sábado, marzo 11, 2006

A Rosa y a Gonzalo. Por cuando éramos comunistas.



Ya estábamos en el bosque cuando me enteré de su muerte; no la había visto en los últimos veinte años. Mi hija la quería mucho, tenían relación continua porque era muy amiga de su hijo, y lo sigue siendo; ahora él anda por África y ella se dedica a sus diseños y a mil cosas más que la llenan: su compañero, sus dibujos, sus bolsos, sus amigos, su caravana, su casita, sus amigos otra vez, siempre sus amigos... El día que me llamó para decirme que Rosa tenía cáncer y que se moría, lloraba por teléfono. No pude consolarla. Yo también lo sentí, pero sin lágrimas. Pocos años antes había muerto Gonzalo de repente y la noticia me llegó a la casa de la playa; ahí si que me afloraron unas lágrimas. Gonzalo y yo habíamos estado muy juntos entre el 65 y el 70. Fuimos inseparables. Antes de casarnos y después. Militábamos juntos, íbamos al cine juntos, leíamos y criticábamos juntos y nos reimos juntos. Pero Rosa, Gonzalo, yo y algunos otros estábamos además en otras cosas: en aprender a vivir y en ser militantes antifranquistas. Éramos medio burgueses, éramos de izquierdas y acabamos siendo comunistas. En circunstancias normales eso último no hubiera sucedido, tal vez no, pero aquí había una dictadura de derechas muy derechas y ya se sabe que el péndulo suele apuntar siempre hacia el lado contrario. Nos gustaba el cine, la literatura, los primeros viajes a Londres, el aroma de Italia y el PCI, lo pronunciábamos PiCci. Veníamos de la literatura frances de Duras, de Robbé-Grillé, de Sartre (que rechazó el Premio Nobel), del reflujo anterior del 68 que de tan lejano no lo entendíamos bien, pero nos gustaba aquello de "prohibido prohibir" y aquello otro de "que paren el mundo que me bajo". Y todo eso nos mostraba un mundo que aquí veíamos deformado, como en los espejos del callejón del Gato de Madrid. Veíamos el cine de Antonioni y de Fellini y de Bolognoni. Habíamos digerido la nueva ola francesa y recelábamos del cine americano aunque aceptábamos el de autor, fuera de donde fuera. Recorríamos por las noches los drugstores y comprábamos libros y revistas. Nos hicimos comunistas por decencia juvenil, porque queríamos hacer algo, ser de algo que significara un movimiento hacia la luz y poco se podía ser. De comunistas para la izquierda se podía escoger si es que te dejaban entrar. La gente del PT era muy excluyente y Rosa lo era. Gonzalo también, pero no se conocían todavía. Yo no, yo era del comunismo tradicional, del PSUC en Barcelona. Éramos comunistas y aprendimos algunas cosas a base de leer y discutir: nos manifestábamos el 30 de abrir por la noche porque el 1º de Mayo la clase obrera se iba a pasar el día al campo; corríamos delante de la policia y corríamos más que ellos; no sabíamos lo que era la guerrilla urbana ni nada por el estilo. De vez en cuando detenían a uno de nosotros y los demás vivíamos algunos días en zozobra; los más comprometidos desaparecían unos días. Aprendimos el marxismo crítico, aprendimos del cristianismo progresista, de la organización obrera, del sindicalismo de clase, de la interpretación de la historia, del análisis de los hechos, de la teoría marxista de las contradicciones que nunca dió resultado y de la necesidad de estar ahí. Fuimos vanidosos, egoistas y despreocupados y creímos que estábamos empujando un muro al que haríamos caer por la fuerza de nuestra vocación y de nuestra convicción. A Gonzalo lo detuvieron repartiendo octavillas y pasó dos años en un regimiento de artillería en Rosas. Allí se echó una novia y luego rompió con ella. Allí paso días muy negros, pero volvió. Cuando yo conocí a Rosa, estábamos ya los tres casados y ellos dos aún no se conocían, faltaba el mecanismo de la historia pequeña que creara el encuentro. Llegará. Tuvimos hijos. Yo me fuí a vivir a un pueblo cercano a Barcelona porque la ciudad nunca ha sido mi paisaje preferido; Rosa vivía allí y yo la conocí a través de amigos comunes. Ella y su marido eran PeTes, el puritanismo de izquierdas llevado al extremo más árido, pero eran heterodoxos. Vivían en una casa vieja con un salón enorme, un jardín enorme y chimenea grandiosa de metal. La casa estaba siempre llena de gente de todas las clases, amigos en fiesta. Gonzalo vino a vivir al mismo pueblo con su mujer. De la relación de la mili forzada le había quedado un hijo al que veía de vez en cuando. La historia de aquella chica, se llamaba Deli, es otra historia y aquí no me cabe porque se convertiría en otro sendero que a su vez se bifurcaría. Murió franco, murió una noche sin que estuviéramos asaltando el Palacio de Invierno, y lo celebramos; es mejor, lo afirmo, beber cava que pegar tiros. Sinceramente nos alegramos de ello, y no lo siento todavía. No creo que lo sienta nunca. Me duelen todas las muertes menos algunas; hay un pequeño catálogo de personajes históricos a los que guardo rencor. El marido de Rosa (no entiendo porque decimos mujer y marido, esposo y esposa: será porque la mujer debe tener marido y no importa que el hombre tenga solamente mujer, será...) se marchó con otra, trágicamente, duramente, yo estaba allí y lo se, pero esa es también otra historia. El verano en que muerto franco toda la estabilidad entre parejas saltó por lo aires, empezaban las crisis a asomar en términos de relación entre sexos; empezamos a pensar que no pasaba nada por tener amigos y amigas no comunes y por salir a cenar con la pareja de otro para intercambiar opiniones. Quisimos recuperar el tiempo de libertad que habíamos perdido en la españa de franco (lo escribo con minúsculas con toda la inteción y no pienso corregirlo). La verdad es que nuestros matrimonios no funcionaban porque el mundo había cambiado y el aire, entrando por las ventanas nos había devuelto la vía a las experiencias perdidas. Tal vez no nos dimos cuentas, pero el final del franquismo coincidió con el tiempo de la juventud y a punto estuvimos de momificarnos, de