionado. Vendrán mejores días para todos, es frase común que no va a ser así y se piensa que cualquier tiempo pasado fué mejor (lo que es mentira) y que vamos hacia una gran tragedia (lo que también lo es). Vendrán los días del verano, los momentos de risas, las tardes al aire y el jardín florido con sus rincones: camelías, hortensias, rodondredos y azaleas en lo umbrío; Frutales entre el este y el sur bajo el sol magnífico y a su izquierda hayas y castaños propios del lugar. Hacia el oeste abedules y arces, lilos, espíreas y forsitias, y bordeando la grava del camino romero, salvia y lavanda. Como las cerezas los pensamientos se entrelazan con suavidad, dos cerezas entrelazadas parece que están dispuestas a separarse pero se resisten, ¿lo habeis notado? Podemos sacar punta de cualquier cosa y entonces llega el recuerdo de Chejov y su "Tio Vania" o "El jardín de los cerezos". Aquellos veraneos que nunca hemos vivido, por los que no hemos transitado más que en el ensueño del patio de butacas de un teatro. La nostalgia de lo no vivido es tanto o más fuerte que la de los propios hechos. A Goyerri todo esto le tiene sin cuidado, simplemente me necesita y creo que me quiere, aunque querer es un concepto nuestro, de humanos. Para él tal vez necesidad sea más apropiado. Corretea delante de mi y gira hacia la izquierda entrando en el bosque. No vayas a perderte, le digo al ver que se aleja unos metros, y me río en voz alta mientras le sigo hablando. No sabría volver sin ti. Y me acuerdo de una noche en que recién operado, a punto de morir, lloraba el perrillo como lloran ellos, en casi silencio, y Ana y yo, con él tumbado en el sofá entre ambos, patas arriba, se dejaba acariciar la tripa por nuestras manos, y parecía que eso le calmaba el dolor. Que noche aquella, cuanto dolor en nuestros ojos, en la penumbra, con la chimenea encendida, en la penumbra de la casa en el cortazón del bosque, en el único lugar en que Goyerri se encontraba bien, negándose a estar aquella noche sin compañía. Y al verlo ahora correr lor el bosque le digo que es un sinverguenza, que nos lo hizo pasar muy mal. La próxima vez, le digo, nos iremos a dormir. No será verdad.
Y pienso en lo que da de si un paseo por el bosque.