perder los reflejos de la vida. Nos habíamos emparejado demasiado pronto, demasiado inexpertamente, nos habíamos, como titularía Marsé una de sus mejores novelas de la época, encerrados con un solo juguete y eso nos pasó factura. Muerto franco todo empezó a normalizarse dentro del caos incial y fuimos poco a poco dejando al partido. Las viejas lealtades se perdieron poco a poco. Un día, cenando entre amigos, Rosa me dijo, "¿te acuerdas Luis, cuando éramos comunistas?" Claro que me acordaba. la verdad es que yo no había dejado de serlo en términos conscientes. ¿Cuando éramos comunistas? ¿Cuando dejamos de serlo? Rosa y yo salimos una noche a cenar (aún estábamos casados con nuestras respectivas parejas) y descubrimos a los diez minutos de estar sentados frente a frente en un restaurante que aquello no nos iba, no sabíamos de que hablar. No se trataba de flirteo, ni de aventuras extramatrimoniales (nustras parejas nos esperaban en casa a una hora discreta) ni de intercambio de opiniones intelectuales. No íbamos a hablar de nuestros hijos ni de nuestra economía. Mi vida no le interesaba y a mi tampoco la suya. ¿Qué hacíamos allí? Ya no éramos comunistas, por lo menos Rosa, y yo no sabía lo que era. No podíamos hablar ni siquiera del pasado reciente. Pasó el verano y llegó el invierno. Se rompieron muchas cosas y tuvimos que aprender a vivir cada cual por su lado. Era la época de los acuerdos ante notario y la espera a que saliera la Ley del Divorcio. Rosa y mi exmujer se hicieron íntimas amigas, yo me había quedado sin partido y sin trabajo, Gonzalo también rompió su matrimonio con Pilar. Citaría muchos más, pero no vienen a cuento. Cogí un día un avión y cambié de mundo. Hacía años que no veía a Gonzalo, ni a Rosa y este apareció un día en mi nuevo lugar; no era el bosque todavía, ni siquiera existía, pero aún y trabajando en la ciudad, Ana y yo vivíamos ya en el campo. Fuimos los tres a cenar; Gonzalo había heredado por razones extrañas un negocio de cine pornográfico, lo que era una paradoja dado su pasado purista y ascético de militante del PT y le divertía la situación porque le avergonzaba un poco. Ganaba dinero y eso anestesiaba una cierta sensación de indignidad. Nos confesó a Ana y a mi que estaba solo, que veía a chicas pero que estaba solo. Añoraba una pareja entrañable con sentido del humor. Veía de vez en cuando a mi ex mujer, seguían viviendo en el mismo pueblo; yo creo que ella siempre le había atraído. En la copa de sobremesa hablamos brevemente de lo que quedaba de los que éramos cuando éramos comunistas. Yo tenía un punto de vista que había extraído del la experiencia, el análisis y el recuerdo. Como compañero de viaje, la dictadura del proletariado nunca me había interesado lo más mínimo, también es cierto que nunca se hablaba de ella y estaba arrumbada en un desván al que no se entraba del marxismo crítico había aprendido a leer la historia y sacar consecuencias; no era nacionalista y si internacionalista, en términos muy amplios, en eso había encontrado en Camus muchos asideros; me parecía que la solidaridad era la herramienta del futuro, también Camus; los mitos de la lucha anticolonialista se desmoronaban y los mitos del imperialismo (prefiero llamarlo así) no me motivaban ni emocionaban lo más mínimo; había empezado a generar una violenta aversión hacia las dictaduras, no solamente las de derechas: hacia todas. Sentía que empezaba a ver surgir de mi un individuo, que por vez primera crecía. Había empezado una vida nueva en otra ciudad, con otra mujer a mi lado, con mis hijos muy cerca en la distancia y empezando a llenar un estante de biblioteca, empezado a leer de nuevo. Era marxista, ya no era comunista , los tiempos cambían y nosotros con ellos. Caí en la cuenta de que Marx tampoco había sido comunista, al estilo de lo que nosotros conocíamos como tal, y me llevé una alegría. Al despedirnos le dije a Gonzalo, "oye, llama a mi ex y dile que te presente a Rosa, por lo que sé está sola y es una chica estupenda" o a lo mejor le dije "es muy buena tía".
Vivieron separados, cada cual en su casa, cada cual en lo suyo, pero con un territorio de afectos común del que no supe nada en concreto salvo que tenían una relación, hasta que un día en la playa me comunicó mi ex mujer por teléfono que Gonzalo había muerto. Tenía la voz de haber llorado. Gonzalo, entrañable, era un buen chico para todos: se hacía querer, era muy fácil. Me senté en la terraza y me tomé un wisky. ¿qué más se puede hacer? Cuando el recuerdo es nostalgia hay que ser cuidadoso en convocarlo. Mi ex mujer se casó de nuevo y tuvo una niña, mis hijos crecieron, pasaron tiempos conmigo, viajaban y mi hija siempre quiso a Rosa y Rosa siempre la quiso a ella. Ella y Pau, el hijo de aquella, siempre fueron amigos. Y un día, hace poco, ya estábamos en el bosque, me llamó para decirme que Rosa había muerto de un cancer. Me acordé, repentinamente, de la pregunta de Rosa en aquella cena entre amigos más de veinte años antes. Prometo que fué eso lo que me vino a la cabeza, seguramente por no pensar en rosa muerta y los demás un poco más solos. "¿Te acuerdas Luis, cuando éramos comunistas?
Cuando éramos comunistas teníamos las cosas mucho más claras porque éramos mucho más jóvenes. Ahora nuestras vidas son paradojas que igual no sirven para enseñar nada a nadie. Me niego a tirar a la basura del olvido a la crítica marxista, a Sartre, a Camus, a Arendt, a Berlin, a Benjamin. Sigo sin ser nacionalista, sigo con mi necesidad sin satisfacer de internancionalismo y de solidaridad mundial. Miro a América y a África y a veces me averguenza vivir en el bosque. Parece como si nada valiera ya nada y como si todo acabara en Poper. Un tal Fukuyama escribe que la historia se ha acabado y la saga Bush (¿me pregunto si hay nietos al acecho?) le demuestra que la historia se seguirá haciendo mientras ellos quieran. Hemos dejado de ser comunistas, Rosa, es cierto, pero seguimos siendo decentes.

5 comentarios:

  1. Cuando murió franco yo iba a cumplir seis años, aún así me acuerdo. No tuve cole y le pedí a mi padre, por favor-por favor, que me comprara un sobre de cacharritos en el kiosko, sin cole me iba a aburrir (porque en el kiosko vendían sobres con soldaditos o cacharritos, me gustan más los cacharritos) No me caía bien aquel señor de bigote; mi padre también tiene bigote, pero es mi padre y, a pesar de su bigote, es muy buena persona. Recuerdo que trajo un disco pequeño con una canción grande, se titulaba "Libertad" (libertad, libertad, sin ira libertad...) y con seis años, aquella palabra quedó tatuada en mi corazón, que es rojo y está a la izquierda, aunque no milito en ningún partido, aunque no he sido comunista.
    Algo se muere en el alma cuando un amigo se va...

    ResponderEliminar
  2. Yo ya no militaría en ningún partido: las dos historias (la grande y la pequeña) se cruzan y las cosas no suceden nunca por casualidad. Pasa que en esto de desaprender, ya sabes, hay que tirar los envoltorios y guardar los contenidos que valen, los que aportan decencia.
    Además, Simone Signoret dijo una frase extraordinaria que viene muy bien al caso: "la nostalgia ya no es lo que era". Ni el ser comunista.
    Buenas noches.

    ResponderEliminar
  3. gracias luis
    no pasé de la primera línea y ya me emocioné...tu sabes cómo...muchas gracias
    a

    ResponderEliminar
  4. Ya ves que lo he leído. Muy interesante, es el retrato de un sector importante de aquella generación. Recuerdo que la gente mayor, los supervivientes de la guerra, aconsejaban, la mayoría, moderación, prudencia y no hacer mal a nadie, alejarse de teorías excesivas y desconfiar de los líderes, sin embargo... quién hace caso de los 'viejos'?

    ResponderEliminar
  5. Pues agradezco que lo hayas leído, sinceramente. Luis

    ResponderEliminar